Revista Idelcoop, nº 230. Marzo 2020 - ISSN 0327-1919 / Sección Reflexiones y Debates
Idelcoop Fundación de Educación Cooperativa
DEL MODELO INDUSTRIAL CON INCLUSIÓN SOCIAL AL MODELO FINANCIERO. ARGENTINA Y LA REGIÓN EN LA ENCRUCIJADA
Pensar la cultura en la economía social, comunitaria y solidaria[1]
Jorgelina Flury[2]
Artículo arbitrado
Fecha de recepción: 23/12/19
Fecha de aprobación: 17/02/20
Resumen
El presente artículo parte de una conceptualización de economía social, comunitaria y solidaria como un campo de la economía plural en el que predomina la reciprocidad[3], orientado a la producción y distribución de valores de uso, para satisfacer necesidades y aspiraciones concernientes a la vida colectiva. La vigencia de la reciprocidad se visualiza como parcial y se despliega en diferentes matices, pero la posibilidad de que la misma se reproduzca ampliamente se encuentra ligada en parte al potencial transformador de la cultura. Por ello, se propone pensar cómo la cultura contribuye a que la economía social y comunitaria se torne solidaria, al entenderla principalmente en un sentido antropológico pero también como sector de la actividad humana centrado en las creaciones y expresiones artísticas e intelectuales.[4] Estas diversas perspectivas de la cultura resultan fecundas para analizar la dimensión política y cultural de la economía social y comunitaria. Este trabajo es un ensayo teórico que pivotea en el análisis de experiencias estudiadas desde la labor académica de la autora o en cuya praxis la misma se encuentra involucrada.
Palabras clave: economía, reciprocidad, cultura.
1 Pensar la cultura en la economía social, comunitaria y solidaria
1.1 La economía social y comunitaria co30mo expresión de la reciprocidad y sus diversos matices
A partir de la interpretación de los estudios de Polanyi[5] sobre las determinaciones/regulaciones sociales de las relaciones económicas, podemos sostener que el intercambio mercantil es uno de los principios organizadores posibles de la economía, que ha adquirido el carácter de hegemonía, más no el único como parece desprenderse de la concepción formalista de la economía.
Es decir que empíricamente podemos reconocer una heterogeneidad que se expresa en las siguientes pautas: reciprocidad, redistribución e intercambio. En consecuencia, si pensamos en el sector cultural deberíamos distinguir al menos tres actores sociales que interaccionan en la esfera cultural pública: aquellos cuya actividad se regula con predominio de pautas redistributivas (criterios estatales), de intercambio (criterios de mercado) o de reciprocidad (criterios asociativos o comunitarios). Entendemos que cuando el modo de regulación no es jerárquico (ni por autoridad política como es en el sector público, ni por desigualdad económica, como lo es “de facto” en el sector privado capitalista), promueve formas de socialización que permiten el encuentro con la alteridad y la construcción de lo común desde diversas perspectivas. Además en este marco, los movimientos económicos se producen entre actores simétricos e interdependientes, se orientan por criterios que oscilan entre una aproximación a la igualdad o a la equidad y en consecuencia, producen una distribución de valores de uso y retribuciones más solidaria.
Entonces desde una perspectiva de economía plural[6] podemos visualizar una institucionalidad en la que predomina la reciprocidad, según la cual los actores que se asocian o mancomunan sus esfuerzos para generar y distribuir bienestar se identifican con un colectivo en el que prevalecen los intereses comunes y lo hacen en tanto iguales, en cuanto a las oportunidades de participación política y económica, es decir que la organización es democrática.
López Córdova profundiza en el estudio de la reciprocidad a partir de la obra de Temple (2003), diferenciando entre una reciprocidad entendida como estructuras presentes en prácticas originarias, de una reciprocidad primordial, que se encuentra en el origen de los valores humanos fundamentales. Apropiándonos de esta distinción, entendemos a la reciprocidad, no exclusivamente como una racionalidad ancestral y evolutiva sino como un principio de amplia vigencia en las relaciones económicas que puede materializarse con diversas graduaciones o matices, en tanto “en las sociedades en las que triunfa el mercado, los hombres (y mujeres) sufren por la reducción del campo de reciprocidad: son mutilados de su lazo social por lo tanto la reciprocidad siempre es parcial”[7]
En el trabajo de García[8] orientado al estudio de la solidaridad como cultura en Argentina, se propone una escala con una progresión de matices de la reciprocidad, que hemos complejizado para dar cuenta de diversas configuraciones empíricas o variantes de aquella institucionalidad que se encarnan en las organizaciones de la economía social y comunitaria: gratuidad, comensalidad, mutualidad, cooperación e intercambio solidario. Estos matices, veremos más adelante con ejemplos, expresan diversos grados de identificación y formas de correspondencia en relación con aquello que los actores vinculados “ponen en común”, partiendo de la observación de la economía plural.
Entonces, cuando abordamos la economía social y comunitaria nos referimos a un conjunto de prácticas y dinámicas que sustentadas en diversos matices o graduaciones de la reciprocidad, se orientan fundamentalmente a la producción y distribución de valores de uso, priorizando necesidades y aspiraciones concernientes a la vida colectiva, a través de configuraciones asociativas y/o comunitarias.
