¿Qué hacer desde la economía popular ante la situación actual?
José Luis Coraggio[1]
[1] Profesor emérito y director académico de la Maestría en Economía Social de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
Resumen
El artículo contrapone la perspectiva neoliberal de la economía de mercado total con la de la economía social, que destaca la pluralidad de principios de integración social de la economía. Propone el esquema de análisis de una economía mixta con tres sectores: empresarial, público y popular, y destaca a este último por sus funciones y potencial dentro de toda economía real. Ante el embate del proyecto neoconservador, se propone un programa de resistencia a la vez que de desarrollo de un sistema orgánico de economía popular solidaria. Se ilustran los recursos y las alternativas que existen para tal fin, y se destaca la necesidad política de configurar sujetos colectivos democráticos que movilicen recursos y voluntades, con la convicción de que los movimientos sociales son una base para tal fin en tanto expliciten en su agenda de pensamiento y acción un programa como el planteado.
Palabras clave: economía popular, economía social, neoliberalismo
La perspectiva neoliberal
El pensamiento neoliberal, hoy hegemónico –porque no se limita a los economistas o a otros intelectuales del establishment, sino que ha logrado penetrar en el sentido común de las mayorías– nos propone que la buena economía es una economía de mercado, en la que cada uno busca sacar la máxima utilidad del intercambio, compitiendo antes que solidarizándose con los otros, haciéndose responsable de su propia situación y olvidando la existencia de un sistema económico y político opresor. Se proponen así valores basados en el egoísmo utilitarista, en el oportunismo, en la irresponsabilidad por la suerte de los otros miembros de la sociedad y de la naturaleza.
Ese sistema es naturalizado –fuera de la historia y de la ética– como un mecanismo universal con sus propias reglas de funcionamiento que no pueden ser transgredidas so pena de generar mayores desastres sociales. Si el mercado entra en crisis o es ineficiente será porque no se lo liberó suficientemente. Para la ideología neoliberal, siempre hace falta más mercado, menos Estado, más privatización, menos regulaciones, menos organizaciones colectivas como las sindicales. Más mercado, menos sociedad organizada, menos ciudadanos y más masa de “gente” a ser contenida. La política debe ser reemplazada por la gestión “eficiente” de recursos públicos. La política misma debe ser mercantilizada.
El dios mercado proveerá, premiará o castigará mediante el empobrecimiento y la exclusión a quienes participen de su juego, donde los premios pueden ser equivalentes a ganar la lotería y los castigos ser mortales. El neoliberalismo admite que ese mecanismo puede generar diferencias sociales, pero las atribuye a un sistema meritocrático justo, porque cada uno obtiene en el mercado lo que se merece según sus decisiones al “hacer negocios”. Supone que el mercado es altamente competitivo, y no menciona las formaciones de grandes grupos económicos, monopolios y su colusión con los Gobiernos que los apoyan y otras corporaciones como el oligopolio de medios de comunicación masiva. Se oculta que el mercado real es un campo de fuerzas desigual, sesgado contra las mayorías, pero eso se hace opaco al defender la utopía del mercado perfecto, competitivo, concurrencial, donde cualquiera que se lo proponga puede entrar y hacer negocios que le convengan. Si no lo hace bien, o no se preparó suficientemente, es su responsabilidad personal. Una intervención admitida es la incubación de una selección de futuros emprendedores para que participen en el proceso darwiniano de competencia y así se integren a la desigual sociedad de mercado.
El criterio de evaluación del funcionamiento de la economía se basa en la estabilidad de la moneda y el crecimiento del PIB, una medida del valor de las mercancías producidas cada año. Básicamente, la riqueza de las naciones es el valor de cambio agregado de lo que produce el trabajo nacional, valores de cambio medidos en dinero, con precios mediados por el mercado, cuyo aumento es considerado positivo cualquiera sea su estructura, su efecto sobre la sociedad. Si el crecimiento genera desigualdad ese no es un “problema económico”, en todo caso, es un problema político si la sociedad se rebela. Y si no hay crecimiento, pero aumenta la redistribución a favor de los ricos, eso tampoco es un problema mientras pueda sostenerse.
