El rol de la mujer en la economía: desigualdad, trabajo, participación política y desafíos de la economía con perspectiva de género
Introducción
Martín Burgos[1] y Valeria Mutuberría[2] coordinaron en noviembre de 2015 un panel titulado “El rol de la mujer en la economía: desigualdad, trabajo, participación política y desafíos de la economía con perspectiva de género”. Se realizó en el salón Consular del Hotel Bauen, organizado por Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” y Economía Femini(s)ta. Disertaron en esa ocasión Corina Rodríguez Enríquez (economista e investigadora Conicet-Ciepp), Mercedes D’Alessandro (economista en Economía Femini(s)ta), Paula Aguilar (socióloga e investigadora de IIGG y FSOC - UBA) y Silvia Díaz (Coop. de Trabajo La Cacerola FACTA y CTA Capital).
Burgos comenzó explicando el origen de esta propuesta: “Desde el Departamento de Economía del CCC mantuvimos un intercambio con Mercedes (D’Alessandro) a partir de una idea de ella que proponía analizar la composición de género de los paneles en los que participaban economistas y nos dimos cuenta rápidamente de que todos esos paneles estaban compuestos sobre todo de hombres, sin que haya una razón aparente. Y buscamos plantearnos la pregunta ¿por qué eso? Entonces plateamos como política tener una especie de cupo para las charlas que organizamos. Y en este caso el cupo lo cumplo yo. Entonces está bueno empezar a plantearlo, para ver cómo se puede cambiar, por qué se da esto, es un poco la razón de esta mesa. La cuestión de género no es una cuestión de mujeres, es una cuestión de la que los hombres también nos tenemos que hacer cargo”.
Valeria Mutuberría, por su parte, introdujo el panel analizando que “así como en la economía este tema viene pisando fuerte, en la economía social y el cooperativismo también lo hacen otras luchas de las compañeras: porque se reconozca el trabajo de reproducción, la economía del cuidado, el lugar de las mujeres en los Consejos de Administración de las organizaciones, que a veces tenemos vedados, o que hoy ocupan en mayor parte los compañeros varones”.
A continuación se transcriben las intervenciones de las oradoras, a excepción de Silvia Díaz, ya que sus conceptos están vertidos en la entrevista publicada en esta edición en la página 109.
Paula Aguilar - Socióloga e investigadora de IIGG y FSOC - UBA
La perspectiva histórica
Compartimos la lucha con las compañeras para incorporar algunos de estos temas a las instituciones y a los ámbitos en los que participamos, y en ese punto también tendría un comentario sobre nuestro propio título de esta actividad, porque “mujer y economía” es complicado, como mínimo diría “mujeres”en plural. Yo ando agregando eses por todos lados, todo el tiempo.
Rastreando algunos documentos sobre la relación entre mujeres y economía, encontré que justamente Mujeres y Economía es el título de un libro del feminismo norteamericano de 1898. Y les diría que viendo el índice, los temas no serían muy distintos de muchos de los que se van a discutir hoy.
También pensaba en el riesgo de que la discusión del tema termine siempre siendo entre nosotras, ya que es una discusión más difícil de llevar a los ámbitos donde no necesariamente está ni la palabra mujeres ni la palabra géneros ni los temas asociados. Se trata de una disputa un poco más esforzada porque a veces es fácil que –hasta por una cuestión de corrección política– se arme una mesa especial que incluya esas discusiones.
Mi propuesta es, desde el trabajo de archivo y desde la cuestión más histórica, traer las palabras de otros momentos en los que se problematizó esta relación entre mujeres y economía, y además, algunos de los problemas que en términos históricos se fueron planteando alrededor de esta relación.
En primer lugar, sería interesante pensar la relación con el trabajo, que es un primer punto fundamental, ese estatuto ambiguo que tiene en la discusión de la relación de las mujeres con la economía, el trabajo. Digo estatuto ambiguo porque se lee al mismo tiempo como presión y como liberación, y esa tensión está constantemente.
Podemos pensar también en ese otro aspecto del trabajo que es la doble jornada, que muchas veces se cuenta como una tensión aparecida a partir de los años sesenta. Dicha tensión está en los discursos de las mujeres trabajadoras y las luchas obreras desde principios de siglo, muy contundentemente. Gabriela Laperriere de Coni hablaba de las obreras que tienen toda su jornada extensa y una segunda jornada en su hogar. Ella marcaba las tensiones y la falta de límites entre el trabajo y el no trabajo, el trabajo domiciliario y el trabajo en el mismo ámbito doméstico, en una jornada que además nunca terminaba. Me parece que es importante tener en cuenta que no estamos inventando ni las luchas ni los modos de llamar a esos problemas permanentemente, sino que tienen tradiciones y tienen modos de pensarse. En ese punto quería traer algunos roles en los que se ha puesto a las mujeres en relación con la economía.
