Revista Idelcoop, nº 229. Noviembre 2019. ISSN 0327-1919 / Sección Reflexiones y Debates
IDELCOOP Fundación de Educación Cooperativa
Reflexiones sobre la inserción laboral de los y las jóvenes en el nuevo milenio: la economía social y solidaria como posible alternativa
Aurelio Arnoux Narvaja, Melina Cabral, Natalia Cabral, Vanesa Rodríguez, Pablo Stropparo[1]
Artículo arbitrado
Fecha de recepción: 24/04/2019
Fecha de aprobación: 23/09/2019
Resumen
La renovación constante a la que nos ha habituado la economía capitalista está generando profundas transformaciones en el mundo del trabajo. Son protagonistas de este proceso las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). En este nuevo panorama, por cierto desalentador, la economía social y solidaria (ESS) se presenta como una alternativa posible, no solo respecto a la inserción laboral, sino también por conservar un sentido del trabajo basado en la cooperación, la solidaridad y, en algunas circunstancias, las huellas de las tradiciones, un aspecto tan necesario en la construcción de la memoria y de las subjetividades.
En este trabajo intentaremos –a partir de un caso empírico– indagar sobre la inserción laboral de las y los jóvenes considerando las principales características de cada uno de estos dos sistemas –el capitalismo y la ESS–, sus vínculos y sus antagonismos.
Palabras clave: economía social y solidaria, capitalismo, trabajo, juventud, tecnologías
Introducción
Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) no solo están reconfigurando nuestras vidas, las percepciones que tenemos del mundo, nuestras identidades y prácticas, las relaciones que mantenemos con las otras personas, sino que también han impactado notablemente en el mundo del trabajo. Crece el teletrabajo, el home office, el trabajo a distancia, las plataformas virtuales –entre otras manifestaciones–. Todas ellas son instancias que, inevitablemente, reducen distintos tipos de costos y tiempo de trabajo. Todos los días nos enteramos en la voz de académicos, políticos y periodistas especializados que los viejos o tradicionales trabajos u oficios desaparecerán o se reconfigurarán en el corto y el mediano plazo. Ello en el contexto de una flexibilización tangible del mercado de trabajo en los países desarrollados, pero que penetra aún más en los países antaño denominados “el tercer mundo”, como los de América Latina. Asimismo, bajo diversos signos políticos, aunque sobre todo promovida por los Gobiernos abiertamente neoliberales, la flexibilización recomendada por organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial puede pensarse que está rediseñando la sociedad, las relaciones que las personas tienen con el trabajo y, a su vez, entre ellas mismas. Este panorama, si bien resuena en la población trabajadora en su conjunto, es todavía más impactante en las nuevas generaciones, es decir, en quienes se encuentran en tránsito de inserción laboral hacia un espacio en el que se están vulnerando las mínimas garantías.
Ahora bien, a estas tendencias se les van oponiendo otras como la economía social y solidaria (ESS) que, al seguir una tradición que se remonta al siglo XIX, plantea y pone en práctica otros principios muy distintos, principalmente en lo que refiere a la competencia y al individualismo. Así, la solidaridad, la cooperación, la autogestión y las experiencias de trabajo colectivas se presentan como alternativas concretas que conforman, a su vez, nuevas identidades en las cuales lo grupal prima por sobre lo individual. Si bien estas iniciativas socioeconómicas atraviesan a la población en su conjunto, son las y los jóvenes quienes empiezan a mostrarse como actores protagónicos de una transformación que, en gran medida, los discursos y las políticas oficiales pueden no estar observando con atención.
Este trabajo forma parte de una investigación más amplia que pretende indagar en las percepciones de los actores que actualmente forman parte de la ESS en el Municipio de Moreno. Hace hincapié en los rubros textil, alimenticio y de la construcción. Del recorrido efectuado hasta el momento –que incluyó, entre otros recursos metodológicos, un relevamiento estadístico, entrevistas y encuestas a los actores– pudimos observar una significativa participación de las y los jóvenes, y dentro de este segmento etario, la de las mujeres en particular. Teniendo en cuenta estas experiencias, en este artículo intentaremos indagar sobre la inserción laboral de las y los jóvenes en la ESS y su vínculo con el contexto económico, político e ideológico actual. Partimos de la base de que estas vivencias, que en muchos casos pueden parecer aisladas y con fecha de caducidad, constituyen una nueva forma de insertarse laboralmente, de relacionarse y, en última instancia, de forjar otras subjetividades a través del trabajo cooperativo y creativo. En un primer momento, y luego de algunas aproximaciones conceptuales, haremos referencia a las características actuales de la economía, y puntualizaremos en la influencia de las nuevas tecnologías. A continuación, rescataremos dos casos empíricos –la Feria Joven y la Feria del Fin del Mundo– y reflexionaremos sobre las características principales de la inserción laboral de las y los jóvenes en la ESS. Por último, y a modo de conclusión, realizaremos un ejercicio comparativo que intente poner en discusión estos dos sistemas en principio opuestos –economía capitalista y ESS– para determinar si, efectivamente, lo que se manifiesta como hipótesis se materializa en los casos seleccionados.
Aproximaciones conceptuales
Antes de continuar, creemos necesario realizar unas breves aclaraciones sobre algunos de los conceptos que utilizaremos a lo largo del artículo y que, por sus cargas teóricas y valorativas, pueden prestarse a diferentes interpretaciones. Por un lado, la noción de “trabajo”, que haría referencia a todo esfuerzo físico y psicológico de los individuos para la producción de bienes y/o servicios necesarios para la subsistencia. Visto de esta forma, en el proceso de evolución humana, el trabajo forjó al ser humano tanto en su aspecto físico, en las relaciones sociales y en las transformaciones culturales. Con el advenimiento del discurso de la modernidad –y, particularmente, la emergencia de la economía política y los ideólogos liberales– el trabajo pasa a estar asociado a la acumulación de capital. Nosotros partimos de una definición “amplia” del trabajo, y le asignamos relevancia a su condición de forjar relaciones humanas, fomentar el espíritu creativo y moldear las subjetividades. Por esta razón, nos parece necesario realizar el contrapunto entre “trabajo alienado” y “trabajo creativo”. El primero es un proceso mediante el cual el trabajador, en parte por el trabajo repetitivo y en parte por la exacerbada competencia, tiende a la deshumanización. Por el contrario, la creatividad precisa de un trabajador emancipado, consciente del proceso de producción y transformación. Según Marx, podemos decir que en el capitalismo:
[L]a economía política solo conoce al obrero en cuanto animal de trabajo, como una bestia reducida a las más estrictas necesidades vitales. Para cultivarse espiritualmente con mayor libertad, un pueblo necesita estar exento de la esclavitud de sus propias necesidades corporales, no ser ya siervo del cuerpo. Se necesita, pues, que ante todo le quede tiempo para poder crear y gozar espiritualmente. (…) Esta gran diferencia de que los hombres trabajen mediante máquinas o como máquinas no ha sido observada.[2]
En este sentido, buscamos detenernos en aquellos aspectos en los que la perspectiva de la economía social y solidaria colabora en la recuperación del tiempo y la creación libre, el despliegue de la creatividad y el disfrute de la tarea que se realiza.
