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REFLEXIONES Y DEBATES
El cooperativismo. Entre la memoria y el olvido.
Número 240 / Año 2023 / Por Vasco Suárez, Carlos Mario
El artículo describe los alcances prácticos de la memoria colectiva en el cooperativismo colombiano y las causas y efectos del olvido colectivo en el sector cooperativo. Iniciando con un corriente análisis de la memoria individual en los seres humanos, trasciende hacia la memoria colectiva y la pérdida de la misma en el sector cooperativo, y se analizan igualmente aquellos procesos colectivos del cooperativismo y el legado de la memoria, vinculando este análisis con la Historia como disciplina humanista y con las maneras actuales en que tal memoria colectiva se emplea en el cooperativismo. Esta memoria colectiva también es relacionada con el olvido individual y cooperativo, explicitando sus usos y abusos para finiquitar con el análisis del porvenir de la memoria colectiva en el cooperativismo. El artículo aportará al estudio y análisis del desenvolvimiento cooperativo desde su historia, su memoria y su porvenir como modelo empresarial.
Abstract Co-operativism, between memory and oblivion The article describes the practical scope of collective memory in Colombian co-operativism, and the causes and effects of collective oblivion in the cooperative sector. Starting with a current analysis of individual memory in human beings, it transcends to collective memory and its loss in the co-operative sector, and also analyzes those collective processes of co-operativism and the legacy of memory in them, linking this analysis with History as a humanistic discipline and with the current ways in which such collective memory is used in co-operativism. This collective memory is also related to individual and co-operative oblivion, explaining its uses and abuses to conclude with the analysis of the future of collective memory in co-operativism. The article will contribute to the study and analysis of the co-operative development from its history, its memory and its future as a business model.
Resumo Cooperativismo entre a lembrança e o esquecimento O artigo descreve o alcance que teve a memória coletiva no cooperativismo colombiano, e as causas e efeitos do esquecimento coletivo no setor cooperativo. Partindo de uma análise comum da memória individual nos seres humanos, transcende-se à memória coletiva e a perda dela no setor cooperativista, e, bem como são analisados aqueles processos coletivos do cooperativismo e o legado da memória neles, relacionando essa análise com a História como disciplina humanista, e com as formas atuais em que essa memória coletiva é utilizada no cooperativismo. Essa memória coletiva, também, está relacionada ao esquecimento individual e cooperativo, explicando seus usos e abusos para finalizar com a análise do futuro da memória coletiva no cooperativismo. O artigo contribuirá para o estudo e análise do desenvolvimento cooperativo desde sua história, sua memória e seu futuro como modelo de negócio empresarial. Palavras-chave: memória coletiva, cooperativismo, processos sociais, história cooperativa, esquecimento.

Revista Idelcoop nº 240 - Julio 2023 - ISSN Electrónico 2451-5418 /  Sección Reflexiones y Debates

Idelcoop Fundación de Educación Cooperativa

 

 

El cooperativismo, entre la memoria y el olvido

 

Carlos Mario Vasco Suárez[1]

 

Resumen

El artículo describe los alcances prácticos de la memoria colectiva en el cooperativismo colombiano, y las causas y efectos del olvido colectivo en el sector cooperativo. Iniciando con un corriente análisis de la memoria individual en los seres humanos, trasciende hacia la memoria colectiva y la pérdida de la misma en el sector cooperativo, y se analizan igualmente aquellos procesos colectivos del cooperativismo y el legado de la memoria en ellos, vinculando este análisis con la Historia como disciplina humanista y con las maneras actuales en que tal memoria colectiva se emplea en el cooperativismo. Esta memoria colectiva también es relacionada con el olvido individual y cooperativo, explicitando sus usos y abusos para finiquitar con el análisis del porvenir de la memoria colectiva en el cooperativismo. El artículo aportará al estudio y análisis del desenvolvimiento cooperativo desde su historia, su memoria y su porvenir como modelo empresarial.

 

Palabras clave: memoria colectiva, cooperativismo, procesos sociales, Historia cooperativa, olvido.

 

Co-operativism, between memory and oblivion

 

 

 

Abstract

The article describes the practical scope of collective memory in Colombian co-operativism, and the causes and effects of collective oblivion in the co-operative sector. Starting with a current analysis of individual memory in human beings, it transcends to collective memory and its loss in the co-operative sector, and also analyzes those collective processes of co-operativism and the legacy of memory in them, linking this analysis with History as a humanistic discipline and with the current ways in which such collective memory is used in co-operativism. This collective memory is also related to individual and co-operative oblivion, explaining its uses and abuses to conclude with the analysis of the future of collective memory in co-operativism. The article will contribute to the study and analysis of the co-operative development from its history, its memory and its future as a business model.

Keywords: collective memory, co-operativism, social processes, cooperative history, oblivion.

 

Cooperativismo entre a lembrança e o esquecimento

                                                                            

 

Resumo: O artigo descreve o alcance que teve a memória coletiva no cooperativismo colombiano, e as causas e efeitos do esquecimento coletivo no setor cooperativo.

Partindo de uma análise comum da memória individual nos seres humanos, transcende-se à memória coletiva e a perda dela no setor cooperativista, e, bem como são analisados aqueles processos coletivos do cooperativismo e o legado da memória neles, relacionando essa análise com a História como disciplina humanista, e com as formas atuais em que essa memória coletiva é utilizada no cooperativismo. Essa memória coletiva, também, está relacionada ao esquecimento individual e cooperativo, explicando seus usos e abusos para finalizar com a análise do futuro da memória coletiva no cooperativismo.

O artigo contribuirá para o estudo e análise do desenvolvimento cooperativo desde sua história, sua memória e seu futuro como modelo de negócio empresarial.

Palavras-chave: Memória coletiva, cooperativismo, processos sociais, história cooperativa, esquecimento.

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

Decía Cayetano Betancur (1939: 23), filósofo colombiano en su escrito Sociología de la simulación y la autenticidad que “hay épocas culturales en que predomina la lealtad, la fidelidad, la veracidad, la sinceridad como formas que mantienen muchas de las relaciones comunitarias o casi todas ellas”, y, en consecuencia, al cooperativismo colombiano le ha faltado completa sinceridad (al menos en algunos sectores económicos, en algunas regiones y en variados momentos históricos) en su relación social y económica con la comunidad (organización social), es decir, con su origen, cayendo en la desmemoria y el olvido, sobre todo en su esencia nuclear, su doctrina. Y esta connotación desviadora de la esencia del sector – bajo nuestro análisis – es de clara manifestación en las convulsionadas épocas tecnológicas cuando los modelos sociales se concentran en su modernidad. Y esto es así porque se precisa, por parte del cooperativismo (y, para los efectos de este ensayo, la economía solidaria), la irrefutable necesidad del conocimiento de los hechos de su propio pasado y su relación con su presente para dejar un pleno discernimiento de su huella, es decir, la memoria; en otras palabras, su sello entendido como un fenómeno que podemos percibir.

