Revista Idelcoop, nº 224, Marzo 2018. ISSN 0327-1919 / Sección Reflexiones y Debates
Instituto de la Cooperación. Fundación de Educación, Investigación y Asistencia Técnica- IDELCOOP
Elementos fundamentales para una concepción cooperativista del desarrollo socioeconómico
Freddy Aracena Pérez[1]
Artículo arbitrado:
Fecha de recepción: 16/01/2018
Fecha de aprobación: 26/02/2018
Resumen
En este ensayo, se argumenta a favor de una concepción cooperativista del desarrollo socioeconómico a escala planetaria. Para lograr esto se utiliza la distinción entre economía de mercado y economía capitalista de Fernand Braudel y se toma como marco teórico el análisis de sistemas-mundo de Immanuel Wallerstein. A partir de dicho marco conceptual, se rescata la propuesta de economía política de Adam Smith a través de la interpretación que hace Giovanni Arrighi de su obra. Finalmente, se demuestra cómo dicha concepción es compatible con una economía en estado estacionario que haría posible el florecimiento humano.
Palabras clave: análisis de sistemas-mundo, economía-mundo, desarrollo socioeconómico, decrecimiento, prosperidad
Cuando los pueblos del interior de Nueva Guinea aprendieron de los misioneros cómo jugar al fútbol, adoptaron ese juego con entusiasmo. Pero en lugar de buscar la victoria de uno de los dos bandos, multiplicaban las partidas hasta que las victorias y las derrotas de cada equipo quedaran equiparadas. El juego no culmina, como para nosotros, cuando hay un vencedor, sino cuando queda asegurado que no haya perdedores.
Claude Lévi-Strauss[2]
El 17 de noviembre del 2017 la Asamblea General de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) votó a favor de la creación de un comité que discuta y promueva el rol de las cooperativas en el desarrollo. Este comité será la plataforma internacional de desarrollo cooperativo de la ACI y su objetivo será “promover y apoyar las actividades de desarrollo cooperativo dentro de las organizaciones de desarrollo cooperativo”.[3] Ante tal coyuntura, nos parece vital realizar, previo a cualquier proyecto específico de desarrollo, un esclarecimiento teórico de qué puede significar un desarrollo socioeconómico cooperativista a escala global.
La larga duración y el capitalismo como “contramercado”
Consideramos que la obra del historiador francés Fernand Braudel es un excelente punto de partida para comenzar a pensar qué podría ser un desarrollo socioeconómico cooperativista y cómo este se debe distinguir de cualquier propuesta capitalista para el crecimiento económico. Dos son las aportaciones que el cooperativismo debería asumir a la hora de pensar el concepto de “desarrollo socioeconómico cooperativista”: el marco histórico desde el cual se debe contextualizar una propuesta de desarrollo y la distinción entre capitalismo y mercado.
Braudel es hoy reconocido como uno de los primeros historiadores que abogó por un diálogo entre la sociología, la historia y la economía. La obra de Braudel fue pionera en el campo de la historia de la economía o “economía histórica” –una perspectiva que ve la economía más allá de los modelos matemáticos de la economía neoclásica, y que rescata de esta manera su dimensión social–. De hecho, Braudel propone sustituir el término “sociedad” por el de “socioeconómica”.[4] Ahora bien, examinar la economía desde un punto de vista histórico implica a su vez re-pensar el marco temporal con el cual trabajan los historiadores. Braudel[5] distingue tres tipos de tiempo que a su vez hacen posible tres tipos de historia: episódico, coyuntural y larga duración. El primer tiempo es el tiempo corto de la cotidianidad (el tiempo de los periodistas), el segundo es el tiempo de los ciclos económicos que se miden en décadas y, finalmente, el tercero y último es el tiempo de las tendencias seculares, las lentas trasformaciones que se dan en las estructuras económicas y que definen a las mismas. Este último tiempo es precisamente el que Braudel ofrece para examinar la economía y por eso mismo es tan crítico con los economistas tradicionales que son ciegos a la historia: “Es cosa rara de encontrar entre economistas, prisioneros de la más corta actualidad y encarcelados entre un límite en el pasado que no va más atrás de 1945 y un presente que los planes y previsiones prolongan en el inmediato porvenir de algunos meses y –todo lo más– algunos años. Sostengo que todo pensamiento económico se encuentra bloqueado por esta restricción temporal”.[6] El conocimiento histórico es imprescindible para desbloquear el pensamiento económico porque después de todo “presente y pasado se aclaran mutuamente, con luz recíproca”.[7]