Por otro lado, nos focalizamos en la inserción laboral de las y los jóvenes. Aquí estamos en presencia de un referente empírico –“jóvenes”– que varía en función de las características que se toman para delimitarlo. Si bien en un principio nos resultó operativo centrarnos en un criterio cronológico –es decir aquellas personas que, de acuerdo a lo relevado, se comprenden entre los 18 y los 30 años o, como señala la Organización Internacional del Trabajo, entre los 18 y los 24 años–, a medida que avanzamos en la investigación consideramos incorporar la variable subjetiva e identitaria, es decir, hablar de “juventud”. Al respecto nos parece significativa la posición de Víctor Mekler según la cual:
[M]ás que un grupo generacional o un estado psicosocial, la juventud es un fenómeno sociocultural en correspondencia con un conjunto de actitudes y patrones y comportamientos aceptados para sujetos de una determinada edad, en relación a la peculiar posición que ocupan en la estructura social.[3]
A lo largo del texto nos referiremos indistintamente a las y los jóvenes o a la juventud. Asimismo, el tema de la inserción laboral en las y los jóvenes ha sido objeto de estudio de numerosas investigaciones que hacen foco en el análisis macroeconómico de la situación. Aun cuando creemos que una mirada de ese tipo es fundamental, esto tiende a encontrar las causas del desempleo en las crisis económicas nacionales o internacionales y, en cambio, en este trabajo pretendemos hacer foco en las subjetividades. Y ello con el propósito de observar cuáles podrían ser las dificultades percibidas por la juventud para acceder a un empleo formal, y de esta forma acercarnos a las razones que les motivan a formar parte de experiencias de la ESS y, en cierta medida, dar cuenta de las diferencias cualitativas que se encuentran al desarrollar ese tipo de trabajo.
1. El capitalismo, el neoliberalismo, las TIC y su vínculo con el mundo del trabajo
Hablar del mundo del trabajo y de la inserción laboral de las y los jóvenes en la ESS nos obliga –aunque sea sucintamente– a retomar ciertos conceptos y perspectivas teóricas que den cuenta de las influencias y los condicionamientos que el modo de producción capitalista y su variante neoliberal han tenido sobre la economía, la sociedad y la política. Esto servirá de apoyatura para reflexionar, en una segunda instancia de este apartado, sobre los efectos que ha producido uno de los dispositivos “silenciosos” –las nuevas tecnologías– en la inserción laboral durante la juventud, a partir de los casos empíricos.
1.1. Capitalismo y neoliberalismo
Quizá haya sido Michel Foucault[4] uno de los primeros en percatarse –hacia fines de los 70 del siglo pasado, al indagar sobre la biopolítica– de que algo estaba cambiando profundamente en el gobierno de los seres humanos a partir de una nueva gubernamentalidad: el neoliberalismo no es solo un modelo económico sino –y sobre todo– un rediseño de la sociedad. Al estudiar y poner el foco sobre economistas norteamericanos de posguerra y los ordoliberales,[5] Foucault mostró cómo, en oposición a las rigideces del estado de bienestar y los sistemas totales, como el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el objetivo neoliberal es principal y centralmente la creación de reglas de juego flexibles que otorguen libertad a los individuos para que puedan desempeñarse como emprendedores, como si estuvieran imitando a las empresas. Por ende, ante la pregunta que se hace Foucault, ¿qué trae de nuevo el neoliberalismo?, en principio, es claro que ya no se pretende un espacio de libre mercado bajo el lema laissez-faire, como propugnaba el liberalismo clásico. El neoliberalismo es otra cosa. Proyecta un arte general de gobernar y pretende hacer uso del poder político, y necesita un Estado que intervenga pero solo en la creación de las reglas de juego, normas y leyes que favorezcan la libertad del “individuo-empresa”. Esto supone el rediseño de la sociedad, de la política social y de la subjetividad, así como de las percepciones que tienen los sujetos acerca de las demás personas y sobre el trabajo.
Por otra parte, el Estado interventor que se concibe bajo el neoliberalismo es un Estado que debe reintroducir las dinámicas del mercado en toda la sociedad a través de una intervención sostenida que imponga la lógica de la competencia como forma de regulación social. De hecho, la noción de sujeto que tiene esta perspectiva es la mirada del individuo como sujeto de la competencia. Así, ese sujeto es considerado como capital humano, se lo concibe como una máquina que produce, que tiene que cuidarse y, por lo tanto, que debe invertir en ese capital. Por eso se ha instalado en el sentido común que si alguien no consigue trabajo se debe a que no supo invertir en su propia persona ni en sus capacidades para poder obtener un empleo digno y, por ende, ese sujeto debería salir adelante y ocuparse de su formación –primero– para lograr –después– lo que realmente necesita. De esta manera, el sujeto es visto como empresario de sí mismo y debe ocuparse individualmente de venderse para conseguir un trabajo y de moverse por sí solo en búsqueda de recursos. Esto supone, a su vez, una transformación en las políticas sociales porque el Estado no tendría que otorgar dádivas, de ahí que algunos observen como injusto el hecho de que existan personas que reciban dinero a través de alguna política social y, por el mismo motivo, critican de forma negativa el sistema de seguridad social. Entonces, lo que debería garantizar el Estado son los mecanismos de competencia que permitan que cada uno obtenga sus ingresos y se autoasegure, es decir, se haga cargo de cubrir sus riesgos. Por último, según Foucault, podemos afirmar que para el enfoque neoliberal la desigualdad no es un problema sino una condición necesaria para el desarrollo, por lo que la diferenciación es la posibilidad de la competencia y la desigualdad es el motor y el fundamento de la competencia en tanto regulador social.
A su vez, el neoliberalismo se rige –entre otras cosas– por lo que Francois Dubet[6] denomina como la igualdad de oportunidades, visión que fomenta la competencia y la meritocracia en la sociedad. Según el mismo autor, estos principios no son cuestionables per se, sino que lo problemático es que las políticas públicas y las orientaciones de los partidos y los movimientos sociales y políticos se basen sola y principalmente en ellos. En efecto, la igualdad de oportunidades es un logro que los seres humanos obtuvimos con la Revolución Francesa y las vicisitudes de occidente en general. Dubet plantea como propuesta, en cambio, el estado de bienestar y la sociedad salarial, que se rige por otro principio: el de igualdad de posiciones. Esta última se basa en asegurar que no haya desigualdades sociales profundas como las que genera el capitalismo. Así, las políticas públicas que este principio promueve brindan protecciones sociales universales mientras que la integración social y la solidaridad social –orgánica– se basa en la inserción formal al mercado de trabajo. Que la mayor parte de los individuos tengan un trabajo en blanco y más o menos protegido –mediante diversos mecanismos– es un reaseguro de que las desigualdades disminuyan. De todos modos, y más allá de que este es el modelo por el que el autor boga de una manera renovada, le formula críticas a su desarrollo durante el siglo XX, sobre todo porque puede generar en los individuos el deseo de no progresar en el mundo del trabajo y, por otro lado, critica el corporativismo social –basado en la solidaridad orgánica durkheimniana– y la no creatividad, entre otras cuestiones.[7] Como puede observarse, este autor formula críticas a los dos modelos. A uno por profundizar las diferencias y la meritocracia mal entendida, y al otro porque provoca cierto estancamiento en las ansias de progreso de las personas, es decir, cierto inmovilismo social por falta de incentivos. A la contraposición de las políticas públicas diseñadas bajo estos dos principios distintos, Dubet la ejemplifica en tres ámbitos muy bien conocidos por él y que representan problemáticas típicas de la sociedad francesa: la educación, las cuestiones de género y las minorías étnicas.
Ahora bien, lo que pareciera estar claro es que el neoliberalismo produce competencia entre los seres humanos, según los autores mencionados, y aún sin remitirnos a Marx para quien, en efecto, el capitalismo es, entre otras cosas, competencia por sobrevivir y predominar en el mercado. La competencia en sí misma, también en palabras de estos autores, no es moralmente criticable. La cuestión es cuando una sociedad, y el mercado de trabajo en particular, se rigen solo por ella. Este es el problema que formula Richard Sennett[8] en parte de su obra cuando plantea que entre competencia y cooperación –y, agreguemos, solidaridad–, se pone el acento en la primera en cualquier sociedad. La cuestión sería, entonces, lograr un “equilibrio frágil” entre ambas. Según este autor, la cooperación está inscripta en nuestros genes, en nuestra biología, y son los sistemas como el capitalismo los que generan que los seres humanos compitamos entre nosotros hasta que alguien “gana”. Al mismo tiempo, concluye que las sociedades desiguales –tal es el caso de Argentina, aunque Sennett ponga el ejemplo de Estados Unidos– promueven la competencia ya desde los primeros años de la infancia y en la escuela.