La perspectiva de la economía social
La economía real no es solo un sistema de intercambio entre individuos, sino que en la Modernidad es un poderoso formador de sentido común, de formas de cultura, de valores, de principios, de disposiciones y de visiones del mundo. Toda economía, actual o preexistente, no es un mecanismo con pretensión de universalidad, sino una construcción histórica en proceso, una parte de la vida social.[1] La economía es social e inseparable de la sociedad y de sus conflictos, de lo político, de lo cultural, de las dimensiones con las que establece relaciones de mutua integración positiva o de contradicción. Para la economía social, no hay neutralidad valorativa, sino que su sentido de última instancia es ético, un deber ser que no puede eludirse desde la perspectiva de una sociedad integrada y sustentable: hay que generar las bases materiales para que todos y todas puedan resolver sus necesidades de la mejor forma posible, dignamente, en paz y en equilibrio permanente con la naturaleza de la que formamos parte. La alternativa que propone el neoliberalismo de liberar al mercado a nivel global genera –como es hoy evidente– catástrofes naturales y sociales. Para ello, todos los sistemas económicos articulan de manera particular (con conflictos de diverso tipo) varios principios de integración social mediante la participación de los individuos y de los grupos en:
- la producción, mediante alguna forma de inserción en la división social del trabajo;
- la distribución primaria de lo producido (por ejemplo, entre patrones y trabajadores y trabajadoras, entre cooperativistas, entre miembros de una comunidad);
- la redistribución por parte de los poderes centrales (las autoridades de una comunidad indígena, o el Estado y su sistema fiscal soporte de las transferencias monetarias o la provisión de bienes públicos gratuitos como la salud y la educación);
- las relaciones de reciprocidad, en las cuales no se trata de un “toma y daca”, sino que se da con la esperanza de recibir cuando uno necesite (como las redes de ayuda mutua o los sistemas de seguridad social);
- las relaciones de intercambio, que pueden estar regidas por las reglas del mercado, libre o regulado social y políticamente para que no destruya la sociedad, o bien directamente por formas de comercio administrado, como las redes de comercio justo;
- las relaciones que Aristóteles denominaba de la “economía de la casa” (oikos), es decir, la producción de bienes y servicios (el cuidado, por ejemplo) para el propio consumo, en la que la unidad doméstica familiar o comunitaria es la molécula con que se construyen las bases últimas de toda economía;
- las relaciones sociales de consumo, que también integran o desintegran lazos y grupos sociales;
- la coordinación del complejo sistema económico que supera su tendencia a la fragmentación.
Advirtamos que el mercado es solo uno de los principios de integración económica de los individuos y de los grupos a la sociedad, y no, como propone el neoliberalismo, un principio de mercado total porque organizaría (o tendería a organizar) “racionalmente” todas las actividades humanas. Para la economía social, una buena economía es la que jerarquiza e institucionaliza esos principios de modo de resolver las necesidades de todos en equilibrio con la naturaleza, y la medida de la riqueza incluye todos los medios que directa o indirectamente permiten sostener la vida, y no solo los que se valoran en el mercado (entran así la producción de autoconsumo y los bienes públicos como la salud y la educación, por ejemplo). El crecimiento es condición, pero no fin, de la economía, y se juzgará por su estructura y calidad social y ecológica y no solo por su valor monetario.
Como dijimos, el intento neoliberal de borrar todos los principios que no sean el de mercado genera desastres sociales (la exclusión masiva que hoy presenciamos en el mundo) o los desastres ecológicos también evidentes. La economía de mercado es una economía de la irresponsabilidad, la economía social está basada en la responsabilidad, y valora la solidaridad más que la competencia.
La economía real es una economía mixta
Dentro de la economía podemos distinguir tres sectores:
1. La economía empresarial capitalista, cuyas unidades de organización son las empresas de capital, que están sometidas a la competencia salvaje o pueden coaligarse estratégicamente, como los cárteles o, de hecho, como en el caso de los clusters, y cuyo sentido es la maximización de la ganancia, la acumulación sin límites, donde el mercado impone el criterio de que todo vale (expulsar trabajadores y trabajadoras, contaminar el ambiente, destruir a los competidores, programar la obsolescencia de los productos para maximizar las ventas), salvo que haya límites externos como los que puede poner un Estado regulador u organizaciones sociales como, por ejemplo, los sindicatos u otras formas de representar a los trabajadores y a las trabajadoras, o a los movimientos de consumidores. [2]
2. La economía pública, referida a los recursos que maneja el Estado en diferentes niveles (nacional, provincial, municipal) y sus políticas, y cuyo sentido ideal es el bien común, muchas veces contaminado por la búsqueda del poder político per se o de la gobernabilidad para sostener un sistema conflictivo. Sus unidades de organización son político-administrativas y funcionales, en general con una fuerte jerarquización.