La perspectiva histórica de la larga duración llevó a Braudel a un examen lúcido e impresionante de la civilización occidental desde el siglo XV al siglo XVIII, en el cual distinguía tres estratos de la sociedad a la manera de un edificio de tres pisos. El primer piso, o planta baja, es la “vida material”, se trata de los distintos aspectos del consumo, las costumbres y la cotidianidad definidas por la rutina. Es la esfera “infraeconómica” de la sociedad donde predomina el trueque y la autosuficiencia. El segundo piso, encima de la vida material, es el piso de los intercambios económicos en el cual se encuentran los mercados. En los mercados, la vida económica entra en contacto con la vida material. Por encima de los mercados, y opuesto a estos, se encuentra el capitalismo en el tercer piso que Braudel define como “contramercado”. Aquí reside otra de las grandes aportaciones de Braudel que guarda gran afinidad con el cooperativismo: la distinción entre capitalismo y economía de mercado. Esta es una distinción que rompe con las concepciones tanto del liberalismo clásico como con las del marxismo ortodoxo que confunden ambos fenómenos en una sola realidad. Por el contrario, las investigaciones históricas de Braudel lo llevaron a distinguir dos registros de la economía en Occidente: uno inferior, cotidiano, local, competitivo, de intercambios a corta distancia y beneficios moderados (economía de mercado); y otro superior, sin control, oscuro, altamente monopolizado, basado en el comercio a larga distancia y con grandes beneficios (capitalismo). Nos dice Braudel: “Resumiendo, hay dos tipos de intercambio: uno elemental y competitivo, ya que es trasparente; el otro superior, sofisticado y dominante. No son ni los mismos mecanismos ni los mismos agentes los que rigen a estos dos tipos de actividades, y no es el primero sino el segundo, donde se sitúa la esfera del capitalismo”.[8] El capitalismo, por fundamentarse en los monopolios, no forma parte de la verdadera economía de mercado donde prevalece la libre competencia. En resumen, para Braudel son tres los pisos que conforman la sociedad: “En la base una ‘vida material’ múltiple, autosuficiente, rutinaria; en la parte superior una vida económica, mejor diseñada y que, en nuestras explicaciones, ha tenido a confundirse con la economía de competencia de mercados; finalmente, en el último nivel, la acción capitalista”.[9] Por lo tanto, la economía de mercado es condición necesaria pero no suficiente para la formación de una economía capitalista y no es igual a esta. El capitalismo, por lo tanto, no tiene su origen en los mercados libres y competitivos como afirma la ideología (neo)liberal, sino en los monopolios y cuasimonopolios que son posibles gracias al comercio a larga distancia entre distintas zonas geográficas. En este punto Braudel coincide con Karl Polanyi,[10] para quien el proyecto del liberalismo económico de mercados autorregulados (“el molino satánico”),[11] que se intentó implantar en el siglo XIX y que llevó a crisis económicas y al surgimiento del fascismo, tiene su origen no en la expansión orgánica de los mercados locales (regulados por la sociedad), sino en el comercio exterior apoyado por el Estado. Como sentencia Braudel: “El capitalismo solo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es Estado”.[12] Lo importante de esta última afirmación es que explica los orígenes históricos del capitalismo y su éxito mundial. La única forma en la cual una minoría como la de los capitalistas ha logrado hegemonía ha sido gracias a la complicidad del Estado. La transición del feudalismo al capitalismo no fue, por tanto, una revolución de burgueses contra señores feudales, sino una fusión de la “elite del dinero” y la clase señorial. Parafraseando a Braudel,[13] una larga cadena de familias asegura la continuidad del feudalismo al capitalismo. Este dato histórico debería servir al cooperativismo como indicio de la importancia de contar con el respaldo del Estado para orientar la ruta que debe tomar un tipo de economía para desarrollarse.
La economía-mundo capitalista
Por otro lado, también debemos a Braudel uno de los conceptos más importantes de la sociología histórica y esencial para tener una comprensión crítica del concepto de desarrollo socioeconómico. El concepto de “economía-mundo”, que se define como “la economía de solo una porción de nuestro planeta, en la medida en que esta forma un todo económico”,[14] no es sinónimo de “economía mundial” que es la economía del mundo como totalidad.[15] Según Braudel una economía-mundo se define por tres características: ocupa un espacio geográfico, tiene un polo o capital económico y se divide en zonas (centro/periferia). No obstante, ha sido Immanuel Wallerstein[16] quien ha desarrollado teóricamente este concepto con su propuesta de análisis de sistemas-mundos. Este último pretende ser una ciencia social unidisciplinar y holística que combina en un mismo discurso la historia, la sociología, la economía y las ciencias políticas mediante la propuesta de una nueva unidad de análisis: el sistema-mundo. Un sistema-mundo no es un sistema del mundo, sino un sistema que es un mundo y que Wallerstein define como “una zona espacio temporal que atraviesa múltiples unidades políticas y culturales”,[17] es decir, una vasta zona geográfica que, a pesar de tener múltiples culturas diferentes entre sí, encuentra unidad en un todo coherente. Hasta ahora han existido dos tipos de sistemas-mundo: los imperios-mundos y las economías-mundo. En el caso del sistema-mundo moderno, este es una economía-mundo capitalista que tuvo su origen en el siglo XVI en Europa y actualmente acapara el globo entero.
El análisis que realiza Wallerstein[18] sobre la economía-mundo capitalista, o capitalismo histórico, es uno sumamente complejo, profundo y amplio. No es mi intención dar cuenta en este ensayo de todas las dimensiones de dicho análisis. No obstante, me gustaría rescatar algunas de sus conclusiones ya que las mismas son de gran utilidad a la hora de pensar la posibilidad y los límites de un desarrollo socioeconómico basado en el cooperativismo.