De esta forma, el capitalismo neoliberal suele fomentar en la sociedad actitudes principalmente individualistas y competitivas al procurar que cada persona pueda alcanzar a través de sus propios méritos lo que precisa para cubrir sus necesidades –en el marco de una supuesta igualdad de oportunidades–, en desmedro de valores como la solidaridad y la cooperación. Ello se ve exacerbado en la actualidad en el mercado de trabajo con la generalización de las TIC, lo que Eric Sadin[9] denomina liberalismo digital o tecnolibertarismo, es decir, la automatización digital en la que estamos totalmente imbricados y que –aunque crea otros– destruye puestos de trabajo. Al fin de cuentas, la política neoliberal en la actualidad impulsa en la sociedad –en general– y en el mercado de trabajo –en particular– lo que con acierto y perspicacia se denomina como comparación odiosa.[10] Lamentablemente, esto promueve un darwinismo social y, en consecuencia, la inserción laboral de las y los jóvenes se ve profundamente afectada en este contexto.
1.2. Las y los jóvenes en la era de la tecnología y el liberalismo digital
Hoy en día el más ínfimo de nuestros momentos tanto en el trabajo así como en la vida cotidiana se encuentra en total imbricación con las TIC y los objetos de ellas dependientes –procesadores, smartphones, entre otros dispositivos–. Pareciera ser inevitable que los seres humanos estemos cada vez más atravesados por sistemas inteligentes con los que interactuamos permanentemente y que recogen, obtienen y procesan una enorme –quizá infinita– cantidad de información, de manera constante. Desde un punto de vista crítico, en dos de sus principales libros el filósofo francés Eric Sadin[11] denomina al período en el que estamos como de humanidad aumentada y de la silicolonización del mundo, y muestra diversas aristas de cómo el ser humano se transforma producto de las nuevas tecnologías. Entre estas se encuentra la dimensión del trabajo humano en una era donde se reconfigura el capitalismo de la mano de la ideología neoliberal y de Silicon Valley: lo que este autor denomina como tecnolibertarismo, como también liberalismo digital.
Como está en boga decir, las y los jóvenes actuales son nativos digitales. Ya Giovanni Sartori,[12] en la década que para muchos suponía el fin de la historia y unos años antes de morirse, lanzó una especie de manifiesto denunciando –por decirlo de alguna manera– la cultura audiovisual que ya se avizoraba aunque sin la magnitud, la expansión y la profundidad que hoy observamos. Allí, Sartori muestra cómo las sociedades contemporáneas privilegian el ver antes que la lectura y, por ende, la cada vez mayor fugacidad de las cosas y la escasez cada vez más grande del pensamiento y la reflexión, con las repercusiones que lo anterior conlleva a nivel democrático, con el predominio de la cultura televisiva y de la formación de la opinión pública. Si bien el despliegue actual de las TIC Sartori no llegó a verlo, sí mostró –al menos introductoriamente– que estas tienen consecuencias en las competencias, las aptitudes y las actitudes que, sobre todo, las y los jóvenes desarrollan en la vida en general, lo que repercute en su inserción en el mercado de trabajo.
Por otro lado, en las grandes organizaciones privadas, aunque también públicas, cada vez más se asiste al trabajo por proyectos poco duraderos, podría decirse fugaces, que fomentan percepciones y actitudes que no generan el compromiso y la cooperación con las otras personas ni tampoco con la organización, a diferencia de lo que sucedía cuando las carreras eran estables en gran parte del siglo XX, la época de la igualdad de posiciones. Hoy, cada uno en el trabajo está encerrado sobre sí mismo, lo que provoca el aislamiento y la no cooperación, un efecto silo.[13] Asimismo, ya no se dan algunas de las características que se podían observar en el proceso colectivo de trabajo en otros momentos históricos –por ejemplo, en la fábrica durante el estado de bienestar–, lo que Sennett denomina como el triángulo social, constituido por la autoridad ganada, el respeto mutuo y la cooperación.
Que estas propiedades sean escasas está estimulado no solo por las transformaciones estructurales del capitalismo de los últimos cuarenta años, sino que también es impulsado por las políticas neoliberales. En efecto, los Gobiernos fomentan el tecnolibertarismo al crear pequeños Silicon Valley en todos lados e intentar emular el modelo original de usina de plataformas digitales y algorítmicas que generan esa realidad paralela, o humanidad aumentada, de la que nos habla Sadin.[14] Las políticas y los políticos, tanto de derecha como de izquierda, fomentan que los Estados compitan con otros por lo que predomina en la economía actual: la creación constante de start-up que, supuestamente, ayuda a resolver la vida al producir una constante generación y manipulación de datos a nivel mundial. Si bien puede resultar larga la cita, digna es de incluir aquí:
La juventud que supone audacia, inventiva, incluso rebelión, puede hacer vacilar los cimientos históricos de la empresa y del trabajo basados en la selección, la jerarquía, la necesidad de largos estudios a fin de acceder a los puestos de valía, la lentitud de la progresión de una carrera así como las formas apaciguadoras de la rutina que llevan inevitablemente a la esclerosis. Y en este aspecto, este giro tecnolibertario del emprendedorismo que derriba las “barreras de entrada” al mundo del trabajo y del mercado reviste la apariencia de una dinámica revolucionaria que implica la súbita destrucción de las estructuras existentes y la inclusión orgánica e “igualitaria” de todas las voluntades en el derrotero general de la economía. Se desprende de una suerte de utopía social en acto y a la vez es el motor principal del capitalismo contemporáneo. Se trata de un doble impulso que se tenía por contradictorio y que ahora se hibrida produciendo una síntesis económico-política inédita. Es la razón por la cual el emprendedorismo ha recibido el espaldarazo de las fuerzas tanto “progresistas” como liberales, constituyendo el objeto de una casi total unanimidad puesto que cada una de estas posiciones pueden encontrar en este fenómeno argumentos que respondan a su sensibilidad. La empresa start-up encarna de modo paradigmático el consenso ideológico social-liberal de nuestra época.[15]
Sadin concluye que esta nueva economía de los datos, a diferencia de lo que implicaba la empresa industrial clásica, desdeña el compromiso. Incluso, yendo más lejos que Foucault, para Sadin ya no se trata del individuo-empresa que intenta obtener autonomía e independencia frente al mundo de las corporaciones privadas o la burocracia estatal, sino que ahora el individuo-prestatario todo el tiempo se encuentra subsumido en el empleo por la plataforma de la cual –podría decirse– se constituye en esclavo, un esclavo de la digitalización de la vida y del cuerpo. Y, lamentablemente, las y los jóvenes son quienes posiblemente más rápido se adapten a estas situaciones, ya que no tuvieron la ocasión, probablemente, de tener representaciones acerca de cómo eran la economía y la sociedad hace no mucho tiempo. Nuevamente, cabe citar a Sadin para mostrar hacia dónde, tal vez, nos dirigimos o, más bien, dónde ya estamos:
Es el encanto infinito de una economía “colaborativa” que forja tanto una grandilocuencia retórica como un modelo dudoso y que instaura otro parámetro a fin de perfeccionar la excelencia de la arquitectura general: la calificación de los prestatarios por parte de los clientes, aderezada con comentarios. Porque no basta con exigir de cada rehén del tecnolibertarismo, a riesgo de reventar, una sumisión total a sus desiderata; es preciso también someterlos a la prueba de la evaluación constante a fin de que se mantengan atentos y se preocupen permanentemente por la mejor calidad de los servicios que ofrecen. Este encuadre obliga a cada individuo-prestatario a hacer de policía de su propia conducta, sus gestos, sus palabras, porque si no lo hace otro mejor calificado se beneficiará de la preferencia de los algoritmos. Con ironía –pero no sin pena– se podría denominar a esta práctica una “economía política de calificación de los cuerpos”.[16]
2. La economía social y solidaria como sistema alternativo
Habiendo reflexionado sucintamente sobre algunas problemáticas de la inserción laboral de la juventud, su vínculo con las nuevas tecnologías y su papel en el desarrollo de las subjetividades, ¿es posible una forma de inserción laboral que a diferencia de la capitalista se construya a partir de lazos solidarios? ¿Qué nivel de viabilidad tendría en una sociedad que exacerba los valores del individualismo y de la meritocracia?