En mi trabajo, que tuvo que ver con una historia del espacio doméstico, había una idea de las mujeres como “ministras de hacienda de la casa” (término muy económico), que conoce las reales necesidades y que puede administrarlas, porque está cerca de los suyos, y porque puede priorizar, justamente porque conoce las necesidades, pero además debe administrar unos recursos escasos que son los del salario del varón, que debiera, según la moral de la economía doméstica, entregarle.
Ese discurso de la ministra de hacienda de la casa es interesante porque se contraponía con la imposibilidad concreta de las mujeres de tomar decisiones en el derecho civil sobre los bienes, y además, de tomar decisiones sobre las grandes compras, que es algo que también sigue generando algunas tensiones: la posibilidad de la administración cotidiana del dinero y de los recursos, como parte de las tareas propias, del rol doméstico, y de una administración clara de esos recursos.
Una extensión de esta idea de la ministra de hacienda de la casa, y estamos hablando de los años 20- 30, es la de la que hace las compras cotidianas, por lo que otro rol que el discurso (hasta mediados de los años 40) brindaba a las mujeres en relación con la economía era el de consumidora. La ministra de hacienda decide, distribuye, pero además compra. Pero, ¿cómo compra? ¿Cómo debiera comprar? Ahí, el economista conservador, pero al mismo tiempo padre fundador de la economía en nuestro país, Alejandro Bunge, se manifestaba preocupado porque esas mujeres no estaban preparadas para cumplir su función, les faltaba algo que él llama el sentido económico de la mujer. Bunge tiene un extenso texto sobre el sentido económico de la mujer, en el que explica que lo que les faltaba no es un conjunto de normas coordinadas ni una teoría ni una serie de preceptos técnicos, sino una condición individual que se adquiere, tiene el carácter de condición colectiva, común a un pueblo, no se identifica ni con los dictados ni con la práctica de la economía doméstica ni de la economía política ni de la economía social, aun cuando es una condición que predispone mejor a la comprensión de estas economías, no es más que el afinamiento de los sentidos corporales y de las facultades espirituales, de las pasiones y de los sentimientos en una dirección económica. La austeridad, la posibilidad de comprar racionalmente, de ahorrar, de medirse en el lujo, medirse en los productos extranjeros.
Lo que es interesante es que no es la primera aparición, pero si de una voz autorizada, en una conferencia que da en un círculo de señoritas en el año 1921, sobre el rol económico (pero no ya pensado hacia el interior del hogar, donde la economía doméstica machacaba suficientemente sobre todo lo que debíamos hacer desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos), sino en articulación con el mercado. Hay una idea de mercado nacional, donde todas esas ministras de hacienda intervenían a partir de sus prácticas de consumo cotidiano, y me parecía que era interesante traer esta dimensión de los textos de Bunge (que además era un católico, conservador que promovía una idea de vida familiar bastante cerrada en la división sexual del trabajo).
Me parecía interesante también pensar la relación entre mujeres y economía como una práctica moral. Había algo de un orden moral que había que sostener en las prácticas económicas, y a esta dimensión que los textos clásicos de economía política tienen siempre a veces la perdemos de vista pero en las discusiones actuales de economía feminista está muy presente.
Ese lugar de la administración también implicaba la posibilidad de discernir entre lo útil y lo superfluo, no solo lo nacional y lo importado, y esta distinción también permea la idea de ahorro y de inversión.
Entre las décadas del 30 y 40, se hicieron, desde el Estado, unas mediciones de las condiciones de vida de la familia obrera; son conocidas porque son de los pocos datos que hay previos a los censos más grandes, son las encuestas de costos de la familia obrera. Cuando uno mira los datos, estos eluden la posibilidad de que las mujeres de esos hogares que están midiendo trabajaran. En los papeles todos sabían, y hay múltiples estudios al respecto, que en los hogares pobres todos trabajaban, pero en los datos, en el registro que quedó (y esto es interesante por la invisibilización del trabajo, no solo del trabajo no asalariado, sino también del trabajo asalariado) es clave que los hogares que aparecen con lo que las mediciones mencionan como déficit en general tienen un párrafo aclaratorio en el informe donde explican que quizá esos déficits sean compensados con algunas tareas que algunas mujeres hacen (con los retacitos, cosiendo para afuera, compensando). Hay como trazos de trabajo –después lo podemos llamar reproductivo–, trazos de otras tareas que promovían ingresos a esos hogares.