Tomando como punto de partida la obra de Braudel, Wallerstein afirma que el capitalismo histórico, como sistema-mundo, tiene dos características principales: la mercantilización de todo y la acumulación incesante de capital. Ambos procesos se sostienen no solo de la institución del trabajo asalariado, sino de la existencia de largas cadenas de mercancía, o comercio a larga distancia, mediante las cuales los capitalistas aspiran a obtener monopolios o cuasimonopolios. Los mismos son efímeros y tienen una duración de aproximadamente treinta a cincuenta años tras los cuales dichos monopolios son sustituidos por otros gracias a nuevas mercancías o industrias de punta. Este proceso cíclico, llamado ciclos de Kondratieff, es el que determina los períodos de crecimiento económico versus los de estancamiento, e implica una constante reubicación geográfica y reestructuración de las cadenas de mercancía que, no obstante, siempre están jerárquicamente organizadas. En otras palabras, la expansión del capitalismo histórico no es una uniforme, al contrario, produce una constante polarización geográfica entre el centro y la periferia. Esta polarización hace posible el intercambio desigual entre los Estados fuertes del centro económico y los Estados débiles de la periferia. Sobre este último punto, Wallerstein reconoce su deuda con los teóricos dependentistas[19] de Latinoamérica quienes habían afirmado que el comercio internacional no era un intercambio entre pares sino un “intercambio desigual” que desviaba la plusvalía del centro a la periferia y provocaba el subdesarrollo de esta. Por lo tanto, el subdesarrollo no es un fenómeno natural, sino un resultado estructural del capitalismo histórico. De este análisis, se pueden extraer las siguientes conclusiones de incuestionable importancia para entender la historia del sistema-mundo moderno:
- Lo que se desarrolla no son las naciones, sino la economía-mundo capitalista.
- El desarrollo de una nación dependerá del lugar que ocupe en la economía-mundo capitalista.
- En una economía-mundo capitalista, para que unas naciones se puedan desarrollar otras tienen que permanecer subdesarrolladas.
- Por lo tanto, en una economía-mundo capitalista, no todas las naciones pueden desarrollarse a la vez.
Estos cuatro puntos deben estar presentes en cualquier proyecto de desarrollo socioeconómico al cual aspire el movimiento cooperativo a nivel internacional. A estas cuatro tesis hay que añadir un quinto elemento que cambia radicalmente el contexto desde el cual se debe pensar el desarrollo socioeconómico en nuestra contemporaneidad. Resulta que, para Wallerstein,[20] el sistema-mundo moderno se encuentra atravesando, desde hace ya algunas décadas, una crisis sistémica que significará el fin del mismo. Debido a su propio éxito, el capitalismo histórico está condenado al colapso gracias a las tendencias seculares que se han acumulado a lo largo de su desarrollo: aumento en los costes de producción, desruralización del mundo, proletarización de la mano de obra, pérdida de poder de los Estados, agotamiento de recursos materiales y el fin de la hegemonía ideológica del liberalismo (reformismo socialdemócrata), que significaba “el optimismo de los oprimidos”[21] y que funcionaba como el estabilizador político del sistema. Esta crisis ha llevado al sistema capitalista a entrar en un proceso de bifurcación tras el cual emergerá otro sistema, o sistemas, distintito al capitalismo. Wallerstein advirtió que es imposible hacer una predicción de la forma que tomará este nuevo sistema, pero plantea que lo que se juega actualmente es una lucha entre dos candidatos: el espíritu de Davos (un sistema igual de jerárquico, o peor, que el capitalismo) versus el espíritu de Porto Alegre (un sistema más igualitario y democrático). Si el cooperativismo forma parte del espíritu de Porto Alegre, apostar por el desarrollo socioeconómico es intentar realizar, no el mejoramiento de una o unas naciones, sino por la trasformación sistémica de la economía-mundo capitalista. ¿Cómo lograr esto?
El desarrollo socioeconómico smithiano
En este punto me gustaría rescatar la reinterpretación que Giovanni Arrighi[22] hace de Adam Smith. Arrighi fue uno de los representantes más destacados del análisis de sistemas-mundo y su obra, como la de Wallerstein, debe mucho a Braudel. De ella toma la distinción entre economía de mercado y capitalismo para revisar la obra de Adam Smith y darle una nueva mirada. Para Arrighi, Smith no fue ningún defensor del liberalismo económico o del desarrollo capitalista como se suele pensar ya que su modelo de desarrollo económico no era el de Europa, sino el de Asia oriental. En esta última no existía una economía capitalista, sino una economía de mercado no capitalista.
La explicación de esto supone entender primero cómo concebía Smith el desarrollo socioeconómico. Para Smith, el proceso de mejoramiento de la vida económica de una nación se fundamentaba en un aumento de la productividad debido a una cada vez más extensa división social del trabajo.[23] A medida que aumentaba la división social del trabajo, aumentaba la productividad que redundaba en un incremento de las rentas y por consiguiente de la demanda efectiva. Este último factor impulsaba una nueva ola de división social del trabajo que mantenía el crecimiento económico. Interesantemente, el crecimiento económico no tenía un carácter ilimitado, sino que era contenido por la amplitud, tanto geográfica como institucional del mercado. Al final, el crecimiento económico se detenía en lo que Arrighi llamó “equilibrio de alto nivel” o “estado estacionario”.[24] Este fue el caso de China en la época de Smith, pero no lo que luego se dio en Europa, que Smith no llegó a presenciar, y que terminó en la llamada “gran divergencia” entre Europa y Oriente. El punto de ruptura fue la Revolución Industrial que llevó a Europa a salir de la “trampa duradera” del estado estacionario, mientras que China permaneció en un equilibrio de alto nivel hasta que quedó sometida por Occidente.