            Vamos a deambular por los caminos de la memoria y la Historia para notar cómo el cooperativismo (al menos en el concierto colombiano actual y en algunos subsectores económicos) ha fosilizado y petrificado su origen, su génesis, relegándolo a un recuerdo nebuloso y gaseoso, con las consecuentes derivaciones de pérdida de peso histórico, de poder político y de garantía de su continuum en la supuesta línea recta de la Historia, ya que el cooperativismo necesita elementos de conocimiento cierto que sean accesibles para intentar restituir la calidad de la experiencia vivida por los y las primigenios cooperativistas y que cambia de textura cuando se enriquece con la vivencia de sus actores; en otras palabras, la Historia. O, como lo cita Manuel Reyes Mate (2006: 45) al referirse a las palabras de Walter Benjamín, que la memoria “se asemeja a rayos ultravioletas capaces de detectar aspectos nunca antes vistos de la realidad”.

            Y cuando confinamos, llegando a posiciones extremistas ninguneadoras y apocadoras, la memoria colectiva y la historia del cooperativismo, sembramos el olvido, aunque este sea parte inherente de la memoria, ya que, por naturaleza, es imposible un recuerdo total y absoluto de las vivencias. Memoria e Historia indudablemente no son sinónimos porque cada expresión hace referencia a una cosa diferente, y cuando los recuerdos, o sea, aquellas percepciones, vivencias, experiencias, evocaciones, emergen a través de la Historia, estamos iniciando el camino de la memoria, no al estilo de “Funes el Memorioso”, aquel cuento de Jorge Luis Borges, donde el personaje nunca olvida nada y por eso no tiene memoria.

La memoria individual

Que el computador tenga determinada memoria, solamente refleja su capacidad de almacenar, retener y memorizar datos informáticos, no refleja su habilidad para discernir entre la memoria caduca y la memoria vital, y mucho menos, la importancia de la información acumulada. La cooperativa y el cooperativismo en general, no son computadores. El presente, es decir, las maneras de significar el espacio y el tiempo, se encuentra fuertemente supeditado al pasado, o sea, a la historia, y esta viene a representarse por medio de la memoria, entendida como el proceso dinámico en dos sendas (como “almacén” de sensaciones, sentimientos y percepciones, y como recuperador de los recuerdos que se activan y se actualizan) donde queremos recordar lo que vivimos, oímos o pensamos, y lo “imprimimos” como en un bloque de cera maleable, mayor en unas personas, menor en otras, de una cera más pura en unas personas y de menor calidad o adulterada en otras. Y lo “impreso” lo recordamos y lo sabemos, o sea, lo interiorizamos tanto como su imagen original. Esa es la memoria, pero particularmente, la memoria individual; otra cosa es la memoria colectiva.

            La memoria individual, asunto técnico e íntimamente ligado a la Medicina, a su estructura neuroanatómica, que explica el funcionamiento del sistema cerebro -mente para aprender y recordar-, o atado también a la psicología que la entiende como un mecanismo individual y mental de retención del aprendizaje, se enfoca en la memorización cognitiva. Para Denise Jodelet (1998), la psicología cognitiva postula la relación entre conocimiento y memoria, considerando el primero como una forma de memorización; Jodelet insiste en la relación entre conocimiento y memoria suponiendo que la capacidad de esta última consiste en almacenar información (como un computador) y que su función es codificar, registrar, buscar y recuperar dicha información, tal como lo hizo ficticiamente el actor Denzel Washington en su personaje de la película del año 2010, El libro de los secretos o El libro de Elí. Así las cosas, los individuos poseen una memoria constituida, una estructura inerte. Esta posición es contraria a la postulada por Freud en la medida que, para él, los recuerdos y las imágenes reprimidas ejercen influencia en el comportamiento y las acciones de las personas; de ahí que es difícil plantear la memoria como un depósito estático.

            La memoria individual -insistimos, anticipando nuestra tesis en este ensayo, que algunos sectores del cooperativismo están conformados por personas que des-memorizan la historia cooperativa y se convierten en amantes volátiles del olvido, apasionadas del des-recuerdo cooperativo- recuerda aquellos objetos o sucesos (por ejemplo, el suceso de los Pioneros de Rochdale) que le sean únicos y que las arrastre a reacciones emocionales, que sean activamente repetidos y que conduzcan a cambios posteriores en su conducta o creencias. Y al parecer esto no se origina en un cierto sector de cooperativistas. A la final, la memoria individual (y colectiva) está en los recuerdos y aquella es la base de la personalidad humana ya que “somos lo que hacemos, lo que decimos. Somos siempre la memoria de nosotros mismos”, como lo argumenta José María Segovia de Arana (2003: 633).

            La memoria individual (y la colectiva) se hace tangible por medio del recuerdo entendido como aquel proceso en el que las representaciones pasadas (la recuperación en el “almacén”) se utilizan como láminas o timbres que le sirven al cerebro para reconstruir o rememorar un acontecimiento pasado, el cual siempre estará teñido por la conveniencia y realidad personal del momento, lo que quiere decir, que la memoria individual es circunstancial y situacional, depende de las circunstancias que rodean el recuerdo y de la situaciones del momento en que se evoca el recuerdo, pues no es lo mismo para un cooperativista recordar, por ejemplo, qué variables incidieron en la crisis cooperativa de los años 90 en Colombia, como lo demuestra el trabajo de Liliana Ochoa García (2007), o qué razones propiciaron la creación de cooperativas de ahorro y crédito en Colombia en la década de los años sesenta del siglo pasado, o cuáles fueron las razones jurídicas y políticas para la promulgación de la ley 454 de 1998, también en Colombia. Queda claro que el/la auténtico/a cooperativista debe conocer la Historia de la Humanidad y la Historia del modelo cooperativo.

La memoria colectiva

            Partamos tajantemente del postulado de que la memoria colectiva del cooperativismo (y de cualquier otro movimiento social) no es una sumatoria de memorias individuales, que la memoria institucional y corporativa de una cooperativa en ningún momento es la unión del conjunto de memorias de sus cientos o miles de asociados y asociadas; una cosa es la memoria individual o del sujeto y otra cosa en la memoria colectiva o social, aunque ambos sean entes orgánicos. La memoria colectiva es un adicionado de memorias individuales, lo que quiere decir que las experiencias y conocimientos compartidos se recuperan de personas que vivieron en el pasado circunstancias semejantes. En el cooperativismo colombiano, la memoria colectiva del sector está inmensamente segmentada y fragmentada, carente de unidad común a pesar de tener un supuesto origen unitario instituido en la cooperación y la solidaridad, como lo describe cronológicamente el ensayo de Luz Patricia Pardo-Martínez y María Victoria Huertas de Mora (2014), que esbozan la periodicidad histórica del sector cooperativo colombiano en cinco ciclos claramente temporizados.