3. La economía popular, una economía subterránea (denostada como “informal”) para los registros oficiales, pero base indispensable de todo sistema económico. La economía popular es la economía de l@s trabajadores, de quienes viven o quieren vivir de su trabajo, la economía de sus familias, comunidades, asociaciones, redes y organizaciones, de quienes tienen recursos materiales acumulados limitados, que dependen fundamentalmente de la realización de su fuerza de trabajo para sobrevivir y sostener proyectos de vida digna. Su unidad elemental de organización es la unidad doméstica, lugar inmediato de reproducción de la vida humana.
La economía popular[3]
Así definida, la economía popular (que no es el llamado “tercer sector”, ni el conjunto de emprendimientos autogestionados por sus trabajadores y trabajadoras) abarca por tanto a la gran mayoría de la sociedad, a los trabajadores asalariados (incluidos los sectores medios calificados, los que tienen derechos reconocidos y los precarizados), quienes organizan su trabajo autónomamente (profesionales, comerciantes, artesanos), individual o asociadamente, para producir y vender o para comercializar bienes y servicios; a l@s trabajadores doméstic@s, a cargo de la economía de la casa, que producen riqueza para el propio consumo, ya sea en el campo como en la ciudad, y se proveen, entre otras cosas, de alimentos, de servicios de cuidado, de la propia vivienda y de la infraestructura de servicios. También incluye a quienes no pueden acceder a un trabajo permanente, a los trabajadores y a las trabajadoras ocasionales y a los desocupados, a los pobres o a quienes nunca tuvieron un trabajo perceptor de ingresos. Aquí hay que evitar caer en la tentación de decir que la nueva contradicción fundamental (sería una nueva estructura de clases) no es entre trabajo y capital, sino entre incluidos y excluidos, una frontera que atravesaría el mismo campo popular. Al tener aspectos reales, esa oposición sería no solo objetiva, sino subjetiva y perdurable, comparable al antagonismo entre trabajadores y trabajadoras y capitalistas. En todo caso, es una línea divisoria fundamental en la actual fase del sistema capitalista, pero que cobra sentido si se la ubica en el campo de la contradicción fundamental entre capital/trabajo.
En 2011, emergió formalmente en nuestro país la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), tributaria de varios movimientos de larga data. Se trata de un fenómeno extraordinario, nuevo en el país y en América Latina, que convoca a los trabajadores no sindicalizados, precarizados o marginados a organizarse para que su actividad sea reconocida como productiva socialmente y se les asignen los derechos que les corresponden, algunos propios de la clase trabajadora, otros especiales, cuya permanencia dependería de la condición de vulnerabilidad en el sostenimiento de su vida. Pero ese reconocimiento implica revisar el concepto mismo de economía popular, el que en esa propuesta evidentemente quedó circunscripto a los sectores más pobres (popular=pobre). En todo caso, un primer gran paso ha sido dado: los avances en el diálogo con la CGT y la confluencia en acciones políticas significan, por parcial que sea, un inicio de mutuo reconocimiento como trabajadores y trabajadoras de una economía popular más amplia, algo de gran importancia estratégica para los tiempos que se avecinan y que habrá que ver cómo sigue.
Con excepciones (por ejemplo, ya había antecedentes en la CTA de reconocimiento y apoyo de otras formas de emprendimientos populares), en el pasado ha habido reticencia de importantes corrientes sindicales a reconocer este otro lado de la clase trabajadora, ya que asumían el paradigma capitalista para el cual el único trabajo genuinamente productivo reconocido socialmente es el asalariado por el capital, lo que consideramos fue y es un error intelectual y político. Otro tanto ha venido ocurriendo con muchas corrientes del cooperativismo. Ambos desencuentros pueden revertirse a través de la creación de lazos de solidaridad y cooperación con los trabajadores que representa la CTEP. A lo que hay que agregar que el mutuo reconocimiento entre sindicatos y organizaciones cooperativas también es necesario para constituir un sujeto social y político popular que pueda resistir al neoliberalismo y elaborar propuestas alternativas para la economía.
El segundo gran paso sería el propio reconocimiento de ese sector, que no se trata de una marginalidad imposible de superar, a la que solo cabe asistir con políticas sociales de subsidio monetario. Todos los trabajadores deben percibir crecientemente su gran potencial como fuerza productiva colectiva autonomizable y autogestionable, hoy ocultada por los registros oficiales de la economía llamada formal, y deben organizarse en una transición para desarrollar ese potencial más allá de las reivindicaciones compensatorias.