El tema de la inserción laboral de las y los jóvenes y su vínculo con la economía social y solidaria ha sido abordado exhaustivamente. Entre esos estudios puede nombrarse el realizado por Rodolfo Pastore[17] que analiza el resurgimiento de la ESS como respuesta a las problemáticas de empleo –entre otras– y que destaca la mayor duración que presenta el desempleo de los y las jóvenes hasta el punto de superar en promedio a los índices de desempleo de la población en general. Asimismo, Ana Luz Abramovich[18] ha brindado aportes relevantes en torno al considerar la ESS como posible respuesta a las demandas que provienen de la poblaciones más vulnerables de la sociedad. La autora identifica que uno de estos sectores está conformado por lo que denomina como jóvenes en riesgo ya sea por alguna discapacidad o condición de consumo problemático de sustancias, por ejemplo, donde la función clave que cumplen las experiencias de ESS tienen más que ver con el tomar al trabajo como una forma de integración social y no tanto con la búsqueda de un ingreso meramente económico. Por otra parte, Ana Fernández y Mercedes López,[19] a partir del caso de un programa implementado en la Ciudad de Buenos Aires, echan luz sobre las dificultades de los y las jóvenes para escapar de la lógica de ser asistidos y asistidas para poder autogestionarse, al entender que este tipo de actitudes en verdad son parte de las consecuencias sociales que se han producido por la implementación de las estrategias de la biopolítica neoliberal.
Todas estas reflexiones son valiosas e iluminan investigaciones de quienes como nosotros intentan profundizar en estas problemáticas. En nuestro caso, dos cuestiones pueden brindar originalidad a estas miradas sobre el tema. Por un lado, que dos de las integrantes del equipo de investigación no solo son jóvenes estudiantes de las carreras del Departamento de Economía y Administración de la Universidad Nacional de Moreno sino que forman parte del amplio universo que queremos interpelar y que, si bien tienen trabajo formal y remunerado, están buscando alternativas de inserción laboral dentro de la ESS. En otras palabras, tienen la doble condición de ser protagonistas a la vez que reflexionan sobre sus experiencias. Por otra parte –y en relación con lo anterior– que los dos casos que relevamos –Feria Joven y Feria del Fin del Mundo– son íntegramente sostenidos y pensados por jóvenes (en gran proporción por mujeres). Esto quiere decir que al ser la mayoría, por no decir todas y todos, primeriza en este tipo de emprendimientos se van encontrando con problemáticas –entre otras, frustraciones, desencantos– que tienen que buscar resolver para la lograr sostenibilidad a lo largo del tiempo.
2.1. Entre el trabajo, la solidaridad y la cooperación
En estos últimos años, y en consonancia con coyunturas de crisis políticas e ideológicas, mucho se ha publicado en torno a otros tipos de paradigmas económicos, algunos desde la antropología, otros desde la economía, la ciencia política, la economía, la sociología. Si bien es cierto que la construcción semántica ha ido transformándose a lo largo de los años, coincidimos con José Luis Coraggio,[20] Alejandro Rofman y Gabriela Merlinsky,[21] quienes sostienen, en términos generales, que este modelo de economía se contrapone al paradigma de la economía clásica. Aunque hasta el momento la ESS se encuentra enmarcada dentro de la economía capitalista y, por tanto, existen puntos de convergencia entre estas dos concepciones, en sus principios fundantes es claro que pretende superar la opción del mercado capitalista. En particular, la ESS es contradictoria con uno de los procesos más destacados del capitalismo: la alienación presente en el sistema de acumulación, proceso que es conducido por grupos económicos monopólicos que no utilizan un criterio social en la organización de las relaciones de producción.[22] Esta contraposición se debe, en gran medida, a que la definición misma de economía social se vincula con la solidaridad y la cooperación en y entre los distintos actores de este sector de la actividad económica. De este modo, las actividades propias de la economía social se encuentran “aunadas a las nuevas formas asociativas y de trabajo autogestionado que se asumen como de economía solidaria”.[23]
En este sentido, las teorías de la ESS pretenden generar nuevos principios en la organización del modelo de producción, e intentan establecer límites sociales al mercado capitalista y, si es posible, poder construir mercados donde los precios y las relaciones productivas resulten de una matriz social que se integre con resultados distribuidos de manera más igualitaria. Al respecto, Coraggio[24] amplía la definición al caracterizarla como un constructo teórico de transición, que busca construir un sistema diferente a lo conocido, que tenga como base la reproducción ampliada de la vida de los trabajadores y trabajadoras y no el principio de la acumulación del capital. De esta forma, con la ESS se pretende contribuir conscientemente a desarticular las estructuras de reproducción del capitalismo. De aquí que el objetivo principal sería la construcción de nuevos valores de asociación, con el fin de institucionalizar nuevas prácticas, y, como señala Rofman y Merlinsky,[25] rescatar otros valores, como la justicia social, la solidaridad, la democracia horizontal, la participación ciudadana, el enfoque de derechos y la formación continua. En efecto, dichos valores tienen un relevante contraste con la competencia y el individualismo que describimos anteriormente al caracterizar tanto el modo de producción capitalista como su variante neoliberal.
Particularmente, en el caso argentino se fusionan el frente sectorial y la perspectiva alternativa al capitalismo, que combinan prácticas propias de la economía clásica y de la economía social. Teniendo en cuenta la historia reciente de nuestro país, el crecimiento de iniciativas productivas en la economía social se ha desencadenado notablemente hacia el año 2001, en ocasión de la crisis económica, social y política. Como consecuencia del alto desempleo, en ese momento surgieron numerosas experiencias de autoorganización, de microemprendimientos gestionados por movimientos de desocupados y desocupadas, estrategias de intercambio a través del trueque, la recuperación de fábricas junto al aumento de las trabajadoras y los trabajadores por cuenta propia y al incremento de puestos de trabajo informal.
Es así que ya comenzado el nuevo milenio el Estado argentino ha tenido un rol interventor en la generación de mayores políticas sociales hacia las experiencias anteriormente nombradas. En este sentido, al calor de la crisis generalizada, en el año 2000 se comienza a implementar desde el Ministerio de Trabajo de la Nación el Programa de Emergencia Laboral y desde fines del año 2001 se dio lugar al reconocido Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. Ambos programas eran de transferencia condicionada de ingresos, es decir, que se les solicitaba a las destinatarias y los destinatarios de las políticas que, como contraprestación al ingreso, realizaran actividades bajo los ejes de empleo productivo local y desarrollo comunitario. Más adelante, bajo los efectos de una crisis económica internacional y el debilitamiento político del Gobierno de aquel entonces, en el año 2009 se lanzó el Programa Inclusión Social con Trabajo, “Argentina Trabaja” bajo la dependencia del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Este programa, así como el Programa Ellas Hacen a partir de 2012, ha marcado la intervención estatal reciente sobre muchos aspectos del desarrollo de la ESS en nuestro país. El Estado transfería recursos a las jurisdicciones provinciales y municipales para apoyar la conformación de cooperativas integradas por treinta personas, y pretendía generar nuevos puestos de trabajo que buscaban, a través de la formación y de la capacitación, privilegiar la participación colectiva por sobre la lógica individual.
Ahora bien, al puntualizar en los y las jóvenes, no puede dejar de nombrarse el Programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, creado en 2008 con el objetivo de generar oportunidades de inclusión social y laboral. Entre las acciones que se solicitaban a cambio de la remuneración otorgada, debían cumplir con la terminalidad educativa de los estudios primarios y secundarios y la participación en instancias de capacitación que puedan ser útiles en la orientación e introducción al mundo del trabajo, incluidos el acompañamiento en el diseño y la implementación de emprendimientos independientes y de inserción laboral.
