Revista Idelcoop nº 234. Julio 2021 - ISSN Electrónico 2451-5418 / Sección Reflexiones y debates
Idelcoop Fundación de Educación Cooperativa
Ciudadanía, cooperación y solidaridad.
Comentarios y reflexiones acerca del libro Ciudadanías Alternativas
Hugo Busso[1]
Resumen: Este escrito es una mezcla de artículo y reseña que aborda la cuestión de la ciudadanía en relación con los desafíos que afronta el cooperativismo en diferentes contextos y países. El autor se apoya en la reciente edición del libro Ciudadanías alternativas (2021) para reflexionar acerca de los reclamos políticos de las y los ciudadanos, en función de ampliar el corsé del liberalismo monetarista (neoliberalismo), que los/as reduce a consumidores/as o contribuyentes pasivos. La solidaridad hace su retorno ante la crisis de hegemonía neoliberal, porque la violencia física e institucional ya no puede crear consensos, como se ve directamente en Chile, Bolivia y Colombia. Se postula aquí el concepto de “la ciudadanía” como el conjunto de derechos y deberes que caracterizan el régimen político democrático en occidente, donde el/la ciudadano/a es la fuente de la legitimidad política. Si los y las ciudadanas son jurídica y políticamente iguales, siendo la fuente misma del poder y de la soberanía política, la pregunta que emerge es ¿qué nuevas ampliaciones y debates se requieren en estos contextos pandémicos, de recalentamiento planetario y de necesidad de superar el paradigma político hegemónico? Es por esto mismo que la política como expresión del sismo institucional que atraviesan nuestras sociedades altera el concepto de ciudadanía heredado. Es de pensar que las democracias deberán crear procesos experimentales de actualización permanente del espacio político. La ecología y la cooperación son las condiciones necesarias de un proceso colectivo experimental para la actualización permanente del espacio político, para dar sentido a los imaginarios de cambio social. La ecología y el cooperativismo serán los ingredientes creativos para pensar nuevas solidaridades y sentidos colectivos de lo común.
Palabras claves: ciudadanía, política, cooperativismo, solidaridad, “ecoocreatividad”.
Introducción
He tenido recientemente la oportunidad de leer el libro producido colectivamente Ciudadanías Alternativas,[2] coordinado y compilado por Ariel Lugo y Mercedes Oraisón. Un libro oportuno para este momento de crisis, como bifurcación de caminos a seguir, y que aporta preguntas y reflexiones sobre temas concretos. Por esto, hay que celebrar su aparición. Este artículo la celebra, con una mezcla de reseña de algunos de sus capítulos y con reflexiones que fueron motivadas por la lectura. En particular en referencia a las dimensiones de la solidaridad y el cooperativismo, en sus implicancias con la ciudadanía. Los diferentes escritos que he leído me han generado nuevos interrogantes, renovándome las reflexiones anteriores en resonancia con mis investigaciones recientes. Esta obra es una edición pensada para reposicionar y actualizar el debate sobre las ciudadanías, desde una mirada plural, con diversidad temática y pluridisciplinaria. Introduce los desafíos actuales y globales para la filosofía política en contextos pandémicos, al tiempo que mira con lupa las particularidades locales y regionales de sectores específicos en América latina y Europa para repensar la democracia y sus avatares.
Todo este debate del presente acerca de la ciudadanía implica, sin dudas, el devenir del movimiento cooperativo local, regional, nacional e internacional. Interpela en consecuencia su misión y la oportunidad que abre este momento particular (Kairos). Este momento de crisis exige tomar caminos en contextos inciertos, para asumir la complejidad de las decisiones, que no son ni simples, ni dicotómicas, ni lineales. Parecen ser más bien paradojales y complejas. Estas paradojas estructuran las posibilidades de lo político, es decir, elegir entre una solidaridad impuesta o, por otro lado, una solidaridad elegida democráticamente. Hay una ansiedad que alimenta otra paradoja que es la de ir aceptando simplemente compromisos ya acordados por políticos/as y expertos/as desconectados/as del Demos (pueblo), dejando todo como antes, como un retorno a una improbable “normalidad” perdida. O, más bien –y esta es nuestra preferencia de indagación no neutral desde los valores y principios cooperativos-, encarnar en la praxis concreta las posibilidades de ir ampliando la participación y profundizando la ciudadanía, alterando el derecho público y privado en referencia a la propiedad, el acceso, uso y usufructo de los servicios públicos y de los bienes comunes. El neoliberalismo es la preferencia del primer término de estas paradojas, el cooperativismo es la elección de la segunda posibilidad.
Estas paradojas parecen estructurar un debate por la hegemonía. Es decir, debates y desacuerdos en el contexto de competencia electoral y antagonismos de imaginarios sociales que luchan por el sentido que enmarca las interacciones e interrelaciones: ¿competir o cooperar? La respuesta preferencial desde un punto de vista ecológico, cooperativo y creativo (ecoocreatividad[3]), es la que viene impulsando el movimiento cooperativo desde sus inicios: cooperar, sin excluir una cooperación competitiva o una competencia cooperativa. Desde los principios y valores del movimiento cooperativo internacional,[4] habría que profundizar su actualización incorporando la dimensión ecológica en todos los niveles de análisis y gestión, de modo creativo y con la democracia participativa directa en todas las instituciones que impliquen el espacio público y común (salud, educación, justicia, ecosistemas, producción, cultura). Por esto hay que salir de dicotomías estériles, pero dando una preferencia clara en lo valores para que marquen el sentido en los espacios de la gestión de lo privado, el mercado y el espacio público; la solidaridad y la fraternidad igualitaria como condiciones que guían las políticas y la gestión de la igualdad y la libertad (“igual libertad”, o égalibérte según Etienne Balibar).