Un tercer momento de esta relación entre las mujeres y la economía y el espacio doméstico, es la Campaña contra el agio, la formación de las amas de casa en cuidar los precios, en denunciar, estar en estado de alerta generalizado y ser guardianas del hogar. Esto sucedió durante los años 50, durante el gobierno peronista, y es interesante porque, otra vez, la relación entre mujeres y economía estaba dada por una dimensión que articulaba el espacio doméstico, el consumo y, en este caso, algo del orden de lo que había que resguardar. Poco interpeladas estaban las trabajadoras en estas campañas, y más en el rol de administradoras y consumidoras.
Por otro lado, hay un doble estándar respecto de esos consumos superfluos. Hay unos consumos superfluos del varón que tienen unos riesgos y unos consumos superfluos de las mujeres que tienen otros riesgos, y esto aparece permanentemente en los discursos de época. Había una asignación de dinero para los consumos del varón: el club, algún cine, alguna cosa sobre la que no rendía cuentas; ahora, en general, los argumentos sobre los consumos lujosos o superfluos de las mujeres tenían una cierta connotación moral negativa, lo de las mujeres ponía en riesgo la familia y la patria prácticamente, un vestido de más podía llegar a ser un problema. Este lugar del despilfarro en el concepto de administración, en Bunge, siempre es una idea de un deber ser racional, de no lujo, austero, de la administración con lo que hay, y eso se transmite a otras instancias en la discusión sobre los consumos populares: cuáles son las necesidades que debieran ser satisfechas por las políticas y en qué se gasta y en qué no se gasta. El presupuesto sobre la mujer mejor administradora subyace en las políticas sociales desde hace años, ya Palacios mismo planteaba que la receptora de las asignaciones familiares debía ser la mujer de la casa, porque el riesgo del alcohol estaba demasiado presente en los varones como para que el sobresalario lo cobrasen ellos.
Un cuarto momento de esta problematización entre mujeres y economía es de cuestionamiento y de malestar. A fines de los 60, principio de los 70, aparece esta idea de la posibilidad de visibilizar el trabajo (Isabel Larguía lo llamaba el trabajo invisible), de traducirlo en términos económicos, debatir el valor de ese trabajo, pero además pensar cómo participa o no de la generación de plusvalía (esta idea fue muy difícil de establecer, que esa administración naturalizada por la división sexual del trabajo tuviera algo que ver con la producción). Fue una larga lucha poder llegar a pensar ese trabajo invisible como algo del orden de lo que acumula capital en alguna instancia del proceso. En ese punto, surge una experiencia (en este caso del marxismo italiano) que tiene que ver con la lucha de los salarios para el ama de casa –hoy cobran otra actualidad por discusiones como las de la jubilación–; después derivó en otras discusiones respecto de si la liberación del espacio doméstico pasaba por entrar a la opresión de la explotación capitalista a través del salario. Me parece interesante recuperar esto porque fue un momento fundamental para entender las discusiones actuales.
Por último, invito a pensar las persistencias de estos cuatro momentos, de la división sexual del trabajo, la caracterización del rol de las mujeres como consumidoras, el reconocimiento de los distintos tipos de trabajo y el reconocimiento del trabajo de cuidados que es parte de ese trabajo invisible que denunciaba Isabel Larguía en los años 70. Cualquier discusión sobre estas cuestiones de mujeres y economía requiere pensar, no solo esos niveles macro, en el que a veces muchas de nosotras no estamos, sino también esos otros lugares donde se interpelan de distintos modos la economía de las prácticas cotidianas, que hace a la reproducción propia de la vida y del cuidado de la vida.
Corina Rodríguez Enríquez - Economista e investigadora - Conicet-Ciepp
La economía feminista y la desigualdad
Una de las motivaciones básicas que genera el motor del trabajo desde la perspectiva de economía feminista es la preocupación por la desigualdad socioeconómica, ya que si queremos vivir en sociedades más igualitarias necesitamos comprender las dinámicas que reproducen esta dimensión de la desigualdad y que se entrecruzan con otras.