El proyecto neoconservador
No hay duda de que el proyecto neoconservador global tiene una fuerza inédita y que ahora, con el nuevo Gobierno, se ha instalado sin ocultamientos en nuestro país:
- Su programa, orientado por la acumulación privada, incluye el desarme de la organización popular y los movimientos sociales contestatarios, la degradación del trabajo y la expoliación de la naturaleza.
- Supone atacar nuestra subjetividad para disciplinarnos, masificarnos como consumidores sumisos, hacernos autorresponsables de nuestros “fracasos” y aceptar como “naturales” los síntomas destructores de la vida social que vivenciamos, al jugar al “sálvese quien pueda”. A lo que se agrega la estrategia (por ahora efectiva) de trazar una línea moralmente discriminatoria entre los trabajadores “incluidos” (por precaria que sea su situación) y los excluidos (“los que no quieren trabajar”, los “planeros”).
- En lo material, el pleno empleo no es su objetivo, sino, explícitamente, un alto desempleo abierto y una precarización generalizada que disuadan la lucha social, al bajar los “costos laborales” (salarios y derechos sociales) por debajo de los niveles que requiere una vida considerada digna en esta sociedad.
- Sus políticas sociales son pensadas para que, con un gasto social mínimo, los sectores más vulnerables aguanten la pobreza a niveles de supervivencia elemental. Se continuarán o profundizarán programas de acceso a servicios de salud y educación “básicos”, lo que significa mínimos, elementales, como ha venido proponiendo el Banco Mundial. Los avances sobre los derechos de los trabajadores asalariados, que fueron base histórica para la extensión de derechos sociales a otros segmentos de la población, serán utilizados para reducir estos derechos generalizados.
- La matriz productiva que quieren terminar de imponer es la de un país exportador de materias primas y alimentos librado a las fuerzas del mercado global, alimentos a los que buena parte de los argentinos no podrán acceder.
- La dependencia externa será impulsada directamente por la adhesión política al proyecto imperial y económicamente por la deuda y por los convenios de libre comercio que la acentuarán (así, la Argentina “entraría al mundo real”).
- En este contexto, la clase política institucionalizada probablemente mermará, por un tiempo indeterminado, su ya limitada capacidad para proponer y realizar efectivamente otro proyecto nacional y popular de país, socialmente justo, democrático y soberano, ahora sí crítico del capitalismo.
Será muy difícil frenar y mucho menos revertir estos objetivos del proyecto neoconservador con una clase trabajadora dividida y fragmentada, desorganizada, con una pulverización de su identidad y dependiente de la “ayuda” que se pueda arrancar del Gobierno de turno, ayuda que de todas maneras será financiada con los impuestos y los préstamos que habremos de pagar.
¿Cómo pensar un programa de la economía popular?
En lo que sigue planteamos algunas hipótesis para el debate. En lo inmediato, tal programa tendrá necesarias y apremiantes consignas reivindicativas, y exigirá recursos al Estado, porque de ellos depende la supervivencia de los sectores más pobres y excluidos de la clase trabajadora. Pero la lucha será prolongada y atravesará las muchas crisis reales o imposibilidades simuladas que traerá este modelo neoliberal, cuyos costos sin duda se pretenderá que sean cargados sobre las espaldas de la clase trabajadora en su conjunto, “ajuste tras ajuste”, incluso vulnerabilizando a sectores que hoy se sienten “incluidos” como parte de una efímera clase media. Sin embargo, las acciones reivindicativas, que son necesarias y además constituyen posibilidades de convergencia popular, son insuficientes.
Metafóricamente, proponemos ver esta etapa que se abre como la de una “economía de guerra prolongada”, en la cual hay que cavar trincheras en la sociedad, en los territorios, resistir y avanzar cuando la situación lo permita y afianzar los frentes que se vayan conformando con los sujetos colectivos, sociales, culturales y políticos que vayan emergiendo. De existir, una vanguardia no puede sustentarse sin una retaguardia, so pena de ser altamente vulnerable, como venimos presenciando en la coyuntura actual.
En primer lugar, se trata de tener asegurado el sustento con dignidad y potenciar la capacidad de abastecerse con un alto grado de autarquía, sin depender de una logística externa, siempre incierta, vulnerable aun si se enmarca en un discurso de derechos formales, y en todo caso condicionada para limitar la acción política autónoma. Esto requiere desarrollar una estrategia de conjunto y de largo aliento: el objetivo es desarrollar un sistema orgánico de economía popular solidaria. Se trata de construir subsistemas de producción y reproducción en los territorios rur-urbanos, encadenar actividades aisladas a través de la generación de nuevos actores socioeconómicos colectivos, movilizar recursos donde parece no haberlos, producir para el propio consumo y para el intercambio. Se trata de ganar en autarquía sostenible de este lado de las trincheras, al construir un archipiélago de territorios sociales, solidarios, complementarios, “libres de neoliberalismo”.
