Revista Idelcoop, nº 231. Julio 2020 - ISSN 0327-1919 / Sección Educación y Cooperativismo
ENTRE LA REFORMA Y LA PANDEMIA
Desafíos del Instituto Universitario de la Cooperación
Pablo Imen[1]
Resumen
El presente artículo se propone describir la experiencia naciente del Instituto Universitario de la Cooperación (IUCOOP), dando cuenta de sus principales desafíos, de la construcción de su propio proyecto y de las identidades sobre las cuales se construye.
En la primera parte se intenta dar cuenta del contexto que el neoliberalismo deja plasmado tras cuatro décadas de aplicación inmisericorde. El COVID 19 tiene el “mérito pedagógico” de dejar entrever la incapacidad de este proyecto civilizatorio para asegurar la reproducción de la vida de la especie, y es un llamado de atención a la humanidad para transformar y transformarse. Sostenemos la hipótesis de que nada será igual tras la pandemia y que, por su parte, el presente brumoso no permite anticipar si el futuro devendrá con mayor justicia o si primarán los intereses de quienes quieren perpetuar un orden excluyente y desigual.
Si el mundo cambiará, en un proceso disputado, también lo hará la educación y en tal coyuntura el texto analiza el papel que puede jugar el IUCOOP en ese proceso. Nos asumimos como creación del cooperativismo transformador –con todas las consecuencias que esto implica- a la vez que herederos de las experiencias universitarias que buscaron fundar una institución educativa al servicio de un proyecto social más justo e igualitario.
En la segunda sección damos cuenta de las notas principales de los proyectos que expresó la Reforma Universitaria de 1918 y la Universidad Nacional y Popular del período 1973-1975 como marcas valiosas a las que debemos mirar y de las cuales debemos aprender.
Finalmente, recorremos criterios, definiciones y propuestas del IUCOOP en los tiempos actuales.
Palabras clave: IUCOOP, COVID 19, Reforma Universitaria, Educación Emancipadora.
- Para leer la coyuntura desde el COVID 19 (a modo de introducción)
La pandemia puede ser leída -y de hecho lo es- desde perspectivas e intereses diferentes e incluso antagónicos. En enero de 2020, antes de la expansión inusitada del COVID 19, Oxfam denunciaba que los 2153 mil-millonarios más ricos del mundo poseían más riqueza que 4600 millones de personas, a la sazón el 60% de la Humanidad. En América Latina –según la misma fuente- el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza y más de 66 millones de seres humanos viven en pobreza extrema.
Complementariamente, el régimen de acumulación predominante en las últimas décadas ha sido la especulación financiera, en detrimento de la producción real ampliando a niveles escandalosos la concentración de la riqueza y la profundización de la desigualdad en todo el planeta.
En tercer lugar, el modelo productivo predominante ha tenido un efecto devastador sobre la naturaleza que pone en alerta ecológica a la especie, sin excepción.
Podríamos decir entonces que la pandemia viene a implicar, seguramente, uno de los últimos avisos que conduzcan a la sociedad mundial a reconfigurar radicalmente los modos de vida colectivos. A tal punto es así que el Financial Times, vocero de las élites promotoras del neoliberalismo, editorializó el 4 de abril de 2020:
Las reformas radicales –revirtiendo la dirección política que ha prevalecido en las últimas cuatro décadas– deberán estar sobre la mesa. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar fórmulas para que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución será debatida otra vez; los privilegios de (…) los más ricos serán cuestionados. Políticas consideradas excéntricas hasta ahora, como la renta básica y los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas.
Se plantea que estamos ante una crisis integral de la vida social. Hay riesgo ecológico, energético, económico-social, político institucional, incluso, militar. Lo que unifica a las diferentes posiciones es que la pospandemia exigirá profundos cambios en todas las esferas de la vida humana. Por cierto, a la hora de definir los modos de resolver la crisis expuesta, aparecen sin demora las dos perspectivas antagónicas: las que se proponen continuar el actual estado de injusticia e inviabilidad histórica generando nuevos modos de desigualdad, de exclusión, de opresión frente a otras posiciones que ponen en el centro la defensa de la vida y el derecho a la dignidad de las personas -de todas ellas- así como del cuidado del planeta que es nuestra casa común. Si todo ha de cambiar, la educación no podrá ser la excepción a este proceso. Y como ocurre con la economía, la política y la cultura, los cambios en educación serán producto de álgidas querellas y confrontaciones acerca de qué entendemos por una buena educación y, en nuestro caso, por una buena educación universitaria.
Nuestro Instituto Universitario de la Cooperación (IUCOOP) tiene la particularidad de nacer de las entrañas de un movimiento social -el cooperativismo- cuyos valores y principios se fundan en el humanismo, la democracia protagónica y participativa, la centralidad de la solidaridad, la idea de que la felicidad es un objetivo que debe alcanzarse colectivamente y que no puede ser un atributo de minorías opulentas. La Universidad que creamos se funda en este ideario e intenta adoptar, en su funcionamiento interno y sus propuestas, las lógicas solidarias, democráticas y eficientes que caracterizan al movimiento social. Pero también recoge, a su modo, las mejores herencias de la Universidad Pública en Argentina.