Podemos identificar la economía feminista como un campo dentro de la disciplina económica, y la podemos entender así, como un programa académico, pero yo creo que la particularidad que tiene es que es un campo de producción de conocimiento, pero también un programa político, porque produce conocimiento con esta motivación inicial de la que les hablaba y con la pretensión de contribuir a la transformación de la sociedad.
Las economistas feministas trabajamos desde lo que podemos definir como el trabajo académico, pero en diálogo permanente con sectores de la política pública, con movimientos sociales, con el activismo.
¿Y en qué contribuye esa perspectiva? Lo que la economía feminista expresa es la tardía llegada del feminismo a la economía y la economía como la ciencia social donde el feminismo llega más tarde. Y en buena hora que ha llegado. La economía feminista recupera, actualiza y pone en los debates actuales muchas de las discusiones históricas del feminismo.
La primera contribución de la economía feminista es una mirada feminista sobre toda la economía. Creo que una trampa que deberíamos evitar es la de sobreenfatizar aquellos desarrollos de la economía feminista que pueden comprenderse como los temas que les preocupan a las mujeres economistas, y por eso una de las contribuciones que a mí me parece realmente de las principales es esta noción de economía del cuidado.
Tenemos que resaltar que no se trata de especializarnos en los temas femeninos dentro de la economía, sino de incorporar la mirada feminista a la economía, y en este sentido la economía feminista tiene producciones que abarcan todos los campos de interés, hay producciones que dan cuenta de las dimensiones de género, de la dinámica macroeconómica, de los contenidos de género de la políticas económicas, y los desarrollos de la economía feminista atraviesan los niveles macro de análisis, los niveles mezzo y los niveles micro, el análisis de las dinámicas en los hogares, de las posiciones de las personas en la economía.
Otro de los aportes valiosos de la economía feminista tiene que ver con esta actualización de la cuestión de la producción y la reproducción, que se fundamenta básicamente en la histórica discusión sobre el trabajo doméstico del feminismo, de los feminismos, y que se actualiza con esta idea de la economía del cuidado. El concepto de la economía del cuidado me parece que tiene la riqueza de, justamente, poner la economía en el centro de esta discusión y enfatizar en la visibilización del rol sistémico que tiene el trabajo reproductivo, el trabajo que, en el ámbito de esta literatura, se llama trabajo de cuidado pero que podemos definir como el trabajo de reproducción cotidiana de la vida. Básicamente, lo que este abordaje hace, es demostrar que el sistema socioeconómico tal como lo conocemos no podría funcionar si no existiese este trabajo de reproducción cotidiana de la vida, que se hace al interior de los hogares, y que por obra de la división sexual del trabajo hacemos principalmente las mujeres.
La actualización de este tema que produce la economía feminista lleva a que en América Latina se empiecen a desarrollar muchas encuestas de uso del tiempo que nos permiten conocer empíricamente esto, y la información que estas encuestas recogen muestra que la presunción que teníamos era correcta, y que las mujeres hacemos mucho más trabajo no remunerado al interior de los hogares que los hombres. Tenemos información reciente, en Argentina, que se recogió con un instrumento muy precario, pero que nos permite por lo menos aproximarnos por primera vez a esta realidad. El caso de Argentina demuestra que las mujeres destinan el doble de tiempo que los varones al trabajo de cuidado no remunerado, y en jornadas muy prolongadas; en promedio, para un total urbano, las mujeres destinan más de seis horas diarias al trabajo de cuidado diario, mientras los hombres destinan solo tres, y es muy interesante ver cómo, cuando empezamos a cruzar esta información con otras variables, hay algunas características de los hogares, o algunas características de la comisión socioeconómica, laboral, de las personas, que cambian la dedicación de tiempo de las mujeres, pero no le hacen ninguna diferencia a los hombres. Concretamente, lo que observamos con esta información, es que la existencia de niños y niñas en los hogares implica un aumento en el tiempo que varones y mujeres destinan al trabajo de cuidado no remunerado, pero manteniendo la brecha, o sea, varones y mujeres con hijos pequeños, ambos dedican más tiempo al trabajo de cuidado no remunerado, pero las mujeres se siguen dedicando el doble de tiempo que los varones.
