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HISTORIA DEL COOPERATIVISMO
“Las cooperativas son y pueden ser en la actualidad una herramienta eficiente a la hora de generar riqueza para el pueblo y el territorio” Entrevista a Graciela Mateo
Número 226 / Año 2018 / Por Poggetti, Rocío Soledad
El artículo es un aporte al proceso de sistematización de los estudios cooperativos, así como al conocimiento sobre la dinámica del cooperativismo agropecuario a mediados del siglo XX y los desafíos que lo atraviesan en la actualidad. En este sentido, la entrevista a Graciela Mateo, realizada en el marco del workshop “El mundo rural argentino en transformación. Los sistemas agroalimentarios (1950-2017)”, constituye un insumo clave para abordar estos procesos desde una de las voces fundacionales de los estudios sobre las cooperativas agropecuarias, al enfatizar en la dinámica compleja y contradictoria que asumió el vínculo entre estas asociaciones y el peronismo histórico. La entrevista se transcribe de modo textual y solo se han realizado modificaciones de estilo.
“Currently, co-operatives are and can be an efficient tool at the moment of generating wealth for the people and the territory.” Interview with Graciela Mateo The article is a contribution to the process of co-operative studies systematization and to the knowledge about the dynamics of agricultural cooperativism in the mid-twentieth century, as well as the challenges that currently affect it. In that sense, the interview with Graciela Mateo, carried out during the workshop “The transformation of the Argentine rural world. The agri-food systems (1950-2017),” is a key input to address these processes from the standpoint of one of the founding voices of the studies on agricultural co-operatives, emphasizing the complex and contradictory dynamics of the link between these associations and historic Peronism. This is a verbatim interview transcription, and only stylistic changes have been made.
“As cooperativas são e podem ser na atualidade uma ferramenta eficiente na hora de gerar riqueza para o povo e o território. ” Entrevista à Graciela Mateo O artigo é uma contribuição tanto para o processo de sistematização dos estudos cooperativos, quanto para o conhecimento sobre a dinâmica do cooperativismo agropecuário a mediados do século XX e os desafios que o atravessam na atualidade. Nesse sentido, a entrevista da Graciela Mateo realizada no marco do workshop “O mundo rural argentino em transformação. Os sistemas agroalimentares (1950-2017) ” constituem um insumo chave para abordagem destes processos, partindo de uma das vozes fundacionais dos estudos sobre as cooperativas agropecuárias, com destaque da dinâmica complexa e contraditória que assumiu o vínculo entre essas associações e o peronismo histórico. A entrevista foi transcrita de modo literal, tendo se feito só alterações no estilo.
Revista Idelcoop, nº 226, Noviembre 2018. ISSN 0327-1919 / Sección Historia del Cooperativismo

Fundación de Educación Cooperativa Idelcoop

 

“Las cooperativas son y pueden ser en la actualidad una herramienta eficiente a la hora de generar riqueza para el pueblo y el territorio.” Entrevista a Graciela Mateo

 

Rocío Soledad Poggetti[1]

 

Resumen

El artículo es un aporte al proceso de sistematización de los estudios cooperativos, así como al conocimiento sobre la dinámica del cooperativismo agropecuario a mediados del siglo XX y los desafíos que lo atraviesan en la actualidad. En este sentido, la entrevista a Graciela Mateo, realizada en el marco del workshop “El mundo rural argentino en transformación. Los sistemas agroalimentarios (1950-2017)”, constituye un insumo clave para abordar estos procesos desde una de las voces fundacionales de los estudios sobre las cooperativas agropecuarias, al enfatizar en la dinámica compleja y contradictoria que asumió el vínculo entre estas asociaciones y el peronismo histórico. La entrevista se transcribe de modo textual, y solo se han realizado modificaciones de estilo.

 

Palabras clave: cooperativas agrarias, historia del cooperativismo, peronismo

 

Introducción

Pretendemos, a partir de la siguiente reflexión, continuar con un proceso de sistematización de los estudios cooperativos, así como contribuir a profundizar el conocimiento sobre la dinámica del cooperativismo agropecuario a mediados del siglo XX y los desafíos que lo atraviesan en la actualidad. En este sentido, la entrevista a Graciela Mateo, realizada el 12 de junio del corriente año en la Universidad Nacional de Quilmes en el marco del workshop “El mundo rural argentino en transformación. Los sistemas agroalimentarios (1950-2017)”, constituye un insumo clave para abordar estos procesos desde una de las voces fundacionales de aquellos, al enfatizar en la dinámica compleja y contradictoria que asumió el vínculo entre estas asociaciones y el peronismo histórico. Aclaramos que la misma se transcribe de modo textual y que solo se han realizado modificaciones de estilo.