            Para el cooperativismo, es radicalmente diferente aquella memoria constituida por hechos históricos que se van perdiendo en la línea del tiempo, que se van perdiendo por el desgano de las cooperativas para mirar su pasado, impelidas por las innumerables variables socio económicas del presente que las obliga a desdeñar sus raíces ancestrales animadas por la moda hegemónica de la supervivencia empresarial y por lograr su posicionamiento en la tortilla del mercado; esta memoria, descrita así, necesita ser sustituida por una memoria constituyente entendida como aquella constructora de realidad social, asunto este que dista mucho del quehacer cooperativo nacional, pues es precisamente el pasado, la historia y la memoria colectiva, lo que configura la identidad del cooperativismo moderno. La memoria colectiva del cooperativismo no puede naturalmente construirse de su pasado; también -en el marco del tiempo- es función de su presente y su futuro. Pero el cooperativismo hoy necesita perentoriamente de su pasado, volver a lo básico, revenir à la base, tanto para reforzar su identidad institucional como para sentar los cimientos de su desenvolvimiento actual, pues, al tenor de Roberto Manero Brito y Maricela Adriana Soto Martínez (2005: 173), “podría decirse que el pasado, entendido no como algo terminado sino como un proceso en continua construcción, es un elemento que dota de sentido a la realidad social y participa de los modos en que los sujetos significan y dan sentido al mundo que los rodea”, dándonos a entender, para el caso del cooperativismo, que no es suficiente con mirar el pasado del sector para avivarlo sino que a su vez es imprescindible para la lectura del presente.

            Si bien queda evidenciado que los y las cooperativistas de hoy (aunque muchos/as, no pocos/as, entran en la categoría de cooperativitoides, sujetos con apariencia social cooperativa, pero con sangre no precisamente de ella) alimentan sus memorias individuales por medio de la memoria colectiva del sector, esta se pierde en la maraña del mercado cuando se monopoliza el pasado, cuando se controla la memoria y los recuerdos de la organización, y este es uno de los tipos de tácticas preferido por el capitalismo. Es un ardid estratégico de los medios de comunicación  (derivado del sistema hegemónico vigente) mediante el cual, -controlando la memoria colectiva de la cooperativa, manipulando su historia, violentando la génesis histórica que le dio origen a la entidad jurídica y social, sus procesos sociales, sus leyendas, sus relatos y sus orígenes-, el/la cooperativitoide consigue que la organización cooperativa se asiente en la modernidad, tome partido en la lucha mercantil capitalista y en la seudotransformación empresarial. Este/a cooperativitoide  -sujeto altamente peligroso, numeroso en las cooperativas, ágil en el disfraz, elocuente en su perorata, ínfuloso en las relaciones- distingue que la memoria individual referencia el recuerdo de hechos sociales que realiza el individuo, que esta memoria individual, cuasi personal o bibliográfica o autorreferente, las bases de la memoria colectiva de la organización y que tal memoria colectiva estará autografiada con el sello real de su historia.[U1]  Este hecho es evidenciable cuando escuchamos hablar de la Cooperativa de Fulano o la Cooperativa de Sultano, y términos semejantes que individualizan la memoria colectiva de la cooperativa, tergiversando para su propio beneficio la frase histórica “no soy un hombre, soy un pueblo”, otrora lema del caudillo colombiano, el inmolado Jorge Eliécer Gaitán. Los y las cooperativitoides de esta escuela olvidan que la memoria colectiva hace referencia a la manera en que se recuerda, se olvida o se reapropian los aprendizajes en los grupos sociales, comunitarios y asociativos cuando están influenciados por la memoria social. Es decir, la memoria colectiva del cooperativismo existe en relación con los movimientos y procesos institucionales nacionales del sector (movimientos de jóvenes, de mujeres, de obreros y obreras, de intelectuales, de profesionales, de estudiantes, etc.) en la línea del tiempo donde cobra sentido; no cobra sentido en el presente sino en la medida que se haga su proceso arqueológico e histórico con las brochas de su pasado.

Procesos colectivos del cooperativismo y memoria

            Este documento no es un estudio de la Psicología Social del cooperativismo; es un ensayo sobre los fenómenos colectivos cooperativos en el contexto colombiano, como eje fundamental para evitar su desmemoria y olvido. Se debe entonces precisar que los factores sociales y colectivos que originaron el cooperativismo formal en la tercera década del siglo XX en Colombia,[2] no están constituidos por las operaciones o actividades de la memoria individual de aquellos/as personajes que promovieron la creación de cooperativas y la legislación para el sector; ellos y ellas solo fueron intérpretes de los movimientos sociales de la época, aún sin denominarse cooperativistas (inclusive, en su momento, llegaron a ser reconocidos/as como socialistas dado el carácter social de sus propuestas), movidos esencialmente por pretensiones políticas y partidistas.

            Sintetizando, la convulsionada época política bipartidista en Colombia generada en el siglo XX por los dos partidos políticos tradicionales (el liberal y el conservador), no era sino el caldo para la fuerza social, impulsada, no tanto por emuladores nacionales con ínfulas europeas, sino por aquellos movimientos desencadenantes de la Revolución de Octubre en la Rusia zarista, pero amalgamada a la Colombia rural; era una época impulsada por un crecimiento económico de importación (no de impulso a la economía nacional), a espaldas de la realidad social colombiana. Con esta perspectiva social, la memoria colectiva del cooperativismo colombiano no se vinculó social, colectiva o comunitariamente, porque desconoció que la memoria se construye a partir del presente, es decir, la memoria colectiva del cooperativismo se estructura a partir de las exigencias y necesidades actuales, operaciones que provee de materia prima para transformar la realidad social… y en eso hemos fallado. El problema es que en Colombia hemos confundido memoria individual cooperativa (destacamento supra-glorioso de personalidades de antes y de ahora) con la memoria colectiva cooperativa que, al decir de Maurice Halbwachs (1991), “la memoria colectiva agrupa a las memorias individuales, pero se confunde con ellas. Esta (la memoria colectiva) evoluciona siguiendo sus leyes, y si ciertos recuerdos individuales penetran también algunas veces en ella, estos cambian de figura a partir de que son emplazados en un conjunto que no es ya una conciencia personal”. El cooperativismo colombiano sigue perdiendo su memoria por afectación macro de las memorias individuales.