El término “economía social” se ha empleado tradicionalmente para referir a aquellas iniciativas organizadas en torno del bien común o del bien general, a través de la libre asociación, con un carácter no lucrativo y un tipo de gestión democrática[9]. Por otro lado, Mutuberría Lazarini y Chiroque Solano[10] definen a la economía comunitaria a partir de un abordaje histórico que se remonta a las prácticas de los pueblos originarios de la región andina, pasando por su incorporación al modo de producción comunal bajo el Imperio Inca y encontrando en la actualidad expresión en las prácticas de comunidades originarias y campesinas, pequeños productores y organizaciones productivas, actores que desarrollan una agricultura familiar, etcétera, que les han permitido reproducir su vida en el contexto de un capitalismo que pretendía subsumirlas y subordinarlas. En este trabajo entendemos las “instituciones comunitarias” en tanto formas de organización y de gestión del trabajo y de los recursos que resignifican las prácticas de resistencia de las comunidades originarias y campesinas, en nuevas expresiones que se presentan también en zonas urbanas y suburbanas como ferias y mercados solidarios, organizaciones de hábitat popular, comunidades de usuarios y desarrolladores de software libre, redes de teatro y culturas comunitarias, entre otras.
Al integrar en esta conceptualización la perspectiva de economía comunitaria, entonces, consideramos prácticas y dinámicas de actores mancomunados a través de un vínculo diferente del lazo asociativo jurídico-normativo (que tradicionalmente reconoce la economía social) porque aquí el núcleo aglutinante se encuentra en la preeminencia de una identidad y proximidad de carácter comunitaria que puede ser territorial o virtual, para satisfacer necesidades y aspiraciones materiales o simbólicas, mediante modalidades de organización y toma de decisiones colectivas.
Observando las diversas experiencias asociativas y comunitarias que nos circundan podemos sostener que en la dinámica vincular de la reciprocidad existe una simetría y un interés común que interpela a los diferentes actores, aunque no necesariamente hay una relación de correspondencia equivalente entre los aportes y prestaciones materiales y la posterior distribución de los frutos que germinan de ese colectivo, y entonces como adelantamos más arriba percibimos una escala de variantes:
- La gratuidad refiere a que, al interior de una iniciativa colectiva puede haber aportes o prestaciones materiales de algunas de las partes, mientras que otras ofrecen un reconocimiento simbólico pero no aportan materialmente a ese vínculo; siempre que el mismo no genere desigualdad o sometimiento a la voluntad de quienes realizan aportes más significativos, ya que en este último caso estaríamos en presencia de una lógica de beneficencia y por tanto de una solidaridad no democrática[11]. Al nivel de formas organizacionales concretas, podemos ver plasmado este matiz en muchas asociaciones civiles que buscan ampliar el acceso a derechos y movilizan trabajo voluntario de todos sus asociados y asociadas, aunque, quienes integran la red promotora, por lo general, realizan además aportes pecuniarios o en especie para poder sostener los servicios esenciales o prestaciones de la organización. En el financiamiento estas organizaciones suelen sostenerse no solamente por los recursos que provienen de la reciprocidad (en su matiz de gratuidad), sino también de la solidaridad filantrópica (que se sustenta de una parte de los excedentes del principio de intercambio mercantil) y por algunos recursos que provienen de la solidaridad redistributiva; lo que da lugar por lo general a una configuración de hibridación de recursos[12]. Lo que prima es una búsqueda del interés general, porque no necesariamente se trata de objetivos de interés común limitados al grupo promotor, sino que hay organización para otros en búsqueda de una cohesión social. Podemos verlo en muchas experiencias de bibliotecas populares, asociaciones cooperadoras, asociaciones para la transformación social e inclusión a través del arte, entre otras.
- La comensalidad, refiere a aquellas lógicas de vinculación que se presentan al interior de grupos cerrados o semicerrados, como comunidades originarias o campesinas, algunas experiencias de hábitat popular, movimientos sociales, eco-villas, aldeas ecológicas, actores que comparten una identidad y afinidad cultural que les permite resolver en conjunto las actividades fundamentales de supervivencia, aunque se puede dar en experiencias circunscriptas a la resolución de una necesidad puntual[13]. En este matiz de reciprocidad, cada integrante se compromete con el colectivo según sus posibilidades y capacidades y percibe los frutos que este colectivo produce de acuerdo con sus necesidades y aspiraciones. Lo que prima es una búsqueda del interés común del grupo vinculada a la producción y/o al consumo.
- En la mutualidad las partes se benefician al poner en común recursos para hacer frente a necesidades o contingencias, para lo cual deben realizar aportes de similar dimensión para poder crear una masa crítica de recursos que permitan organizar los servicios o prestaciones recíprocas. Pero cada integrante se beneficia de los frutos de la mutualidad en la medida de sus necesidades y aspiraciones, no en forma igualitaria estricta. Entonces comienza a darse en este matiz de reciprocidad una cierta cuantificación que procura igualar los aportes de sus integrantes, pero la misma no se traduce directamente en la amplitud de acceso a los frutos de la iniciativa colectiva, porque ésta última se rige por el criterio de necesidad o aspiración. Por ejemplo: asociaciones mutuales o civiles como clubes que requieren del aporte de una cuota periódica o de trabajo voluntario para montar instalaciones, servicios, prever futuras prestaciones a sus asociados, pero cuyo acceso está supeditado a la emergencia o no de esa necesidad o aspiración. También podríamos encuadrar aquí a las bibliotecas populares en las cuales se aporta una cuota y cada quien hace uso según su necesidad. Lo que prima es una búsqueda del interés común del grupo vinculada al consumo o utilización de servicios y acceso a derechos.