La gran divergencia dio como resultado la dinámica smithiana de crecimiento económico en un contexto de excedente de mano de obra y escasez de capital. A su vez, en China hubo escasez de mano de obra y excedente de capital en Europa. El primer caso llevó a un estado estacionario, mientras que el segundo a la Revolución Industrial caracterizada por un aumento de la productividad (salida del estado estacionario) gracias al carbón como fuente de energía y la máquina de vapor. La Revolución Industrial hizo posible el ascenso de Europa y la caída de China que hasta el momento estaba más desarrollada económicamente que ella.
No obstante, mientras en Gran Bretaña se daba una Revolución Industrial, en Asia oriental, específicamente en China, se dio una “Revolución Industriosa” que no era intensiva en capital y energía como en Gran Bretaña sino en recursos humanos. Se trataba de una producción mayormente familiar, a pequeña escala, intensiva en trabajo y economizadora de energía. A diferencia de la Revolución Industrial, en la cual la producción era a gran escala y estaba basada en clases sociales (capitalistas/proletarios), la Revolución Industriosa fue un “milagro distributivo” que llevó a mayor igualdad socioeconómica y a un estado estacionario o equilibrio de alto nivel. Tenemos, por lo tanto, dos formas de desarrollo económico: por un lado, la Revolución Industrial (basada en capital, energía y producción en gran escala) y, por el otro, la Revolución Industriosa (basada en una producción familiar a pequeña escala intensiva en trabajo). La primera resultó en un crecimiento constante de la economía, pero con mayores desigualdades económicas, la segunda llevó a un estado estacionario de mayor igualdad en la distribución de la riqueza. Para Arrighi, es Joseph Schumpeter, y no Adam Smith, quien mejor explica la primera forma de desarrollo socioeconómico que se dio en Europa. Schumpeter define el desarrollo económico como “perturbación espontánea y discontinua (…) del equilibrio, que desplaza y altera para siempre el estado de equilibrio previamente existente”.[25] Al contraponer la concepción de desarrollo económico de Smith con la de Schumpeter, tenemos dos tipos de desarrollo económico, ambos basados en el mercado:
- El desarrollo smithiano, que se da dentro de un determinado marco social que desenvuelve su potencial oculto, pero sin alterarlo sustancialmente. Un ejemplo es la Revolución Industriosa que desemboca en un estado estacionario. Se trata de una economía de mercado no capitalista.
- El desarrollo schumpeteriano, que destruye el marco social para crear nuevas condiciones de crecimiento económico. Un ejemplo es la Revolución Industrial que desemboca en un constante crecimiento económico. Se trata de la economía capitalista propiamente dicha.
Como se puede apreciar, la contraposición que realiza Arrighi con Smith y Schumpeter es una reconceptualización de la diferencia entre economía de mercado y capitalismo que había sido elaborada previamente por Braudel. Ahora bien, para Arrighi, el factor que lleva de la economía de mercado a la economía capitalista no es uno puramente económico o tecnológico, sino político. Solo un Gobierno tiene la capacidad de sacar a una economía de un estado estacionario y relanzarla al crecimiento económico. Para explicar esto, Arrighi nos recuerda quién era el interlocutor de Smith y cuál era el propósito de su libro más famoso, La riqueza de las naciones (1776).
Para Smith, la “economía política” era una rama de la “ciencia del legislador” cuyo fin era ayudar al Estado a obtener ingresos que aseguraran los servicios públicos. Por lo tanto, Smith no fue ningún precursor del neoliberalismo ni preconizó los mercados autorregulados como se suele pensar. Por el contrario, afirmó la necesidad de Estados fuertes que sostuvieran y protegieran a la clase trabajadora de los intereses de los capitalistas. Para Smith, había tres grandes órdenes o clases sociales: los que viven de la renta (terratenientes), los que viven de un salario (trabajadores) y los que viven de los beneficios (capitalistas). Solo los intereses de los primeros dos grupos coinciden con el interés social general de una nación. En cambio, Smith nos advirtió que los intereses de los capitalistas no siempre coincidían con el interés social general y, por tanto, los Gobiernos deberían sospechar de los mismos. Más aun, y por distintas razones sociológicas, de los tres grupos solo los capitalistas tenían un conocimiento preciso de cuáles eran sus intereses como clase y cómo funcionaba la sociedad como un todo. De ahí la importancia de que el legislador estuviera bien informado en economía política de forma que pudiera lograr contener el poder de los capitalistas. En términos generales, la receta de Smith para lograr eso era hacer competir a los capitalistas entre sí, o sea, acabar con los monopolios, lo cual produciría una caída en la tasa de beneficio y evitaría que los capitalistas se volvieran demasiado ricos y poderosos. Smith también apoyaba que hubiera mejores salarios para los trabajadores y estaba en contra de las sociedades por acciones y de las grandes empresas.