            Cuando el cooperativismo entienda que la memoria colectiva es un factor de lucha por una justicia social, que es una utópica lucha de la libertad social, configurando un modo de construcción de la realidad social, podemos entonces hablar de la memoria colectiva del cooperativismo que sienta las bases del futuro; cuando las cooperativas entiendan que su recuerdo institucional no es la mono-dirección del pasado al presente sino al contrario, comprenderán por fin que es prioridad re-construir – no reconstruir – el pasado, o sea, que los acontecimientos, hitos y experiencias de su pasado sean reinterpretadas en función de las exigencias del presente (por cierto, bastante incierto). Es decir, según Páez y Besave (1998), el carácter social de la memoria colectiva, la memoria institucional de la cooperativa, de la organización, radicaría en cuatro aspectos a fortalecer: primero, porque la memoria colectiva tiene un sentido social, ya que el recuerdo es un recuerdo con los y las otros/as, no de los y las otros/as (eso sería memoria individual); segundo, porque la memoria colectiva se apoya en los marcos sociales de referencia, como ritos, ceremonias o eventos sociales; tercero, porque las personas recuerdan las memorias compartidas y recordadas conjuntamente (aquí es bueno, con el ánimo de robustecer este punto, recordar cómo las familias colombianas en épocas estacionarias costumbristas, recuerdan colectiva y familiarmente hechos dramáticos, jocosos o gloriosos de su entorno familiar y social); y cuarto, porque la memoria colectiva se basa en el lenguaje y en la comunicación lingüística externa e interna con otros y otras seres significativos. En consecuencia, la memoria colectiva del cooperativismo -sobre todo su génesis doctrinal- debe ser himnotizada para no caer en la desmemoria y el olvido, porque así el espacio, el tiempo y el lenguaje se convertirán en marcos generales de la memoria colectiva.

            Pero, ¿qué es la memoria? Podría decirse que es una re-construcción del pasado desde las condiciones del presente, pero con la voz de ese pasado, por eso la memoria colectiva del cooperativismo no es homogénea; es diversa, plural, múltiple, heterogénea, grupal. Referirse a la memoria homogénea del cooperativismo es tanto como afirmar que un sujeto tiene una misma personalidad (sabemos perfectamente, según los psicólogos, que la personalidad humana es fluctuante, montaña rusa, ondulante). En este orden de ideas, no podemos hablar de memoria universal, tal vez sí, de historia universal, porque toda memoria colectiva es sostenida bajo un tiempo y un espacio, por un grupo determinado, o sea, por una organización específica. No podemos unificar la memoria colectiva del cooperativismo, pero sí podemos sistematizar la memoria institucional bajo los parámetros de la memoria colectiva; no hacerlo sería como si la historia del capitalismo fuera analizada bajo la lupa del cooperativismo. Existe crucial antagonismo.

Memoria colectiva e Historia

            ¿Qué es la Historia? Existen varias definiciones y concepciones de la Historia. Para L. E. Rodríguez Baquero (2017: 25), “puede decirse que la historia es el producto de la manera como el hombre de una época entiende e interpreta su pasado, lo relaciona con su presente y lo pone al servicio de su futuro”. Entonces, la Historia es una disciplina que estudia y expone, según determinados principios y métodos, los acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado y que constituyen el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes hasta el momento presente. Este es el concepto clásico de los estudiosos de la Historia, los historiadores, pero como la memoria colectiva no es la Historia, los cooperativistas, antes de serlo, deben ser historiadores, no de la Historia sino de la memoria histórica y colectiva del cooperativismo. Nos atrevemos a afirmar que un gran porcentaje (estimativo que amerita una investigación para su sustentación cuantitativa), muy superior a la media, casi tocando el techo, de los y las dirigentes cooperativistas, gerentes y miembros de cuerpos colegiados en Colombia, desconocen la historia y la memoria colectiva del cooperativismo; y si la desconocen y partiendo del postulado que el futuro se construye a partir del presente y con los lineamientos del pasado, entonces, ¿cómo harán estos/as dirigentes para forjar la gestión empresarial de su organización? ¿Será que improvisan? ¿O será que acuden a la numerología, a las cábalas y a los barruntos astrológicos para gestionar la organización?

            La Historia muestra un cuadro -como una obra pictórica-, a veces frío y cronológico, de los acontecimientos en el cual los marcos de la obra artística son exteriores a la vida de la obra, de las colectividades, es decir, los grupos sociales son “ajenos” a la Historia, pero como los marcos de la obra pictórica, le dan vida a ella, le inyectan dinamismo. En tanto la memoria colectiva sea un centro de tradición a preservar, deberán ser las acciones cooperativas las que pinten el cuadro de la historia cooperativa. Dado lo anterior, es absolutamente diferente estudiar la historia del cooperativismo a la memoria colectiva del cooperativismo. Según Maurice Halbwachs (1991), la Historia empieza allí donde termina la memoria colectiva. La historia del cooperativismo no se circunscribe a leer a Demócrito y su ayuda mutua, a Sócrates y su “pensar es recordar”, a Platón y su utopía comunista o a la utopía de Tomás Moro, a Campanella y su ciudad del sol, a Adam Smith y su liberalismo económico, a William Godwin y su sociedad igualitaria, a Robert Owen con su socialismo utópico y cooperativismo comunitario, a William King con sus tiendas cooperativas, a Charles Fourier el asociacionista, a tantos pensadores y realizadores del movimiento cooperativo. Es necesario desreverenciar a alguna de estas importantes figuras cooperativas de su panteón de verdades eternas, pues no siempre tuvieron la razón en su época. La historia del cooperativismo es la memoria colectiva de la sociedad, una memoria de grupos, una memoria comunitaria. Pero la historia del cooperativismo (al menos en Colombia) ha sido escrita, como alude el poeta Juan Manuel Roca para referirse a la historia colombiana, “con el borrador del lápiz”, ya que como ocurre dentro de los principios rectores de la historia, los medios sustituyen el fin y los resultados invierten los propósitos.

            La desmemoria colectiva es tanto como ver a “la gente sin historia”. Esta expresión, propia de Marx y Engels en el siglo decimonónico, fue utilizada para señalar su falta de simpatía por algunos movimientos nacionales separatistas (incluyendo el cooperativismo) de Europa oriental, pero atina a entenderse también como la forma en que la desmemoria cooperativa hace referencia a la gente, a los y las asociados y asociadas sin historia.

Usos de la memoria colectiva del cooperativismo

            Si la Historia es una disciplina social que enmarca hechos y sucesos históricos, la memoria histórica y colectiva es una actitud que dibuja la Historia. Dado lo anterior, los historiadores, los antropólogos (¿es la antropología la Ciencia del Hombre?), los sociólogos y los psicólogos saben para qué sirve la Historia, que no es otra cosa que traer al presente los hechos del pasado; pero la memoria colectiva –para el caso del cooperativismo – se trata de leer, conocer e interpretar la historia del sector en general (con sus heterogeneidades) y la historia institucional de la organización cooperativa en particular. Dados todos estos argumentos, vale la pregunta: ¿qué usos podemos darle a la memoria colectiva del cooperativismo?

            Veamos.  Primero, la re-construcción y construcción de los hechos cooperativos y su sentido. En palabras del filósofo búlgaro, Tzvetan Todorov (2013: 22), “la base sobre la que descansan las construcciones ulteriores es la recolección de información. En este primer paso no podemos ni siquiera hablar de un trabajo sobre el pasado”, ya que el pasado nunca se inscribe de forma mecánica en el presente sino, siempre y únicamente, su representación. Algo así como que de todas las huellas (para estos efectos, entenderemos “huellas” como los efectos de la re-construcción de la memoria histórica) dejadas por el pasado histórico del cooperativismo, el/la  historiador/a cooperativista elegirá y retendrá algunas para ser inmortalizadas e himnotizadas (por ejemplo, el caso de los Justos Pioneros de Rochdale o la Asamblea General de Constitución de la organización), o sea, aquellas que deben ser colectivamente recordadas y perennizadas para no caer en el olvido. Estas huellas son materiales físicos, pero los hechos son el resultado de una construcción social.