La Universidad tiene siglos de existencia, y ha nacido como institución que disputó exitosamente el atributo de “voz autorizada” en materia del desarrollo de conocimientos científicos. El modelo de ciencia occidental -si se nos permite el uso de tal categoría- se fundó y desplegó de manera hegemónica con una epistemología que supuso la separación radical de la verdad científica respecto del juicio ético y del valor estético; que profundizó la compartimentación del conocimiento -lo que condujo a una creciente especialización científica- y en ciertos períodos históricos un predominio del teoricismo denunciado hace más de cien años por los estudiantes de Córdoba a través del movimiento reformista.
Por otro lado, hubo siempre contratendencias que opusieron, frente al modelo oficioso y oficial de universidad, alternativas referidas tanto a sus funciones esenciales como a sus modos de gobierno. La experiencia de la Reforma del 18 ha sido un fértil ejemplo que marcó la posibilidad de una alternativa que, formulada en documentos, se pudo plasmar en experiencias muy fértiles como la vivida por las Universidades Nacionales en el período 55-66. Otra experiencia de inspiración popular ha sido la de la Universidad Nacional y Popular vigente entre 1973 y 1975. De ellas nos nutrimos para pensar el IUCOOP, lo que enriquece nuestro propio acervo como cooperativistas universitarios/as y universitarios/as cooperativistas.
Digamos, cerrando esta introducción, que el IUCOOP como marca institucional en este tiempo histórico se asume como creación del cooperativismo transformador entendido como proyecto civilizatorio, como tradición filosófica y cultural, como experiencia organizativa concreta e incluso como pedagogía viva. Pero su plataforma se amplía, pues valoramos el acervo generado por experiencias universitarias que reclaman para sí un linaje transformador. Rescatamos aquí dos en lo fundamental y en lo que sigue del artículo nos interesa poner en diálogo este presente y aquél pasado que nos ilumina, no en clave nostálgica sino más bien con los ojos puestos en el porvenir.
II. El pasado no está muerto, ni siquiera es pasado
Muchos de quienes integramos el Instituto Universitario de la Cooperación somos graduados de la Universidad Pública y nos consideramos albaceas, asumiendo tales identidades, de aquellas experiencias de Universidad que marcaron una tradición popular, democrática, latinoamericanista, emancipadora. No porque hayan sido modelos acabados que sólo haya que replicar automáticamente sino porque son acervos que aportan una perspectiva, un sentido de la institución universitaria y porque han desarrollado experiencias, métodos y conceptualizaciones que nos parecen buenas plataformas sobre las cuales avanzar. Así se despliega la humanidad. Recuperamos aquí dos experiencias en las que nos reconocemos a un alto riesgo: es que ambas se miran entre sí con cierta distancia en la medida que provienen de matrices culturales y políticas diferentes. Es posible que referentes de ambas grandes corrientes objetaran que las unamos como ensayos de una misma inspiración, pero así las leemos nosotras y nosotros, desde el IUCOOP.
La Reforma del 18 fue un movimiento heterogéneo que abarcaba una gama ideológica con cierta preeminencia del radicalismo, pero también con presencia de grupos de izquierda ligados a la reivindicación de la Revolución Bolchevique, como los miembros de “Insurrexit”. Por su parte, la Universidad Nacional y Popular fue una experiencia conducida por la izquierda peronista cuyo máximo referente, Rodolfo Puiggrós, tuvo responsabilidad como rector de la Universidad de Buenos Aires en esos años. En ambas experiencias nos miramos, de ellas intentamos extraer enseñanzas y de ellas nos nutrimos para recrear el Instituto Universitario de la Cooperación.
El 15 de junio de 2018 se celebraron los cien años de la Reforma Universitaria, explosión de rebeldía estudiantil acompañada de nuevas ideas para refundar la clerical y muy conservadora Universidad de Córdoba de la República Argentina. Aquel fenómeno inusitado ocurrió en una institución medieval: la primera universidad, creada en el siglo XI, fue el punto de partida de un linaje que desde sus orígenes reconoció para sí la exclusividad del conocimiento válido. Y, con ello, ha sido su marca de nacimiento una composición elitista: se trata de un ámbito de formación de dirigentes, sea para el mundo medieval o para su sucedáneo capitalista. Se concibe a la Universidad como una creación europea, y la de Bologna -fundada en 1088- abrió ese camino que fue cuestionado ocho siglos más tarde: fue la muy clerical Universidad de Córdoba quién sintió el sismo de la juventud estudiantil. ¿Era posible otra universidad? ¿Una que acompañara las luchas de los Pueblos, que fuera útil a un desarrollo nacional y latinoamericano? ¿Era posible una universidad que refundara su sentido y su método, democratizando su pedagogía y su gobierno? ¿Qué es un estudiante universitario, quién tiene derecho a serlo? Estos y otros interrogantes fueron contestados por los insurgentes de Córdoba quienes denunciaron un orden universitario intolerable y anunciaron un nuevo proyecto a construir. No había para aquella coyuntura un modelo cerrado que contuviera todas las respuestas, pero sí algunas aportaciones muy valiosas y críticas muy fundadas que reconocieron un camino aún inconcluso de (re)creación de la Universidad como institución de los Pueblos.