Sin embargo, aunque el propósito de que quienes obtuvieran la transferencia de recursos pudieran superar el ámbito informal y lograran ubicarse en un proceso de gestión integrada a la producción general de bienes y servicios, sigue siendo fruto de debate el definir cómo podría lograrse que los procesos de ESS existentes sean efectivamente sustentables a largo plazo. Al respecto, resulta fundamental observar estas experiencias y considerar que constituyen un subsistema socioeconómico y cultural de producción y distribución que mejora el ingreso de las familias integrantes, que funciona en articulación con el Estado, el sector privado y las organizaciones de la sociedad civil,[26] y que, sobre todo, promueve relaciones sociales basadas en valores de solidaridad y cooperación.
2.2. La juventud y su inserción laboral a través de la economía social y solidaria: el caso de Moreno
Desde hace algunos años, la Argentina atraviesa a nivel macroeconómico una recesión, lo que se expresa, entre otras dimensiones, en indicadores socioeconómicos tales como el incremento del desempleo y del empleo informal. Como muestra una reciente publicación del INDEC,[27] en el tercer trimestre de 2018 la tasa de desocupación alcanzó un 9,0%, la cual marcó una notable suba respecto al mismo trimestre del año 2017. Además, es de destacar que ha aumentado la proporción de desocupados que tiene mayor tiempo de búsqueda de empleo (mayor a un año) y que la tasa de subocupación también se incrementó al 11,8%.
En este marco, son las y los jóvenes –sobre todo de sectores vulnerables– quienes más padecen estructuralmente los problemas de empleo.[28] Por otro lado, podemos ver que el actual retraimiento de la actividad económica suele traer aparejado un aumento de las estrategias colectivas, autogestivas y cooperativas en defensa de derechos, tanto de aquellos asociados a la pobreza así como de otras demandas relativamente más novedosas. Tanto la bibliografía sobre el tema como los primeros relevamientos empíricos que el equipo viene realizando muestran que, en situaciones de incertidumbre y de movilización social como la que vive nuestro país, los sectores menos privilegiados de la comunidad refuerzan sus lazos sociales al trazar redes basadas en la solidaridad, la reciprocidad y la cooperación.
El contexto descrito y la situación planteada en la bibliografía analizada nos llevó a buscar contrastarla con dos casos empíricos: la Feria Joven y la Feria del Fin del Mundo. Los dos casos se asientan en Moreno, distrito que integra el Conurbano bonaerense. Moreno es un partido que cuenta con una extensa amplitud territorial que comprende 186,13 km2 e incluye diversas características dentro de zonas urbanas, semirurales y rurales. Al mismo tiempo, en el distrito, la densidad poblacional es muy alta ya que si bien el Censo Nacional realizado en el año 2010 (INDEC) registró 452.505 habitantes, según la proyección al año 2018 realizada por la Dirección General de Epidemiología del municipio la población actualmente asciende a 522.499 habitantes. Y más allá de las características generales, cabe resaltar que el municipio cuenta con importantes antecedentes en lo que respecta tanto a la economía social y solidaria como a la presencia de numerosas organizaciones de la sociedad civil y movimientos sociales.
A modo de presentación, es preciso detenernos al menos un momento en cada caso empírico. La Feria Joven tuvo su origen en octubre de 2016 a partir de un festival organizado por la Dirección de Juventud del municipio de Moreno, iniciativa que tenía como finalidad “promover el intercambio, la visibilidad y la oportunidad de poner en juego saberes, ideas o propuestas desde el lenguaje audiovisual e intercambiar otras experiencias artísticas como circo, radio, plástica, música, experiencias productivas”.[29] Es así que un grupo de jóvenes que había sido parte de esta experiencia comenzó a dar forma a la Feria Joven como tal, es decir, que esta feria emergió del consenso, del debate, de las inquietudes, en líneas generales, de la necesidad no solo económica sino de expresarse y encontrar espacios de pertenencia. Actualmente, la misma funciona dos días a la semana y se especializa en la comercialización de sublimados, bijouterí, artesanías en macramé, panificados, accesorios con tela y madera, entre otros. Para formar parte de esta experiencia, según comentan los propios actores, “tienen que ser jóvenes de entre 16 y 35 años (…), el sector de la sociedad que más se le dificulta conseguir trabajos estables, fijos y de calidad”[30] y, a su vez, estar dispuestos a considerar algunos acuerdos puntuales para respetar la convivencia y lograr la supervivencia de la feria. Por un lado, uno de los acuerdos supone que todo lo que se comercialice sea íntegramente artesanal. Esto quiere decir que no exista la reventa de productos manufacturados, lo que permite así recuperar el valor del trabajo creativo y también evita, como mostraremos más adelante, que exista competencia entre los productos. Por otra parte, que sea autogestiva, es decir, que la organización –y, por ende, la toma de decisiones– sea lo suficientemente autónoma y colectiva en vistas de resolver cualquier situación de forma consensuada, hasta las más urgentes que se presenten. En efecto, como expresa una de las emprendedoras:
Nos manejamos con una mesa mensual en la cual participamos todos los artesanos, normalmente lo hacemos lo más céntrico posible (…) armamos nuestras propias mesas a partir de lo que llamamos una “gorra consciente” que pasamos al final la feria. (…) Aparte de la mesa de trabajo funcionamos con comisiones. En este momento tenemos dos, una de comunicación y cultura que se encarga de este tipo de entrevistas, difusión en las redes, espacios; y otra de administración, fiscalización y finanzas que se encarga del manejo del dinero de la gorra. Cada comisión tiene dos referentes que, de ser necesario, se juntan en circunstancias urgentes, hablan y llegan a un acuerdo.[31]
De la cita se puede desprender que lo deliberativo es un componente fundamental para lograr la supervivencia de estos proyectos. No obstante, que sea autogestiva no significa que no dialoguen con el municipio. Por ese motivo es interesante recalcar que se autodefine también como asociativa en el sentido que establece vínculos estratégicos –o se asocia– con la secretaría del Instituto Municipal de Desarrollo Económico Local (IMDEL) que le brinda –principalmente– los gazebos, las sillas y el suministro eléctrico. En tercer lugar, se propone que la solidaridad se constituya como un principio rector. ¿Pero de qué tipo de solidaridad se trata? De acuerdo a lo observado, la solidaridad como comportamiento que reivindica lo grupal por sobre lo individual es un valor que se correlaciona con lo autogestivo. Es imposible pensar la supervivencia de un emprendimiento sin la colaboración con el otro, ya que forman parte de un sistema que funciona con un público que consume y, por lo tanto, la buena iniciativa de uno impacta en el otro y viceversa. En otras palabras, permite conformar un hábitat.
La Feria del Fin del Mundo es una feria que funciona también en un espacio público céntrico, en este caso en la Plaza de las Carretas cerca de la estación de Moreno. Su nombre proviene de considerar la última estación del tren Sarmiento como referencia geográfica de su ubicación. De igual forma, según nos comentaron los y las integrantes de la feria, su nombre le da identidad al grupo ya que muchos de quienes lo conforman anteriormente se veían obligados a vender sus artesanías en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y ahora pueden hacerlo en el lugar donde viven, aun estando lejos de los clásicos lugares de paseos turísticos como –San Telmo, por ejemplo–. Aunque en su denominación no está de manera explícita la palabra joven, la constitución de la misma muestra que los y las integrantes pertenecen a esta franja etaria, se consideran como colectivo y, además, están experimentando sus primeras experiencias laborales. Su origen se rastrea en el año 2015 y esta feria funciona los fines de semana, generalmente uno de cada mes. Un rasgo distintivo de esta experiencia es que en las jornadas se incluyen espectáculos de arte, música y teatro callejero, lo que muestra así espacios de libertad de expresión en diversas variantes. La organización de la feria se desarrolla de forma independiente de los organismos estatales y, especialmente, municipales. En este sentido, no hay un trabajo en conjunto con el IMDEL y los materiales necesarios para sostener las jornadas los proveen los propios artesanos. Según manifestaciones de los propios feriantes, esto constituye una decisión del grupo en vistas de poder mantener decisiones tomadas de manera autónoma.