            Segundo, consolidación del pasado recuperado. Luego de desfosilizar la historia de la organización (y del sector en cuestión), su razón de constitución, sus relatos desempolvados, la génesis e intencionalidad socioeconómica de la creación, sus obstáculos y tropiezos, sus ventajas y beneplácitos, es hora de ponerlos al servicio de un objetivo interno: la creación y consolidación de identidad institucional, y de un objetivo externo: la permanencia corporativa. Para Colombia, la década del noventa del siglo pasado fue la fiel demostración de la negación a estos dos objetivos; por un lado, y para el primer objetivo, las organizaciones cooperativas se creyeron poseedoras (por su historia propia) de dominio comercial y financiero de la actividad mercantil, y esto resultó ser catastrófico, holocaustico y colapsador, como lo demuestra el estudio citado de Liliana Ochoa García (2007). Y, por otro lado, para el segundo objetivo, el logro de la estabilidad empresarial se cimienta en lo que no se presentó por la liquidación, disolución, quiebra y cierre de organizaciones cooperativas del subsector financiero (Coopiantioquia, Cotrabaco, Coosedeco, Donmatías, Cooperativa Social de La Guajira, Cooperativa Financiera del Sur de Colombia, Cooperativa de Empleados del Sena Valle, y muchos etcéteras). Es mejor no desenterrar muertos no tanatopraxiados; su hedor no es bueno.

            Tercero, la evocación de sucesos únicos tal que provoquen reacciones emocionales, sean activamente repetidos, requieran cambios en conductas posteriores y que inciten a la memoria institucional. Son dantescamente escasas, brillando con luz oscura por su notoria ausencia, las remembranzas colectivas de su pasado histórico que desarrollan las organizaciones cooperativas en aquellos actos sociales e institucionales – como la Asamblea General –, cuando estos son los espacios y momentos propicios para reforzar el recuerdo que siente las bases de la memoria colectiva, lo cual conllevaría a un fortalecimiento de la pertenencia y la identidad cooperativa. Pero la realidad es otra.

            Cuarta, para la conexión generacional de la organización cooperativa. ¿Qué podremos esperar de una organización donde los asientos directivos están perennizados, protocolarizados y escriturados? ¿O dónde, al carecerse de memoria colectiva, la nueva generación de directivos y directivas se siente como caminando sobre las aguas, sin asidero sólido? Como savia y abono de la correcta conexión generacional cooperativa y con miras a evitar siempre escuchar los mismos nombres de personas en la dirección gremial y corporativa, la memoria colectiva de la cooperativa se debe alimentar de consenso visional (el mismo norte del conectado y del conector sobre la base de la misma raíz), se debe alimentar de la escucha de la historia de organización por parte de los y las conectados (compartir la dirección de la cooperativa durante un tiempo – conexión generacional – entre el/la conector y el/la conectado), y se debe alimentar de la toma de decisiones conjuntas (es buena práctica generacional que las decisiones empresariales sean compartidas por el/la conector y el/la conectado). En todo caso para la adecuada y sincronizada conexión generacional se precisa tener la conciencia colectiva de un pasado común como elemento indispensable para la construcción cooperativa.

            Quinta, posibilitar el despliegue futuro de la organización cooperativa. Francisco José Mojica, citado por Jaime Obregón-Puyana y otros, en cuanto a los estudios de futuro, diferencia dos líneas de pensamiento: una, la previsión como “una lectura unidireccional del tiempo”, y dos, la prospectiva o el reconocimiento de futuros posibles que facilite optar por una determinada dirección (2014:19). Con esto deducimos entonces que el futuro del cooperativismo y, por extensión, de la organización cooperativa, radica sustancialmente en su presente, el cual se edifica desde su pasado, es decir, desde su memoria colectiva institucional. La memoria colectiva del cooperativismo se consolidará en la medida que los sucesos, ritos, ceremonias, historias, relatos y leyendas del mismo y de la organización cooperativa provoquen radicales cambios institucionales, políticos o históricos; de no serlo, caerá – y cae – en el olvido.

            Precisa y finalmente, antes de abordar el tema del olvido cooperativo, es perentorio vigorizar que la memoria colectiva es una condición del vínculo social y como tal, fortalece la memoria individual, esboza y configura el escudo contra el olvido. Mientras más coherente, sólido, conocido y fortalecido sea este vínculo social -el vínculo común de asociación-, más fuerte será la memoria colectiva de la organización cooperativa, ya que se encuentra enmarcada de forma general, en un específico espacio, tiempo y lenguaje; y, esta memoria se manifiesta en función del movimiento (la acción cooperativa) y proyecto del grupo asociativo (la cooperativa) en un contexto social (la sociedad). La memoria colectiva (e individual) no se opone al olvido en tanto sea formación y enlace de ideas del pasado bajo la forma de recuerdo; es conciencia cooperativa en tanto sea ideación del presente manifestándose en ceremonias, ritos, hitos, como fuerzas constructoras de la realidad cooperativa. En este orden de ideas, la conciencia cooperativa y su memoria colectiva garantizan el ideario colectivo en tanto sea proyección del futuro. Toda cooperativa en la que vive (y sobrevive) y se prolonga una tradición, es sostenida por un colectivo que guarda y re-construye los recuerdos que están siempre en función de las preocupaciones del presente y para entender que recordar no es vivir, es sobrevivir. Por ello, se necesita con urgencia una etnografía cooperativa para evaluar con certeza algunas nociones y manifestaciones supuestas y pasionales de la memoria colectiva del cooperativismo evitando el peligro de la sacralización o santificación del recuerdo y una prohibición de tocar o recordar, aislando el recuerdo para enarbolarlo, y el peligro de la banalización o menospreciación abusiva del recuerdo al perder su especificidad para convertirlo en un simple instrumento del presente.

            La memoria cooperativa se caracteriza porque sus huellas son materiales, físicas, pero los hechos de su experiencia vienen de una construcción consciente o inconsciente; esto hechos son el resultante de una combinación de rastros materiales con sentido, producidos por sus componentes humanos (asociadas/os, empleadas/os, directivas/os), y estos hechos se encadenan entre sí para formar relatos o argumentos, es decir, el entramado de la historia de la cooperativa.