Como suele ocurrir con casi todo acontecimiento inédito, inesperado e impensable que se proyecta más allá de su tiempo, aquellas personas o grupos que se reivindican herederos de esa construcción épica despliegan una intensa lucha política y cultural por establecer cuál es el contenido del legado y quiénes, por tanto, se referencian como legítimos albaceas. Las lecturas divergentes a propósito de aquella llamarada que tuvo impactos en toda la América Española expresa(ro)n debates y combates no saldados desde su propio nacimiento. A partir del 15 de junio de 1918 se vienen librando múltiples disensos sobre esa revuelta, sobre sus significados y su contenido, sobre su programática y sus tópicos, acerca de sus certezas y sus interrogantes.
Desde nuestra perspectiva, esta experiencia de rebeldía insurgente tuvo una innegable impronta nuestroamericanista. Desde el primer párrafo del Manifiesto Liminar -nacido al calor del levantamiento estudiantil fechado el 21 de junio de 1918- , se afirma: “Las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.[2] En 1926 se cursó la invitación para el Congreso Estudiantil Bolivariano, justificado en que
(…) el 22 de junio de 1926 se cumple el primer centenario de haberse reunido en Panamá el Congreso panamericano en virtud de la iniciativa feliz y los incansables esfuerzos de Simón Bolívar. (…) el ideal bolivariano, sigue viviendo y cada día cobra mayor vigor porque los tropiezos jamás extinguen las concepciones reivindicadoras, antes bien, son su poderoso acicate. En las manos cariñosas y comprensivas de la juventud, se agita hoy la antorcha encendida por el Libertador.[3]
Otro elemento significativo de la obra reformista fue el cuestionamiento al orden social capitalista, tal como expresa el Primer Congreso Internacional de Estudiantes realizado en México, en 1921: “(…) La Juventud universitaria proclama que luchará por el advenimiento de una nueva humanidad (...) Para ese objeto se luchará: (…) por destruir la explotación del hombre por el hombre y la organización actual de la propiedad…”.[4] Eran emergentes significativos, pero reconocían matices y divergencias en el interior del movimiento estudiantil.
Un núcleo duro del cuestionamiento de los y las estudiantes de Córdoba fue la crítica a una cultura institucional que -sin eufemismos- así era caracterizada: “Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara”.[5]
Otras apreciaciones sustantivas, críticas y propositivas de los jóvenes tenían que ver con la dimensión pedagógica y las relaciones educador/a-educando:
Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. (…). La única actitud silenciosa que cabe en un instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.[6]
El párrafo que sigue condensa las principales críticas, tiene un enfoque integral que pone a la Universidad de Córdoba en el banquillo de los acusados:
La juventud universitaria de Córdoba (…) se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. (…) Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad apartada de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión.[7]
Así el inédito levantamiento estudiantil puso en jaque a la Universidad dogmática, confesional, autoritaria. El potente movimiento exigió renovaciones de fondo, y sus ecos resonaron en todo el continente. Ese momento de luz tuvo luego sucesivas derivas que sólo de modo acotado desarrollaremos en este artículo.
Nuestro IUCOOP debía, debe y deberá prevenirse frente a estas lógicas fundadas en concepciones autoritarias, burocráticas, mediocres, dogmáticas y tecnocráticas. Este es un mandato que asumimos como tarea de creación de la universidad del cooperativismo transformador.
Señalamos también la experiencia de la Universidad Nacional y Popular en los años 73-74. Es importante dar cuenta de la medida de gratuidad dispuesta en el primer gobierno de Perón en 1949 y marcar -asumiendo la naturaleza popular de aquel proyecto- algunas contradicciones referidas a la política universitaria en particular. Con esta medida de la gratuidad, consistente con el espíritu democratizador del proyecto popular, ocurrieron procesos que alimentaron (pero no crearon) el conflicto en el interior de las Universidades y fuera de ellas. La separación de profesores disidentes respecto del proyecto político encarnado por Perón fue una de las respuestas del gobierno frente a las ofensivas múltiples de los sectores del privilegio por contener las proyecciones transformadoras del peronismo, por esmerilar su gobierno, por desmontar de todos los modos posibles aquel proyecto impulsando incluso acciones criminales como el bombardeo a Plaza de Mayo o la formación de comandos civiles tras el golpe de Estado de 1955. El Peronismo y la Reforma tuvieron en común su irrupción inesperada. John W. Cooke, un referente ineludible de la izquierda peronista, definía al proyecto inaugurado por Juan Perón y Eva Duarte de Perón como “el hecho maldito del país burgués”. Todas sus novedades populares generaron el encono de las derechas más recalcitrantes, y sus contradicciones internas en tanto que movimiento popular tuvieron su expresión más violenta tras la muerte del líder. Esta configuración disparó una dinámica política que sigue marcando el escenario político desde entonces entre quienes se identifican con aquel proyecto popular (con sus contradicciones a cuestas) y con la reacción desde la derecha en un sentido antipopular.
Un rasgo importante y común al reformismo y al nacionalismo revolucionario era la inscripción de sus creaciones desde la Universidad comprendidas como parte de un contexto más amplio. Es decir, a nuestro juicio la comprensión de ambas experiencias se liga a otras luchas generales de su tiempo, alimentando así las relaciones visibles e invisibles entre la institución educativa y sus contextos.