Ciudadanías Alternativas es a la vez un libro interdisciplinar y multifocal. Por esto, incita a abordar estos espinosos desafíos sociales, sin dar recetas ni indicaciones partidarias y desde diferentes enfoques actualizados con resonancias en temas políticos, científicos y mediáticos. Temas que, a su modo, en cada país y región, alimentan y consolidan la deliberación política ciudadana. Las y los participantes de esta obra colectiva son de América Latina, de Canadá y de Europa. Quienes realizaron la compilación de los trabajos han estructurado el libro en tres temáticas donde hay información específica que contiene reflexiones actualizadas, bien argumentadas y originales que nos informan del estado del debate para poder pensar el presente. La primera parte abre con análisis en torno a la participación y la ciudadanía. La segunda parte aborda las relaciones de poder, el desastre y la catástrofe -aquí me detendré, en particular, en el escrito de la filósofa colombiana Angélica Montes Montoya-. Por último, la tercera parte aborda el apasionante tema del “Más allá de las ciudadanías”, con un texto enfocado desde el psicoanálisis lacaniano, escrito por el griego Yannis Staravakis, y otro texto que trae el debate acerca del ágora animal, escrito por la canadiense Sue Donalson.
En primer lugar, ensayaremos sintéticamente en este escrito, -a modo de reseña y de reflexión motivada por el libro-, un definición del tema de “la ciudadanía”. Luego, presentaremos muy someramente los dilemas que trae la alternativa de posibles “ciudadanías postneoliberales”, desde diferentes perspectivas.
Ciudadanía.
Comencemos por la categoría central que articula el libro colectivo, a la que sumo esta interpretación, que es efecto de la motivación que produjo la lectura. La ciudadanía, como idea y categoría política, suele interpretarse como una de las principales contribuciones de la herencia griega al pensamiento mundial. La filosofía nace cuando el Augur calla, cuando los astros, los magos astrólogos y los adivinos del destino enmudecen sin indicar qué decir, hacer o esperar. La ciudadanía es práctica de la deliberación misma de los ciudadanos. Se trata de la fundamentación filosófica misma de la autonomía de la Polis que se dicta sus propias leyes auto instituyéndose, para crear agonalmente las instituciones propicias para la ciudadanía, y que justifica un gobierno democrático (gobierno del pueblo y para el pueblo, desde los intereses propios al ganar la disputa política a la oligarquía y la tiranía). Este es el tema de la reflexión y la polémica política, que abre este campo tan controvertido en la construcción de nuestras sociedades cuando “el destino” (divino, astrológico, histórico, natural) ya no señala el sentido (ontológico, religioso, cosmológico, y últimamente… financiero). La ciudadanía es también lo constitutivo de la visión moderna ilustrada, del enfoque eurocentrado de la filosofía y la política, que delimita la soberanía dando forma a los Estados Naciones. No por casualidad su definición misma es lo que estructura el campo de las diferencias en la filosofía, desde sus comienzos, y estructura las diferencias partidarias.
Los contextos paradójicos articulan el presente, ya que por un lado el triunfo del sistema democrático a nivel planetario se complementa con la posible autodestrucción de la civilización por catástrofes ambientales. Los acontecimientos emergentes pandémicos y los desafíos internacionales han reinstalado la pregunta acerca de cómo sigue esta situación de interregno (entre el problema crítico y la no solución de este) de la mundialización neoliberal. Es por esto que se está insistiendo y tematizando filosóficamente ‘lo real’, ‘lo normal’ y ‘la ciudadanía’ en contextos post subprime que repiten el síntoma sofocante del capitalismo financiero, con sospechas fundadas de desmundialización ineluctable y con demandas crecientes de escenarios postneoliberales (Chile, Colombia, Bolivia, Brasil, Perú, Europa). En la excelente introducción de quienes compilaron el libro, Ariel Lugo y Mercedes Oraison, se ubica la discusión y la apertura del campo filosófico, entre los franceses Etienne Balibar, Jacques Derrida, Jacques Rancière y el filósofo argentino Emanuel Biset. Abriendo el debate entre lo aporético de la situación, -esto es, entre la soberanía nacional y estatal en contextos de mundialización neoliberal-, tanto como acerca de las condiciones de la ontología política que incita a cuestionar lo constituido y lo constituyente como el espacio necesariamente abierto para que exista la condición misma de lo político. Lo político aparece como espacio del descuerdo inherente y constitutivo de las relaciones agonales de lo social. Lo político despliega el diálogo y el debate sobre el sentido de lo igual y de lo justo, de los derechos y responsabilidades que deben ser delimitados, pero no fijados o cerrados, para no asfixiar las posibilidades de cambio y el devenir de la Polis. La ciudadanía sigue siendo tema de reflexión necesaria y de redefinición conceptual de modo permanente, como testimonia este interesante y polifacético libro.
Cuando las noticias de los últimos años nos muestran la represión brutal y la violencia directa en Francia, Chile y Colombia, se hace evidente que ya no hay producción del consenso como efecto de la hegemonía de los gobiernos locales y de la lógica mundializante del neoliberalismo. Si hay apelación a una violencia directa sobre ciudadanos y ciudadanas que han puesto en cuestión el lugar pre-asignado en el debate -¿democrático?-, replanteando las condiciones de la ciudadanía civil, política y social, es que hay una situación de crisis, como momento de la oportunidad (Kairós) para cambiar el rumbo. Lo mismo emerge como pregunta es ¿qué hacer? Desde la ciudadanía activa hemos visto entre 2018 y 2020 directamente la represión muy dura de la policía francesa a los y las “chalecos amarillos”, la actuación de la policía chilena sobre las y los manifestantes (que han logrado en 2021 democráticamente un revés electoral histórico y espectacular a los consensos electorales de ese país). Si sumamos en esta enumeración la violenta actuación del gobierno de Colombia sobre los ciudadanos y las ciudadanas en protesta en el primer semestre de 2021, se hace evidente que hay alternativas de ciudadanía que se presentan y emergen manifestando descontentos, desacuerdos y búsquedas alternativas. Pero que se manifiestan en acontecimientos que reactualizan la disputa de poder político, junto con el debate filosófico-político a nivel local y global. Las ciudadanías alternativas a la hegemonía actual neoliberal ya no son una hipótesis, sino un hecho que se acompaña de acontecimientos que muestran su verdad local, temporal y particular. La filosofía y las ciencias sociales tienen trabajo y mucha novedad para abordar desde sus prácticas teóricas.