Entonces, según esta información, una mujer que vive en un hogar donde hay un menor de seis años, destina nueve horas diarias al trabajo de cuidado no remunerado. Sumen estas nueve horas diarias a las ocho o diez horas de la jornada laboral, y réstenle las 24 horas, y van a ver por dónde ajusta esta dinámica de organización del cuidado: ajusta por el tiempo de las mujeres y ajusta por la calidad de vida de las mujeres. Y cuando cruzamos esta información con la situación ocupacional de los varones y de las mujeres, lo que esta encuesta nos muestra es que estar ocupadas o estar desocupadas a las mujeres les genera un pequeño cambio en la distribución, en la intensidad de su tiempo dedicado al cuidado del trabajo no remunerado. Las mujeres que participan en el mercado laboral destinan un poco menos de tiempo que las mujeres que están desocupadas, y esto a los varones no les hace ninguna diferencia. Los varones ocupados destinan en promedio tres horas al trabajo de cuidado no remunerado, y los varones desocupados destinan exactamente el mismo tiempo. Entonces, esta brecha en el uso del tiempo de varones y mujeres no se explica porque los varones están sobreocupados o destinando mucho tiempo al trabajo remunerado, sino que se explica por las relaciones de género, se explica por la división sexual del trabajo, y por esta naturalización de la capacidad de las mujeres para cuidar.
Esta distribución tan desigual de las responsabilidades de cuidado deviene de una construcción social de la idea de que las mujeres tenemos una capacidad natural para cuidar superior a la de los varones: que porque parimos y amamantamos tenemos una capacidad superior que los varones, que carecen de esta posibilidad biológica de cambiar los pañales, de limpiar el baño, de preparar la comida; este hecho es lo que llamamos la naturalización de las capacidades de las mujeres para cuidar. No es natural esta división, las mujeres no tenemos una capacidad natural derivada de nuestra capacidad de parir para limpiar el baño mejor que los hombres, este es un contenido social que expresa las relaciones de género que están en la base de esta desigualdad.
Por otro lado, la manera en que socialmente se organiza este trabajo de reproducción cotidiana de la vida resulta injusta porque las responsabilidades están distribuidas de manera diferente entre varones y mujeres, pero también entre los actores que participan en la producción de cuidado. Los hogares cuidan, reproducen cotidianamente la vida, pero también se cuida en el ámbito de instituciones del Estado, por ejemplo en las escuelas, en las salas maternales, también se cuida en instituciones mercantiles, por ejemplo en una residencia para personas mayores de gestión privada. Entonces, podemos definir la organización social del cuidado como la manera en que el Estado, el mercado de los hogares y las organizaciones comunitarias, se interrelacionan en esta provisión de cuidado de reproducción cotidiana de la vida, y decimos que es injusta porque las responsabilidades de cuidado están desigualmente distribuidas entre Estado, mercado, hogares y organizaciones comunitarias, y dentro de cada uno de estos sectores, entre varones y mujeres.
La organización social del cuidado es un espacio donde se expresa con mucha claridad la interrelación que hay entre las desigualdades de género y las desigualdades socioeconómicas, o las desigualdades de clase. Las relaciones de clase y las relaciones de género se interrelacionan, y en esta dimensión se expresan de manera muy contundente. Entonces, si consideramos que vivimos en una sociedad injusta este es un nudo imprescindible a atender.
Otro punto en el que quisiera resaltar los aportes de la economía feminista tiene que ver con exponer las dimensiones económicas de la desigualdad de género, en particular, la dimensión económica de los problemas de violencia de género, la dimensión económica de los problemas con la garantía y respeto de los derechos sexuales y reproductivos, y en este sentido creo que uno de los desafíos es conseguir un diálogo más fluido con las organizaciones de mujeres, feministas, sociales, para poder dar cuenta de estas complejidades y de estas dimensiones. Por eso creo que la economía feminista contribuye a la construcción de demandas de las mujeres, debe servir de insumo para dos cosas: primero, para generar una demanda social por políticas de cuidado; y en segundo lugar, para diseñar adecuadamente estas políticas de cuidado, que den cuenta de las necesidades diversas de las familias y de las personas, y que se piensen, no como políticas para las mujeres, sino como políticas transformadoras que reconozcan el rol del trabajo de cuidado no remunerado, la intensidad del trabajo de las mujeres en desarrollo de este cuidado, pero que fundamentalmente permitan generar mecanismos para redistribuir este cuidado.