La memoria colectiva y el olvido

            Dicen J. Pérez Porto y A. Gardey (2009) que “el olvido es la cesación de la memoria que se tenía. Se trata de una acción involuntaria que supone dejar de conservar en la mente información que ya había sido adquirida”. Radicalmente, así las cosas, destruir la memoria colectiva del cooperativismo es el objetivo del capitalismo hegemónico (por obvias razones) y, en casos vistos, es el objetivo, además, de un cierto sector de personas al interior de la organización cooperativa (por no tan obvias razones). Para Sigmund Freud (1989), el olvido era una dimensión constitutiva ineludible de la vida psíquica, producto de operaciones de censura y represión y resultado de los tamices inconscientes de los y las individuos; no basta con recordar, hay que ver para qué sirve el recuerdo. Lógicamente, Freud se refería al olvido individual. Y al identificarse este postulado, para el caso que nos convoca, el olvido se constituye con una excelente herramienta cooperativa para la desmemoria colectiva.

            Si bien queda claro que el olvido (individual y colectivo) es necesario, no menos relevante es el derecho a olvidar tanto como el derecho a recordar. El derecho en el Derecho viene a ser un instrumento fundamental y propio de la dignidad humana para que las personas alcancen su plena autorrealización. Dados estos postulados, olvidar es un elemento imprescindible para la estructuración individual o social de los colectivos (cooperativas) y sus componentes básicos (personas). Pero en sí, el olvido encierra implícitamente unos riesgos. Paul Ricoeur (2004) lo considera como una “inquietante amenaza” y distingue dos figuras de olvido profundo. La primera es el olvido por destrucción -voluntaria o no- de huellas (léase, memorias), sean estas de tipo documental, cortical o afectivo; la segunda es la que denomina olvido de reserva, y se refiere al olvido como memoria impedida o como memoria manipulada. Para nuestro caso cooperativo, la primera figura de Ricoeur se manifiesta voluntariamente cuando las huellas colectivas son aniquiladas y fosilizadas en el museo histórico de la cooperativa por mandato directivo al interior de la organización; simple y llanamente es mejor que no sepa la verdad de las cosas, que no se conozca el origen institucional, que no se conozcan las razones de los cambios estructurales en la cooperativa; la segunda figura, igual de funesta que la primera, y para nuestro caso cooperativo, se manifiesta cuando -¡vaya usted a saber las razones!- se impide que los y las asociados/as conozcan, tanto las razones administrativas de una decisión empresarial como las bases de ella. Aquí, la memoria no está eliminada, sino que, aunque esté allí, es impedida de conocerse o, peor aún, se manipula a conveniencia. Esta última figura de Ricoeur fue (¿aún será?) bastante evidente cuando, al menos en Colombia, los cuerpos colegiados manipularon la información financiera, administrativa y social para ser suministrada en la Asamblea General de una Cooperativa pues sus resultados no eran los esperados. Se trata del caso particular de Saludcoop EPS, cooperativa intervenida en mayo de 2011, cuando la Superintendencia de Economía Solidaria, órgano estatal de supervisión cooperativa y, en colaboración técnica con la Superintendencia Nacional de Salud, identificó serias irregularidades, especialmente el desvío de recursos de la salud con fines distintos, así como problemas contables y financieros que en su momento pusieron en riesgo la prestación de los servicios de salud a sus más de siete millones de usuarios y usuarias.

            Queda claro entonces que el olvido cooperativo, en casos como el mencionado, se convierte en una estrategia institucional, pues, en palabras mismas de Ricoeur (2004: 572) “las estrategias del olvido se injertan directamente en este trabajo de configuración: siempre se puede narrar de otro modo, suprimiendo, desplazando los momentos de énfasis, refigurando de modo diferente a los protagonistas de la acción al mismo tiempo que los contornos de la misma”. Tales estrategias al ser incrustadas propician de materia prima para que la cooperativa (por medio de sus representantes) aniquile a su amaño cierta información manipulable o traslade cuentas y cifras (elusión) para mostrar indicadores destacados en la gestión cooperativa. Por eso, el olvido puede ser funesto.

            El olvido cooperativo también puede servir para sanear transparentemente la gestión en la organización. Japón, por hechos traumáticos, fue un país declarado tabú durante la Segunda Guerra Mundial, no tanto por asuntos de represión sino como un mecanismo de perdón y olvido, teniendo claro, al decir de William Ospina (2021: 11) acerca de los recuerdos que “a medida que se alejan en el tiempo, los fenómenos se vuelven más visibles”. Resulta además que, en el cooperativismo, aquella imposibilidad de hacer patente y actual (por desgano, desinterés, desmotivación o imposición) un recuerdo institucional y fortalecer el olvido de manera transitoria -olvido leve u ocasional- o definitiva  -olvido severo con nombre propio, la amnesia-, conllevará a la pérdida de identidad cooperativa abriendo resquicios para la desmemoria colectiva y para la desmasificación y desmembración de tal identidad, allanando el camino tergiversador propicio para la economía de capital. Nace así un nuevo tipo de cooperativista, el/la anestesistoide, personaje -generalmente colegiado/a- conocedor/a de la memoria histórica del cooperativismo y la cooperativa a la que pertenece, pero dotado/a de instrumentos verbales y administrativos para suministrar adecuados y amapolescos soporíferos en su entorno, de tal suerte que la desmemoria colectiva sea la evidencia de su gestión.

            El lenguaje popular afirma que las personas mayores tienen más recuerdos que las jóvenes, pero menos memoria… y más olvido. El olvido o desmemoria colectiva en la cooperativa es globalmente amnésica en la medida que desvirtúa la memoria y el aprendizaje colectivo del sector cooperativo y su incidencia en la acción particular de su organización y puede manifestarse, por ejemplo, cuando la cooperativa le-da-la-espalda a las necesidades de su comunidad; el olvido es funcional cuando, al variar una función organizacional y cooperativa, la entidad asume su nuevo rol y olvida el aprendizaje del anterior y puede manifestarse, ejemplarizando, cuando desarrolla un mejoramiento continuo interno, pero entierra definitivamente el reemplazado; el olvido es disociativo cuando procura -y logra- desunir ideas, procesos y personas de la cooperativa y se manifiesta, por ejemplo, cuando no-mueve-un-dedo para socializar el cooperativismo; el olvido es retrógrado cuando la cooperativa o el/la anestesistoide desconoce el evento causal de una situación presente y se manifiesta cuando, por ejemplo, se diseña un nuevo reglamento de servicios sin contar con su precedente jurídico; y la amnesia es anterógrada cuando la misma cooperativa o el mismo personaje son incapaces de almacenar nuevas memorias luego de pasado un evento causal y se manifiesta cuando, luego de producirse un hito histórico en la cooperativa (aniversario, por ejemplo), no se sistematiza su aprendizaje en algún relato.