En resumen, a mayor competencia entre capitalistas, menores beneficios para estos y mejores condiciones para los trabajadores. Finalmente, para Smith el crecimiento económico no debía ser uno ilimitado, sino que tenía que tener un tope en el cual la economía debía llegar a un estado estacionario como era el caso de China. La mención del caso de China no es sin fundamento ya que esta era precisamente el modelo que tomaba Smith para su propuesta de economía política. Como siglos más tarde volverá a señalar Braudel, el Estado chino sospechaba de las familias que se volvían muy poderosas y establecía políticas para que estas no pudieran consolidar su poder. “El Estado chino siempre fue hostil al florecimiento de un capitalismo”, de ahí que cambiara de elites como alguien cambia de camisa para favorecer de esta manera una mayor movilidad social.[26]
China constituía para Smith el paradigma de la madurez económica y del desarrollo “natural” de la economía que describía como una inversión progresiva de capital primero en la agricultura, luego en la industria local y, finalmente, en el comercio exterior. Esta era la forma correcta de desarrollar una economía nacional porque el capital que se empleaba en la agricultura y en el comercio interno era el que tenía un efecto positivo en la sociedad como un todo. El capital invertido en la agricultura y en el comercio interno, y no en el comercio externo, era el que permitía desarrollar una economía. Así, por lo tanto, el comercio externo era un efecto y no una causa del desarrollo económico. Pero el desarrollo económico también podía darse mediante una vía “antinatural” o “perversa” que seguía un sentido retrógrado al “natural”, o sea, enfocado primero en el comercio externo, luego en la industria local y, finalmente, en la agricultura.
Este era el caso de Holanda. Tenemos, por lo tanto, dos vías de desarrollo económico: el “natural” (agricultura > industria local > comercio exterior), cuyo representante era China; y el “perverso” (comercio exterior > industria local > agricultura) cuyo representante era Holanda. Según Adam Smith, la primera posibilitaba el bienestar de la sociedad, mientras que la segunda permitía el bienestar de los comerciantes. En el análisis económico político de Smith, los grandes comerciantes no tenían nación y su bienestar no era sinónimo del bienestar de la sociedad, por ende, recomendaba a los gobernantes contrarrestar el poder de los capitalistas al hacerles competir entre sí y al desarrollar la economía por la vía “natural”. De esta manera, queda claro que para Adam Smith el desarrollo económico no era un fin en sí mismo, sino un medio para la defensa nacional.
Tomando como punto de partida las elaboraciones de Smith, para Arrighi la vía “natural” representa el desarrollo de una economía de mercado no capitalista, mientras que la vía “perversa” no es otra cosa que el desarrollo capitalista: “La riqueza y el poder de la burguesía europea no nació en la agricultura sino en el comercio exterior a larga distancia”.[27] La vía antinatural de Smith era el resultado del poder de los capitalistas de imponer sus intereses por encima de los intereses de la sociedad. Giovanni Arrighi sintetiza esta tesis de economía política de forma tajante: “Se pueden añadir tanto capitalistas como se quiera a una economía de mercado, pero a menos que el Estado se subordine a su interés de clase, la economía de mercado sigue siendo no capitalista”.[28] Lo que determina que una nación tome una vía de desarrollo en lugar de otra es estrictamente la política. Ahora bien, las naciones que se desenvuelven por la vía “perversa” son un peligro para las que siguen la vía “natural”. Esto se debe a que los países que se desarrollan por la vía “perversa” del comercio exterior adquieren ventaja militar por encima de aquellos que siguen la vía “natural”. Precisamente, por eso Europa acabó por dominar a Asia oriental a pesar de la superioridad económica de esta.
El texto de Arrighi[29] nos permite reconceptualizar la distinción entre economía de mercado y economía capitalista de Braudel mediante la propuesta de desarrollo socioeconómico smithiano y en esa misma medida recuperar la figura de Adam Smith para el pensamiento cooperativista. Después de todo, la vía “natural” del desarrollo económico que propuso Smith es afín con las concepciones cooperativistas de la economía. Ciertamente, esta no fue la intención de Arrighi, cuya tesis es que la hegemonía de China para el 2025 será el cumplimiento efectivo de la economía política de Smith que resume de la siguiente manera: “Los Gobiernos emplean a los mercados como instrumentos (…). Hacen que los capitalistas, no los trabajadores, compitan entre sí de forma que el beneficio alcance un nivel mínimo tolerable. Alienta la división del trabajo entre las unidades de producción y las comunidades, no en el interior de cada una de ellas, e invierte en educación para contrarrestar los efectos negativos de la división del trabajo en la calidad intelectual de la población”.[30] Para Arrighi, la posible hegemonía de China podría significar la instauración de una economía de mercado no capitalista a nivel global, no solo por la tradición de sus instituciones económicas, las cuales Smith tomó de modelo, sino porque de intentar imitar el capitalismo occidental sería como condenar la vida humana a su extinción. Dice Arrighi: “Ni siquiera una cuarta parte de la población de China y la India podría adoptar la forma estadounidense de producir y consumir sin condenarse a la asfixia a ellos mismos y con ellos a todo el planeta”.[31]
Independientemente de lo que se piense sobre la tesis de Arrighi sobre las posibles consecuencias de la hegemonía China a nivel planetario, lo cierto es que su concepción del desarrollo económico smithiano puede servir de modelo para el movimiento cooperativista como ruta a seguir en un momento de bifurcación de sistema para posibilitar un sistema-mundo acorde con el espíritu de Porto Alegre. Un sistema-mundo cooperativista sería una economía-mundo no capitalista. Ahora bien, las preocupaciones medioambientales expuestas por Arrighi deben también traerse a colación. Estas nos permiten recordar que el desarrollo socioeconómico teorizado por Smith no era uno de crecimiento ilimitado, sino que debía desembocar en un estado estacionario. Este es el último concepto que tenemos que aclarar para explicitar qué debería ser un desarrollo socioeconómico cooperativista porque una economía-mundo no capitalista debería ser una economía en estado estacionario para así ser ecológicamente viable.