Y esto lo vinculo también con la discusión sobre el salario del ama de casa. La economía feminista desarrolla herramientas que permiten visibilizar estos problemas, cuál es la demanda política que se genera a partir de estos problemas, el peso del trabajo no remunerado, el trabajo no remunerado como una restricción a la participación económica de las mujeres y por lo tanto como una restricción al desarrollo de su autonomía económica. ¿Pero cómo se resuelve o aborda? ¿Con un salario para el ama de casa? Eso es parte del debate. Este problema se aborda redistribuyendo las responsabilidades, se aborda desnaturalizando la idea de que las mujeres somos las principales responsables del cuidado, se aborda desnaturalizando esta figura de la madre. Se hablaba de la jubilación del ama de casa, en Argentina no existe una jubilación del ama de casa, existe un plan de inclusión previsional que se ha concebido, en términos coloquiales, de esta manera, lo que da cuenta de que está atendiendo un problema que se vincula con esta sobreutilización del tiempo de las mujeres para reproducir cotidianamente la vida.
Quisiera cerrar señalando este desafío de generar puentes, diálogos, propuestas colectivas con las organizaciones sociales, con los movimientos sociales, con las organizaciones de mujeres, con las organizaciones feministas. En este sentido creo que el contexto electoral es una muy buena muestra del camino largo que nos falta por recorrer, porque si revisamos lo que ha sido la discusión de campaña, las propuestas, vamos a reconocer que en la mayor parte de la discusión de política pública, las problemáticas y necesidades respecto a las mujeres están ausentes de la preocupación de quienes están aspirando a lugares de poder, están muy débilmente presentes, o relativamente ausentes de las demandas sociales y de la preocupación general, aun cuando están impregnados en nuestra vida cotidiana, aun cuando todas y todos podemos reconocernos en muchas de las cosas que estamos hablando aquí. Entonces, me parece que un desafío importante es poder construir esta preocupación social por estos temas que son claves para poder pensar una sociedad más igualitaria.
Mercedes D’Alessandro - Economista - Economía Femini(s)ta
Invisibilizadas
Somos un grupito que surgimos básicamente de exponernos a la situación del debate público y ver la ausencia total de la mujer en el debate público. Le pido a cada uno de ustedes que piense qué mujer economista vieron discutiendo en el último año en la televisión, o qué mujer economista leyeron en el suplemento de Página12, La Nación o el de Clarín, discutiendo sobre el tipo de cambio, sobre las retenciones. Porque tenemos “Las 12”, el suplemento feminista de Página12, donde está el pelotero, donde las chicas tratan sus temas y juegan con sus juguetes, pero en el cuerpo del diario, cuando uno está discutiendo los problemas económicos –los fondos buitres, las retenciones, el tipo de cambio, la devaluación, etc. –, las mujeres casi no aparecen.
Yo soy muy activa en las redes sociales, y en el Twitter de repente me encontraba discutiendo con tipos, con montón de compañeros, algunos que tenemos las mismas ideas, otros que estamos totalmente en contra, pero era una chica, cada tanto aparecía alguna, todo el tiempo eran varones. Entonces empezamos a preguntar qué pasa, dónde están las chicas, por qué no participan. Cuando miramos el censo de la carrera de Economía de la UBA de 2004 (que es el último que tenemos abierto por carrera y por sexo), vimos que la composición de la carrera en el 2004 (los que ya nos recibimos hace rato) mantenía un 43% de mujeres y el resto varones. Es decir que no es una carrera en las que hay dos chicas nada más, como suele ser física, sino una bastante equitativa, incluso hay profesoras. Entonces, ¿por qué no llega la mujer al debate público?
Comenzamos a hacer este ensayo buscando los paneles de discusión, juntamos más de 60 ejemplos en los que no hay mujeres. Por ejemplo, en el programa “Economía sin corbata”, ¿por qué se llama sin corbata?”, el logo es una camisa de varón, ¿por qué? Y al consultarlos me dicen “porque es como charlar descontracturadamente”, yo les digo que nunca sentí contractura por corbata, o sea, nunca usé una corbata. También me dicen que la corbata remite al FMI y a las discusiones con los neoliberales, a lo que contesto que Christine Lagarde, que es la directora del FMI, es una mujer, es la mandataria del Fondo Monetario Internacional y no usa corbata. Es como que para ellos es canchero decir que la economía es una cosa sin corbata; a mí me parece que es una reproducción, otra vez, de una idea un poco machista, sobre que la economía es una cosa de hombres.