En términos de los propios reformistas, el punto de partida era una inevitable transformación de nuestros países y, en ese marco, debía comprenderse el rol de las Universidades:
El mal no es de la universidad sino del país. La universidad refleja lo que ocurre en la nación, porque forma parte de ella. Todos nuestros países -unos más que otros- necesitan una reforma radical. Un cambio profundo de las estructuras económico-sociales. La universidad puede contribuir a dicho cambio, debe hacerlo. Y participar luego activamente en el vigoroso proceso de reconstrucción. La universidad no cumple con su misión si no se convierte en uno de los factores principales de aceleración del cambio. (...) No falta a las universidades, por cierto, el conocimiento para realizar un análisis y fundar una opinión. La falla es de orden político-moral. (...) Es imprescindible una renovación radical de ideas, valores y actitudes para que su voz no suene a campana de madera.[8]
La Universidad Reformista fue acallada por la oscura intervención tras el golpe de Estado presidido por el general Juan Carlos Onganía, en 1966. A la luz de las resistencias populares, el propio movimiento estudiantil fue madurando posiciones cada vez más radicalizadas. Una parte de los estudiantes engrosaron las nacientes organizaciones guerrilleras y ese proceso social general atravesó las murallas universitarias. Con el triunfo de Héctor Cámpora -delegado de Perón- en las elecciones de 1973 las autoridades de las universidades nacionales asumieron un proyecto que se autodefinió como nacional, popular y de liberación, con una orientación socialista. Dicho proyecto se construyó no sin complejidades ni tensiones entre los años 1972 y 1973, siendo brutalmente desmantelado en los años 1974 y 1975 a partir de la intervención de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), fuerza paramilitar de la ultraderecha peronista.
A pesar de su efímera existencia, esta Universidad Nacional-Popular de Liberación dejó también una marca en la rica historia de las universidades argentinas.
Recuperamos algunas conceptualizaciones de Rodolfo Puiggrós, entonces rector de la Universidad de Buenos Aires y un paradigmático exponente de aquel proyecto político-educativo:
Los sectores ligados a la dependencia o usufructuarios de ella, nunca podían tolerar en silencio que la Universidad de Buenos Aires se pronunciara sobre el regreso del general Perón a la Patria, precisamente cuando durante dieciocho años utilizaron todas las formas de la violencia y el fraude para impedirlo. En consecuencia, (...) el enfrentamiento se hacía irreductible. (...) Lo que hacemos es intentar sacar a los alumnos de la facultad y volcarlos a la calle para que conozcan los problemas de nuestra sociedad. (...) Este apoyo masivo, que hoy recogemos, es producto de haber sido y ser conscientes de que hay que introducir la Universidad, de una manera viva, en la problemática argentina, porque la Universidad que, a partir de la Reforma del 18, se auto enorgulleció de vincularse al pueblo no fue más que una aspiración.[9]
Rodolfo Puiggrós declara en una entrevista que
Algunas de las fundamentales medidas que hemos tomado son relevantes, al poner en movimiento fuerzas intelectuales que serán los futuros constructores, junto con la clase obrera, de un proceso que ya no se puede detener. (...) la Universidad debe ser, efectivamente, para el pueblo, en varios sentidos. Uno de ellos: que tengan acceso a todas las carreras estudiantes de las clases más humildes del país; por eso una de las primeras medidas ha sido suprimir el examen de ingreso (...) En segundo lugar, una Universidad tiene que ser el centro irradiante de la cultura nacional. (...) En tercer lugar, la Universidad tiene que participar activamente en la revolución científico-técnica, no sólo cultural sino también económica y política”.[10]
En este punto los discursos, tanto reformista como nacionalista revolucionario, tienen algunas coincidencias. Manifiestan, ambos, una preocupación común por la vinculación de la Universidad con las necesidades del contexto -leído en términos del desarrollo nacional o del socialismo nacional- la apuesta por transformaciones profundas del orden, en consonancia con las necesidades e intereses de las mayorías sociales. También coinciden en el papel del desarrollo científico técnico aplicado a los problemas sociales definidos previamente; aparecen resaltados en ambas perspectivas.
En síntesis, el IUCOOP reconoce estos esfuerzos creadores que, como ocurre habitualmente, se despliegan en el contexto de luchas históricas muy fuertes. El caso de la Reforma ocurrió aparentemente como fenómeno interno de la Universidad de Córdoba, como respuesta de un estudiantado inquieto frente a una institución esclerosada. Pero ocurre en un tiempo de profundas conmociones planetarias: la Revolución Mexicana – desplegada entre 1910 y 1917- y la Revolución Rusa, de 1917 son parte del marco. Y hay un dato poco explorado acerca de las movilizaciones de ese año de 1918 en Córdoba. Según las fuentes periodísticas de la época y las fotos disponibles, los actos en defensa de los y las estudiantes eran masivos. Las crónicas hablan de al menos veinte mil asistentes a varias de las movilizaciones, para una Universidad que contaba con 1500 estudiantes… ¿Quiénes eran esas personas que acompañaban la lucha reformista? Indudablemente, sectores obreros y populares engrosaron solidariamente las filas de la protesta, inaugurando otra tradición de unidad entre trabajadores y estudiantes. El Cordobazo, medio siglo más tarde, refrendaba esa alianza, pero ahora en el marco de la lucha obrera, que las y los estudiantes acompañaron con coraje.