En diversos momentos de la entrevista, Graciela Mateo reconoce las tensiones intrínsecas de las cooperativas. Estas, relacionadas a su carácter de institución social, económica y reivindicativa al mismo tiempo, hacen que sean un objeto de estudio complejo de reconstruir. Los estudios cooperativos han tratado de iluminar, a través de diferentes perspectivas de análisis, estas particularidades intrínsecas. La autora se posiciona desde la economía social, en tanto esta le proporciona un marco de análisis para interpretar de manera coherente esas múltiples dimensiones constitutivas de las cooperativas. De este modo, reconoce que los momentos en los que se implementaron políticas públicas que favorecieron material e ideológicamente a las cooperativas se relacionan al hecho de que estas asociaciones, al amalgamar una comunidad de intereses, tendieron a armonizar las relaciones sociales agrarias, particularmente durante el peronismo, y fueron proyectadas como el brazo que desde el agro contribuiría a la construcción de la comunidad organizada.

Consideramos apropiado mencionar que los estudios a los que se hace referencia iniciaron un proceso de florecimiento desde la década del 80 y se han multiplicado en la actualidad, al calor de la crisis económica, política y social. Desde el marco de la sociología, la economía y especialmente la historia,[2] ha comenzado a desarrollarse una matriz diversa y heterogénea que podemos llamar “estudios cooperativistas”, que han contribuido a iluminar problemáticas historiográficas inéditas o a mirar con otras lentes algunas que ya se venían investigando.[3] Su carácter interdisciplinario es constitutivo en tanto tienden a comprender un objeto que en apariencia se presenta como contradictorio.

Fue la historia la que abrió este campo, al consolidar una corriente principal dentro de los mismos que se enfoca, desde diferentes perspectivas, en los relatos sobre el surgimiento de las primeras cooperativas, así como en descripciones sobre su desarrollo. Desde las otras dos disciplinas, pero sobre todo desde la sociología, se han realizado importantes contribuciones en relación a la construcción de categorías analíticas e históricas para entender al cooperativismo desde el marco de la acción colectiva. Es necesario mencionar aquí, aunque no lo haga el autor referido, a los aportes desde la geografía. Esta disciplina ha sido la última en ingresar al campo de los estudios cooperativistas, fundamentalmente de la mano de la comprensión de las problemáticas de territorialización y re-territorialización en el marco de la consolidación de la lógica del agro negocio y su impacto en las dinámicas asociativas. La temática del cooperativismo se inscribe también en la corriente intelectual de la economía social, junto a la cual surgen –al calor de la crisis económica, productiva y social– una multiplicidad de dinámicas cooperativas y no cooperativas[4] con el objetivo de incrementar la capacidad económica, social y cultural de los pequeños y medianos productores en Latinoamérica y en Argentina en el siglo XXI.[5]

Pueden identificarse, a partir de las investigaciones vinculadas a estos estudios, diversos momentos de inflexión en el desarrollo cuantitativo y cualitativo del movimiento cooperativo agrario. Desde sus inicios a fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, se fue consolidando en el marco de un proceso de creciente institucionalización cuyo punto bisagra fue la sanción de la ley N° 11.388 en el año 1926. Edith Obschatko, Carlos Basañes y Guillermo Martini[6] denominan al período comprendido entre 1922 y 1955 como “fundacional”. Sin embargo, fue en el contexto del primer peronismo (1946-1955) cuando se afianzó el movimiento de la mano de políticas públicas que legitimaban y sostenían económica y financieramente a las cooperativas al tiempo que posicionaban a las asociaciones representativas de los intereses del agro como interlocutores válidos en la definición de la agenda política.[7]

Este contexto es considerado como un momento de ruptura en el desarrollo cuantitativo y cualitativo del movimiento cooperativo.[8] Se discuten, historiográficamente, las funciones que asumieron las cooperativas en este marco. Sin embargo, ya sea porque el Gobierno consideraba a estas asociaciones como los medios idóneos para reducir la intermediación comercial[9] –ya que contribuían a descomprimir el conflicto social latente en el agro–,[10] o bien en tanto armonizaban con la idea de la comunidad organizada,[11] se articularon en torno a ellas un conjunto de incentivos discursivos, simbólicos y materiales a través de ciertas políticas públicas[12] que se constituyeron en el trampolín de esa evolución ascendente. Reconocemos que estas diversas perspectivas no son mutuamente excluyentes sino que, por el contrario, se complementan. Creemos apropiado mencionar también que estas asociaciones fueron proyectadas como los medios idóneos para profundizar los procesos de institucionalización y formalización de las relaciones clientelares en el agro en un contexto institucional que se complejizaba y se hacía más denso.[13]