También, hicimos una recopilación de las excusas de por qué no hay mujeres en los paneles, algunas de ellas son “no están tan interesadas”, “no hay calificadas”, “hay pocas mujeres con renombre”, “las llamamos a todas y están ocupadas” (esa es la clásica), “que seamos todos hombres es una casualidad”. Pero estas excusas las hemos escuchado de colegas que dicen ser abiertos, igualitarios, y que tienen esto en la cabeza. Después también te dicen: “No podemos sacar un hombre para poner una mujer, porque, bueno, ¿qué vamos a hacer ahora, cupo?”. Y les agrego un dato adicional: hace muy poquito en una revista que se llama The Economist (una publicación de economistas) salió un ranking de los 100 economistas más influyentes del mundo, ¿y saben cuántas mujeres había en ese ranking? Ninguna, ninguna en el mundo. ¿Saben cuántas mujeres ganaron el Premio Nobel de Economía? Una y tampoco era economista, es Elinor Ostrom, lo ganó compartido con un colega. Lo que quiero decir es que si les pregunto a qué mujeres economistas conocen, ¿cuántas se les ocurren? En cambio si les pregunto cuántos hombres se les ocurren, van a ser un montón, al igual que economistas famosos de la historia. Si bien hay mujeres en la Economía, de alguna manera nos hemos quedado relegadas.
Yo, la verdad, no tengo una hipótesis muy desarrollada acerca de por qué no tenemos unos roles más visibles. El otro día leía una nota que escribió Nora Bar –que es una periodista científica–, que hablaba sobre la ciencia, y ella decía que, en Argentina, por ejemplo, en el Conicet, el 62% de las becarias son mujeres, y dice que hay una feminización de la ciencia, pero en las bases, sin embargo, cuando uno se pone a analizar la estructura jerárquica y va a ver quiénes son los directores de los departamentos, quiénes son los que ejecutan los presupuestos, quiénes son los que organizan, otra vez son varones. Entonces, quiere decir que hay muchas mujeres en la base, pero están esos baches, para ascender.
También en la nota de Nora Bar decía que, si uno miraba la composición familiar de estos directores de departamentos, y de grupos de investigación y de Conicet, encontraba que los varones eran hombres casados que tenían, más o menos, entre cuatro y cinco hijos, y las mujeres que eran directoras eran mujeres solteras o mujeres casadas y sin hijos. Muchas de las científicas a las que ella consulta y les pregunta por qué piensan que las mujeres no ascienden escalas jerárquicas, muchas contestan “bueno, yo, cuando recibí mi beca, estaba en la edad en la que quería formar mi familia, tener hijos, entonces comencé a aceptar trabajos flexibles, de pocas horas, que me permitieran retirarme antes”. Entonces también empezamos a aceptar trabajos más flexibilizados, más precarios, con facilidades para poder retirarnos porque si el chico se enferma, hay que ir a buscarlo, o si la tía segunda está en el hospital la vamos a atender, o hay que ocuparse de la comida, de la casa, etc. Todas esas tareas recaen asimétricamente en las mujeres.
Hay veces en que la estructura del mercado en la que una trabaja no atiende ese desarrollo individual que una hace, una puede decir “bueno, quiero repartir igualitariamente las tareas con mi marido, o con mis hijos, en mi estructura familiar”, pero si la mujer se embaraza tiene tres meses de licencia laboral y el hombre tiene dos días, en este país, entonces está claro quién se va a ocupar de esas cosas.
Ahí tenemos la cuestión del cuidado, que recién lo mencionaba Corina, y ella decía que hay un montón de cosas que se han hecho en algunos países para revertir esta situación. En los países nórdicos, que son pioneros en este tema, hacen licencias de paternidad compartidas, entonces cuatro meses le corresponden a la mujer, cuatro meses al varón, o también hay países en donde hay guarderías públicas, en donde las familias pueden hacer que sus hijos sean cuidados y continuar con su vida; son un montón de situaciones que vale la pena empezar a pensar porque tienen que ver con las posibilidades, como que la mujer pueda salir a trabajar. Porque también a una mujer que está la mayor parte de su vida en la casa, cuidando a los niños, el tiempo se le reduce, se le suma el cansancio, y tiene menos posibilidades.
En cuanto a la brecha salarial, las mujeres en Argentina cobran 27 puntos porcentuales menos que los varones, es una brecha alta en el nivel latinoamericano. La brecha del empleo no registrado (esta categoría es importante porque en Argentina las mujeres tienen, en general, empleos más precarios, por todo esto que decíamos) alcanza al 35% de las mujeres y esa brecha en la última década escaló al 40%.