- En la cooperación las partes se benefician mutuamente al poner en común sus actividades de trabajo (trabajar juntos), provisión (proveer juntos lo que han producido individualmente) y/ o consumo (consumir conjuntamente). Pero su participación en los frutos de esta actividad, se relaciona directamente con la magnitud de las actividades que cada quien realiza en conjunto con el grupo de asociados y asociadas cooperantes (es decir con su participación en el acto cooperativo). Entonces hay una cuantificación de la magnitud del aporte individual que funciona como parámetro para dimensionar la participación en el goce de los frutos de esta iniciativa. Por ejemplo, en una cooperativa de trabajo que programa actividades artísticas en un centro cultural en donde los excedentes se van a distribuir teniendo como criterio la cantidad de trabajo aportada por cada asociado o asociada, a lo que pueden agregarse otros criterios más cualitativos. Pero, en cambio, en una cooperativa de consumo, por ejemplo titiriteros que comparten el uso de un espacio e infraestructura en el cual cada compañía hace individualmente su función, los frutos se van a distribuir teniendo en cuenta el uso de los servicios comunes del galpón/sala/servicios técnicos. Lo que prima es una búsqueda del interés común del grupo vinculada a la producción o al consumo, según el caso.
- En los cuatro matices que identificamos hasta el momento hay un sujeto colectivo que persigue objetivos comunes a todos sus miembros, o bien objetivos de interés general. El intercambio solidario, que elegimos ubicar como un matiz de la reciprocidad, también podría categorizarse como una modalidad de intercambio de mercado con criterios éticos, ya que no estamos necesariamente en presencia de un sujeto colectivo, sin embargo los actores se interrelacionan buscando ampliar los intereses de cada parte incorporando las necesidades de la otra. Podríamos considerar a este intercambio sencillamente como una incorporación de solidaridad en el mercado, aunque no lo vemos de ese modo siempre y cuando existan lazos que trascienden lo instrumental, no porque los actores que participan del mismo sean intrínsecamente personas altruistas, sino porque han creado normas, prácticas, hábitos, instancias de capacitación y concientización, que hacen a la conformación de dispositivos facilitadores de un intercambio en los mencionados términos (experiencias de consumo responsable y comercialización solidaria, usuarios y desarrolladores de software libre, integrantes de redes de cultura comunitaria que se vinculan de manera colaborativa y de esta manera impulsan nuevas experiencias territoriales). Podríamos decir que se trata de un intercambio en base a valores como la justicia y la solidaridad, y que se asienta en la defensa de bienes comunes como los recursos naturales, el conocimiento y la cultura.
Hemos señalado los diferentes matices en una progresión que permite observar cómo el criterio de regulación va mutando desde una dinámica de gratuidad u organización para otros, y paulatinamente incorporando un mayor grado de cuantificación de los aportes individuales como criterio para determinar la participación en la distribución de los frutos de la actividad colectiva, desde una lógica más altruista hacia una más centrada en lo individual, pero siempre en un registro de reciprocidad.
Todas estas variantes se expresan principalmente a nivel micro y meso en diferentes experiencias de base asociativa o comunitaria, se institucionalizan en diferentes modalidades en las cuales se yuxtapone la presencia de la reciprocidad con los otros principios anteriormente mencionados (el intercambio mercantil y la redistribución) y en la mayor parte de los casos se subordina la primera a estos últimos, por desarrollarse en el contexto de un sistema económico mixto con hegemonía del mercado.
2. La cultura nos ayuda a pensar cómo la economía social y comunitaria se torna solidaria
Cuando describimos las diferentes graduaciones de la reciprocidad intentamos dar cuenta de diversas prácticas y dinámicas asociativas y comunitarias, que subordinan la búsqueda de acumulación a la reproducción y a la mejora de la calidad de vida.
Sin embargo, si bien en muchos casos podemos constatar que las experiencias no tienen finalidad de lucro, estas poseen mecanismos y estructuras de participación democrática y buscan satisfacer necesidades y aspiraciones de sus integrantes. El atributo de la solidaridad en su carácter transformador parece ser una hipótesis en permanente revisión, debido a que la posibilidad de construcción de una economía solidaria se visualiza en medio de la tensión que atraviesa la subjetividad de los actores y el contexto, inmersos en un orden hegemónico en el que el poder se entiende como dominación más que como capacidad creadora junto a otros y otras.
Entonces a estas matrices asociativas y comunitarias podríamos entenderlas como lógicas e instituciones que regulan la práctica de la reciprocidad, que al ser una relación entre sujetos en donde se producen y reproducen valores[14] habilitarían un potencial transformador de la subjetividad capitalística.[15]. Sin embargo, esto siempre es relativo en tanto en todo dispositivo, siguiendo el análisis que propone Deleuze[16], se pueden distinguir tendencias que impulsan transformaciones mientras otras consolidan los poderes instituidos.
Para problematizar justamente la dimensión político-cultural de este campo y ponderar en cierta medida sus desafíos es necesario reconocer que el concepto de cultura es bastante ambiguo y por tanto precisar que en este trabajo lo estamos pensando desde dos perspectivas.
En primer lugar partimos del concepto de cultura en su sentido más antropológico, como aquella trama de significados en función de la cual los seres humanos interpretan su experiencia y guían su accionar.[17] Pero, adicionalmente, siguiendo a Wortman, si la cultura es el proceso total en el que los hombres definen y configuran sus vidas, habrá que problematizar la desigualdad en la capacidad de los hombres para realizar este proceso, y en este sentido, sostiene la autora, Gramsci introduce el tema de la “hegemonía”. Así, “(…) la referencia al poder supera a una idea liviana de la cultura, tan arraigada en la actualidad, como argamasa que produce imaginarios sociales, introduciendo el problema de la subordinación y la dominación (...)”, pero diferenciándose de la ideología, como “(…) sistema de significados, valores y creencias relativamente formal y articulado”.[18]
Para analizar las experiencias de la economía social y comunitaria en cuanto a su potencial en la construcción de una cultura política emancipadora o contra-hegemónica, resulta orientadora la definición de autonomía formulada por Heras Monner Sans: “una práctica que en franca disputa con las construcciones de sentido dominantes en el capitalismo actual, se basa en las orientaciones de equidad, justicia, y toma de decisión directa sobre los asuntos públicos, por lo cual, sus atributos son la participación en la construcción de la norma o la ley en libertad, la posibilidad de que la palabra de cada participante pese por igual y la disponibilidad de pensar reflexivamente sobre lo hecho”.[19]
Una cultura política intersubjetiva sustentada en esas premisas es aquella que articula voluntades, aspiraciones y capacidades creativas de los integrantes de un colectivo tendiendo a la horizontalidad y permitiendo que todos los actores se integren en el lazo de reciprocidad y lo reproduzcan ampliamente.