La economía popular puede, por ejemplo:
- producir bienes y servicios para la economía doméstica del cuidado, familiar o comunitaria;
- producir alimentos (cereales, frutas y verduras, ganadería menor y mayor), preparados y conservados;
- producir utensilios, mobiliarios, confecciones, calzado, textiles, y los cueros, fibras naturales y sintéticas requeridas;
- producir, reparar y reciclar herramientas y máquinas;
- producir materias primas para la producción, entre otras cosas al reciclar residuos de manera racional;
- construir infraestructura (cloacas, agua, electricidad), viviendas y hábitat (tenemos el ejemplo de la Tupac Amaru y otros), escuelas, centros de salud, complejos deportivos, centros comunitarios, instalaciones feriales, etc.;
- comercializar sus productos y los que demanda en red, al generar sinergia, reducir la fragmentación y evitar la apropiación de excedentes por los monopolios de la intermediación;
- recuperar y armar computadoras, diseñar sistemas informáticos (Linux);
- desarrollar formas de energía limpia (hornos solares, biogas);
- organizar sistemas de formación básica y técnica, formar formadores, diseñar e imprimir materiales didácticos (educación popular liberadora);
- organizar sistemas de finanzas solidarias, sistemas de intercambio con monedas y servicios financieros locales;
- formar comunidades territoriales de prosumidores, en las cuales se asegure que lo que se produce pueda ser intercambiado, dentro de la economía popular y a precios justos, por lo que se necesita para vivir;
- proveer actividades comunitarias de esparcimiento creativo, como el teatro comunitario, las fiestas barriales, las murgas, el deporte, desde competencias deportivas hasta ver el fútbol proyectado en una pantalla en una plaza;
- desarrollar medios y redes sociales de comunicación participativa con base territorial, articuladas mediante el intercambio de sus producciones;
- contar con sus propios centros tecnológicos y de formación, con legitimidad para convocar a las universidades y a las escuelas técnicas e institutos tecnológicos a que orienten sus investigaciones y capacidades a la generación de marcos conceptuales y metodologías para resolver e inventar nuevas formas de organización, para participar, diseñar, producir, innovar en los productos y servicios, y atender continua e inmediatamente a los problemas técnicos y organizativos que se van presentando, “incubando” en terreno, más allá de la “extensión universitaria”. La economía popular puede y debe ser de alta calidad y complejidad, no hay razón para que no lo sea.
No se trata de ilusiones, muchas de esas actividades ya se han concretado, pero de manera parcial y desconectada. Desde una perspectiva local, esta propuesta tiene una limitación en la necesidad de acceder a recursos externos al territorio y su comunidad (la “falta de dinero” o el problema de los “insumos” en las experiencias de redes de trueque). Si se supera la visión de la economía popular como suma de microemprendimientos mercantiles, puede verse que esto se resuelve por varios mecanismos, por ejemplo:
Monetarios:
- los ingresos de la venta de fuerza de trabajo fuera de la región;
- los ingresos por ventas de bienes y servicios fuera de la región;
- las transferencias del Estado nacional como la AUH, las pensiones y las jubilaciones;
- los préstamos y donaciones que puedan conseguirse de instituciones financieras externas, ONG;
- la creación de monedas sociales gestionadas por las organizaciones de la comunidad, para el intercambio local e interregional;
- el valor implícito de tarifas diferenciales (subsidios cruzados) de servicios públicos.
Materiales:
- recuperación de territorios indígenas;
- acceso legítimo, como medios de vida o de producción, a tierras ociosas, urbanas y rurales y a edificios públicos desocupados;
- acceso a residuos sólidos para ser reciclados y procesados para autoconsumo o venta conjunta;
- aportes de materiales de construcción por parte del Estado nacional o provincial;
- bienes y servicios públicos gratuitos (educación y salud públicas).
Algunos de estos recursos deberán reivindicarse y defenderse mediante luchas sociales y políticas, otros fluirán en base a derechos adquiridos o por las políticas asistencialistas que el Gobierno no podrá eludir por razones de gobernabilidad, si bien las erosionará por mecanismos como la inflación, los sucesivos ajustes, etc. Igualmente, con los subsidios cruzados de los servicios públicos, se puede favorecer a los sectores de menores ingresos. A lo cuantitativo se agrega lo cualitativo: luchar por otra educación, por otra comunicación social, por otro concepto de salud y sus correspondientes políticas públicas. Esto es parte de la construcción de otra economía, social y solidaria, porque hablamos de resolver de manera emancipadora necesidades fundamentales como el acceso al conocimiento y a la salud. En esto, la respuesta del Estado puede ser institucionalizar burocratizando las respuestas a las demandas, para quitarles su dimensión de autonomía y emancipación.