En primer lugar, se quintuplicó en un lapso de veinte años el número de cooperativas, que pasó de 278, en 1937, a 1.483, en 1954.[14] En segundo lugar, se produjo una expansión territorial y productiva de las asociaciones agrarias, en tanto y en cuanto surgieron o se consolidaron cooperativas en territorios extrapampeanos –Chaco y el Litoral– al tiempo que se insertaron en las diversas actividades económicas –aunque se debe reconocer el peso preponderante que continuaron teniendo las agrícola-ganaderas pampeanas–. En igual sentido, se multiplicaron las funciones asumidas por estas, al adecuar los servicios a las características productivas del régimen de acumulación sustitutivo.[15] Por otro lado, los procesos de integración de segundo y tercer grado en federaciones de cooperativas experimentaron un crecimiento exponencial, a la vez que se produjo una nueva articulación entre el Estado y estas en un contexto que puede caracterizarse como institucionalmente denso.[16]

Un primer momento de ruptura en esa tendencia ascendente puede ubicarse en la década del 90 –aunque se evidenciaba un proceso de paralización desde 1970–, en un momento de retraimiento estatal y desregulación económica que golpeó a los sectores más vulnerables de la estructura social agraria.[17] Esta crítica situación comenzó a revertirse a principios del siglo XXI cuando las cooperativas y las organizaciones no cooperativas de la agricultura familiar constituyeron una prioridad de las políticas públicas, no solo como alternativas para fortalecer a los productores frente los avatares del mercado, sino como una posibilidad de “empoderamiento de aquellos sectores hasta ahora invisibles en la interlocución con el Estado”.[18]

La actualidad representa un segundo momento de quiebre y puede caracterizarse como una encrucijada para muchas de estas asociaciones en tanto que la crisis económica y social amerita su fortalecimiento, sin embargo, se han eliminado abruptamente los programas de acompañamiento financiero y técnico a las mismas. Las evidencias demuestran que se ha incrementado el pluralismo asociativo aunque un análisis de las dinámicas internas permite apreciar los diversos grados de formalización y las situaciones precarias de algunas de ellas.

En síntesis, el cooperativismo ha atravesado momentos críticos para su desarrollo. No obstante, el contexto actual le presenta algunos desafíos que son inéditos. Graciela Mateo analiza en la entrevista cómo las tensiones intrínsecas de estas asociaciones se agudizan y, por lo tanto, se polariza su desarrollo en aquellas que transforman sus lógicas internas para competir exitosamente en el marco del agronegocio y aquellas que resisten e intentan construir modelos de desarrollo alternativos. Son estas últimas las que se encuentran con la problemática de fortalecer su institucionalidad sin el necesario acompañamiento por parte del Estado, particularmente al tener en cuenta la fragilidad que caracteriza a su base social. En este marco de problemas, presentamos la conversación sostenida con la especialista, convencidos de que los aportes de la misma son fundamentales para contribuir a esclarecer estos dilemas.

 

Graciela Mateo

Graciela Mateo es profesora y licenciada en Historia por la Universidad Nacional de La Plata y magíster en Metodología de la Investigación Científica por la Universidad Nacional de Lanús, profesora adjunta ordinaria del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes, investigadora y miembro del Consejo Asesor del Centro de Estudios de la Argentina Rural (CEAR) de la misma universidad. Es autora, coautora y compiladora de numerosos libros, entre los cuales se pueden mencionar Cooperativas agrarias y peronismo. Acuerdos y discrepancias. La Asociación de Cooperativas Argentinas (2012) y Entre la economía social y el mercado. Reflexiones para un debate abierto en el agro latinoamericano (2016), junto a Alejandra Arce y José Martín Bageneta.

Es investigadora del Programa de I+D “La Argentina Rural de los siglos XX y XXI. Espacios regionales, transformaciones medioambientales, sujetos sociales y políticas públicas”, dirigido por la doctora Noemí Girbal-Blacha, radicado en la UNQ, y parte del Proyecto de Investigación en Áreas de Vacancia (PITVA) “Estado y sociedad en el mundo rural periurbano: educación, organizaciones sociales y prensa (Florencio Varela y Berazategui) 1983-2001”, dirigido por la doctora Martha Ruffini, asentado en la UNQ, período 2017-2019. Su actual línea de investigación es la economía social y el cooperativismo agrario en vinculación con el desarrollo local.

 

¿Qué la llevó a dedicarse a los estudios sobre cooperativismo agrario durante el primer peronismo?