Sin embargo, muchas veces al interior de estas prácticas y dinámicas se reproducen lógicas de dominación entre representantes y asociados o asociadas, o entre dirigentes y personal en relación de dependencia, o entre el saber gerencial y el saber técnico, o entre diferentes categorías de trabajadoras y trabajadores o entre géneros, etcétera.
En segundo lugar consideremos la definición de “cultura” en su sentido más restringido que la vincula con una esfera de la actividad humana centrada en las creaciones y expresiones artísticas e intelectuales, sean éstas de vanguardia, de élite, masivas o populares.[20] A lo cual podemos agregar la observación de Guattari advirtiendo que más que diferentes esferas cerradas en sí mismas, “la cultura capitalística permea todos los campos de expresión semiótica”[21], de hecho para este autor, en el Capitalismo Mundial Integrado[22], así como el capital se ocupa de la sujeción económica, la cultura se ocupa de la sujeción política. Sin embargo esta definición nos resulta útil para aproximarnos a la caracterización de la actividad cultural y en particular a la actividad artística al interior de la economía social y comunitaria, en tanto la misma puede conformar una praxis y una fuerza dinamizadora que habilita el despliegue de diversos universos simbólicos, el encuentro con la alteridad y la emergencia de nuevos modos de la subjetivación; todo lo cual redundaría en beneficio de la transformación cultural en sentido amplio. Ahora bien, cuando no se reconoce la dimensión de poder que la atraviesa, “lo cultural” como una esfera cerrada sobre sí misma, puede reducirse a una actividad representativa y/o afirmativa de valores, sentidos y órdenes instituidos, reproduciendo estereotipos y modalidades del universo mercantil y/o del discurso “oficial” y desconociendo su vitalidad en tanto que fuerza emancipadora. En este sentido Guattari se pregunta “¿Cómo producir nuevos agenciamientos de singularización que trabajen por una sensibilidad estética, por la transformación de la vida en un plano más cotidiano y, al mismo tiempo, por las transformaciones sociales a nivel de los grandes conjuntos económicos y sociales?”[23]
En síntesis, ambas interpretaciones de la expresión “cultura” aquí mencionadas, aun reconociendo las limitaciones de ciertos enfoques, aportan una vía de acceso para analizar la dimensión política y cultural de la economía social, comunitaria y solidaria o dicho de otro modo su potencial transformador, su capacidad de producir innovaciones sociales[24] que otorguen otros horizontes a estas prácticas, permitiendo a su vez una ampliación de los matices de la reciprocidad.
2.1 La cultura en sentido antropológico
Cuando pensamos la cultura como la dimensión simbólica de la vida, entendemos que las experiencias colectivas de la economía social y comunitaria vienen produciendo innovaciones sociales que pueden expresarse en la transformación cultural de los modos de comunicar, de tomar decisiones y gestionar, de producir y de consumir.
En relación con este punto se comparten algunas reflexiones que provienen de trabajo de campo realizado en mi tesis de maestría y en un proyecto marco de investigación[25] asociado a aquella, y de mi participación en otro proyecto de investigación sobre dinámicas culturales urbanas[26], así como de observaciones de experiencias a las que me acerqué posteriormente como docente-investigadora e integrante de colectivos autogestionados.
En muchas de estas experiencias es posible apreciar la emergencia de creencias, símbolos y valores que tensionan con la construcción heterónoma, procurando ir más allá de las modalidades de democracia representativa hacia formas directas y participativas, en una búsqueda de la democracia como régimen de sentido.[27]
En la tesis mencionada analicé aquellas transformaciones subjetivas narradas por protagonistas de colectivos autogestionados, de las cuales éstos toman conciencia a partir de diferentes instancias de encuentro con la alteridad que los llevaron a narrar aprendizajes sobre su experiencia colectiva a través de materiales escritos y audiovisuales. Es así como se manifestaron transformaciones en los modos de comunicar la propia experiencia, en un sentido auto-afirmativo de su identidad[28] logrando hacer uso de su propia voz para manifestar lo que conservan de lo que han visto de sí mismos[29] y pudiendo alumbrar nuevos significantes o modos de nombrarse: “el Bauen es del pueblo”, “es el bastión de todas las luchas”, “la tierra sirve para no caernos y como trampolín para llegar al cielo”, las recuperadas fueron “el vehículo para canalizar la resistencia”, “fábrica sin patrón”, “fábrica de ideas”, “la fábrica: ciudad cultural”, “Ocupar, Resistir, Producir”, “BAUEN es trabajo, cultura y libertad”, entre otros.[30]
Además en las experiencias autogestionadas basadas en dispositivos asociativos y/o comunitarios parece haber una propensión a cuestionar la heteronomía en lo que hace a la gestión y toma de decisiones, introduciendo una práctica de la democracia directa y participativa, frontalidad en el debate, disposición a pensar reflexivamente incorporando la mirada del otro o la otra, la búsqueda del consenso con preferencia a la votación, un liderazgo que se valora más si es democrático y descentralizado, una preferencia por la figura de la coordinación en lugar de la jefatura, rotación e involucramiento en funciones directivas y/o de coordinación con funciones operativas, una mayor participación de jóvenes y mujeres que llevan a la redefinición en los estereotipos tanto masculinos como femeninos. Más allá de lo mencionado, es necesario advertir que estos procesos se desarrollan inmersos en una permanente tensión y con frecuencia puede ser muy gravitante la injerencia de los liderazgos personales, los prejuicios ligados al género, la mayor dificultad de algunos o algunas de hacer uso de su propia voz en las instancias colectivas, la urgencia por resolver cuestiones de modo más ejecutivo, entre otras cuestiones que condicionan o relativizan las transformaciones culturales. Al respecto en Guattari y Rolnik se advierte “…hay siempre algo de precario, de frágil, en los procesos de singularización. Están siempre corriendo el riesgo de ser recuperados, tanto por una institucionalización como por un devenir-pequeño grupo.”[31]