Prosperidad sin crecimiento: los beneficios de una economía en estado estacionario
En esta última sección de nuestro ensayo queremos aclarar el concepto de estado estacionario propuesto por Adam Smith como meta y fin del desarrollo socioeconómico. Para lograr esto utilizaremos el libro de Tim Jackson, Prosperidad sin crecimiento,[32] el cual es el resultado de una investigación realizada por la Comisión para el Desarrollo Sostenible del Reino Unido (2003-2009) y cuyo eje es la distinción entre crecimiento económico y prosperidad.
Solemos identificar prosperidad con el aumento de la actividad económica (crecimiento económico) y, por lo tanto, con la amplitud de nuestra capacidad para consumir bienes materiales. Ahora bien, no solo no es correcto identificar prosperidad con el aumento del consumo de recursos, sino que este último es incompatible con los límites ecológicos del planeta. Es un hecho ampliamente documentado que el crecimiento económico ilimitado ha llevado a la degradación y a la sobreexplotación de los ecosistemas alrededor del mundo y que el mismo no es sostenible. La escasez de recursos naturales llevará a un aumento en los precios de las materias primas que desacelerará la economía a la larga, a la degradación del medio ambiente y al aumento en los conflictos por el uso de la tierra y de otros recursos naturales.[33] Una economía que se sostiene en la destrucción ecológica, y que para colmo produce mayores desigualdades en la población mundial, no es sostenible. Necesitamos un cambio, pero paradójicamente no podemos imaginar una economía sin crecimiento económico.
El primer paso para liberarnos del mito que vincula el crecimiento económico con el bienestar para todos es redefinir lo que entendemos por “prosperidad”. Como argumenta Jackson, la prosperidad no se puede reducir al consumo de bienes materiales, sino que está intrínsecamente vinculada con elementos sociológicos y psicológicos como dar y recibir amor, tener el respeto de nuestros pares, sentirnos útiles en nuestro entorno, tener sentido de pertenencia y participar activamente en la sociedad. Mi prosperidad, por lo tanto, depende de la prosperidad de los que me rodean.
Por eso resulta útil distinguir entre opulencia y prosperidad. La opulencia es la satisfacción material que se sostiene en el consumo. Nos dice Jackson: “Opulencia implica una fácil disponibilidad y una oferta permanente de objetos materiales”.[34] Según la lógica de la opulencia, a mayor consumo de mercancías, mayor prosperidad. Pero, como sabemos, cantidad no es lo mismo que calidad y, llegado un punto, un aumento en la cantidad de bienes materiales que se poseen no redunda en mayor bienestar subjetivo. Al contrario, la prosperidad está vinculada con la capacidad de realizarse o “florecer”, capacidad que se sostiene en la salud nutricional, la esperanza de vida, el trabajo gratificante y la participación social. El florecer humano (la prosperidad) solo se viabiliza gracias a la libertad, no obstante, no hay una libertad absoluta en el florecimiento individual: “El florecimiento humano está supeditado a los recursos disponibles, a los derechos de aquellos que comparten el planeta con nosotros, y a las libertades de las futuras generaciones y de las demás especies”.[35] En un mundo con límites no puede haber libertad ilimitada.
Jackson plantea que los ingresos altos no aseguran la prosperidad y la prosperidad no es igual al crecimiento económico. No obstante, Jackson no se opone al crecimiento económico en los países pobres ya que este sería necesario para asegurar el alimento y el cobijo. Cierto grado de opulencia es necesario para la prosperidad, aunque no debe confundirse con esta. El problema radica en que, para las sociedades desarrolladas del Norte global, el crecimiento económico ya no es necesario para la prosperidad de sus ciudadanos, lo cual se ha confundido con el consumo. Las sociedades de consumo tienen su fundamento en que la posición social de los sujetos se determina por los objetos que consumen. El consumo se trasforma en el medio para que el individuo sea percibido y encontrado agradable. La lógica social del consumismo tiene efectos nocivos en las personas porque es una lógica insaciable, competitiva y no asegura la prosperidad. Pero, paradójicamente, si los ciudadanos dejaran de consumir al nivel que se espera de ellos, la economía dejaría de crecer, las empresas tendrían que cerrar operaciones, habría desempleo y pobreza. Esto se debe a que la tendencia de la economía capitalista es la de aumentar la productividad laboral mediante el progreso tecnológico. Esta tendencia aumenta el desempleo, lo cual solo puede resolverse haciendo que la economía crezca y así estimule el consumo.