Los usos y abusos del olvido

            En 1987 se llevó a cabo en la Abadía románica de Royaumont (Francia) un coloquio denominado Ousages de l´Oubli (Usos del olvido) destacándose la intervención de Yosef Hayan Yerushalmi, historiador judeo-estadounidense, porque bajo su examen del olvido a la luz de la tradición hebrea, el Antiguo Testamento, recordó, según Patricia Flier y Daniel Lvovich (2014: 12), que “no hay usos del olvido, sino terror del olvido: este es siempre negativo, el pecado cardinal del que se derivan todos los demás”. Entonces, y para los efectos del objetivo que nos motiva en este ensayo, el cooperativista de hoy advierte la problemática a la que se enfrenta al tener de frente el olvido colectivo, el de la cooperativa.  Aunque no es menos cierto que las colectividades pueden olvidar el presente, no el pasado porque, siguiendo a Patricia Flier y Daniel Lvovich (2014: 12):

[…] los individuos que componen el grupo pueden olvidar acontecimientos que se produjeron durante su propia existencia, no podrían olvidar un pasado que ha sido anterior a ellos, en el sentido en que el individuo olvida los primeros estadios de su propia vida. Por eso decimos que un pueblo “recuerda”, en realidad decimos primero que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones contemporáneas a través de los canales y receptáculos de la memoria […] En consecuencia, un pueblo “olvida” cuando la generación poseedora del pasado no lo transmite a la siguiente, o cuando ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo a su vez.

A esto lo hemos llamado, no sucesión generacional, sino conexión generacional en los usos de la memoria colectiva. Y está claro que, para el sector cooperativo y su expresión, la cooperativa, cuando el recuerdo se olvida o este no es transmitido a las siguientes generaciones cooperativistas, al final del túnel, cuando la cooperativa trata de mirar hacia atrás, encontrará la nada, la desmemoria, se dará cuenta que, utópicamente, el árbol no tiene raíces.

            Si bien es cierto que el olvido es necesario, pertinente y menesteroso (no menos cierto puede ser para el pueblo alemán, la memoria del Holocausto, o tampoco para el bipartidismo antaño colombiano, la memoria de la Violencia[3] de mediados del siglo XX), su uso cooperativo puede caer, como ya hemos afirmado, en la pérdida de identidad cooperativa, aquella declaración de la ACI de 1985; puede caer en el debilitamiento de su estructura institucional con la consecuente pérdida de la memoria colectiva; puede caer en el fracaso ideológico porque el cooperativismo se asienta sobre unas formulaciones bien construidas a lo largo de  la historia; puede caer en la interferencia cuando algunos recuerdos son interceptados por otros en los relatos internos de la cooperativa o cuando tales relatos son interferidos por la abrumadora información capitalista del exterior; puede caer en el fracaso de su codificación -la incorrecta codificación histórica de su memoria colectiva- o sea en el registro largoplacista de sus hechos y ritos; puede caer en el olvido motivado por aquella memoria traumática o perturbadora de unos hechos no poseedores de riqueza histórica positiva que activen las neuronas que borran la memoria.

            Dado que el movimiento cooperativo está absorbido por el presente económico, cultural, político y social de su entorno salvaje donde pulula el interés del capital (que tiene una habilidad increíble de multiplicarse automáticamente), muy por encima del interés real por el componente humano de la sociedad, el olvido es abusado por la institucionalidad cooperativa cuando adormece con perspectiva aniquiladora, aquellos hechos históricos nefastos que deberían olvidarse por su recuerdo insatisfactorio; es decir, la cooperativa abusa del olvido al argumentar que los hechos negativos de su pasado no merecen hacer parte de su legado histórico porque no arrojaron enseñanzas colectivas en la organización, desconociendo la invalorable riqueza -aún más que los hechos positivos- de acontecimientos negativos al interior del desarrollo de la  cooperativa. Como decía Francisco Maturana, ex seleccionador de fútbol colombiano, “perder es ganar un poco”.

            ¿Qué factores causan el olvido cooperativo? Deteniéndonos un poco para analizar las causas del olvido cooperativo, podemos entonces vislumbrar sus consecuencias. Entre las principales causas del olvido podemos citar (ya insinuado anteriormente) los golpes empresariales que la cooperativa ha padecido, golpes que le originan la amnesia corporativa cuando en momentos la cooperativa argumenta que no es necesario mirar atrás para avanzar sino mirar al futuro, pero la cooperativa desconoce que esos golpes realmente no están olvidados, sino que se encuentran en un segundo plano no accesible de su historia. Otra causa del olvido radica, muy frecuentemente, en la continua descelebración (y descerebración) de pequeños e insignificantes acontecimientos de la cooperativa que, por su devaluado aporte económico interno, no amerita su placa o monumento en la estantería institucional, como cuando la cooperativa reformó su contenido estatutario que significó, por ejemplo, una apertura de servicios. Otro factor es la escisión interna de los legados generales y puntuales, y se presenta en la cooperativa cuando sus diferentes estamentos internos de dirección y control enarbolan independientemente su bandera institucional dando a entender la importancia de su propia gestión menoscabando la gestión de otros estamentos internos (una lucha de clases, como diría Carlos Marx).

            Los olvidos históricos en el cooperativismo, como hemos insinuado, se presentan por omisión cuando se debilita la huella cooperativa con el paso del tiempo, cuando la cooperativa es objeto de distracción externa por las normas reguladoras o el mercado, cuando bloquea los orígenes y desenvolvimiento histórico interno. Tales olvidos también se presentan por comisión, de forma consciente y voluntaria, cuando determinada memoria colectiva se presenta con una atribución errónea (es común que una cooperativa, por ejemplo, aluda los héroes individuales, magnificando su acción por encima de la voluntad colectiva); también se presenta olvido por comisión cuando la cooperativa es propensa a innovar su funcionalidad empresarial, interfiriendo o modificando su recuerdo pues conoce la debilidad de la memoria histórica; se presenta olvido cuando la cooperativa, en su puntual afán de reiterar un hecho histórico interno -por ejemplo, la certificación  oficial de calidad en sus procesos y servicios- provoca una modificación del contenido de tal recuerdo para encaminar el hecho como algo rimbombante.

            Todo este entramado de olvido cooperativo tiene consecuencias desagradables. Primero, la desorientación cooperativa que se presenta cuando, por ejemplo, una persona vive en la ciudad de Bogotá, tiene en su mente dibujadas las calles, avenidas, carreras, disposiciones urbanísticas, es decir, un mapa perfectamente interiorizado de la ciudad, pero cuando se muda a vivir a Medellín, tiene que (amén de asimilar su cultura y entorno socioeconómico) desarrollar otros patrones de memoria y es cuando aquellos patrones de memoria de Bogotá se debilitan, no es que olvide o pierda la información acerca de Bogotá sino que tal información entra “en clave de seguridad” para que no interfiera con la nueva información de la ciudad de Medellín. En el cooperativismo ocurre mucha desorientación memorística. Segundo, la disociación cooperativa que se presenta cuando la cooperativa no recuerda aquel vínculo común de asociación que originó la organización y ramifica indefinidamente sus ligaduras sociales hasta perderse en la maraña de redes que parecen no tener fin (este tipo de consecuencias del olvido desarraiga la historia y como dice el dicho popular: “quien no recuerda la historia, está obligado a repetirla”). Tercero, la desmemoria cooperativa que se manifiesta cuando definitivamente la cooperativa  -y el cooperativismo- ha desdeñado su memoria histórica, por omisión o comisión, afanada de manera narcisa para colocarse a la vanguardia tecnológica y empresarial del mundo hegemónico, desconociendo la esencia y la virtud de lo sencillo y práctico (¿cuántas veces hemos sido objeto de innumerables y tediosos pasos o secuencias para acceder a un simple servicio cooperativo?). Cuarto, la insolidaridad cooperativa entendida como el divorcio definitivo entre la memoria colectiva y el olvido, ya que ambos son solidarios y su ruptura abre los resquicios propicios para la intromisión capitalista, la desautonomía externa y la divide-y-vencerás.