Cuando los dispositivos autogestionarios tienden a la horizontalidad y cuestionan la heteronomía parece habilitarse el despliegue de otras capacidades del grupo humano que adquiere la libertad de pensar el sentido del trabajo, la producción y el consumo, al interior de las experiencias. Por ejemplo, la organización descentralizada y la flexibilidad en los equipos de trabajo permiten zanjar diferencias entre el hacer y el saber restituyendo a trabajadoras y trabajadores el conocimiento sobre el proceso de trabajo y considerando sus apreciaciones respecto de su organización, los ahorros e inversiones que es conveniente hacer, el tipo de insumos y proveedores a quienes se quiere priorizar, cuestiones vinculadas con la actividad específica de cada emprendimiento, en tanto se habilitan todas las preguntas. Como resultado de esto, por ejemplo, se puede priorizar la seguridad y el clima de trabajo por sobre la maximización de la productividad, aplicar otros criterios de eficiencia para escoger insumos y proveedores, concebir al trabajo como una actividad que permita la recreación, la formación y el desarrollo del ser humano, así como establecer otros vínculos con la comunidad que suponen una revisión de la concepción de “mercado” ampliando los vínculos de reciprocidad a través del intercambio solidario, de la cooperación o incluso de la gratuidad.
Esto implica que a medida que los colectivos pueden mirarse “hacia dentro” y trabajar en la búsqueda de nuevas relaciones sociales se van transformando las formas de poder-dominación en poder-hacer y los colectivos pueden aplicar su creatividad en el desarrollo de nuevos productos y servicios, modificar los procesos de trabajo y consumo y hasta la forma de habitar el espacio de trabajo. Las operaciones que los sujetos pueden realizar sobre la dimensión espacial/territorial son vitales para la práctica de la autogestión en tanto posibilitan, impiden o condicionan el encuentro con el otro.
Otras experiencias, como por ejemplo una cooperadora escolar en la que participo, que posee una estructura asociativa pero se caracteriza al mismo tiempo por una fuerte impronta comunitaria en la que se producen innovaciones sociales que, como sabemos, combinadas con otras, pueden llegar a tener a largo plazo una fuerza que sobrepasa el marco del proyecto inicial. Así, en relación a los “modos de comunicar”, se puede destacar la búsqueda de herramientas alternativas como la edición de un periódico escolar para trabajar mediante diferentes secciones y noticias cuestiones que hacen a la identidad colectiva, como: el cuidado de uno/a mismo/a (a través de la educación sexual integral y el respeto de la diversidad) de lo común (los baños, los patios, el polideportivo) y de lo público (el predio que rodea a la escuela abierto a la comunidad, la defensa de la escuela pública), el fomento de la participación en actividades extraescolares (como jornadas de mantenimiento, día de la familia, de la primavera, trabajo en la huerta); una incesante búsqueda por ampliar la participación comunitaria. Asimismo, se generan espacios para que los chicos y chicas hagan uso de su propia voz a través de secciones de recomendaciones a sus compañeras y compañeros, entrevistas a diferentes “personajes” de la escuela, propuesta de juegos, historietas, etc., sumado a la coordinación que se comienza a realizar con el equipo docente y directivo para que el periódico escolar sea considerado como un material didáctico en el aula. Esta experiencia del periódico se suma a otras instancias que se proponen reflexionar deliberadamente sobre los modos y sentidos que orientan la comunicación.
En lo que hace a los “modos de gestionar” y “tomar decisiones”, hay una tendencia a la apertura en la incesante búsqueda por ampliar la participación comunitaria, por ejemplo incorporando vocales suplentes hasta un número que multiplica ampliamente la cantidad de miembros obligatorios de la comisión directiva, invitando explícitamente mediante las redes sociales a presenciar las reuniones de este órgano a los demás cooperadores y cooperadoras, conformando comisiones de trabajo como instancias intermedias que descentralizan responsabilidades y creando grupos de referentes por grado que permiten hacer circular información en diferentes direcciones. Al interior de este dispositivo, deliberadamente o no, acontece un laboratorio de participación socio-comunitaria y se va gestando una manera de habitar la asociación y la escuela que contribuye a la formación de nuevas ciudadanías.
2.2 La potencia transformadora de la cultura como ámbito de creación y producción artística.
En la economía social y comunitaria también se pueden reconocer sectores, ámbitos o bien organizaciones y redes que trabajan desde la producción específica de unos lenguajes, creaciones y expresiones artísticas e intelectuales estrictamente asociadas con el campo cultural. Retomando la pregunta que citábamos antes de Guattari respecto de cómo producir nuevos agenciamientos de singularización que trabajen al mismo tiempo por una sensibilidad estética, por la transformación de la vida cotidiana y por la transformación social, es que nos interesa estudiar el campo de la producción artística en particular cuando ésta se desarrolla a través de configuraciones asociativas o comunitarias. Parafraseando a Bokser nos parece que los lenguajes artísticos tienen la potencialidad de establecer una relación tal con su contexto, que permiten ver, percibir y cuestionar la hegemonía, “produciendo un desplazamiento que modifica el terreno de lo existente”.[32] En esta línea, entendemos que el arte, la creatividad, el campo imaginario, producen alternativas en una micropolítica generadora de libertad.[33]
Entonces si pensamos desde esta perspectiva, sería interesante considerar cómo los actores de la economía social y comunitaria participan en la esfera cultural pública[34], y en qué medida generan innovaciones sociales que gravitan en la dimensión político-cultural que antes mencionábamos.