Hay que volver a ubicar históricamente el debate y la imbricación pertinente entre la política y la filosofía. Las palabras griegas que remiten como espacio social de encuentro entre ciudadanos/as en la Polis son Oikos (casa), Ágora (mercado) y Eclessia (la decisión pública).[5] A partir de la lectura de Ciudadanías alternativas, podemos preguntarnos ¿dónde se ubica el/la ciudadano/a post pandemia COVID-19?, ¿dónde interviene la democracia? Ampliar la participación y democratizar más la sociedad en todas sus dimensiones y niveles, ¿implicaría abandonar las restricciones economicistas neoliberales actuales? Los problemas de la identidad, de raza, de género y clase, ¿interpelan fuertemente la idea de ciudadanía? Lo Terrestre, que incluye lo no humano y a los animales que son parte de nuestra alimentación y ocio, ¿debería ser sujeto de derecho? Partamos de algo básico, la ciudadanía no implica necesariamente democracia, pudiendo ésta sustraer la vitalidad espontánea y propia de la comunidad. También la comunidad puede burlar las virtudes institucionales, para resolver y canalizar el desacuerdo constitutivo de lo político. La ciudadanía, por lo general es el tema de lo político, porque implica definir y delimitar lo igual, no en modo numérico sino cualitativo y filosófico, lo que supone lo público, el mercado y lo estatal. ¿Qué es “lo igual” y quiénes son las y los iguales?, ¿qué implicancia tiene la igualdad para la libertad y la identidad del ‘nosotros/as’?, ¿cuáles son las nuevas modalidades de la acción política y la gestión colectiva de lo común con la extensión de las redes tecnológicas como redes sociales, en medio de cambios climáticos y geológicos considerables? El campo analítico es enorme, las respuestas inciertas y dispersas. En el mejor de los casos, en construcción…
Este libro me ha interpelado, generando y recreando nuevos interrogantes. Me permito un breve comentario personal, diciendo que volvería a escribir Ecoocreatividad. Utopías concretas para tiempos inciertos,[6] ya que me reabrió pertinentemente un conjunto de interrogantes relacionados con el presente y el futuro. Porque Ciudadanías Alternativas provoca movimientos internos en el pensamiento, generando nuevas preguntas al leerlo, tocando de lleno a la idea del arte de la convivencia (el convivialismo), la cooperación y al aumento del capital social de cada comunidad y territorio. Invertir los valores dominantes en paralelo a la invención creativa en común de los nuevos que replanteen la relación no necesariamente antagónica entre cooperación y competencia, pudiendo ser más bien una competencia cooperativa y sinérgica entre los participantes del juego, para la consolidación institucional, que sostiene la ciudadanía para ampliar y mejorar el bien común. Porque, en nuestra mirada e investigación post pandemia, en relación con los desafíos ambientales ligados al recalentamiento planetario, la ciudadanía está resignificándose en sentido postneoliberal. Implicando una dimensión más local y circular del Oikos y el Ágora, más colaborativa y cooperativa como espacio experimental entre lo local y lo global. Espacios (lo doméstico y el mercado) donde la creatividad innovadora está relacionada a la incertidumbre y la urgencia del contexto de derrumbamiento civilizacional y ambiental. Porque se ha puesto en riesgo extremo las condiciones indispensables de la vida terrestre, humana y no humana. Me incitó la lectura del libro diversas preguntas relacionadas a la Eclessia (el lugar de la deliberación y la decisión, de las instituciones democráticas) en referencia al modo de operar y hacer de los lugares de la decisión, así como también, acerca de las posibles ciudadanías que se pueden crear para el futuro próximo, en contextos de recalentamiento planetario.
Las instituciones democráticas para la consolidación de la ciudadanía son básicamente hoy en día instituciones que procesan la ignorancia, la incertidumbre y lo inesperado. Por esto deberían promover la inteligencia colectiva y creativa que sostenga las diferencias, como condición de riqueza para aprovechar el capital (cultural y social) propio para solucionar problemas urgentes y abordar la agenda de prioridades importantes de la gestión pública. Una primera conclusión en referencia a la categoría central del libro colectivo es el acuerdo en que la ciudadanía sigue siendo un tema convocante, para profundizar el dialogo en la Polis (la comunidad), de la que el libro es una celebración. Mi primera respuesta personal es que, en la situación actual, la ecoocreatividad[7] (ecología + cooperativismo + creatividad) es un ensayo para crear sentidos e imaginarios alternativos, articulando creativa y experimentalmente la salida del pensamiento único, de la hegemonía neoliberal que implican los imperativos de la mundialización económica en franca descomposición y mutación. Por esto es una perspectiva que afirma la necesaria búsqueda de alternativas de ciudadanías y un abandono radical de la competencia y el individualismo del capitalismo neoliberal. Las respuestas alternativas son, en general, orientadas más a la sobriedad, la convivencia, la solidaridad, la empatía y la cooperación (el movimiento convivialista, el decrecimiento[8], el ecologismo). Sin excluir la competencia ni ignorar la conflictividad que generan la colaboración, la solidaridad y la cooperación. Porque, a diferencia de los imperativos individualistas de la competencia neoliberal, la competencia ecoocreativa debe ir siempre acoplada de colaboración, cooperación y de igual-libertad (égaliberté) que evite la desmesura y el exceso capitalista. Esto es, para la ampliación y mutación necesaria de la ciudadanía como espacio específicamente político. Estas búsquedas alternativas dispersas y particulares tienen en común que van incitando fundamentalmente a la indagación experimental colectiva de lo incierto. A la ampliación de lo común, a una resignificación de la propiedad no como pertenencia individual sino marcada por el acceso, uso y usufructo público, común, intergeneracional. Por lo tanto, son las experiencias de radicalización democrática ecoocreativa, las debemos saber instituir, construyéndolas políticamente, en procesos activos desde las ciudadanías alternativas que articulan luchas y demandas equivalentes, en las democracias liberales, encorsetadas en el neoliberalismo. Estas democracias demandan la autonomía y la inteligencia colectiva instituida, para hacer posible la dimensión conflictiva y agonal, con instituciones que puedan soportar las tensiones y conflictos. La democracia radical (de Laclau y Mouffe)[9] y el cooperativismo son caminos que pueden coincidir y ampliar la reflexión que oriente la acción y que se nutra retroactivamente de ella.