Esta propuesta es económica, pero no en el sentido estrecho del proyecto neoliberal. No es la anticipación de una sumatoria de emprendimientos individuales que compiten entre sí. Es una propuesta de alcance sistémico, es cultural y política, pretende abrir otras formas de relación social, otras formas de ser consumidor y productor, otras subjetividades. Implica recuperar el valor de lo colectivo democrático, de lo comunitario. Conlleva superar la alienación del trabajo fragmentado desconocedor de las otras actividades de la economía popular. Por ejemplo, supone una cultura de “compre local”. Cada peso que se gasta en un supermercado o una cadena de cualquier tipo termina en fondos de inversión globales. Cada peso gastado en comercios, ferias, talleres o cooperativas locales realimenta la economía local. Esto debe ser sustentado por una cultura de “producir con calidad, cuidar al consumidor”. No podemos pretender una economía del sacrificio del consumidor en nombre de la solidaridad, sino una que combine el interés particular con la búsqueda del bien común como contexto que favorece a todos.
Avanzar con esa orientación requiere luchar por la subjetividad en contra de las estrategias y de la acción de los aparatos neoliberales de comunicación, que pretenden formatearnos como productores y consumidores insaciables y eternamente insatisfechos. Para la mayoría, esa estrategia en realidad ofrece un consumismo de baja intensidad y bajísima eficacia material. Sin embargo, cumple el objetivo: tensionar la subjetividad y las identidades al generar estratificaciones, diferenciaciones de estatus dentro del mismo campo popular, y valores propios del consumismo (envidia, odio, insatisfacción permanente, desánimo ante lo que se presenta como deseable pero inalcanzable).[4]
Algunas líneas posibles de acción política
Una de esas estrategias neoliberales es aplicar formas de biopolítica, con el objetivo de organizar y dar sentido al conjunto de nuestras vidas mediante la combinación del sentimiento de insatisfacción ilimitada, de riesgo amenazante, de inseguridad, de angustia permanente. Esto pretende integrarnos no ya por el trabajo para todos y todas, sino por el consumo desigual (y el endeudamiento), por un lado, y la proliferación de ideas y programas para el emprendedorismo individualista, antisolidario, meritocrático, competitivo, que responsabiliza a cada individuo por su suerte y evita comprender los efectos del sistema capitalista (parte de lo cual paradojalmente coincide con programas y consignas impulsadas por los gobiernos previos).
Para poder lograr otra comprensión de las vivencias cotidianas y su potencial hay que desarrollar marcos conceptuales amplios y los medios alternativos de comunicación dialógica, como las radios y canales locales, donde l@s ciudadan@s y sus agrupaciones puedan tener voz libremente, construir otras visiones del mundo y reconocerse mutuamente en el intercambio de sus experiencias y proyectos. Se requiere fortalecer la (siempre contingente e imperfecta) formación de sujetos colectivos con capacidad de acción autónoma reflexiva, y la creación de espacios públicos de encuentro, debate y decisión de los diversos sectores e intereses de la comunidad local. En suma: la democratización radical, la institucionalización de mecanismos de decisión participativa. Un simple ejemplo de institución en esa dirección es el presupuesto participativo cuando es efectivamente democrático. En esos espacios, de manera pluralista, al reconocer al otro, las comunidades pueden priorizar y legitimar las necesidades de sus miembros, así como las formas de satisfacción de las mismas. Pueden pergeñar proyectos compartidos de otra economía, de otra comunidad, de otra sociedad. Vencer la incertidumbre generalizada y ganar confianza fundada en la plausibilidad de las propuestas que vayan surgiendo son objetivos que deben acompañar los proyectos concretos en cuya elaboración deben participar sus actores.
En este proceso, es fundamental combinar la acción a nivel microeconómico con el armado de sistemas meso y socioeconómicos con una perspectiva sistémica. A eso apunta participar en redes locales en que las relaciones interpersonales permitan desarrollar lazos sociales solidarios, con afectos positivos, que busquen coordinar las necesidades de la comunidad con sus capacidades (antes que buscar qué producir y luego ver a quién se le vende). Pero también supone abrirse a redes nacionales y globales de organizaciones de la economía de los trabajadores, para intercambiar experiencias y productos, y contribuir a formar un sujeto colectivo regional latinoamericano con voluntad para protegernos y contrarrestar el huracán de la globalización neoliberal.