En este sentido han sido muy significativas las experiencias de fábricas y empresas en cuyo proceso de recuperación autogestiva se fueron gestando espacios culturales y educativos, dando lugar al inicio a una identificación con la comunidad barrial y a nuevas interacciones sociales que permitieron en algunos casos respaldar los procesos reivindicativos. Esos espacios se pueden pensar como “puentes” que permitieron de alguna manera el encuentro con la alteridad que produce experiencias transformadoras.[35] En el caso particular de IMPA, toda la recuperación estuvo ligada a un nuevo uso del espacio en el que algunos lugares no dedicados a la producción se re-diseñaron para desplegar otras prácticas, con otros y otras protagonistas. Así, ingresaron docentes, estudiantes, artistas, intelectuales, vecinos y vecinas, que del encuentro con los y las trabajadoras han dado lugar a una identificación de IMPA hoy como “fábrica de ideas”. El Museo actualmente reconstruye la historia colectiva y la memoria social de los protagonistas de la fábrica en sentido amplio, es decir que no solamente produce materialidades sino también una narración viva de lo que se va aprendiendo en ese proceso socio-comunitario.[36]
Algunas experiencias también de carácter productivo se han propuesto deliberadamente incluir expresiones de la cultura “en sentido estricto” en sus producciones industriales o artesanales. Por ejemplo, cuando los obreros y las obreras de Fasinpat grabaron poesías de Juan Gelman en los cerámicos para instalarlos en escuelas, hospitales y bibliotecas de todo el país; otras fueron institucionalizando espacios de proyección audiovisual y debate y actividades artísticas que como lo manifiesta un trabajador del Bauen, han ido configurando una nueva manera de trabajar que “no es la cultura del trabajo a casa y de casa al trabajo”.[37]
En el caso de la asociación cooperadora mencionada anteriormente, la misma organiza regularmente eventos en los que se compone una “escena local” invitando artistas de la comunidad educativa, grupos de música conformados por ex alumnas y alumnos y otros actores que ofrecen sus producciones estableciendo vínculos de reciprocidad, como es el caso de los grupos de teatro comunitario. Además se realizan proyecciones de cine-debate, narraciones y encuentros con escritores y escritoras que permiten despertar un interés por ciertas producciones de gran valor creativo a las que no se suele encontrar en espacios de socialización tradicionales, lo que les permite a los chicos y chicas imaginar la posibilidad de convertirse en actores protagónicos de la cultura y no tan sólo en meros consumidores y consumidoras.
Todo un capítulo merecería el análisis de la Red de Culturas Vivas Comunitarias, movimiento nacido hace alrededor de 15 años, integrado a su vez por experiencias de teatro comunitario, música, circo social y medios comunitarios, entre otras expresiones culturales, que alcanza a una parte del sector productivo cooperativo. Un colectivo de más de 90 organizaciones de todo el país, 300 integrantes y 10 redes de organizaciones culturales que forma parte a su vez de una construcción continental que tiene como protagonistas a 17 países de América Latina. Este colectivo incluye cooperativas, asociaciones civiles, experiencias de la economía popular y otro tipo de colectivos autogestionados con y sin personería jurídica. La Red participa de la esfera cultural a través de diferentes tipos de expresiones buscando desarrollar con proyección latinoamericana el potencial creativo de las comunidades “teniendo como objetivo poder imaginar y construir colectivamente un Buen Vivir en nuestra Sociedad.”[38]
El movimiento de Culturas Vivas Comunitarias entiende la política cultural como una construcción de abajo hacia arriba, poniendo en acción la reciprocidad entre las distintas experiencias a través de mecanismos de articulación presencial y virtual. Se propone asumir valores ancestrales como la complementariedad, la reciprocidad, recuperar “lo negado” (la “América Profunda”, en términos de Kush[39] que supone “el miedo de ser nosotros mismos”). Asimismo, desde la Red de Teatro Comunitario, se asume una lógica que representa, en palabras de sus protagonistas un aprendizaje de la consigna “ocupar, resistir, producir”.[40] Así, se construyen relatos y ficciones que permiten imaginar otros mundos posibles. A partir del 4° Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria 2019, del cual Argentina fue anfitriona y que tomó la forma de “caravana” viajando por las provincias de Mendoza, Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires, se afirmó su identidad y convocatoria a integrar un tejido continental. “(…) Somos cientos de organizaciones culturales independientes, libres y autónomas impulsando la creación de los territorios del buen vivir en nuestros pueblos, barrios y parajes y favoreciendo a la construcción de escenarios políticos que reconozcan y fortalezcan a la Cultura Viva Comunitaria”.[41]
Más allá de los lenguajes artísticos, el movimiento de cultura viva comunitaria entiende las culturas como parte de la vida cotidiana y no sólo circunscriptas al “arte”, lo que implica que del mismo participan experiencias cooperativas del sector productivo, con las que también se comparten unos modos de gestionar y una voluntad de articular para realizar un consumo sustentable que permita apoyar el desarrollo productivo cooperativista.
Referentes del movimiento sostienen que “no vienen a decorar la democracia sino a transformarla y que son “un campo político que incluso puede generar alternativas al propio desgaste de la crisis de la representación (…) esto es de hecho una posibilidad de transformación política del siglo XXI, una nueva cultura política”[42] y estas expresiones se condicen con el tipo de dispositivos que se instrumentan como modo de interacción, a través de círculos de articulación que buscan democratizar la palabra, poner en común problemas y aspiraciones, y definir agendas conjuntas a futuro.