En realidad, yo empecé estudiando el peronismo histórico y de allí, a partir de una convocatoria de la doctora Noemí Girbal-Blacha para participar en un pequeño proyecto sobre estudios del peronismo, pero particularmente en relación al cooperativismo, comencé a analizar la vinculación entre ambos. Iniciamos con el mismo en el verano del 2000, en un primer momento, haciendo un relevamiento en la Biblioteca Torquist –que funciona actualmente en el Banco Central–, donde encontramos mucho material. A partir de ese primer acercamiento a la temática, consideramos que un buen estudio de caso podía ser la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA). Luego de buscar la dirección, fuimos al local, nos presentamos y aceptaron nuestra presencia en la institución. En realidad, nunca se imaginaron que íbamos a estar relevando información durante dos o tres días a la semana por varias consecutivas desde el mediodía hasta la tardecita. Fue para ellos una sorpresa, pero para nosotras también, sobre todo por dos cuestiones. Primero porque no esperábamos en ese momento que una biblioteca de bajo perfil correspondiera a una asociación de cooperativas, la primera federación que surgió en el país y que sostuvo un ritmo de crecimiento exitoso hasta convertirse actualmente en una de las principales entidades comercializadoras de cereales y oleaginosas. Segundo, porque allí nos encontramos no solo con bibliografía específica y actualizada sobre cuestiones relacionadas al cooperativismo, sino también con una fuente magnífica, el periódico La Cooperación, editado desde 1924 y del cual se encuentra la colección completa en muy buen estado de conservación (incluso a partir del año 2005 tienen todos los números online). Este no solo aporta datos a los chacareros, sino que a partir de los editoriales, de notas firmadas por ingenieros agrónomos, por economistas fijan posición sobre temas de actualidad que no necesariamente tienen que ver con el campo. También y fundamentalmente, constituye un documento histórico invaluable.

 

A partir de lo que usted ha mencionado, se puede pensar que las investigaciones sobre cooperativismo agrario desarrolladas por el equipo dirigido por la doctora Noemí Girbal-Blacha ha constituido una línea fundante en los estudios historiográficos sobre cooperativismo.

No sé si yo le diría fundante, pero sí entiendo que hoy tiene un lugar importante en los estudios históricos sobre cooperativismo. El abordaje de estas asociaciones y la búsqueda de los marcos teóricos y conceptuales apropiados para su interpretación me llevaron a incluirlas dentro de este paraguas interpretativo más amplio que es la economía social. Para esquematizar sus aportes, podríamos pensar a este marco doctrinario dividido en dos grandes vertientes: de primera generación, donde se incluyen las cooperativas y las mutuales, y de segunda generación, en el marco del cual se desarrollan estas formas asociativas más difundidas en la actualidad como las fábricas recuperadas, los microcréditos, los microemprendimientos, los mercados solidarios, entre otras.

 

Como lo mencionó, la economía social ha sido utilizada por usted en diversos trabajos para analizar el desarrollo histórico del movimiento e incluso sus particularidades actuales. Hay otras propuestas teóricas para comprender a estas asociaciones. ¿Por qué considera a esta como la más apropiada?

Porque me proporciona elementos teóricos para interpretar los diferentes casos, identificar rasgos comunes y realizar analogías, problematizando particularmente en el aporte que realiza el cooperativismo al desarrollo local. Esto no quiere decir que la economía social sea un paradigma homogéneo, todo lo contrario. Este amplio paraguas interpretativo, al que luego se le agrega el término “solidaria” desde la década del 90, tiene diversas denominaciones: economía participativa, economía alternativa, sector voluntario, sector no lucrativo, tercera vía en los países europeos, non-profit organizations (NPO) en los Estados Unidos, entre otras. Sin embargo, y más allá de ciertas particularidades, se le asignan significaciones similares que se relacionan a la primacía otorgada a los sujetos y a la preeminencia de los objetivos sociales sobre los mercantiles (o por lo menos la recategorización de estos en función a paradigmas agroecológicos), la adhesión voluntaria y abierta en la gestión de las asociaciones así como el control democrático de la misma por parte de sus miembros, la aplicación y defensa de los principios de solidaridad y de responsabilidad, la autonomía e independencia de los poderes públicos, entre otros. Los principios de la economía social tienen, además, el mérito de ser reconocidos por las propias asociaciones como una matriz organizativa y discursiva clave en su desenvolvimiento.