Por esto es de esperar un necesario retorno a la filosofía como praxis política, para una ampliación activa de la ciudadanía, asumiendo que el conflicto y el descuerdo son inherentes y constitutivos de lo político. Su consecuencia podría ser el fortalecimiento de las instituciones, para orientar políticamente el dilema democrático fruto de antagonismos inevitables, que no deben tener resolución definitiva. Las alternativas no dictatoriales ni tiránicas de la ciudadanía democrática-liberal se presentan, sin ser aun claramente enunciadas, irrumpiendo con violencia. Porque sus demandas de reconocimiento, igualdad y libertad chocan con los prejuicios conservadores y antidemocráticos de las tendencias hegemónicas actuales. Estas tendencias hegemónicas (desde la caída del muro de Berlín) que proclamaban el fin de la historia, parecen haber perdido la capacidad de generar y articular los consensos necesarios para evitar la emergencia de la violencia social, reduciéndolos a la participación y al debate democrático. Por y para la ampliación de la ciudadanía en resonancia con la dimensión ecológica ambiental, a partir de lo Terrestre.[10] Todo parece indicar que la historia, aun, no ha terminado.
Consideraremos la ciudadanía como el conjunto de derechos y deberes que caracterizan el régimen político democrático en occidente en general, donde el/la ciudadana/o es la fuente de la legitimidad política. Las y los ciudadanos son jurídica y políticamente iguales, siendo la fuente misma del poder y de la soberanía política. Se trata de un proceso experimental de actualización permanente del espacio político, del sentido del cambio social (Chile, Colombia, Francia, España son algunos laboratorios de esta problemática) para la elaboración autónoma de las decisiones provisorias y objetivos colectivos en devenir de los y las ciudadanos. Autonomía y decisiones en permanente devenir que no se reducen al derecho, porque afectan directamente las relaciones políticas del presente, así como a la estructuración de las decisiones del poder político actual. Encaminando el futuro prospectivamente por las acciones presentes, hay una dimensión causal que excede la relación causa- consecuencia de la física moderna. La secuencia causal del pasado y la consecuencia posterior y lineal que genera una futura, ya no es la sola explicación posible. Puede haber causalidades futuras, ya que hay retroacción interdependiente en la compleja relación entre imaginarios en profunda transformación. Por esto, lo político debe ser considerado como espacio estructurante de la ciudadanía. Porque lo político como proceso de construcción de la ciudadanía es el espacio de la decisión de sujetos autónomos (in)dividuales, que se dictan sus propias leyes e imperativos. Es fruto de la acción política que no ignora las fuerzas heterónomas, las incorpora y las pone en relaciones de interdependencia, siendo el espacio de encuentro de las diferencias, de las contradicciones, de las complementariedades y de los antagonismos. La racionalidad, la comunicación y el consenso propio de lo político es puesto en consideración radical en el proceso de construcción y recreación de la ciudadanía. Así nos ilustran los diferentes artículos que contribuyen en el libro Ciudadanías alternativas.
El libro hace alusión en diversos artículos a las identidades y las asociaciones que definen su verdad política, reinterpretando el pasado, modificando el presente y creando el futuro en cada acontecimiento en que se vinculan los derechos ciudadanos. Es la ciudadanía la versión antagónica del esclavo/a, del súbdito/a y del consumidor/a, porque hay que hacer emerger la opción de sentido elegida y ponerla en juego en el campo de las decisiones, en las relaciones de poder que sostienen. Sea Chile, EE.UU, Europa o Colombia. Porque el/la ciudadano/a, como categoría ética y sociológica, supera positivamente (sin eliminarlas) a las categorías de consumidor/a dócil, al votante esporádico/a y al mero contribuyente pasivo/a. Lo hace desde el ideal universal de libertad e igualdad (égaliberté, o igual libertad, como dicen los prologuistas del libro). El/la ciudadana/o, para hacerse efectivo/a, necesita la ampliación de la participación y la consolidación de derechos, de un poder legislativo y ejecutivo que se apoye en la deliberación política auténtica, como sustrato básico de la comunidad. La ciudadanía, en mi perspectiva, es el sentido pluriversal de las y los particulares que define la procedencia y el alcance de las y los sujetos afectados/as en el juego político. Porque tendrán, a la vez como contrapartida, obligaciones y responsabilidades, en relación agonal e interdependiente con las y los participantes (ciudadanos/as). Su tarea es, entre otras, determinar el alcance de la propiedad privada y pública, su uso, acceso y usufructo. Señalando en contraposición de la hegemonía neoliberal en las democracias liberales y republicanas occidentales las condiciones de lo común (en su acceso, uso y usufructo) de los bienes, servicios y espacios. Pero debe ser reactualizado como proceso sin fin de los desacuerdos, como consecuencia y síntesis del debate agonal de lo político. El sentido y valor será el resultado de la hegemonía, que deberá evidenciar los universales que estarán en el centro del debate, por los antagonismos y las contradicciones inherentes de las relaciones de poder. Este concepto, la ciudadanía, siempre funciona como espacio vacío, siendo el ideal universal regulador de lo imposible y, a la vez, necesario de lo instituido e instituyente, que incita al infinito el juego abierto de lo político.