Como se discutió con el modelo schumpeteriano de desarrollo, el modelo capitalista no conoce el estado estacionario solo la expansión o el colapso. El aumento de la producción y el aumento del consumo van de la mano. Nos dice Robert Ayres: “El consumo (que fomenta la inversión y el progreso tecnológico) impulsa el crecimiento, de la misma forma en que el crecimiento y el progreso tecnológico impulsan al consumo”.[36] De hecho, Schumpeter afirmaba que el proceso de innovación era lo que impulsaba el crecimiento económico. La innovación implicaba una “destrucción creativa” mediante la cual nuevas tecnologías, productos y servicios hacen obsoletas a las anteriores. El imperativo de crecimiento continuo es lo que estimula el consumo más allá de lo necesario. Sin innovaciones o novedades no habría “consumo ostentoso” (consumo que da posición social elevada) porque son los nuevos productos, los más caros, los que dan distinción social. La economía capitalista depende del consumo desmedido para sobrevivir, pero el consumo desmedido no es ecológicamente sustentable.
En este punto llegamos al “dilema del crecimiento”: por un lado, tenemos que el crecimiento económico infinito es ecológicamente insostenible (y lleva a desigualdades sociales), pero, por el otro lado, si la economía deja de crecer se produce inestabilidad, desempleo y recesión. Ante este dilema hay dos alternativas: un crecimiento sostenible o un decrecimiento estable. Según Jackson, la primera alternativa no es realista. En algún momento el crecimiento, por más sostenible que sea, llegará a los límites ecológicos. Solo nos queda la segunda alternativa. Viabilizar esta segunda alternativa requiere de tres propuestas entrelazadas.
En primer lugar, la transición a una economía sin crecimiento necesita de un “New Deal verde” mundial, un “estímulo verde”, para lograr mayor eficiencia en la utilización de recursos, para desarrollar tecnología “limpia”, para sustituir las actuales fuentes de energía fósil por energías renovables y para realizar mejoras al ecosistema. Jackson afirma que esta debe ser la tarea del sector público. En segundo lugar, propone cambiar el motor de la economía. Abandonar la “economía de supermercado materialista” por una economía basada en actividades poco generadoras de carbono y que contribuyan al florecimiento humano. Una economía basada en la producción y en la venta de servicios desmaterializados: mercados agrícolas, clubes deportivos, centros de salud, talleres artísticos, servicios de reparación y mantenimiento, capacitación en oficios, etc. Jackson las nombra “empresas ecológicas” o economía “cenicienta”[37] de servicios desmaterializados: “He aquí un sector que podría proporcionar empleos significativos, favorecer las capacidades de florecimiento de las personas y contribuir así a fortalecer la comunidad, a la vez, que brinda la oportunidad de ser materialmente ligeras”.[38] Los servicios desmaterializados no favorecen el crecimiento económico, pero permiten la creación de empleos y tienen como eje la interacción humana en tanto elemento indispensable para la prosperidad. Finalmente, y, en tercer lugar, como resultado del cambio en el motor económico, Jackson propone la reducción de horas de trabajo y la repartición equitativa del trabajo disponible, lo que significaría mayor tiempo de ocio para todos.
La ruta del decrecimiento estable propuesta por Jackson es la salida del dilema del crecimiento y el comienzo de la prosperidad, pero implica un cambio radical en la lógica social del consumo. Para que se pueda implantar este cambio profundo en las estructuras económicas hay que desmantelar los incentivos que favorecen el consumo como estrategia de posición social y fomentar los espacios para el florecimiento. Hay que rechazar el protagonismo de la opulencia y de los bienes materiales y sustituirlos por una economía que potencie el florecimiento humano mediante una “simplicidad voluntaria”. Recordemos que “la prosperidad depende fundamentalmente de nuestra capacidad para participar significativamente en la vida de la sociedad”.[39] En otras palabras, si sustituimos la opulencia por la prosperidad como meta de nuestra sociedad podremos crear una economía que, al estar basada en servicios inmateriales, no necesita crecer para ser estable y, por lo tanto, sería ecológicamente eficiente. La prosperidad humana es compatible con una economía en estado estacionario.
El desarrollo socioeconómico cooperativista como ruta a la prosperidad
A la luz de lo expuesto, resulta evidente que lo que Jackson propone puede verse como una “Revolución Industriosa” a escala global para alcanzar el estado estacionario preconizado por Smith. Pero mientras la Revolución Industriosa estuvo basada en empresas familiares, Jackson nos habla de “empresas ecológicas de base comunitaria centradas en ofrecer servicios locales” como “alimentación, salud, trasporte público, educación comunitaria, mantenimiento y reparación”.[40] Estos son servicios que permiten el florecimiento personal, guardan vínculos con la comunidad, generan puestos de trabajo gratificantes y tienen una huella de carbono mínima. Cuando la economía cenicienta se trasforma en el motor económico se pasa del crecimiento a la prosperidad, de una economía basada en la rentabilidad a otra orientada al florecimiento.