Desde un primer acercamiento preliminar, y antes de profundizar en el análisis de la misma, pensaba que la categoría remitía a una denominación moderna, propia de estos tiempos para referir a modelos de desarrollo alternativos. Sin embargo, ahondando en los desarrollos teóricos al respecto comprendí que tiene raíces históricas. En este sentido, ya en el último tercio del siglo XIX había tratadistas franceses que hablaban en sus textos de economía social. Quiero mencionar como pionero a Charles Gide, quien en el año 1898 creó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París la cátedra de economía social, impulsando la discusión en torno a estas problemáticas. Por otra parte, considero imperioso hacerlo porque este pensador se vinculó al origen del movimiento cooperativo argentino. “El progreso agrícola”, fundada en Pigüé (provincia de Buenos Aires) a fines del XIX, la primera cooperativa agraria reconocida como tal, solicitó a Gide que colaborara en la elaboración de los estatutos internos de la asociación. Por otra parte, , resulta no menos interesante comprender las lecturas e interpretaciones locales que se han realizado de estos desarrollos teóricos. El concepto es empleado por Perón y por varios de sus colaboradores, en especial quiero mencionar a Jorge del Río, un jurisconsulto destacado, cercano al socialismo que luego militó en la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Se lo considera un “maestro del cooperativismo”, que tuvo a su cargo la elaboración del Segundo Plan Quinquenal, que al decir del propio Perón, era esencialmente cooperativo.

 

¿Cómo tensiona esta categoría con las asociaciones adheridas a la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), particularmente aquellas que se han plegado a la lógica productiva del agronegocio?

Se produce constantemente esta tensión entre ese modelo de economía social más vinculado a movimientos sociales como agoecología o comercio justo, es decir, aquellos que pueden caracterizarse como contrahegemónicos, con entidades como la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) o Agricultores Federados Argentinos (AFA). Estas últimas, si bien desde el discurso se reconocen como empresas cooperativas y su organización responde a ese modelo, con la intención de producir a escala han ingresado en la lógica del agronegocio. Por otra parte, esta tensión entre los objetivos sociales y las finalidades económicas es de larga data y tiene raíces históricas. Ha sido analizada de manera excelente por Mario Lattuada y Juan Mauricio Renold[19] a través de la construcción de sus modelos morfológicos, con el objetivo de dar cuenta de las transformaciones operadas en el movimiento cooperativista agrario desde fines del siglo XIX, que es cuando comienzan a constituirse aquí en Argentina, hasta el siglo XXI.

Los socios de las primeras cooperativas, chacareros inmigrantes en su mayoría, eran consecuentes con su asociación porque esta representaba la posibilidad de aunar esfuerzos para lograr una comercialización justa de la producción, una institución que los acogía en igualdad de condiciones en un contexto político-económico que les era bastante hostil. La cooperativa era a veces más que la segunda casa para el socio, allí se hacían no solamente las reuniones de Consejo, sino que eran el espacio donde se socializaban conocimientos, donde se buscaban soluciones colectivas.

En la actualidad, la irrupción del modelo del agronegocio y las transformaciones que se han operado en la estructura social agraria y en el mapa asociativo hacen que las cooperativas incluyan lógicas de funcionamiento empresariales (aunque su función social hace que no pueda caracterizárselas como empresas). Se abre un panorama amplio de modelos organizativos. Por ejemplo, estudié una cooperativa arrocera de la localidad de Villa Elisa (provincia de Entre Ríos) llamada “Cooperativa Arrocera Villa Elisa” la tercera productora nacional y la primera con formato cooperativo, que en su funcionamiento se encuentra en un camino equidistante entre Asociaciones de Cooperativas Argentinas (ACA) y estas cooperativas semejantes a las del conurbano de Florencio Varela.[20] Podríamos ubicarla en una situación intermedia entre los extremos mencionados porque, si bien tratan de lograr escala, mantienen los espacios de sociabilidad que hacen al vínculo con los asociados, tratando de armonizar la viabilidad económica con la socialización cooperativa. Es complejo generalizar en un contexto que habilita el funcionamiento de lógicas disímiles.

En función de lo antes dicho, considero oportuno mencionar que un momento en el que se hizo particularmente evidente esa tensión fue en la crisis que experimentó el cooperativismo agrario desde la década del 90. Crisis vinculada a la tensión entre los principios cooperativos y los modelos organizacionales que se iban construyendo para persistir exitosamente en el mercado. Esta cuestión generó innumerables debates, incluso algunos cientistas sociales dejaron de considerar a estas asociaciones como entidades apropiadas para sostener procesos de acción colectiva “desde abajo”. Personalmente, no acuerdo con esta postura porque las múltiples organizaciones vinculadas a la economía social, que surgieron a raíz de la crisis económica, social y política de nuestro sigo, manifiestan su vigencia y la necesidad de seguir reflexionando sobre estas cuestiones.