Dicho en otros términos, lo político como juego agonal es simultáneamente necesario e imposible, justamente para que exista y continúe el juego en la disputa nunca cerrada, ni concluida. Porque si cierra el juego estableciéndose en verdades y criterios ya definitivos, decretaría su final o muerte siendo el momento de la tiranía y de las dictaduras. Es como el juego deportivo: alguien gana, alguien pierde, o como el juego de la vida, alguien come y alguien es comido/a para que la vida siga. Pero lo político evita justamente la destrucción irremediable y los perdedores absolutos, características de dictaduras brutales y de tiranías violentas que arrasan con lo diferente. La ciudadanía y la participación son elementos básicos y fundamentales para pensar en profundizar la democracia, en la ampliación de la ciudadanía (como lo sugieren en la primera parte del libro los artículos de Cristian Orellana Fonseca, Moira Suazo). Hoy el capitalismo neoliberal está puesto en el banquillo de acusados por su autoritarismo depredador y la negación tanto de la democracia como de la ciudadanía. Es puesto en esta situación incómoda por la ecología, el convivialismo[11], (Iván Ilich, Alain Caille), el pensamiento crítico y neomarxista (André Gorz, Jacques Bidet, Alain Badiou, Slavoj Zizek, Negri, Laval & Dardot, Jean-Claude Michea), la democracia radical (Laclau & Mouffe)[12], la filosofía critica (Axel Honnet, Harmut Butler, Judith Butler, Miguel Benasayag[13], Anselm Jappe, Jêrome Baschet)[14], la decolonialidad (Walter Mignolo, Santiago Castro Gómez), la filosofía de la liberación, (Enrique Dussel). Y lo es, fundamentalmente, por la violencia transferida al ambiente y al Otro como las periferias no productivas, no consumistas y “sobrantes”, innecesarias para el mercado de la sociedad de consumo. Así también para los problemas casi irresolubles de ciudadanía que plantean a la soberanía del Estado-Nación que ya no puede sostener las promesas modernas ni dar respuestas a las demandas concretas de sus poblaciones (ver los artículos del libro de Penchaszadec & Sander acerca de las migraciones internas; Marc Crepon, acerca de los “chalecos amarillos” en Francia).
Desde la filosofía, persiste la pregunta acerca de las posibilidades de lograr una forma superior de sociedad, cuyos principios fundamentales sean el desarrollo pleno y libre de cada individuo. Cada particular (partido, identidad, asociación, movimiento, grupo) tiene vocación universal, sabiendo que siempre es pluriversal, aunque el partido político (en la disputa electoral, por ejemplo) sea la vocación universal que sabe de modo incierto que solo es parte de ese todo complejo y plural en mutación permanente. Como un astro en el firmamento policéntrico, múltiple, imbricado y cambiante. Pero en tanto astro en versión humana, como manojo de tendencias contradictorias que se piensa, se siente y cree en los imaginarios en que se sostiene único y propio a sí mismo. Como inherente a su identidad que le confiere voluntad e intención empujado por emociones, que crean argumentos y van siendo suturados al deseo de un todo integral y pleno del Ser, imposible y a la vez condición de posibilidad del juego abierto, político y filosófico del sentido, en disputa permanente. Justamente aquí es donde la relación particular y Universal que tematiza la problemática de la ciudadanía parece mostrar una insuficiencia teórica en el libro, salvo en la introducción y en el abordaje que hace Angélica Montes Montoya en “El desastre de la política y ciudadanías en disputa”.
La ciudadanía y “el desastre de la política”
Al leer “Ciudadanías alternativas”, las y los autores y autoras nos hacen recordar que la ciudadanía es siempre política, porque es un espacio imbricado, entretejido de interacciones donde hay control, disputa y poder. Es, sobre todo, una estrategia para crear ciudadanas/os, modelar expectativas y criterios como conjunto de prácticas y conocimientos que instrumentaliza la gobernabilidad. Foucault habló de biopoder unificando el conjunto de problemáticas políticas, para entender el poder y rebalsar los limites disciplinarios de las ciencias sociales de la época. La ciudadanía, en sentido general, puede considerarse como el espacio público, no reclamado por la propiedad privada, que no se debiera reducir a lo estatal. La ciudadanía suele tener, en su dimensión, intensidad y alcance, una relación proporcional e inversa a la amplitud numérica. Dicho de otro modo, mientras más grande la escala más difícil es que la ciudadanía cívica, social y política llegue a todos y todas, a la inversa, en escalas reducidas, es más fácil la interacción de los capitales social, cultural, económico y político incidiendo en la calidad de la ciudadanía efectiva. Por ejemplo, los cantones suizos son democráticos y participativos. Aun teniendo una ciudadanía activa y directa más fuerte que otros países y regiones de Europa, tiene su costado “en sombra”, sujeto a críticas de peso por las restricciones conocidas, inherentes a dicho modelo (identidad, procedencia). Esto es porque cierran el criterio de ‘ciudadano/a’ con plenos derechos a la pertenencia y al origen.[15] En la democracia ateniense, la ciudadanía se limitaba a una parte más reducida aun de la población, es decir a los propietarios hombres y adultos (no extranjeros, no infantes, no esclavos, no mujeres).