Si bien es aún muy bajo el nivel de articulación entre el sector cultural de base socio-comunitaria y otro tipo de organizaciones de la economía asociativa más tradicionales, se puede mencionar otro caso, como el proceso de integración que se viene dando entre la Cooperativa Regional de Electricidad, de Obras y otros servicios de la ciudad de General Pico, provincia de La Pampa (COPICO) y la Cooperativa Cultural La Comunitaria, quienes a través de un convenio lograron la creación de un Centro Cultural Comunitario en un salón otorgado en comodato por la entidad eléctrica local. A partir de la profundización y diversificación de estas estrategias sería posible abarcar a más actores, organizaciones y dinámicas en procesos económicos solidarios que se aparten de los patrones de consumo cultural hegemónicos, incorporando la cultura comunitaria a la vida asociativa, y contribuyendo en la transformación cultural en sentido amplio desde una cultura representativa y jerárquica hacia una más participativa y horizontal.
3. Comentarios finales
Al inicio de este trabajo nos hemos referido a aquellos aspectos que singularizan y a otros que condicionan la reproducción ampliada de la reciprocidad para lograr incidencia más allá de la escala micro, en el contexto de una economía mixta con hegemonía de mercado. Así, en primer lugar, destacamos las formas de socialización innovadoras que se promueven desde este modo de regulación, tomando como rasgo vertebral su carácter no jerárquico, y visualizando, por un lado, su contribución a una profundización de la democracia política, -que priorice formas directas y participativas por sobre las modalidades representativas, en una búsqueda de la democracia como régimen de sentido-, y por el otro, a la democratización económica, por el tratamiento de la propiedad y la distribución de los frutos. Asimismo, este nodo de regulación intenta materializar matices que tienden a una búsqueda de la igualdad o de la equidad.
En segundo lugar, puntualizamos el carácter parcial de la reciprocidad como problemática y desafío del sector de la economía social y comunitaria: en un plano material, porque “lo común” siempre se constituye entre trabajadores, o entre consumidores/usuarios, o entre proveedores y muy pocas veces con un carácter de integralidad, y, en un plano simbólico, en tanto la solidaridad recíproca es una hipótesis en tensión atravesada por elementos de la cultura con valores divergentes de mayor jerarquía y posibilidades de influencia.[43] Así, aquel lazo social capaz de producir y reproducir valores no individualistas se torna vulnerable, en tanto se subordina o es instrumentalizado por la lógica hegemónica de intercambio mercantil. Coraggio[44] sostiene que la transición a un sistema de economía social y solidaria implica un salto en la calidad y escala de la solidaridad, el cual supone pasar de la solidaridad al interior de unidades domésticas, familiares/comunitarias, cooperativas y asociaciones, a la cooperación y complementación orgánica, conscientemente acordada entre diversas organizaciones de un mismo territorio, sector o encadenamiento intersectorial. Teniendo en cuenta este desafío, nos propusimos contribuir al debate planteando principalmente dos perspectivas de análisis de la dimensión cultural. La primera de ellas aludió a una comprensión de la cultura en sentido amplio, con la intención de ponderar en qué medida los actores involucrados en experiencias reguladas por la reciprocidad consiguen interpretar y guiar su accionar en base a valores que disputan la racionalidad instrumental, jerárquica y utilitarista y que priorizan la horizontalidad, la equidad, la participación y la construcción de “lo común” a partir de una percepción positiva de la alteridad. La segunda perspectiva condujo a considerar la potencia de la cultura como esfera de la actividad humana centrada en las creaciones y expresiones artísticas e intelectuales, en tanto constituye una praxis que a partir de una sensibilidad estética devela otros universos simbólicos y un campo imaginario que permite visualizar alternativas para afrontar las necesidades y aspiraciones de la vida colectiva. Y tanto más, si estos procesos creativos e intelectuales se desarrollan en un entramado de reglas y valores como el de la economía social y comunitaria. Muchas de las experiencias mencionadas en esta segunda parte del trabajo, -centros culturales de fábricas recuperadas, asociaciones civiles, cooperativas de trabajo y otras formas organizativas que se vinculan en redes de culturas comunitarias- constituyen iniciativas que se involucran activamente a través del despliegue de lenguajes artísticos emergentes de las culturas del “estar siendo”[45] y en consecuencia pueden incidir en los procesos de transformación cultural en sentido amplio, afirmando y expandiendo alternativas a la colonialidad del poder. [46]
Si bien el sector cultural de base socio-comunitaria no siempre se autopercibe como parte de la economía social y comunitaria e incluso como parte de la economía a secas, consideramos que vale la pena focalizar nuestra labor como investigadores comprometidos con los procesos de transformación social, en una mayor integración y mutuo reconocimiento de aquellas experiencias dinamizadoras de la cultura con otros actores de la economía popular, social y comunitaria que están presentes en el territorio; en una búsqueda por expandir las reciprocidades parciales hacia el nivel meso y por lograr una participación con mayor relieve del sector socio-comunitario en la conformación de las políticas culturales.
El sector cultural de base socio-comunitaria convoca a sus integrantes a través de dinámicas de gratuidad, mutualidad y cooperación, en consecuencia, tiene al menos la potencia de incubar proyectos culturales que relacionen la cultura con el suelo que habitamos en el sentido que lo plantea Kusch, es decir, disputando aquella idea de que para ser alguien hay que dejar de estar, desgravitarse, y aposentarse en un modelo único de cultura, desarrollo y civilización.