Tensión que no se ha resuelto, y que no lo hará, porque es inherente al funcionamiento de las asociaciones cooperativas, sobre todo teniendo en cuenta las presiones para insertarse en el mercado. En este sentido, sigo estudiando las grandes federaciones de cooperativas, pero también organizaciones vinculadas a la economía social y solidaria. Un caso que estoy analizadno refiere a una entidad hortícola ubicada en Florencio Varela. Los productores decidieron, no sin discusiones, adoptar la forma cooperativa. Producen de forma agroecológica, sin utilizar agrotóxicos y aprovechando los servicios diversificados que ofrece la asociación como la producción de alimentos balanceados y de bolsas para los socios. Comercializan su producción en un mercado solidario como el de Bonpland ubicado, paradójicamente, en Palermo Hollywod. Allí venden sus productos con otra lógica, en la que no prima el valor social de mercado.

 

Para retomar el análisis sobre el desarrollo histórico de las cooperativas, ¿cuáles son los momentos de rupturas que puede reconocer en su evolución?

El peronismo fue el momento de mayor expansión de las cooperativas agrarias. Si bien las políticas públicas de este gobierno estimularon también la formación de mutuales y de cooperativas de consumo, fueron las agrarias las que particularmente en el marco de “la vuelta al campo” crecieron exponencialmente. Las cifras así lo atestiguan. Ello de la mano de las facilidades crediticias para conseguir maquinaria y de la legitimidad otorgada desde el discurso. Incluso desde el punto de vista educativo hay que reconocer un aliciente para su desarrollo. En este sentido, durante el gobierno de Perón se creó dentro de la Universidad de La Plata la Facultad de Ciencias Económicas y dentro de esta un Instituto de Estudios Cooperativos, primera institución en América Latina de estudios cooperativos universitarios y que funciona actualmente. Perón mismo afirmaba que el espíritu del Segundo Plan Quinquenal era esencialmente cooperativista.

 

¿Por qué usted considera que el peronismo histórico apuntó específicamente a fortalecer el sector cooperativo en el agro?

Pienso que, por su forma organizativa, eran asociaciones consecuentes con la idea de Perón de la “comunidad organizada”. Esa comunidad que iba a tener a la Confederación General de los Trabajadores (CGT) como la columna del movimiento obrero y a la Confederación General Económica (CGE) como el brazo de los pequeños y medianos empresarios. En este mismo sentido, y para organizar a los productores rurales, se proyectaba la creación de una confederación argentina de cooperativas, aquella asociación que debía reemplazar al Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI) en la comercialización de cereales. Perón aspiraba, o por lo menos su discurso permite entender eso, que una vez consolidado el cooperativismo agrario, el Instituto dejaría la comercialización agraria en manos de estas a través de una institución de tercer grado. Si bien este proyecto se truncó debido al golpe de 1955, sentó un precedente fundamental y esa confederación luego devino en lo que hoy es la Confederación Intercooperativa Agropecuaria (CONINAGRO).

 

¿Cuáles son los desafíos actuales del movimiento cooperativo? ¿Pueden seguir siendo estas en la actualidad un mecanismo para aunar voluntades? ¿O es necesario pensar en otro tipo de asociaciones que resguarden los intereses de los productores?

Quisiera ser optimista en este sentido. Estas asociaciones han sido una forma asociativa adecuada en un determinado momento histórico, para aunar voluntades y fortalecer los procesos de acción colectiva. Las cooperativas son y pueden ser en la actualidad una herramienta eficiente a la hora de generar riqueza para el pueblo y el territorio donde están ancladas, así como también para contribuir a la construcción de redes sociales más amplias. También pienso que los cientistas sociales no podemos idealizar determinadas asociaciones como una panacea. Diversas organizaciones sociales, como las que me encuentro estudiando en Florencio Varela, han crecido y se han desarrollado al calor de políticas públicas fuertes, direccionadas específicamente a la promoción de este tipo de asociaciones (entre las más importantes podemos mencionar las crediticias, las relacionadas a capacitaciones y a la difusión de tecnología). Si bien esto no puede pensarse como un problema en sí mismo, sí impone un cuello de botella a su desarrollo en tanto se genera una dependencia institucional que, frente al actual cambio en las políticas públicas, puede generar dificultades financieras, organizativas e incluso logísticas.

Más allá de la debilidad mencionada, creo que son sus fortalezas las que hacen propicia su difusión. Por un lado, los mecanismos de gestión y toma de decisiones democráticos permiten que las organizaciones sean para los socios algo real y vivo, algo por lo que deben luchar cotidianamente en tanto es a través de estas como ven mejoradas sus condiciones de vida. Por otro lado, y en relación a ello, su anclaje territorial reducido posibilita que sus socios se vean representados en las acciones de esta. Manifiestan, por lo menos en las que me encuentro investigando en el conurbano bonaerense, un apego identitario muy fuerte con su asociación.

 

Para finalizar, ¿qué análisis puede hacer de la evolución de los estudios sobre cooperativismo?