A diferencia de lo ocurrido con la Feria Joven, en este caso no pudimos llevar adelante entrevistas individuales debido a que por una norma consuetudinaria todo se somete al mandato de la asamblea para evitar, según lo planteado, que se generen malas comunicaciones o tergiversaciones de lo conversado. Esta característica que para el común observador forma parte de una democracia plena y que los mismos integrantes se esfuerzan por conservar –que, en parte los diferencia de otros espacios de feria– estaba siendo puesta en cuestionamiento en una de las reuniones que presenciamos. En efecto, uno de los temas que se planteó fue justamente la viabilidad o no de poder seguir conservando una matriz completamente deliberativa. En este sentido, varios de los comentarios estuvieron marcados por sentimientos de preocupación e incluso de angustia por no poder sostener el trabajo de todos y todas en lo cotidiano.
A esta altura podemos decir que los dos ejemplos seleccionados para este artículo dan cuenta de proyectos asociativos, autogestionados, horizontales y asamblearios que se traducen en la experiencia de jóvenes que llevan adelante ferias autogestivas en el Conurbano bonaerense. Esto no quita que debamos reconocer la existencia de otros casos que, aunque no fueron elegidos para el presente estudio, son relevantes. De esta manera, cabe resaltar que son de interés también los casos de cooperativas de jóvenes como otra modalidad posible para hablar de las primeras formas de integrarse al mundo del trabajo desde la ESS.
3. Abordaje comparativo
Hasta aquí hemos visto, en un primer momento, cómo en estas últimas décadas el avance de la lógica capitalista con el neoliberalismo como expresión ideológica ha interferido no solo en la inserción laboral de las y los jóvenes sino también en la conformación de sus identidades. En segundo lugar, mostramos que, en esta contingencia, la economía social y solidaria se presenta como una alternativa viable de trabajo para los y las jóvenes. En este apartado, y de acuerdo a lo analizado, intentaremos realizar un ejercicio de contraste entre estos dos sistemas, al tomar como criterio las características más relevantes de cada uno. Al respecto, nos parece oportuno señalar que, si bien es cierto que son dos lógicas distintas, cada una con sus peculiaridades, una y otra se construyen mutuamente en oposición. Es decir que forman parte de este entramado de cadena de oposiciones binarias –y equivalencias– que tienen su origen, tal vez, en estas falsas dicotomías entre lo moderno/tradicional, la civilización/barbarie, y en última instancia, lo industrial/artesanal.[32] A continuación, retomaremos algunas de estas contradicciones y las contrastaremos de acuerdo al relevamiento realizado para mostrar si efectivamente se cumplen esas premisas.
3.1. Competencia o solidaridad
De acuerdo a lo analizado, la lógica capitalista y el trabajo remunerado formal, principalmente en el neoliberalismo, se rigen por vínculos que promueven fuertemente la competencia entre los mismos sujetos. En el caso de las y los jóvenes que se insertan en el marco de la ESS, desde un inicio se encuentran con principios radicalmente opuestos ya que en estos espacios se prioriza el acompañamiento permanente, las decisiones grupales y el placer del trabajo colectivo. En este sentido, de acuerdo a lo expresado por una de las entrevistadas, el vínculo solidario no se reduce únicamente a la organización operativa del sostén de la feria sino que además atraviesa las relaciones interpersonales y colectivas. Vale la pena citar textualmente lo manifestado:
La solidaridad es algo que resaltamos en la mesa de trabajo, acompañarse, ver por qué el compañero que llega tarde llega tarde, el que está decaído por qué lo está. Pensar en el otro, que no sea comercializar nada más, es quedarse, tomar mate, charlar, ese tipo de cosas hacen que el emprendedor vuelva. Las cosas no se consiguen solo, siempre va a haber ayuda de otra persona.[33]
Entonces, en la economía social ¿está anulada la competencia? En principio, si bien los actores se muestran como reacios a este tipo de comportamiento y exacerban la solidaridad como valor, podemos observar que hay pequeños indicios que muestran matices de competencia, por ejemplo, a la hora de definir los productos que se comercializan con el objetivo de no repetir los rubros que trabaja cada productora o productor. Esta suele ser una dificultad pero se podría pensar que la competencia se presenta con el fin de contribuir a una mejora colectiva y al éxito de la feria en sí misma. Este hecho se puede ilustrar en el emprendimiento de producción de miel denominado “Mundo Abeja” ya que allí los productores muestran grandes esfuerzos por obtener mejor calidad en sus productos y, de esta forma, la exigencia más individual termina siendo beneficiosa con la venta de los otros puestos.
En síntesis, no es que la competencia no exista en los casos analizados de jóvenes en ESS sino que este tipo de competencia se resignifica en un interés colectivo. Así, el joven que ingresa en este universo, se socializa tempranamente en la importancia del compromiso, y se aleja así de los comportamientos que promueve la economía capitalista.
3.2. Meritocracia o cooperación
Ya hemos visto cómo en el capitalismo existen diversas perspectivas para concebir la justicia social, y se pueden reconocer –al menos– dos enfoques muy diferentes entre sí. Por un lado, lo que Dubet[34] denomina como igualdad de oportunidades y, por otro lado, la igualdad de posiciones. Principalmente, bajo el neoliberalismo se prioriza la igualdad de oportunidades, lo que genera un tipo de sociedad en la que prevalecen las actitudes individuales y la meritocracia, y se da lugar al “sálvese quien pueda”, y supone que cada persona es la verdadera responsable de garantizar sus necesidades. En este sentido, si bien algunas políticas estatales pueden estar dirigidas hacia sectores desfavorecidos históricamente o en la coyuntura, el sujeto debe demostrar un interés egoísta para sobrevivir a los vaivenes que presenta el contexto –por más adverso que sea– frente a un Estado que generalmente deja sin regulaciones al accionar del mercado. En Argentina, aun en momentos en los que se ha priorizado la igualdad de posiciones para llegar a la justicia social, la lógica de la competencia y la meritocracia ha prevalecido.
Sin embargo, la ESS pareciera promover cualidades muy distintas más cercanas a los valores de solidaridad y cooperación. En este sentido, en los casos analizados la cooperación entre las y los jóvenes se manifiesta tanto dentro del grupo de las respectivas ferias así como hacia otros espacios similares. De hecho, hemos podido observar cómo en la Feria del Fin del Mundo se debatió en asamblea en qué gastar el dinero obtenido en común, y de qué manera además fortalecer lazos con otros grupos de jóvenes. Un ejemplo fue la discusión sobre los gastos implicados en el arreglo del equipo de sonido donde se explicitó que una vez que el equipo se encontrara en condiciones más óptimas, se prestaría a quienes lo necesiten para generar festivales o encuentros de arte y ESS.
De todos modos, esto no quiere decir que la cooperación se obtenga de manera armoniosa en la ESS sino más bien que es claramente un objetivo deseado por los y las integrantes de estas experiencias. De esta manera, cabe remarcar que, en la misma asamblea de la Feria del Fin del Mundo, la mayor parte de los problemas planteados en el grupo de jóvenes estuvieron relacionados a la falta de coordinación y comunicación entre ellos y ellas, habiendo tal vez centralizado en pocas personas tareas fundamentales para el sostén de la feria. En el caso de la cooperación, se resaltaba la idea de que cada uno puede cooperar a partir de la voluntad de hacerlo por el bien colectivo y aportar según las capacidades que sienta que sean más útiles para este objetivo, al establecer la reciprocidad como otro elemento clave.
Asimismo, para profundizar en la cuestión, cabe decir que las primeras experiencias que solemos tener en cualquier tipo de práctica humana –en este caso la economía social– luego tienen un peso fuerte en la constitución de la subjetividad de los individuos y esto tiende a perdurar más allá de que después se transiten otros espacios. Así, la cooperación, la solidaridad y el trabajo creativo como valores preponderantes dejan huellas significativas.