El mercado actual plantea menos restricciones de ingreso que lo público y estatal, ya que no requiere participación más que en la compra-consumo, y las simplifica al sujeto “consumidor/a” que puede ser impersonal y carente de cualidades exigibles propias del/la ciudadano/a y el/la contribuyente. Por otro lado, el mercado en sentido neoliberal puede producir una crisis de propietarias/os, como fue el caso de las subprime en el derrumbe financiero-económico estrepitoso de 2008, que había dado el título de propietarios/as a quienes luego no podrían serlo. ¿Cuáles fueron las responsabilidades y las consecuencias jurídicas y legales de los Estados, del mercado y de los y las ciudadanos en semejante estafa financiera?, ¿quiénes pagaron las consecuencias de semejante descalabro y exceso? Hoy se replantea el tema de la ciudadanía, analizando la conveniencia de dejar la hegemonía neoliberal porque es restrictiva, privilegiando solo al/la consumidor/a. Las razones políticas son polémicas, porque parece visualizarse la ampliación hacia “lo terrestre”, como sugiere Bruno Latour,[16] no solamente hacia lo humano. Lo “Terrestre” podría ser reducido a la idea de James Lovelock de volver a pensar en el mito de Gaia, pero desde nuestro entendimiento moderno donde la ciencia es el centro válido del conocimiento. Entonces, a nivel de imaginario, es una perspectiva ya no solo mítica y metafórica, sino que además, “lo Terrestre” debería pensarse como sujeto político. Integrando de modo tripartito estos tres atractores (como les llama Latour) con la dualidad “local” y “global”. Estos tres atractores son las nuevas dimensiones para interpretar y pensar lo político, ampliando la dimensión ciudadana al incluir el tercer atractor, lo “Terrestre”, como sujeto de derechos. Esto obligaría a redefinir los términos y condiciones a la ciudadanía en las democracias liberales actuales. Pero Gaia o lo “Terrestre” debería ingresar con más determinación en el pensamiento político y la gestión pública con plenos derechos en el escenario político mundial (global y local), en contextos de catástrofes ambientales y recalentamiento planetario. La idea de soberanía de los Estados Naciones y, por ende, la de ciudadanía requiere ser reinterpretada en profundidad. Esto alteraría todas las condiciones de la mundialización económica neoliberal, por ser inviable a corto y mediano plazo en referencia a los objetivos propuestos en los últimos acuerdos de Paris y según los últimos informes del GIEC.[17]
Angélica Montes Montoya en su artículo “El desastre de la política y ciudadanías en disputa”[18] crea este concepto-metáfora que expone en el título, para caracterizar el desmoronamiento de las certezas, añadiendo que los imaginarios entraran en disputa en torno al Estado, el Gobierno y el Capital resignificando en consecuencia el concepto mismo de ciudadanía. Montes Montoya no habla tanto del desastre como tal sino del “desastre de la política” y de “la política del desastre”, estando su observación enfocada en el derrumbe simultáneo o sincronizado de las certezas y la nueva gramática emergente. Hay un exceso de cargar al Estado, a sus cuerpos intermedios y al “sistema”. Siendo esta crítica destructiva, no dialéctica, ya que es sin momento propositivo o positivo de resolución. Un desliz o licencia para interpretar la etimología del ‘desastre’, que aún no da testimonio ni ordena los astros en constelaciones racionales y razonables, para evitarlo. Si buscamos la raíz de la palabra, llegaremos a ‘astro’ cuya raíz indoeuropea es ‘str’, del griego astrum y del latín astron, se generan otras formas compuestas como estrella, desastre, catástrofe, astrónomo, astrofísico. “Perder la estrella” puede llevar al desastre (prefijo des, acción inversa, carencia, privación), a la catástrofe ya que el cielo y sus constelaciones hablan al Augur (“el que hace augurios”), quien sabe escuchar e interpretar. Pero si el Augur no existe, no escucha o las estrellas enmudecen, los y las filósofos/as y la política toman su lugar para, en lo posible, no estrellarse con la Polis.[19] “El desastre de la política” propuesto por Angélica Montes Montoya invoca a las ciudadanías alternativas que muestran los modos y experiencias que se están desarrollando en el presente en diversos contextos culturales, sociales, económicos y políticos. Es por esto que la ciudadanía es un proceso social más que un derecho centrado en lo jurídico, siendo siempre política, porque responde a una estrategia de crear ciudadanos/as por un conjunto de discursos y prácticas de gobierno. Contiene todos los momentos, como señala Montes Montoya, los cuales hay que saber relacionar y no excluir de la explicación e interpretación analítica e histórica.
“El desastre de la política” tiene para la filósofa colombiana dos acontecimientos concomitantes. Por un lado, a partir del año 2000 y del 2008 los discursos -característicos de la izquierda y la derecha progresista-republicana- caen en su propia trampa al criticar la “muerte del sistema”. El segundo acontecimiento es la crisis del Estado por su completo descrédito institucional. Lo que entra en crisis no sería la democracia representativa, sino el sistema democrático y sus “socios”: libertad, ciudadanía, igualdad y justicia. Cabría preguntarle a la filósofa colombiana si el descrédito de la política y su “desastre” no sería una consecuencia necesaria, a causa de la primacía del mercado, regido por versiones monetaristas neoliberales “fanáticas” - por ejemplo, el resultado de la crisis del 2008-. Donde la economía prima obsesiva y antidemocráticamente sobre lo político, restringiendo así la relación instituyente del poder democrático ciudadano como fruto del debate plural. Lugar de la política donde, a veces, la democracia representativa es un instrumento de manipulación, presión y sabotaje hacia el Demos, hecho por de las “castas” económicas-financieras neoliberales (los Oligoi y los Aristoi -los especialistas-), que generan cada vez más desigualdad, restringiendo la libertad. Y, por ende, causantes de injusticias sociales y ambientales crecientes, es decir, el “desastre” que, para muchos y muhcas analistas políticos, tiene siempre nombre y apellido terminados en “ismos” dentro del debate intelectual (populismo, neoliberalismo, socialismo, nacionalismo, ecologismo, fundamentalismo… según el punto de enfoque del analista).