Los estudios cooperativistas y de otras asociaciones de la economía social han aumentado de manera exponencial en las últimas décadas, hasta convertirse en un campo de estudio capaz de ser abordado por distintas disciplinas que construyen su objeto en función de intereses y metodologías diversas. En este sentido, el trabajo que presentaste en el “I Coloquio de Redes Institucionales del Mercosur” (noviembre de 2017, Río Cuarto) creo que constituye un completo y actualizado estado de la cuestión. Paralelamente, han proliferado en los últimos años carreras de grado y posgrado, cuyas currículas giran en torno a diferentes cuestiones de la economía social, que se presenta como un campo propicio para el trabajo interdisciplinario. También me parecen interesantes además de las clásicas investigaciones, a las que los historiadores estamos acostumbrados, los proyectos de intervención, que priorizan la dinámica de investigación-acción y el trabajo en el territorio, con los actores de la economía social.

 

Consideraciones finales

Los estudios sobre cooperativismo agrario permiten no solo profundizar el conocimiento sobre la dinámica asociativa contemporánea y su trayectoria histórica, sino que también son (o deberían ser) un insumo clave en la gestión de políticas públicas que contribuyan al afianzamiento de los productores y al desarrollo del territorio en el que se encuentran insertos. En este sentido, la entrevista realizada a Graciela Mateo aporta un sustancial análisis de las tensiones que han atravesado al movimiento así como de los dilemas a los que se enfrenta en la actualidad. Tensiones que, si bien son históricas y constitutivas de este tipo de asociaciones, se han acentuado desde la década del 90 al punto que se polarizaron los perfiles de las cooperativas y se generaron significativas reconfiguraciones en los mismos.

En este sentido, las cooperativas se encuentran con una coyuntura que, por un lado, posibilita su desarrollo como alternativas para fortalecer los vínculos de unión de los productores más golpeados por el modelo del agronegocio, pero que, por el otro, limita las oportunidades de afianzamiento y participación en el proceso de toma de decisiones sobre el contenido de las políticas públicas. Se manifiesta en este aspecto, así como en otros, una ruptura respecto del vínculo construido por el anterior Gobierno con las cooperativas y las organizaciones de la economía social, cuyo desarrollo constituyó una prioridad en las políticas sectoriales promovidas a partir de 2003 desde el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca y la Subsecretaría de Agricultura Familiar y cristalizadas en 2010 y 2011 en el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial.

Al 31 de diciembre de 2010, el número total de cooperativas ascendía a 1.606 de las cuales el 50% se encontraba en una situación de regularidad en su funcionamiento, que duplicaba el total registrado en la década del 90. El abrupto retiro del apoyo económico, financiero y técnico, sostenido a partir de programas específicos, interrumpió ese proceso de consolidación. Si bien no puede estimarse el número de entidades no cooperativas que han sido creadas en este mismo contexto, se estima que su crecimiento ha sido exponencial. Su presencia es mayoritaria en el noroeste y noreste del país en relación al peso cuantitativo y cualitativo de la agricultura familiar y disminuye en el Chaco, la Patagonia y la región pampeana. En esta se han expandido las cooperativas transformadas, es decir, aquellas que en la tensión mutualista-empresarial se han plegado a esta última para insertarse exitosamente en el mercado al tiempo que han quebrado aquellas cuyos perfiles institucionales eran consecuentes.

La fluctuación en las políticas públicas, que impactan directa e indirectamente en el desenvolvimiento del movimiento cooperativo y que marcan puntos de inflexión en su desarrollo, solo puede comprenderse históricamente si se insertan en el contexto de las instituciones y las prácticas que inciden en el proceso de acumulación y reproducción del capital. En relación a ello, Graciela Mateo advierte que, en el marco de los diversos regímenes de acumulación, se han configurado tramas asociativas y estructuras de representación de intereses que son características. En este sentido, durante el sustitutivo (1930-1955) se produjo una fragmentación de la anterior estructura dual, polarizada entre la Sociedad Rural Argentina (SRA) y la Federación Agraria Argentina (FAA) de la mano del surgimiento de nuevas asociaciones y su irradiación productiva y territorial, a la vez que se expandían las asociaciones no reivindicativas del agro y especialmente las cooperativas. En un contexto de institucionalización y formalización de las diversas operaciones involucradas en el ciclo productivo y financiero agrícola, se restó legitimidad a las tradicionales casas de ramos generales como instituciones propias de la lógica asociativa del régimen agroexportador (1880-1930). Sin embargo, el creciente peso de las asociaciones del agro para incidir en el contenido de las políticas públicas fue perdiendo relevancia en el marco de la progresiva consolidación del régimen neoliberal (1990-2001) y decantó una estructura hiperfraccionada en la que, por un lado, cobraron creciente relevancia las asociaciones técnicas como la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA) y la Asociación de Productores de Siembra Directa (APRESID) y, por otro, las cooperativas se vieron sumergidas en una profunda crisis. En relación a esta última dimensión, los estudios cooperativos se encuentran iniciando un proceso de indagación que profundiza en las dinámicas que asumen aquellas en el marco del agronegocio a partir de estudios de caso que permiten reconstruir los perfiles, las estrategias y las prácticas