Lo cierto es que estas marcas nos hablan de una institución universitaria que se involucra activamente con un proyecto político más amplio, aunque ambas experiencias tengan matices importantes respecto de su autonomía. Para las y los reformistas, la Universidad debía gozar de una libertad fundada en su responsabilidad social y política; para los y las militantes nacional-populares, la Universidad debía estar subordinada a la conducción política del Estado Nacional. El tema nos involucra, en otros términos, pues el IUCOOP es una creación del movimiento cooperativo de crédito nucleado en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. La autonomía que asumimos no implica neutralidad ni indiferencia frente a los temas, problemas y demandas que el movimiento social que nos hizo nacer nos plantea. Sentimos así que nos ubicamos en un punto medio entre ambas posiciones en este punto.
El gobierno democrático que particularmente impulsa el reformismo nos interpela, asumiendo desde el cooperativismo y las propuestas de gobierno participativas la búsqueda por promover una democracia sustantiva asegurando procesos de participación real de quienes integran la comunidad universitaria.
La construcción curricular, la relación pedagógica, la vinculación de la Universidad con su contexto se basa en criterios parecidos, aunque combinados con otras aportaciones pedagógicas relevantes de experiencias latinoamericanas y mundiales. Y también por los enfoques y herramientas provistos por el propio movimiento cooperativo. Reconocidos estos antecedentes, podemos dar un paso más en la comprensión de los desafíos del Instituto Universitario de la Cooperación y sus concreciones actuales.
III. Las orientaciones y concreciones del IUCOOP
Las funciones de la Universidad -la formación de profesionales, la producción de conocimiento y la inter-vinculación con sus contextos-, así como sus formas de gobierno, han sido materia de debates, ensayándose distintas propuestas a lo largo de la historia de la institución.
Por su origen cooperativo, IUCOOP viene haciendo el esfuerzo de “traducir” a su proyecto institucional no sólo los valores y principios sino las estructuras, normativas, relaciones, circuitos, dispositivos, identidades y culturas alrededor de la cosmovisión solidaria que nos interpela. El calibre del desafío se puede apreciar frente a un mundo cuyos valores dominantes -el egoísmo, la competencia, la desigualdad, la opresión y la violencia entre otros disvalores- han organizado las relaciones sociales promovidas desde diversas esferas de poder.
Nos hemos propuesto un modelo de gobierno basado en mecanismos participativos para la elaboración de diagnóstico y toma de decisiones.
Un primer elemento es que asumimos nuestra identidad cooperativista, su visión del mundo, su posicionamiento constructivo y su ensayo permanente por traducir nuestros pilares filosóficos y ético políticos a nuestras prácticas, a nuestras estructuras organizativas, a nuestras subjetividades en una ardua lucha cultural. Saber por qué y para qué existe esta institución, qué tipo de profesionales quiere formar, qué tipo de conocimientos producir, qué ligazón establecer con sus contextos es un objetivo de primer orden en la creación de un colectivo universitario con una común plataforma de sentido. A partir de este marco nos proponemos traducir la idea de participación genuina apuntando a un modelo democrático sustantivo.
Un principio político-organizativo es el de “participación plena y pertinente”. Tal idea-fuerza asume que cualquier persona o sector afectado por una decisión debe ser parte de ella en algún sentido. La información sustantiva debe circular claramente, se abren canales de escucha y consulta, se generan ámbitos de planificación, implementación y evaluación con estos criterios que, por un lado, generan un esfuerzo de acuerdos y síntesis, y por otro profundizan la fuerza colectiva para los proyectos en la medida en que se fundan en consensos reales- con todo lo que esto significa. Esta lógica se traslada al ámbito pedagógico tanto en la producción de propuestas como en su implementación: los y las docentes no son meros ejecutores de paquetes académicos elaborados por expertos sino protagonistas activos en la construcción de las propuestas pedagógicas.
Del lado de los y las educandas, al ser propuestas de formación ligadas a temas del mundo real de la economía social, se los interpela como portadores de conocimientos valiosos que se integrarán a una construcción curricular que se concibe como “diálogo de saberes”.
Algunas palabras para nuestras propuestas en formación, investigación y “extensión” (o inter-vinculación): se trata de propuestas que intentan partir de la realidad asumiendo la complejidad, su carácter problemático y su análisis crítico, así como la formulación de perspectivas, enfoques y herramientas para la transformación de la realidad. Ese modo de pensar y construir permite un diálogo muy potente entre teoría y práctica. “La teoría, amigo, es siempre gris, y verde el árbol áureo de la vida”, advertía Goethe en su Fausto. Y nuestra institución intenta imbricar la vida social (y sus múltiples problemas) con la teoría y el método, desplegando así un modelo de perpetua reinvención de las propuestas de trabajo, de los roles y funciones en un devenir dialógico y participativo que delibera y, desde luego, concreta. La participación no se concibe como un ritual ni como un ejercicio que se reduce al intercambio respetuoso de opiniones sino como un canal relevante de construcción colectiva. Estas ideas proyectan modos de construir desde propuestas curriculares a líneas de investigación.
Un segundo elemento en que la institución se piensa en contacto permanente con su “campo disciplinar” es el cooperativismo. Claro que trascendemos ese ancho campo pues otras perspectivas de la llamada “economía popular” son potenciales asociadas con nuestra actividad. Y también el Estado -como campo de disputa y como red institucional que debe orientarse a garantizar derechos- es un actor de primer orden entre nuestras prioridades. Esta relación no se circunscribe a ofrecer cursos pertinentes y relevantes -como por ejemplo uno referido a actualización normativa para abogados y contadores o herramientas comunicacionales para las cooperativas- sino también a convocar a estas entidades a constituir mesas de trabajo. Desde estas estructuras flexibles nos proponemos construir proyectos según un modelo de participación paritaria en la que todas las partes, desde nuestras visiones y nuestras especificidades, construimos una propuesta común.