Otro dato es que en Argentina solamente el 7% de las empresas más grandes tienen CEO, es decir, cargo ejecutivo, en una mujer, y la brecha salarial en esos cargos es del 40%, es decir que no solo se da en las trabajadoras precarizadas, con menor formación, o que tienen bajo nivel de escolaridad, sino también mujeres que han llegado a puestos altísimos se enfrentan con este problema de la brecha salarial. También está la brecha de la maternidad, porque las mujeres con hijos ganan distinto a las sin hijos, en un 16%.
Cuando uno se pone a mirar en la economía qué aparece, y se encuentra con todos estos datos, el problema empieza a tomar otro color, porque entonces no se trata solamente de si las mujeres aparecemos o no aparecemos en la tele, sino de si las problemáticas de género aparecen o no aparecen en nuestra formación, en lo que nosotras estudiamos, en lo que ponemos en las políticas públicas, en lo que pensamos en las organizaciones sociales, en las estrategias de acción, es decir, no es solamente un problema de las profesionales económicas, como decía al principio, sino que aparece también en cómo vamos entendiendo y procesando la cuestión.
Por ejemplo, en la Facultad de Ciencias Económicas, en la carrera de Economía, solamente hay una materia –optativa– que es de Economía y género; es como un capítulo aparte, el que quiera tener esta formación puede ir ahí, pero no está transversalmente incorporada a casi ninguna de las corrientes económicas que nosotros estudiamos.
Coincido en que la perspectiva de la economía feminista viene de alguna manera a visibilizar o a mostrar esto, a aportar a las discusiones, pero de alguna manera también debería hasta abandonarse si tuviera resultado, debería incorporarse para no tener la necesidad de ponerlo en un capítulo aparte que lo muestre. El objetivo estará cumplido en el momento en que deje de ser necesario tener que estar haciendo esta segmentación y estar mostrando y estar reflexionando sobre esto.
Hay distintas formas de ver y entender la economía, hay un montón de discusiones que tenemos por delante para florecer en este campo, y sin duda la perspectiva de género a nosotros nos aporta problemas, herramientas, soluciones. Para mí, fue muy impresionante ver el impacto que tuvo la marcha de Ni una menos, y cómo a partir de eso, aunque sea en el eslogan de las campañas, aparecía la violencia de género. Pero todavía los problemas de la economía, del cuidado, de la salud reproductiva, de la decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo, son debates opacados, o que pasan por otro carril. De todas formas, me parece que hay un paso o una inquietud que tenemos que aprovechar ahora para seguir instalándolo y seguir discutiéndolo, para que entre en la agenda de debate público y de las políticas públicas.
Para cerrar, leía que vamos a tener por primera vez cinco gobernadoras mujeres en este país: María Eugenia Vidal (Buenos Aires), Alicia Kirchner (Santa Cruz), Lucía Corpacci (Catamarca), Rosana Bertone (Tierra del Fuego) y Claudia Ledesma (Santiago del Estero). Obviamente, que sean mujeres no significa ni que sean feministas, ni que tengan perspectiva de género, pero sí de alguna manera rompe con la idea que tenemos de la política y la participación política de las mujeres. Hay mujeres que le han hecho mucho daño a la historia de la humanidad, pero de alguna manera vale la pena pensar cuál es el rol que tenemos nosotras en la actividad política, romper también esos prejuicios. Por ejemplo, María Eugenia Vidal no será santa de nuestra devoción, pero lo cierto es que está en un distrito en el cual se habla de los “barones del conurbano”, y donde pareciera que ella no puede tener aguante por el hecho de ser mujer. Vamos a ver si puede o no puede, pero hay un montón de cosas que está bueno que empiecen a pasar y discutirse y abrir el juego. No solamente exigirle política de género a las mujeres, se la tenemos que exigir a los candidatos, al presidente, a los gobernadores, a nuestros colegas, a nuestro lugares de trabajo.
[1] Coordinador asistente del departamento de economía política y sistema mundial del Centro Cultural de la Cooperación.Economista UBA, Magister en Estudios Comparados del Desarrollo en la EHESS – Paris (Francia).
[2] Coordinadora del Dpto de Cooperativismo del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Miembro del Comité editorial de Revista Idelcoop.