El escrito me ha motivado algunas reflexiones para entrever mejor la ciudadanía y sus conceptos nucleares de la tradición griega: la democracia y la política. La democracia es siempre la radicalización de sus potenciales, como devenir de la voluntad e intención colectiva de las diferencias y de lo irreconciliable. “La política”, dicho muy rápidamente, es el juego que sólo tiene la regla -como un primer mandamiento análogo a la biblia-: no matarás. Si no hay política, hay violencia y destrucción, como se evidencia en Colombia[20] en el momento de escribir este artículo. La política instaura instituciones cambiantes, son reglas de juego con un solo propósito: seguir jugando. No hay participio, hay gerundio con lo político y la democracia. Democracia y política son inescindibles, quien manda es el pueblo ciudadano pleno de derechos, que debería gestionar lo común y lo público. “Consumidoras/es” y “propietarios/as” son categorías que deliberadamente no quieren implicar lo político en las versiones neoliberales. Cuestión imposible, por cierto. Pero, sobre todo, situación realmente innecesaria y peligrosa en sentido societal.
Si una fracción (partido político, grupo de poder) degrada al ciudadano/a en consumidor/a, transforma la democracia en tiranía, disfrazada de oligarquía (de juntas de accionistas y pertenecientes al Capital financiero). La democracia representativa en sus versiones neoliberales no es ciudadanía, porque es la degradación de la democracia de modo deliberado al no orientar el ideal universal de sujetos autónomos.[21] Sujetos que dan respuesta creativa desde su libertad al destino que no coincide plenamente con el deseo y las expectativas individuales, pero que se expresa en la constelación política, llena de otras estrellas, aunque, como en el cielo estrellado, no hay centro único. Se asume desde la antigüedad clásica que, si están en cierto equilibrio las constelaciones y los sistemas solares entre ellos, si siguen sus ciclos normales de las revoluciones celestes, en el planeta la vida sigue. Porque revolución en sentido etimológico del indoeuropeo ‘rev’, (rebelión, develar), el ciclo que vuelve a comenzar, según su dinámica de nacimiento, expansión, contracción y decadencia para volver a renacer. El despliegue ordenado del Cosmos, lógico para la humanidad de la Grecia clásica que pensaba la Polis, donde los y las ciudadanos creyeron comenzar a comprender el Logos que copiaban para la buena fortuna de la Polis (la comunidad), como guía sincrónica del sí mismo personal (dimensión ética y moral). Volviendo al presente, el desorden social genera desastre político y parece que el orden económico puede ser una situación rara de ordenes siempre inestables, complejos, caóticos y precarios. Ya no se llamará a astrólogos/as, ni siquiera astrofísicos/as para solucionar y saber algo del destino. Porque estos son tiempos más bien de la política y de la filosofía, que ensaya pensar el presente y hacer algo de prospectiva (de utopística diría Immanuel Wallerstein). Y se instala la necesidad como un imperativo de escuchar y permitir ingresar al dialogo al menos a Gaia, “lo Terrestre”, como nuevo sujeto político pleno de derechos en el debate de la ciudadanía, de la política humana y la ecología planetaria postneoliberal.
Un libro que ayuda a comprender y a preguntar
Hay varios frentes en las ciudadanías alternativas reales que deberán abrir interrogantes. Podemos pensar, por ejemplo, que el modelo de la mundialización económica hegemónico (neoliberal) solo produce sujetos sujetados/as al capital, que llama “individuos libres” en un contexto de agotamiento de la naturaleza y de dichos individuos, a causa de la aceleración los métodos de trabajo, del modo de consumo y de las relaciones sociales en general con las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Pero ¿hay individuos?, o mejor decir con Brian Massumi[22] que somos dividuales, ya que el/la Individuo es una hipótesis difícil de sostener como espacio homogéneo e indivisible. Repensar al individuo es alterar también las condiciones de conceptualización de la ciudadanía. La lectura de Ciudadanías alternativas me ayudó a aclarar, por ejemplo, mis dudas, cuestionado problemáticas abiertas y también puntuales. Como ser, ¿es hoy la ciudadanía una categoría política y filosófica fundamental para pensar, proyectar y orientar la acción política en occidente?, ¿sirve para repensar el Estado y la soberanía?, ¿es una categoría aún útil para pensar escenarios post neoliberales, con desafíos de transición ecológica y posibilidades de desmundialización económica? ¿Hay indicios de nuevas formas de reclamo, de ampliación o demandas de ciudadanía diferentes a la del/la contribuyente pasivo/a y del/la consumidor/a previsible? ¿El individuo liberal es el sujeto de la ciudadanía desaparecida/o en contextos de democracias liberales republicanas? ¿Es sensato teóricamente pensar que solo hay individuos que posibilitan la política como an arké (sin raíz-fundamento)?, ¿es tiempo de pensar mejor en reescribir el mito del individuo[23] nominándolo de otro modo: (in)dividuo?