Nuestra breve historia nos ha puesto en el desafío de estructurar modalidades flexibles de diálogo con cooperativas, con federaciones cooperativas, con Universidades Públicas, con sindicatos docentes, con dependencias del Estado y se va consolidando un modelo de trabajo asociado que da lugar a muy ricos procesos que tienen, en sí mismos, un gran valor pedagógico: definimos a las cooperativas como “organizaciones que aprenden” y tal juicio probado en nuestras experiencias organizacionales y vitales las aplicamos en nuestras labores cotidianas. Claro que estamos lejos de pensar que tales procesos son lechos de rosas fáciles de transitar, sí creemos que suponen arduos esfuerzos creadores.
Las rosas tienen espinas...
Estas modalidades de trabajo -aprendido en el seno del cooperativismo del cual muchos y muchas provenimos- no están exentas de tensiones, complejidades y contradicciones.
Una contradicción interesante tiene que ver con la identidad de lo cooperativo con lo social y con lo público, aunque desde el punto de vista legal, el IUCOOP se constituye como una Universidad privada. Y es que el cooperativismo, así como en el plano de la economía se diferencia de la lógica centrada en la ganancia, en el plano de la educación se identifica con un modelo que someramente describimos como democrático y participativo. Cabe señalar que el modelo que impulsamos también nos aleja de formas predominantes en muchas instituciones estatales, de carácter jerárquico y con perspectivas teoricistas o academicistas que tampoco compartimos.
Un subproducto de esta tensión se liga a este gran concepto: entendemos a la educación superior como derecho humano, social y ciudadano. A la par, como institución universitaria tenemos un presupuesto a atender para asegurar las condiciones de funcionamiento, efectivizando su sustentabilidad. Nuestro modo de resolver tal tensión es asegurando las condiciones de funcionamiento desde la entidad promotora -el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos-, y promoviendo acuerdos de trabajo conjunto con organizaciones cooperativas, sociales y estatales que se comprometen con la formación de sus miembros.
Otro desafío importante es promover un modelo de gestión y especialmente de trabajo pedagógico y de investigación que, apropiándose de los elementos valiosos de esas prácticas (desde la didáctica del aula a la elaboración de un informe final de una investigación) pueda imprimir un sentido y un formato consistente con nuestro modo de estar en el mundo. Dos son los esfuerzos de este “parto”: la reinvención de herramientas que generen caminos nuevos o recreados en planos concretos; y, segundo, la paciencia pedagógica: las personas que convergemos en esta institución estamos socializados/as en otras visiones del trabajo pedagógico y burocrático.
El tercer gran reto se refiere a las poblaciones estudiantiles, que en los tiempos actuales sufren dificultades adicionales a las de la “normalidad” prepandémica. Nos preocupa generar propuestas que respondan a sus necesidades e intereses, así como promover un arsenal pedagógico que acompañe adecuadamente las trayectorias estudiantiles.
En relación con las actividades que en clave tradicional se definen como de “investigación”, venimos desarrollando diferentes iniciativas en alianza con otras instituciones educativas, académicas, cooperativas y sociales. A modo de ejemplo, se ha publicado recientemente, como producto de una investigación coparticipada con la Federación Argentina de Entidades Solidarias de Salud (FAESS), la Unipe (Universidad Pedagógica Nacional), Idelcoop y el ISTLyR (Instituto Superior de Tiempo Libre y Recreación), un cuaderno titulado “Servicios de Cuidado para la Primera Infancia. Orientaciones para el Sector Cooperativo”. Este esfuerzo se produce a partir de una necesidad social -el cuidado y la educación de las infancias entre 0 y 3 años- dirigida a la formación de cooperativas de cuidado para este universo insuficientemente abordado por las políticas públicas. La producción escrita expresa un valioso diagnóstico, una propuesta, instrumental, pero rebasa los límites de una publicación relevante. Es que hubo un proceso virtuoso de articulación entre experiencias de cuidado, el propio movimiento cooperativo y las instituciones educativas en torno a una construcción del escenario y la formulación de alternativas.
En convergencia, otras experiencias de los llamados “cursos de extensión” han apuntado a la construcción de una pedagogía de la solidaridad. Hacemos un link con un debate muy actual que se expresará en las transformaciones educativas que ocurrirán. Como dejamos entrever y ahora afirmamos con más precisión, la educación es una práctica histórica y social a la vez que se configura como un campo de disputa entre perspectivas diferentes e incluso antagónicas.