3.3. Trabajo alienado o trabajo creativo
Hablar de trabajo implica necesariamente hacer referencia no solo a las condiciones en las cuales se desarrolla sino también al impacto que establece en las subjetividades. En el caso de las y los jóvenes, al estar en tránsito de integrarse en la población económicamente activa, esta situación es mucho más significativa. Por un lado, por tratarse de las primeras experiencias que generalmente son constitutivas de ciertos valores, y, por otro, por pertenecer a una generación altamente influida por las TIC.
En el caso de la economía formal, y especialmente en aquellas ocupaciones ligadas a la producción de manufacturas o el trabajo en fábricas, se puede observar un conjunto de situaciones que se reproducen. Por una parte, la automatización y la rutinización de las prácticas, que no necesariamente tienen que ser físicas sino también intelectuales. Por otra parte, los marcos de referencia temporales que se establecen con el trabajo están íntimamente ligados al tiempo de producción. A su vez, al no haber margen, en principio, para la creatividad ni para buscar alternativas de producción, el sujeto no siente un vínculo directo con el objeto producido. Al contrario, se establece una situación no solo de desapego sino de distanciamiento y desinterés.
En el caso de la ESS, en cambio, al ser cada producto cualitativamente diferente, el saber intelectual está en permanente resignificación, lo que impide caer en una situación de rutina. A su vez, como en el caso de las artesanías textiles, el tiempo no se agota estrictamente en el tiempo de producción sino que hay un espacio de continuidad permanente. De igual modo, en el marco de las ferias analizadas las y los jóvenes encuentran y construyen un espacio que les permite valorizar y hacer visibles producciones que cuentan con una gran originalidad y son fruto de su creatividad, al mismo tiempo que ese tipo de productos son expresiones de ideologías y –en gran medida– de lucha contra el sistema capitalista hegemónico.
No obstante, cabe destacar ciertos matices sobre este contrapunto. Debemos darnos la posibilidad de pensar que algunas experiencias de ESS se encuentran vinculadas a la economía formal y, además, no tenemos que olvidar el preguntarnos si dentro de la economía social hay casos de trabajadores y trabajadoras que sostienen su tarea de manera rutinizada y, en cierta medida, alienada. En efecto, muchas de las fábricas recuperadas, por ejemplo, a fines de los años 90 y principios de los 2000 en Argentina, son sitios con estándares altamente rutinizados de trabajo y de productividad. Hechas cooperativas por sus trabajadoras y trabajadores, tuvieron que conservar esos estándares y normas para mantener los puestos de trabajo, en un contexto de alta inestabilidad, como el argentino, y un contexto internacional de cambio del capitalismo. Respecto a este último, el actual sistema capitalista, el capitalismo conexionista, a nivel mundial y de la mano de las nuevas tecnologías y de las nuevas formas de gestión, si bien ya no brinda la seguridad en el trabajo ni tampoco en otras esferas de la vida –al menos ello muestran para Francia Boltanski y Chiapello–, sí permite en las nuevas organizaciones desempeñar trabajos individuales no rutinizados que ponen en juego la creatividad aunque con costos humanos tal vez difíciles de revertir.[35] Por tanto, estas consideraciones nos hacen alejarnos de una mirada simplista del tema y nos acercan a comprender la complejidad de la cuestión y matizar algunas de nuestras afirmaciones en un ejercicio de reflexividad tan crucial en la producción de conocimiento.
3.4. Las TIC como finalidad o como herramienta
Como se ha observado, el papel que cumple la tecnología en la actualidad trae consecuencias evidentes en el cambio de la forma que toma el trabajo –y en los modos para obtener la inserción laboral–, proceso que desde la óptica capitalista fortalece las situaciones que alienan a las trabajadoras y a los trabajadores, como también impone fuertemente comportamientos basados en el individualismo y la competencia.
Reflexionar sobre las TIC en el marco de la ESS nos retrotrae a las siguientes preguntas: ¿la tecnología nos disciplina, nos vuelve más dependientes o nos potencia y libera? ¿Qué tecnología nos vuelve más vulnerables y qué tecnología nos empodera?[36] Es evidente que las tecnologías inciden en las condiciones de vida actuales a la vez que propician determinados canales de inclusión y exclusión social. María Victoria Deux Marzi y Pablo Vannini[37] señalan que por tratarse de nuevas tecnologías no debemos suponer que sean necesariamente buenas para la sociedad sino que la ampliación del acceso, transmisión y almacenamiento de información –de manera creciente en los últimos cincuenta años– responden siempre a ciertos intereses y propósitos. Así, es posible que actores de la ESS puedan hacer uso de estas tecnologías digitales para fortalecer experiencias colectivas.
En este sentido, hemos notado que en Moreno –como así lo es en general– es relevante la influencia de las TIC en relación a las experiencias de ESS. Igualmente, podemos destacar el caso de la aplicación ESSApp-Conectando solidaridad, que desde el año 2016 se desarrolló como elemento innovador desde el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. La aplicación sirve para georeferenciar los casos de ESS a nivel nacional y en el distrito se aplicó un trabajo en conjunto entre la Universidad Nacional de Moreno y productores y emprendedores de la ESS, puntualmente para fortalecer el registro de las experiencias que conforman la Federación Mutual del Oeste de Buenos Aires (FEMOBA).
En este caso se reflejan los valores y principios compartidos por la ESS y el software libre, a saber, “la primacía de las personas frente al capital, la autonomía, el interés social, la participación de sus socios y la gestión democrática”.[38] Los autores marcan una diferencia sustancial con el sistema capitalista en algo tan primordial como son los lazos sociales basados en la cooperación y la solidaridad. Además, la metodología de elaboración de este tipo de tecnologías se conforma desde una promoción de la participación en todas sus instancias –planificación, ejecución, difusión–. De igual modo, este tipo de tecnologías contribuyen a visibilizar las experiencias que existen de la ESS, a acrecentar la difusión y comercialización de los productos y a mejorar el vínculo entre las consumidoras y los consumidores y los productores y las productoras que buscan un tipo de comercio responsable.
Específicamente, las y los jóvenes son quienes más facilidad e interés presentan en el uso de las TIC, y es un elemento importante el uso de las redes sociales tanto para la comunicación interna como para la difusión de actividades con el fin de obtener una mejor convocatoria en las ferias. En este marco, las ferias analizadas hacen un uso notable de las imágenes a través de los registros fotográficos y audiovisuales.
Reflexiones finales
Más allá de las ideologías políticas pareciera ser que desde hace algunas décadas hay consenso sobre algo: el fin del mundo del trabajo tal como se conoció en gran parte del siglo XX, la sociedad salarial cuyo arreglo institucional, político y económico estuvo dado por el llamado estado de bienestar. Ya Sartori,[39] politólogo italiano, iracundo antimarxista (tal vez por particularidades que tomó la izquierda italiana después de la Segunda Guerra Mundial y por los problemas que tuvo la URSS),[40] señaló hace algunas décadas, y en debate con el sociólogo norteamericano Daniel Bell, que el mundo del trabajo estaba cambiando sin haber visto del todo en aquel entonces lo que hoy, en 2019, estamos viendo con mucha mayor crudeza: la automatización del trabajo. Posiblemente seamos nostálgicos en creer que es posible volver el tiempo atrás de modo que volvamos a ser una sociedad que integra a través del trabajo tal como sucedió con el estado de bienestar. Más allá de las diferencias notables entre los países desarrollados y los países de América Latina, pareciera estar claro que eso ya no es posible. Entre los distintos países, quizá lo que cambie es la profundidad de la reducción de puestos de trabajo y de la cobertura y protección social que brindan los diferentes Estados nación en el contexto de la aplicación de políticas económicas neoliberales, de globalización y de injerencia de las nuevas tecnologías, pero de que estamos ingresando en una era donde el trabajo es más flexible –sea por la razón que sea– parecieran no caber demasiadas dudas. Tal vez sean las y los jóvenes quienes más afectados y afectadas se encuentren por estas tendencias y, al mismo tiempo, posiblemente sean quienes están trayendo nuevos modos de organización del trabajo, al resignificar la memoria y la historia heredadas.