Otro punto de enfoque son las identidades, su relación con la desigualdad creciente y la relación histórica que sostienen con la ciudadanía.[24] A nivel sociológico es interesante observar a los sectores que celebran la riqueza borrando e ignorando a quienes la producen. Lleva a analizar la relación política que establecen en función de intereses concretos, que tocan de lleno a la ciudadanía (educación, salud, infraestructura) en la dimensión de derechos de propiedad, uso, acceso y usufructo presente y fututo. Las contiendas electorales son un termómetro, las rebeliones y explosiones sociales (Chile, Colombia, Nicaragua, Venezuela, Francia), otra variable para ensayar una comprensión de las tendencias inherentes a un ensayo de comprensión diacrónica y sincrónica en los comportamientos electorales. La extrema derecha, los nacionalismos y los “populismos”[25] son respuestas cada vez más numerosas, muy afectivas y emocionales ante la frustración social, política, cultural y ecológica provocada por el capitalismo neoliberal. Por lo tanto, pensar hoy la ciudadanía en contexto de transición ecológica y post-pandemia, es la posibilidad imperativa de la ampliación de la esfera de las libertades y de los derechos en contextos restrictivos del capitalismo transnacional, que ha destruido casi por completo las soberanías nacionales, excepto las tareas que cumplen los Estados, como gendarmes y ejecutores de la violencia sobre sus poblaciones. Por contracción de la acumulación de capital y por las tensiones geoestratégicas en medio del recalentamiento climático, el capitalismo o Imperio (como lo denominan Negri & Hardt) se está reconfigurando aceleradamente y hay que comprender sus procesos para poder situar una política de radicalización democrática. Se prefiguran horizontes políticos en América Latina y en Europa desde utopías concretas. Por ejemplo, los y las convocados/as por el Movimiento Convivialista en Francia.[26] Se postulan en muchas experiencias y experimentos sociales de ampliación y debate de la ciudadanía, actitudes tanto de confrontación sociopolítica -acompañadas a la vez de modos de vida discretos-, con temáticas ecológicas y preocupaciones ciudadanas ya incorporadas en muchas de las agendas electorales y en la gestión de intervenciones públicas. Esto sucede en escalas internacionales, nacionales, regionales y locales. Preocupaciones, discursos e intervenciones que son visibles en las tendencias de movimientos locales que claman ciudadanías alternativas y experimentales, que desean abandonar expresamente el capitalismo de corte neoliberal. Esto es lo que llamo “ecoocreativas” (ecología + cooperativismo + creatividad) porque buscan por lo general la ampliación de las alternativas a la ciudadanía actual, situación conflictiva en las sociedades democráticas-liberales.[27]
En síntesis, el libro Ciudadanías Alternativas abre muchas preguntas y nuevos temas de reflexión. Incita a pensar y a reflexionar acerca de la ciudadanía, abordando desde la filosofía política el presente que no admite prejuicios cerrados. Se abren perspectivas inéditas, novedosas y creativas para cuestionar filosóficamente lo actual. Presente que puede reorientar, esperemos que así sea, la intención política de los y las ciudadanos/as. Los acontecimientos y manifestaciones nos sorprenderán, muy probablemente, como los aviones estrellados en la Torres Gemelas, el COVID-19 y las catástrofes ambientales en curso. Este libro colectivo colabora, felizmente, con la tarea de seguir preguntando, pensando, trabajando y debatiendo, haciendo rizomas y redes. Porque el fin de la historia, por lo menos hasta ahora, no solo no ha llegado, sino que puede llegar como una caída al abismo para nada deseable, o con derrumbes imprevistos. Estamos en un momento propicio para generar una alquimia de rigor conceptual, información precisa y creatividad que se anima a recrear pensamientos y proposiciones, más allá del corsé y las mordazas ya incendiadas en Brasil, en los bosques del sur de Argentina, las sierras de Córdoba y en la iglesia de Notre-Dame de París.
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- Revista Idelcoop n° 228 y 230. https://www.idelcoop.org.ar/sites/www.idelcoop.org.ar/files/revista/articulos/pdf/pg_20-27.pdf y https://www.idelcoop.org.ar/sites/www.idelcoop.org.ar/files/revista/articulos/pdf/reflexiones230_1.pdf
[1] Autor de Critica a la modernidad eurocentrada. En búsqueda de múltiples alternativas decoloniales, (EAE, 2011) y Capital social y participación. Las redes tecnológicas como redes sociales, (Narvaja editor 2005, Argentina). Próximo libro: Ecoocreatividad. Utopías concretas en tiempos inciertos, en prensa. Profesor en Ecole Polytechnique y en Ats & Metiérs, Paris, Francia. Doctor en filosofía (Paris 8-UBA), ex profesor de Epistemología de las ciencias sociales ECI-UNC y sociología (IUA, U21, Argentina). Correo electrónico: hugobussoformacion@gmail.com
[2] Lugo y Oraisón (2021).
[3] Ecoocreatividad, un libro de pronta aparición, donde desarrollo y presento este concepto que podríamos describir como “ecología, cooperación y creatividad” y que actúa como significante vacío; podría hacer equivalentes demandas diferentes, experiencias, experimentos y perspectivas ‘utopísticas’.
[5] Castoriadis (1998).
[6] Investigación recientemente terminada, en prensa. Temas que fueron adelantados parcialmente en: https://www.idelcoop.org.ar/sites/www.idelcoop.org.ar/files/revista/articulos/pdf/pg_20-27.pdf y https://www.idelcoop.org.ar/sites/www.idelcoop.org.ar/files/revista/articulos/pdf/reflexiones230_1.pdf
[7] Busso (2020).
[8] Latouche (2011).
[9] Laclau y Mouffe (1987).
[10] “Lo terrestre, el tercer atractor” en Bruno Latour (2017). El primer atractor es lo local, el segundo lo global. El tercer atractor, lo terrestre, debe ser considerado como sujeto pleno de derechos, entrando al debate político para modificarlo sustancialmente, por ser incorporado en sus decisiones y cálculos. Lo terrestre es considerado como sistema generativo, no como materia prima para el sistema productivo.
[11] AA.VV (2020).
[12] Laclau y Mouffe (1987); Laclau (2017).
[13] Bensayag (2021).
[14] Baschet (2018).
[15] García y Lukes (1999).
[16] Bruno Latour (2017).
[18] Lugo y Oraisón (2021), 197-220.
[19] Lyotard (2012).
[21] Laval y Dardote (2017).
[22] Massumi (2018).
[23] Benasayag (2004).
[24] Picketty (2019).
[25] Mouffe (2018).
[27] Ver por ejemplo Revista Imagine demain le monde, 2019, n° 133, Bélgica; Revista Socialter, n° 35 junio-julio 2019 y n° 36, septiembre 2019; Hors-serie 2020 y 2021, Francia; Revista Magazine Litterarire n° 1, Francia, enero 2018.; VV.AA 3, (2020).