Es precisamente en esta coyuntura donde debe insertarse el cooperativismo como modelo de desarrollo socioeconómico. ¿No son acaso las cooperativas las instituciones ideales para ofrecer estos servicios inmateriales? ¿No debe ser el cooperativismo el motor económico de una economía en estado estacionario que favorezca la prosperidad? ¿Quién mejor que el movimiento cooperativista para llevar a cabo el proyecto decrecentista? Como es sabido, las cooperativas son asociaciones de personas que mediante una empresa de propiedad colectiva y gestión democrática satisfacen sus necesidades y aspiraciones, a la vez que contribuyen para el desarrollo de su comunidad (económico, social y cultural). Las cooperativas se rigen por principios (membresía abierta y voluntaria, control democrático, participación económica, autonomía, educación, cooperación entre cooperativas, compromiso con la comunidad) y valores (honestidad, transparencia, igualdad, equidad, responsabilidad, preocupación por los demás) que las convierte en instituciones que intrínsecamente apuntan al florecimiento humano. El cooperativismo podría viabilizar la construcción de una economía que no necesite del crecimiento y, por tanto, del aumento desmedido del consumo para mantener su estabilidad y asegurar una prosperidad ecológicamente sustentable. En resumen, afirmamos que un modelo cooperativista del desarrollo socioeconómico permitiría la creación de “una sociedad fuerte, saludable y justa que viva dentro de los límites ecológicos”.[41] La prosperidad, y no el crecimiento económico, es lo que debe prevalecer en toda concepción cooperativista del desarrollo socioeconómico.
Para concluir, he aquí lo que consideramos son algunos elementos fundamentales para una concepción cooperativista del desarrollo socioeconómico:
- Asumir el contexto histórico de la larga duración.
- Distinguir entre economía de mercado y capitalismo.
- Utilizar el sistema-mundo como unidad de análisis.
- Reconocer el carácter polarizante (centro/periferia) de la economía-mundo capitalista.
- Partir de la tesis de crisis sistémica de la economía-mundo capitalista y su proceso de bifurcación.
- Tomar como modelo la propuesta de desarrollo económico smithiano y su economía política.
- Romper con el crecimiento económico que no es ecológicamente sustentable.
- Apuntar a una economía en estado estacionario.
- Afirmar la prosperidad como fin último de toda organización social.
Bibliografía
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Braudel, Fernand. “La larga duración”, La historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza, 1970.
--- Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII. Tomo 1. Las estructuras de lo cotidiano. Madrid: Alianza, 1984a.
--- Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII. Tomo 2. Los juegos del intercambio. Madrid: Alianza, 1984b.
--- La dinámica del capitalismo. Madrid: Alianza, 1985.
Jackson, Tim. Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito. Barcelona: Icaria, 2011.
Lévi-Strauss, Claude. La antropología frente a los problemas del mundo moderno. Buenos Aires: Libros del Zorzal. 2011.
Polanyi, Karl. La gran trasformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. México: FCE, 1944/2011.
Wallerstein, Immanuel. Análisis de sistemas-mundo: una introducción. México: Siglo XXI, 2006.
[1] Catedrático auxiliar en el Instituto de Cooperativismo de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras. Correo electrónico: freddy.aracenaperez@upr.edu.
[2] Lévi-Strauss (2011), 108-109.
[3] Citado en https://ica.coop/es/media/news/el-movimiento-cooperativo-establecera-un-..., última fecha de acceso: 12 de marzo de 2018.
[4] Braudel (1984a).
[5] Braudel (1970).
[6] Braudel (1970), 77.
[7] Ídem, 80.
[8] Braudel (1985), 74.
[9] Braudel (1984b), 393.
[10] Polanyi (1944/2011).
[11] Ídem, 124.
[12] Braudel (1985), 78.
[13] Ídem.
[14] Ídem, 93.
[15] Si bien economía-mundo y economía mundial no son sinónimos, a partir del siglo XX la economía-mundo capitalista es la economía mundial.
[16] Wallerstein (2006).
[17] Ídem, 32.
[18] Wallerstein, op. cit.
[19] Wallerstein se refiere principalmente a la obra de Raúl Prebisch.
[20] Wallerstein, op. cit.
[21] Ídem, 116.
[22] Arrighi (2007).
[23] Debemos distinguir entre división social de trabajo y división técnica de trabajo. La primera se refiere a la división de la producción social en distintas ramas o sectores, mientras la segunda significa la división del trabajo dentro de una unidad de producción (empresa).
[24] Ídem, 33. El concepto de una economía en estado estacionario será elaborada más adelante. Por el momento, es suficiente con mencionar que es una economía que no necesita crecer para mantener su estabilidad.
[25] Ídem, 49.
[26] Braudel (1985), 85.
[27] Arrighi, op. cit., 98.
[28] Ídem, 345.
[29] Arrighi, op. cit.
[30] Ídem, 372.
[31] Ídem, 402.
[32] Jackson (2011).
[33] Todo esto sin mencionar el pico del petróleo (estimado para el 2020), que no significará la desaparición del mismo, pero sí el fin del petróleo barato con sus consecuencias para la economía.
[34] Jackson, op. cit., 64.
[35] Ídem, 73.
[36] Citado en Jackson, op. cit., 104.
[37] Por ser un sector despreciado por la economía actual.
[38] Jackson, op. cit., 166-167.
[39] Ídem, 179.
[40] Ídem, 235.
[41] Ídem, 246.