La pregunta fundamental de la educación, ¿para qué educar?, ha sido objeto de respuestas muy diferentes. Por ejemplo, Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar y primer educador de la independencia de Nuestra América propiciaba la formación de Pueblos y Repúblicas libres y soberanos. Desde su práctica pedagógica implementó unos principios y unos métodos: la igualdad sustancial de toda la humanidad, la soberanía pedagógica- o el sentipensamiento autónomo-; el desarrollo de todos los aspectos de la personalidad; el trabajo liberador como eje de su proyecto pedagógico; la necesidad de la libre expresión como modo de autoafirmación en el mundo; el compromiso solidario con un proyecto colectivo, etc. Muy diferente es esta perspectiva a la sostenida, por ejemplo, por los modernos defensores de la “calidad educativa” que se ciñen a la configuración de personalidades dóciles, productivas, conformistas y reproductoras de un orden que la pandemia puso en el banquillo de los acusados. Tampoco se pondrán de acuerdo con Simón Rodríguez -o con Luis Iglesias, o Jesualdo Sosa, o los Reformistas del 18, o Paulo Freire, o Risieri Frondizi, o Rodolfo Puiggrós- quienes defienden la noción tecnocrática de “calidad educativa”.
Nuestra perspectiva ético-política y pedagógica nos ubica en la senda de aportar, como institución emanada del cooperativismo transformador, con un proyecto que se propone formar profesionales identificados con la construcción de una sociedad más justa, que dominen los conocimientos técnicos que hacen a la eficacia en su labor profesional pero que estén acompañados de la imprescindible sensibilidad social, siempre tan importante para pensar un ejercicio humanístico de la labor profesional. Y también, en lo posible, que amplíen su mirada cultural apropiándose de aquellas producciones de las disciplinas artísticas que resumen de manera bella el acumulado cultural de la humanidad.
En esos cursos que dirigimos a sindicatos docentes propiciamos puentes entre cooperativismo y educación; proponemos el trabajo con el cuerpo para pensar la vida en las aulas; ensayamos propuestas que pongan en el centro el diálogo del arte y la educación con el cooperativismo o propiciamos el reconocimiento de las pedagogías latinoamericanas y caribeñas. Impulsamos la formación en sistematización de prácticas en la medida en que -tanto para educadores/as como para cooperativistas- el ejercicio reflexivo de la práctica es el que permite mayores progresos. La adopción de un enfoque de “praxis” (pensar, escribir, comunicar, actuar, revisar, modificar y afirmar, avanzando) constituye un elemento de primer orden en nuestra visión del mundo. Los y las cooperativistas impulsamos democracias protagónicas y participativas, formas de organización que requieren sujetos activos, con visiones y herramientas para una participación fundada, argumentada, propositiva y eficaz.
Estas visiones sobre el gobierno, el currículo, el trabajo docente, la relación pedagógica, el vínculo con la comunidad nos ponen en una tensión creativa permanente. La pandemia no ha reforzado sino una forma de construir institucionalidad siempre montados sobre una energía instituyente, en ese diálogo tenso y fértil entre lo instituido y lo que amerita transformarse.
Novedades de la pandemia y exigencias de la pospandemia
Cabe actualizar nuestra reflexión ubicando algunas acciones en el contexto concreto de la cuarentena. Nuestra institución es muy joven, aunque recoge décadas de tradición en educación cooperativa.
En términos concretos, nos vimos en la tarea de reformular algunos mecanismos internos de trabajo y de gobierno, en la medida en que las reuniones presenciales no son posibles dada la cuarentena en curso. Hubo algunas reestructuraciones de los equipos de trabajo, y hemos aprendido, todas y todos, al contacto por las plataformas virtuales en distintas variantes. Ha sido un ejercicio de adecuación intenso, pero a la vez abrió posibilidades que no habíamos pensado y que habilitan nuevos recursos para el tiempo de la pospandemia.
Las propuestas de formación se desarrollan en este período exclusivamente en modalidad virtual; si bien ya estaba previsto, el contexto de pandemia y el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, exigió una mayor cobertura, la ampliación del programa de becas y la adecuación a los tiempos y requerimientos de las entidades con las que operamos. Esta construcción de propuestas de formación virtual se edificó ensayando nuestra perspectiva pedagógica. Queremos imprimir a la modalidad virtual la misma perspectiva y enfoque que pensamos para lo presencial: que sea una propuesta interesante, ligada a la vida real, que estimule la participación, que recupere y valore los saberes que trae toda la comunidad de enseñanza-aprendizaje, que estimule la autonomía de pensamiento y el trabajo colectivo.
Este modo de pensar el proyecto pedagógico supone experimentar nuevas estrategias, en primer lugar, reforzando la relación pedagógica, adecuándola a la modalidad (lo que a su vez requiere advertir sus posibilidades como sus límites). En segundo lugar, hacia las organizaciones con las que veníamos trabajando: cooperativas, federaciones, sindicatos docentes o ámbitos del Estado promoviendo modos de planificación o acuerdos de trabajo por la vía virtual.
Otra actividad que hemos impulsado ha sido la realización de conversatorios acerca de temas relevantes para el campo de la economía social y el cooperativismo, intentando aportar a la esfera pública tópicos y perspectivas que den cuenta de las realidades y los desafíos en la muy particular coyuntura que nos toca vivir.
En estos meses de trabajo percibimos que se va consolidando una opción ético-político-pedagógica y didáctica sin negar las tensiones y contradicciones esbozadas más arriba.
En estos tiempos se habilita -a diferencia de otros momentos de cierta “normalidad”- un debate a fondo sobre el futuro de la humanidad. Todo debe ser repensado y, sobre todo, rehecho.
En tales desafíos, la educación en general y la educación superior en particular requieren de procesos de revisión de las tradiciones, grandes objetivos, métodos, sujetos pedagógicos. Esa revisión supone avanzar hacia una Proyecto Educativo (y con esto hablamos de las dimensiones político-educativas, pedagógicas y didácticas) y un Sujeto Colectivo capaz de llevarlo adelante.