Nada de esto supone idealizar las redes o los territorios como comunidades solidarias. El capitalismo ha contribuido a producir un suelo de prejuicios, desconfianzas, enemistades, egoísmos, competencias, segregaciones, estigmatizaciones y, en general, comportamientos utilitaristas social y ecológicamente irresponsables dentro del mismo campo popular. Las prácticas y aprendizajes de una economía popular solidaria deberán ir superando esos obstáculos. Se trata, entre otras cosas, de una lucha cultural que puede en buena medida desarrollarse en el entramado tanto de las tradicionales como de las nuevas prácticas vividas y compartidas cotidianamente. El capitalismo de la información tiende a producir individuos aislados que se comunican en forma anónima en las “redes sociales”, en un ámbito de desconfianza y de no reconocimiento mutuo. Así no puede surgir un “nosotros” con potencial transformador. Pero a la vez esa tecnología, si es regulada, puede ser un recurso de alto valor para la articulación de la economía popular, para la convocatoria a acciones colectivas. Así, una economía popular solidaria supone contactos, intercambios directos, debates de ideas y lenguajes corporales de proximidad, por lo que producir el territorio, el entramado de relaciones, es tan importante como proveer los medios materiales para la vida, que no es sino vida en comunidad.
Otra economía, más solidaria, implica no tanto un discurso racionalizador de sentido opuesto o moralizante, sino más bien sistematizar, propiciar, valorar y potenciar experiencias que generen otras vivencias, otras visiones del mundo, otros sentimientos, otros afectos, otros reconocimientos, otras expectativas (el reiterado rechazo inicial a las propuestas de cooperación asociada y a compartir activos es un ejemplo clásico). La murga, el fogón, la fiesta, el teatro callejero, la feria de artistas son también instituciones de la economía popular solidaria, en las cuales hay intercambios inmateriales y se forman afectos y lazos sociales positivos básicos para desarrollar una economía solidaria.
Un avance en esa dirección en cualquier área de la actividad humana (ayudas mutuas no necesariamente económicas) se transfiere a otros ámbitos de acción, del mismo modo que los valores negativos del neoliberalismo se difunden por toda la vida social. Tenemos que disputar ese suelo subjetivo que fertiliza la creatividad o bien puede idiotizar la economía popular. Instituciones como algunas iglesias, los Gobiernos locales y las universidades comprometidas con el campo popular, las formas de organización de la sociedad civil (sindicatos, asociaciones, mutuales, clubes de barrio, centros de estudiantes, cooperativas, redes de ayuda mutua, etc.) pueden aportar sus energías organizativas ya probadas, al contribuir a la construcción de una economía popular orgánica y crecientemente solidaria.
Ante el posible escepticismo, o incluso la oposición, de sectores progresistas modernizantes estrechamente centrados en el Estado como aparato, antes que como el “Estado ampliado” de Gramsci (Estado y sociedad civil), se pueden sistematizar y sacar a luz los aprendizajes y las extraordinarias experiencias que ya existen y que serán una fuente de motivación y seguridad en este empeño. Nada de esto es fácil. La construcción de otras formas económicas implica generar otros poderes no alienantes, económicos, culturales y políticos. En esto las prácticas de la economía popular se encontrarán con las estructuras de poder político jerárquico o las que tejen las redes del narcotráfico, que pueden ver como una amenaza el surgimiento de formas democráticas de poder social. Sería importante que este proyecto fuera asumido por algunas fracciones políticas que actúan en la democracia representativa, con tal que no orienten sus prácticas en función oportunista de la “conquista del voto” como fin político de última instancia, que desde sus posiciones en el Estado regulen las relaciones económicas y den acceso a recursos públicos.