Por tanto, reconocemos junto a Graciela Mateo la importancia de la investigación “desde adentro” de las dinámicas cooperativas sin desconocer la dimensión contextual, en tanto que a partir de la interpretación de los desafíos que los diversos momentos históricos –particularmente el actual– les plantean que es posible proponer líneas de interpretación que tiendan al fortalecimiento de estas asociaciones, como mecanismos democráticos y de gestión colectiva que tienden al apuntalamiento de los sectores vulnerables de la estructura social agraria.

 

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[1] Centro de Investigaciones Históricas (Universidad Nacional de Río Cuarto), Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba), becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Correo electrónico: rociopoggetti@hotmail.com.

[2] Lattuada (2004).

[3] Olivera (2008).

[4] Lattuada (2013).

[5] Bageneta, Arce y Mateo (2016).

[6] Obschatko, Basañes y Martini (2011).

[7] Carini (2016); Lattuada (2006, 2013); Lattuada, Nogueira y Urcola (2014); Olivera (2015).

[8] Girbal-Blacha (2002), Lattuada (2006), Mateo (2012), Olivera (2015).

[9] Girbal-Blacha, op. cit.; Mateo, op. cit.

[10] Olivera (2015).

[11] Mateo (2012).

[12] Olivera (2015).

[13] Olivera (2006).

[14] Obschatko, Basañes y Martini, op. cit.

[15] Lattuada (2006).

[16] Olivera (2015).

[17] Las transformaciones operadas desde 1990 al amparo de la consolidación del paradigma del agronegocio modificaron sustancialmente la urdimbre que sostenía al movimiento asociativo. Las reformas estructurales que dan lugar a un nuevo régimen social de acumulación produjeron resultados paradójicos para el agro (Lattuada, Nogueira y Urcola, 2014), puesto que, si bien por un lado posibilitó un crecimiento cuantitativo exponencial de los volúmenes de producción y exportación, acompañados de la incorporación de tecnología en las diversas etapas del circuito productivo, también propició la concentración de la estructura agraria de la mano de un proceso de endeudamiento y expulsión de los pequeños y medianos productores al tiempo que le restaba al sector en general poder e influencia en la defunción de la agenda política, por el otro. Se produjo, por una parte, una creciente corporatización de la representación del sector agropecuario a la vez que las cooperativas se sumergieron en un progresivo proceso de deterioro. Se desarrollaron nuevas formas asociativas al tiempo que las reivindicativas dejaron de tener preeminencia para ceder su lugar a las no reivindicativas, caracterizadas en este contexto por abocarse a demandas más acotadas y fines específicos. Paralelamente, las cooperativas en la tensión mutualista-empresarial se plegaron hacia esta última. Esto da lugar a una hiperfragmentación de la representación de los intereses agrarios (Olivera, 2018), polarizado entre las vertientes que se pliegan al agronegocio y aquellas que proponen estrategias de desarrollo agrícola alternativas.

[18] Lattuada (2013), 62.

[19] Creemos pertinente aclarar que en la década del 90, Lattuada y Renold, desde el marco de la sociología weberiana, proponen tipos ideales en la evolución institucional del cooperativismo agrario. La creciente complejidad económica e institucional de las cooperativas, producto de las adaptaciones a los cambios contextuales, conlleva a un distanciamiento de los valores y las prácticas doctrinarias en pos de componentes de corte empresarial, lo que en algunos casos evidencia una eminente contradicción. La organización institucional consecuente (OIC) reduce al mínimo las fricciones entre doctrina y práctica, mientras que la organización institucional paradojal (OIP) constituye una etapa de exitoso desenvolvimiento económico, en tanto la anterior ya resolvió las cuestiones atinentes al afianzamiento institucional. La contradicción entre la doctrina cooperativa y las prácticas empresariales que comienza a producirse en este marco de expansión tensiona el modelo paradojal, lo cual hace de este tipo ideal instituciones transitorias, en búsqueda de definiciones. En las organizaciones institucionales en mutación (OIM) se pueden distinguir dos estrategias: la mutualista y la organización institucional de competencia económica dinámica (OICED), las cuales buscan reducir las restricciones doctrinarias que limitan le inserción eficaz en la competencia económica.

[20] Mateo remite aquí a las cooperativas creadas por los productores hortícolas que se explican a continuación.