A partir del análisis realizado sobre los casos de la Feria Joven y la Feria del Fin del Mundo, podemos pensar e intentar construir una sociedad que contemple nuevos mecanismos institucionales de integración, con mayor igualdad y libertad, donde los lazos solidarios y cooperativos no brillen por su ausencia. Los actores de la ESS pueden brindarnos algunas llaves para pensar y reflexionar sobre los cambios que tanto políticos como académicos muchas veces no percibimos por estar demasiado sumergidos en los relatos tanto teóricos como políticos que refieren a las personas pero que muchas veces se encuentran distantes de lo que los actores mismos practican, perciben y reflexionan a diario en el proceso de trabajo y junto a otros. Y, más allá de ciertas contingencias, la revolución de género en curso –en gran parte llevada adelante por las y los jóvenes– no debe desdeñarse sino a la inversa, porque, probablemente, nos brinde un haz de luz sobre lo que está ocurriendo en lo profundo con la generación de nuevos vínculos y solidaridades sociales, para redefinir instituciones fundamentales, como el mundo del trabajo y la familia.
Así, la creciente proliferación y la amplitud de plataformas y aplicaciones ya no solo permitirían pensar en los típicos miedos que el ser humano siente ante el cambio tecnológico per se. En efecto, el temor a que las máquinas cobren vida por sí mismas y que, al mismo tiempo, reduzcan trabajo humano nos viene desde la antigüedad clásica aunque, posiblemente, haya sido en los últimos siglos donde ese temor tomó un mayor impulso en el marco de la modernización capitalista y la industrialización. Hemos visto que las y los jóvenes, en el marco de su inserción laboral, están poniendo en práctica otras formas de trabajar, impulsan instancias asociativas y promueven otras lógicas aun dentro del modo de producción capitalista. Y es que también en Argentina conviven diversas tradiciones ideológicas que se resignifican de manera más o menos constante, memorias e historias que en la actualidad fugaz que vivimos nos atraviesan en diversos planos, particularmente para la juventud que posee la frescura y la osadía de pensar formas alternativas de hacer conjuntamente y de pensar el futuro, aunque con la posibilidad también de anclarse en ideologías vitales del pasado. En un presente signado por crisis –no solamente económicas, como las del 2001, por recordar una de las más cercanas en el tiempo– quedan huellas en la estructura socioeconómica y resulta difícil, por más ingenio que se tenga, volver a crear los lazos formales de trabajo que se destruyeron. No obstante, las crisis generan también el surgimiento de políticas sociales destinadas a revertir o apaciguar la situación así como el nacimiento de proyectos “informales” que ponen en valor la solidaridad, la cooperación y la autogestión, en los casos aquí descriptos –aunque no únicamente– impulsados por sectores de la juventud. Se trata de crisis que, asimismo, son momentos propicios para la resignificación de las subjetividades y de las relaciones humanas donde se da prioridad –más allá de que, tal vez, no seamos plenamente conscientes de las motivaciones ni tampoco de lo que hacemos para alcanzarlos– a proyectos colectivos en búsqueda del bien común, al margen, quizá, de las estructuras formales y establecidas, para utilizar de forma estratégica y creativas las TIC y generar nuevos vínculos sociales, y problematizar y poner en cuestión las formas de trabajo rutinarias y poco creativas.
Las nuevas tecnologías brindan estímulos para pensar futuros distintos aun más en sectores de la juventud que se encuentran mucho más imbricados con estos dispositivos que las generaciones anteriores. Sin obviar ni subestimar los condicionamientos actuales del capitalismo internacional, ello nos invita a las y los cientistas sociales a estar a la altura de las circunstancias, a no perder de vista y dejar de usar las herramientas de la crítica para repensar en pos de proyectos en común aunque como siempre, tal vez, la cuestión sea no sucumbir ante la primera evidencia sino más bien plantearle interrogantes a los datos y reflexionar a partir de la realidad y la evidencia efectivamente construidas junto a los actores mismos.
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[1] Los autores y autoras son integrantes del Departamento de Economía y Administración de la Universidade Nacional de Moreno. Correo electrónico: essunm2018@gmail.com
[2] Marx (2010). La bastardilla es propia.
[3] Mekler (1992), 20.
[4] Foucault (2016).
[5] Los ordoliberales fueron un grupo de economistas y políticos liberales alemanes cruciales a la hora de entender –según Foucault– no solo el neoliberalismo durante el siglo XX, sino sobre todo para comprender la reconstrucción de la sociedad y el Estado alemanes que ellos propusieron, en oposición a la total presencia del Estado bajo el régimen nazi y una vez caído este (Foucault, op. cit.).
[6] Dubet (2012).
[7] Ideológicamente, el capitalismo siempre tiene un sustento y una justificación. Y si no los tiene, los busca y encuentra. En su notable trabajo sobre las transformaciones del capitalismo, Luc Boltanski y Éve Chiapello muestran cómo, en Francia, el segundo capitalismo –cuya vigencia se corresponde en gran medida con la del estado de bienestar– fue objeto de la crítica, fundamentalmente sobre el hecho de que, a pesar de que brindaba seguridades en el trabajo bajo dependencia privada o estatal, no promovía la creatividad en el trabajo así como tampoco otorgaba autonomía, entre otras cuestiones. No obstante, de lo que dan cuenta este autor y esta autora es que esa crítica –de la que la del Mayo del 68 es la muestra más cabal– luego es resignificada por el mismo sistema capitalista al incorporar esas demandas –desde los años 80 y 90– en las nuevas formas de gestión de las empresas y del trabajo para seguir incrementando ganancias (Boltanski y Chiapello, 2002).
[8] Sennett (2012).
[9] Sadin (2018b).
[10] Sennett, op. cit.
[11] Sadin (2018b).
[12] Sartori (1998).
[13] Sennett, op. cit.
[14] Sadin (2018a).
[15] Sadin (2018b), 154-155.
[16] Sadin (2018b), 178-179.
[17] Pastore (2010).
[18] Abramovich (2008).
[19] Fernández y López (2005).
[20] Coraggio (2008).
[21] Rofman y Merlinsky (2004).
[22] Coraggio, op. cit.
[23] Hintze (2010), 17.
[24] Coraggio, op. cit.
[25] Rofman y Merlinsky, op. cit.
[26] Arroyo (2006).
[27] INDEC (2018).
[28] Salvia (2008) y Jacinto (2012).
[29] Oviedo, entrevista (2018).
[30] Ídem.
[31] Ídem.
[32] García Canclini (1990).
[33] Oviedo, entrevista (2018).
[34] Dubet (2011).
[35] “Hubo que desengañarse rápidamente de las esperanzas puestas por algunos, en las décadas del 1970 y 1980, en una posible versión izquierdista del capitalismo. La reformulación del capitalismo, que rescató su lado excitante, creativo, prolífero, innovador y ‘liberador’ permitió, durante algún tiempo, la reconstrucción de motivos de compromiso: pero estos fueron esencialmente individuales. Las posibilidades abiertas a la realización personal corrieron paralelas a la exclusión de todas aquellas personas o grupos de personas que no disponían de los recursos necesarios” (Boltanski y Chiapello, op.cit., 436).
[36] Deux Marzi y Vannini (2016), 9.
[37] Ídem.
[38] Arpe et al. (2018), 123.
[39] Sartori (2013).
[40] De la fe en una nueva sociedad y una nueva economía que despertaba la revolución comunista hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX –lo que se materializó en la Revolución Bolchevique de 1917– lamentablemente se pasó al desaliento de la década del 90 del siglo pasado por el hecho de que solo una ideología parecía que iba a ser la predominante. Si bien la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) logró industrializar en muy pocas décadas un país enorme que antes de la revolución era predominantemente agrícola y no urbanizado, el poco respecto por la dignidad humana que tuvo este régimen –particularmente en la era de Stalin– hizo que muchas y muchos intelectuales que pudieran estar de acuerdo con ideas socialistas –como la mayor igualdad– abandonaran su apoyo al comunismo en el transcurso del siglo XX hasta la caída del muro de Berlín y el posterior final de la URSS.