En todo caso, se cuenta con poderosas formas de organización preexistentes que pueden modificar su orientación y superar el corporativismo, como el sindicalismo y el cooperativismo, y otras formas aparentemente no económicas que son fundamentales para avanzar hacia otra economía: las múltiples concreciones del movimiento antipatriarcal de las mujeres, desde las críticas a dicho sistema hasta la lucha contra la superexplotación de la mujer, en la cual se superpone el trabajo de producción y mercadeo con el trabajo de cuidado y producción para el autoconsumo; los movimientos ecologistas, los de defensa de poblaciones locales ante el avance de la gran minería y el agronegocio, los de consumo y producción responsables, el campesinismo, el indigenismo o los movimientos sociales urbanos que luchan por el suelo o los servicios; y, esto es fundamental, las organizaciones estudiantiles o de jóvenes en general, etc. Los activistas de la economía social deben contribuir a que esas organizaciones y movimientos expliciten dentro de su marco de pensamiento y de acción el programa de una economía popular y solidaria. Un camino de encuentro es incluir como parte de la propia lucha las reivindicaciones por paritarias libres, por la exención a las cooperativas del impuesto a las ganancias, por un salario social, por los derechos de las mujeres y los movimientos indígenas, por el acceso a tierras de la pequeña agricultura familiar, por la educación y salud gratuitas y tantas otras del campo popular.
La construcción de una economía popular solidaria con objetivos que incluyen, pero van más allá, de la subsistencia inmediata, requiere una estrategia que supere la suma de acciones particulares. Y tal estrategia debe ser diseñada y debatida en cada territorio articulado con otros. Tanto en esto como en su implementación son necesarios militantes a todo nivel, para lo cual el movimiento cooperativista puede jugar un papel decisivo al aportar su experiencia asociacionista y su fuerza social con una densa historia en el país.
Por más horizontal e igualitario que sea el proyecto de la economía popular, en la transición desde la situación actual surgirán necesariamente actores con capacidades especiales para organizar, sistematizar, representar y comunicar experiencias, al transferir esas capacidades mediante prácticas democráticas y con intención liberadora, y al evitar generar estructuras de poder asimétrico. Esas capacidades son energía social, un recurso que habrá que multiplicar y potenciar mediante la articulación, el aprendizaje sistemático y el intercambio en redes y entre actores diversos, sin por eso excluir formas de representación y dirección democráticas en la sociedad civil, algo de cuya falencia adolecemos en este momento crucial, como consecuencia del estilo verticalista de dirección que ha predominado en nuestro sistema político. Una vez que se desarrollen esas capacidades, por su propia dinámica y como proyecto, la economía popular tenderá a extenderse, al complejizarse y superar los objetivos y ámbitos fragmentados, construyendo territorios más amplios. Una estrategia de desarrollo de otra economía es compleja y de larga duración. En esto hay una necesaria dimensión intergeneracional donde los jóvenes pueden contribuir con su energía, su creatividad y su voluntad de transformación.
Esta u otra variante de programa para y desde la economía popular, que en definitiva es parte de un proyecto de país, podemos y debemos instalarla con fuerza en la escena pública y en la política que, finalmente, es el intento, siempre contingente, de articulación de las diferencias en el campo popular, constituyendo componentes de ese complejo sujeto llamado pueblo. No es algo listo-para-armar, es una contribución de importancia crítica a la construcción posible de otra economía, social y solidaria, donde el conocimiento “experto” dialoga y se hibrida con los saberes prácticos de los actores socioeconómicos, sin pretender ser el árbitro de la verdad. Hacer otra economía es una tarea política, pero su eficacia y perdurabilidad implica también hacer otra política, desarrollar formas de democracia radicalizada, en la cual participen directamente y con autonomía los verdaderos productores: las trabajadoras y los trabajadores.
[1] Este concepto de economía no es una especulación teórica, sino que se basa, como bien desarrolló Polanyi en La gran transformación, en el análisis de los procesos reales de construcción, por ejemplo, del mercado capitalista y todas sus instituciones, o del socialismo real. Esos procesos no son sin conflictos ni luchas sociales.
[2] Un caso especial pueden ser las micro y pequeñas empresas en las que no se han objetivado las relaciones de producción y subsisten relaciones interpersonales de afinidad o afectos que limitan las acciones de los propietarios sobre sus asalariados. Claro que el tamaño no es garantía de solidaridad, pues en esas empresas también pueden darse los casos de mayor explotación del trabajo.
[3] El concepto de “economía popular” no es una especulación teórica que se pretende convertir en realidad, es un intento de pensarla en toda su complejidad, junto con las acciones posibles, a partir de las experiencias históricas de las clases trabajadoras.
[4] Mientras los procesos de orientación nacional-popular de inicios de siglo generaban una fuerte redistribución hacia abajo y consideraban el subsiguiente aumento del consumo como un componente de la dinámica económica del mercado interno, el “modelo” neoliberal pretende basarse en el impulso de la inversión, al impulsar la redistribución hacia arriba, hacia los potenciales inversores que, sin embargo, calculan sus oportunidades en un mercado globalizado, sin fronteras.
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