Creemos que la crisis civilizatoria que sacude a la humanidad interpela muy especialmente a las instituciones educativas incluidas, desde luego, a las Universidades. ¿Qué tipo de profesional debemos formar?, ¿cuáles son los procesos de producción de conocimientos que es preciso impulsar?, ¿qué tipo de inter-vinculación debe impulsar la institución universitaria?, ¿qué modelo de gobierno y participación deben propiciar nuestras instituciones?, ¿cuál es el modelo de trabajo y formación de la docencia, la investigación y la relación con los contextos que deben ensayarse?, ¿cómo traducir la noción de estudiante en tanto sujeto de derecho a los modos de inserción en la vida institucional?, ¿cómo pensar la virtualidad en los nuevos escenarios, en la búsqueda de una sociedad más justa, más libre, más diversa, más solidaria?
Estos son algunos de los grandes interrogantes que la vida -y la muerte- le plantean a la humanidad, a sus sistemas educativos y a sus instituciones universitarias. Trabajamos desde estas preguntas y algunas repuestas basadas en la firmeza de principios, pero con la indispensable flexibilidad en las formas y los recorridos.
Tenemos la esperanza de contribuir desde la educación a crear un mundo habitable y pleno, sin exclusivismos ni exclusiones, aunque tenemos claro nuestros límites. Nos gustaría tener el poder que nos asignan las visiones educacionistas que atribuyen la solución de los problemas humanos a una “buena educación”. Estamos ahí frente a la dificultad que nos presentan las divergentes e incluso incompatibles lecturas acerca de qué es una buena educación; en todo caso, la esfera de la educación es apenas una parte de las construcciones colectivas que permiten modificar la realidad. Son imprescindibles cambios en la política, en la cultura, en la economía.
Desde luego, la educación tiene un papel que cumplir, y esperamos estar, como institución universitaria cooperativa, a la altura de ese desafío que Paulo Freire sintetizó con lucidez: “la educación no cambia al mundo, cambia a las personas que transformarán el mundo”. Nuestra especificidad como institución universitaria nos lleva a esas preguntas y a ese ensayo sobre el sentido que imprimimos a la institución: para qué formamos, qué conocimiento producimos, qué vinculación concretamos con nuestros contextos, qué modelos de gobierno y participación creamos para arrimar ese porvenir mejor a nuestras realidades cotidianas. Hermoso desafío en tiempos de pandemia y transición en los cuales lo nuevo no termina de nacer, pero está naciendo.
Bibliografía
AAVV. (2001). ¡Aquí FUBA! Las luchas estudiantiles en tiempos de Perón (1943-1955). Ed. Planeta, Buenos Aires.
AAVV. (2008). 1918-2008. La Reforma universitaria. Su legado. Librería Editorial Histórica Emilio J. Perrot, Buenos Aires.
AAVV. (2001). Universidades na penumbra. Neoliberalismo e reestruturacao universitaria. Editora Cortez- CLACSO. San Pablo.
AAVV. (1988). La Reforma Universitaria (1918-1930). Biblioteca Ayacucho, 2ª Edición, Caracas.
ONU, UNESCO, Instituto de Educación Superior de América Latina y el Caribe (IESALC). Conferencia Regional de Educación Superior. “Declaración Final de la Conferencia Regional de Educación en América Latina y el Caribe.” 2008, Cartagena de Indias, Colombia.
Domingorena, Horacio. (1959). Artículo 28. Universidades Privadas en la Argentina. Sus antecedentes. Editorial Americana, Buenos Aires.
Frondizi, Risieri (1971). La Universidad en un mundo de tensiones, Paidós, Buenos Aires.
Ghioldi, Américo. (1961). Libertado de enseñanza. Biblioteca de Educación- Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
Giroux, Henry. (2008) La Universidad Secuestrada. El reto de confrontar a la alianza militar-industrial-académica. Centro Internacional Miranda, Caracas.
Imen, Pablo. "La Universidad Pública en su laberinto. Apuntes para una Memoria del Futuro". La revista del CCC [en línea]. Mayo/Agosto 2008, N° 3. Actualizado: 2008-10-15 [citado 2017-06-29]. Disponible en Internet: http://www.centrocultural.coop/revista/articulo/70/
Mangone, C. y Warley, Jorge. (1984). Centro Editor de América Latina S.A. Buenos Aires.
Puiggrós, Rodolfo. (1974) La Universidad del Pueblo. Editorial De Crisis, Buenos Aires. pp. 7 a 25, 51 a 59 y 81 a 91. Se incluyen prólogo de Carlos Suárez, y dos entrevistas concedidas por R. Puiggrós a Osvaldo Soriano y a Enrique Martínez respectivamente: “El papel de la nueva Universidad” (CUESTIONARIO, julio de 1973) y “Universidad, peronismo y revolución” (CIENCIA NUEVA, agosto de 1973).
[1] Vicerrector del Instituto Universitario de la Cooperación (Iucoop). Correo electrónico: pimen@gmail.com
[2] AAVV (1988:3).
[3] ídem, 91.
[4] Ídem, 41.
[5] AAVV (1988:3).
[6] Ídem, 4.
[7] Ídem, 6.
[8] Imen (2008).
[9] Imen (2008).
[10] Ídem.