El porvenir de la memoria colectiva del cooperativismo

            El recuerdo cooperativo consiste en representar en el presente las experiencias pasadas en señales, aprendizajes y conocimientos que sirven a la cooperativa y al cooperativismo para reconstruir su memoria histórica, su colectivo, teñido de alguna manera, por la conveniencia y realidad del presente. Como afirma Carlos Augusto Rodríguez Martínez (2014: 1): “Las sociedades contemporáneas, engastadas en el orden actual del capitalismo tardío han convertido a la memoria en un enemigo que es necesario destruir”, lo que indica que el olvido se convierte en una herramienta capitalista y es precisamente ese instrumento el que el cooperativismo está permitiendo filtrarse en su esencia. Debe nacer así la educación para la emancipación donde, con rigor contemporáneo, el cooperativismo tiene que comprender y pensar en su memoria colectiva para prospectar su futuro, para rescatar y fortalecer su recuerdo por medio de artefactos visibles y tangibles que propicien la perdurabilidad actualizada del movimiento. El cooperativismo tiene un déjà vu que está permitiendo convertirlo en jamais vu cuando intenta que un hecho histórico interno no haya acaecido realmente para caer en el presque vu intentando recordar su memoria sin llegar a hacerlo.

Contar a otros y otras nuestro pasado, nuestro pasado cooperativo, y contárnoslo a nosotros/as, cumple tres importantes funciones: 1) comprendernos, lo que supone la construcción de un yo cooperativo (el núcleo de la identidad colectiva) y el mantenimiento de su integridad y continuidad a lo largo de la vida. De ahí que se hable de una función relativa al yo cooperativo; 2) generar o provocar la empatía en nosotros y nosotras, en nuestro movimiento y en nuestra cooperativa, y en los que escuchan nuestra historia colectiva; por lo que se habla de una función social o comunicativa; y 3) planificar el comportamiento actual y futuro del cooperativismo y la cooperativa, y esto apunta a una función directiva. El cooperativismo no puede cosificar su memoria sino hacerla viva, palpitante, y una de las maneras de lograrlo es, en cada acto interno, reunión, encuentro, capacitación, tertulia o relato, colocando en el primer punto del orden del día, la ceremonia histórica del cooperativismo y la cooperativa.

            El cooperativismo tiene que comprender el problema del olvido, el cual tiene dos caras. De un lado, la negación de la memoria y por el otro, el olvido como mecanismo para construir nuevas memorias. El olvido como negación de la memoria colectiva es quizás una de las herramientas más importantes de la entidad para superar hechos internos traumáticos; generalmente se olvida lo más difícil de aceptar, o lo que en realidad no tiene importancia. La mente humana y, en consecuencia, la organización colectiva, construye sus bases sobre la posibilidad de construir narraciones que permitan darle sentido a su existencia. Por eso, el olvido es muy importante en procesos que plantean seguir con la vida cooperativa. A nivel social y, con estas ideas, es razonable plantear que el olvido no puede ser impunidad. No se trata de legitimar las razones del fracaso empresarial o cooperativo, sino más bien de comprenderlo como parte del proceso de garantías de no repetición y de auto-reconciliación.

El anteproyecto de la Declaración de la Identidad Cooperativa del XXVII Congreso de la ACI, realizado en Moscú entre el 13 y el 16 de octubre de 1980, referido por Carlos Uribe Garzón (2002) en Bases del Cooperativismo, decía:

Hoy día se encuentran sumergidas las cooperativas en una especie de ciénaga ideológica. Cada vez se hace más difícil que los cooperadores puedan explicar su propia posición y definir la dirección de su camino en el futuro. La visión rochdeliana ha llegado a convertirse en imagen confusa y lejana perteneciente a una época caduca, sin gran significado en la actualidad […] Quisiéramos ser optimistas en relación con el futuro, pero cada día que pasa trae nuevos argumentos y razones más poderosas para ser pesimista […] Simultáneamente, otra estructura fundamental, la de la educación, se halla gravemente debilitada o, lo que es peor, radicalmente desmantelada […]. (Garzón 2002: 184)

Cada conflicto intra e inter-organizacional en el cooperativismo, cada pequeñísima o capital decisión administrativa, cada nueva norma reguladora o conato de intrusión en la autonomía cooperativa, cada intento de unidad cooperativa gremial y su construcción de redes, cada mínima inconformidad de un asociado o una asociada con su organización, es un recordatorio para resonar y no olvidar la historia y la memoria del sector, un recordatorio enfático para volver a lo básico, pues, de acuerdo a William Faulkner, “el pasado nunca muere, ni siquiera el pasado”.

 

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[1] Especialista en Ciencias de la Educación Superior, Universidad de Pinar del Rio (Cuba). Miembro activo de la Corporación Red Colombiana de Profesionales, Investigadores e Instituciones en Economía Solidaria y Social, RED UNICOSSOL. Director General de la Corporación Cinfes. Catedrático Universitario del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid en Medellín, Colombia. Correo electrónico: solcoope@gmail.com

 

 

 

[2] En 1931, el 7 de diciembre en Colombia, se sanciona la primera ley cooperativa motivada por diferentes actores sociales de ese momento, a saber: los gobiernos nacionales, departamentales, intendenciales, comisariales y municipales para contar con un instrumento de vinculación y solución a los problemas de los sectores populares; la Iglesia Católica para realizar sus labores de pastoral social y de cumplimiento y puesta en práctica de la Encíclica Rerum Novarum escrita en 1891 por el Papa León XIII; los sindicatos y asociaciones populares para que, a través de las cooperativas, pudieran cumplir parte de sus objetivos socioeconómicos; y finalmente, las dirigencias de los partidos políticos interesados en influir a las cooperativas para estar cerca de los sectores populares.

[3] En Colombia, el período comprendido entre 1946 y 1958, fue una época trágica de pequeñas violencias políticas, religiosas, económicas y sociales, originadas esencialmente por las disputas ideológicas de los dos partidos políticos tradicionales (liberales y conservadores) que generaron más de 300 mil muertes y más de 2 millones de personas desplazadas de los campos a las ciudades. Se conoce este período como la Violencia, con mayúscula.