Muchas cooperativas, en especial las de servicios públicos, cuentan con infraestructura, tecnología, recursos materiales y aprendizajes adquiridos en torno a la sostenibilidad socio-económica para resolver necesidades esenciales de sus territorios y con una amplia base de asociados y asociadas, pero, por lo general con un bajo nivel de participación. Estas cooperativas podrían encontrar formas significativas de habitar el vínculo asociativo a partir de su involucramiento en diferentes dinámicas de cultura comunitaria.
Es por ello que creemos necesario profundizar en el conocimiento de las dinámicas organizativas y territoriales de las experiencias de cultura socio-comunitaria así como en la caracterización de las diferentes expresiones artísticas y espacios culturales de las organizaciones de la economía asociativa (cooperativas de servicios públicos que se encuentran en casi todas las localidades, clubes sociales, asociaciones mutuales y cooperadoras, entre otras), aproximando miradas, compartiendo aprendizajes y buscando identificar asuntos en común que puedan convocar a los diferentes actores.
Por último, sería posible que estas transformaciones en la cultura permitan expandir aún más la conciencia comunitaria para problematizar las relaciones que desde los territorios o través de ellos se establecen con los bienes comunes, y para profundizar las representaciones y el grado de participación social que las comunidades adquieren sobre las mismas, a la vez que se incentivan alternativas a los modelos de desarrollo hegemónicos.
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Notas retrospectivas de la visita a Museo IMPA, agosto 2017.
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[1] Trabajo presentado en el Cuarto Congreso de Economía Política, organizado por el departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación y la Universidad Nacional de Quilmes. Noviembre de 2017.
[2] Investigadora en el Centro de Estudios de la Economía Social (CEES) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Correo electrónico: jflury@untref.edu.ar
[3] Polanyi (1976).
[4] Margulis & otros (2014).
[5] Polanyi (1947 y 1976).
[6] Laville (2004); Laville y Coraggio (2012).
[7] López Córdova (2012), 174.
[8] García (2007).
[9] Bragulat (2005).
[10] Mutuberría Lazarini y Chiroque Solano (2009).
[11] Laville (2004).
[12] Laville (1994).
[13] Como ejemplo se puede ver la experiencia incluida en el anexo I de Heras y Burin (2014).
[14] López Córdova (2012).
[15] Guattari agrega el sufijo “ístico” a capitalista, para designar un modo de producción de subjetividad y de relación con el otro que se asienta en una misma política del deseo, la cual no se limita a los países capitalistas. A esa máquina de producción de subjetividad opone la idea de que es posible desarrollar modos de subjetivación singulares. En Guattari, F. (2005), 63.
[16] “Líneas de actualización o creatividad como líneas de estratificación y sedimentación” en Deleuze (1995).
[17] Geertz (1957).
[18] Wortman (2007), 57.
[19] Heras Monner Sans (2009), 94.
[20] Margulis, Urresti y Lewin (2014).
[21] Guattari (2005), 35.
[22] “Capitalismo Mundial Integrado” (CMI) es el nombre que en la década de 1960, Guattari propone como alternativa a “globalización”, término según él demasiado genérico y que oculta el sentido fundamentalmente económico, y más precisamente capitalista y neoliberal del fenómeno de la mundialización que entonces se instalaba.
[23] Guattari (2005), 34.
[24] Lévesque (2004).
[25] Heras Monner Sans -Aprendizaje y creación en la construcción de autonomía y Aprendizaje y percepción de la diferencia en proyectos de autonomía, convenio entre INCLUIR Asociación Civil (institución de la cual formé parte) y el Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación – IRICE/Conicet.
[26] Zarlenga (2018 - 2020).
[27] Castoriadis (1997).
[28] Zibechi (2004).
[29] Aquí se hace referencia a la narración que tiene una función central en la construcción de la identidad individual y colectiva. Para ampliar ver Flury (2012).
[30] Flury, J. (2012). Narrar la experiencia con otros: aprendizajes hacia la autonomía en la práctica de la autogestión. (Tesis de maestría.) FLACSO, en Biblioteca digital http://www.flacsoandes.edu.ec/
[31] Guattari (2005), 75.
[32] Bokser (2012).
[33] Dubatti (2014).
[34] Siguiendo a Mc Giggan (2003 - 2004), cuando hablamos de “esfera cultural pública” entendemos espacios de acción concretos, plurales y específicos vinculados con la cultura en un sentido amplio (como red de formas simbólicas que vertebran la vida social) y restringido (como sector de actividad específica) que inciden y son afectados por el entorno.
[35] Ver Skliar, C. y Larrosa, J. (2009). Trabajado en Flury, J. (2012). Narrar la experiencia con otros: aprendizajes hacia la autonomía en la práctica de la autogestión. (Tesis de maestría.) FLACSO, en Biblioteca digital http://www.flacsoandes.edu.ec/
[36] Notas retrospectivas de la visita a Museo IMPA, agosto 2017. Para ampliar ver: Benito, K. “Piedra libre para todos los compañeros”: análisis de la experiencia IMPA la fábrica ciudad cultural. Nómadas, 2010, n.32, pp.45-57. ISSN 0121-7550.
[37] Flury (2012).
[38] Conclusiones de la reunión preparatoria para el Congreso de Cultura Viva Comunitaria a celebrarse en Ecuador- noviembre 2017.
[39] Cullen (2015).
[40] Arranz (2015).
[41] Facebook Cultura Viva Comunitaria Argentina, 27 de noviembre de 2019. Página Web: https://www.facebook.com/culturavivacomunitariaargentina/
[42] Notas personales Encuentro Nacional de Redes de Culturas Comunitarias. Septiembre 2017. Ciudad de América. Partido de Rivadavia.
[43] Fernández Esquinas (2012).
[44] Coraggio (2013).
[45] Cullen (2005).
[46] Quijano (2000).