El mundo y el cooperativismo transformador: un análisis de coyuntura
Pablo Imen[1]
Resumen
El artículo se propone aportar elementos para la acción de dirigentes de cooperativas abocadas al trabajo educativo. Su objetivo es apuntalar el cruce entre la lectura y la interpretación de la realidad social con la concreción de propuestas y procesos de formación político-institucional y en materia de gestión.
El texto se organiza en tres secciones. La primera aporta a la realización de un modo de pensar y hacer análisis de coyuntura en la cooperativa. La segunda aborda el concepto “análisis de coyuntura” y sus usos, como otro modo de leer el mundo que nos dará una visión rigurosa para actuar con eficacia en función de los fines y medios de nuestra acción solidaria y emancipadora. La tercera sección ubica las tareas de la educación –y particularmente de la educación cooperativa– en relación con la construcción de una visión del mundo basada en nuestros valores y principios. Aquí se intenta aportar algunas conclusiones para una praxis reflexiva y transformadora en el campo de la cultura, la política y la educación.
Palabras clave: educación cooperativa, coyuntura, Banco Credicoop
Sección I. Leer la coyuntura desde la acción
Este escrito retoma y expande una intervención realizada por quien firma este artículo el día 25 de agosto de 2017 en el Banco Credicoop, a propósito del escenario de época y de pensar algunas claves para leerlo de manera más rigurosa, rica y compleja. Un objetivo central de la disertación (pero no excluyente) era el de aportar algunos elementos para la acción de dirigentes de nuestra cooperativa abocados al trabajo educativo. Se trataba entonces de apuntalar el cruce entre lectura e interpretación de la realidad social con la concreción de propuestas y procesos de formación político-institucional y en materia de gestión a distintos destinatarios y destinatarias.
Este texto se organiza en tres secciones. La primera da contexto a unas ideas que justifican la realización de un modo de pensar y hacer análisis de coyuntura en la cooperativa. La segunda analiza el concepto “análisis de coyuntura” y sus usos, sobre los que hay múltiples perspectivas. Para nosotros, “análisis de coyuntura” es otro modo de decir lectura del mundo que nos dará una visión rigurosa para actuar con eficacia en función de los fines y medios de nuestra acción solidaria y emancipadora. Finalmente, la tercera sección tomará las tareas de la educación –y particularmente de la educación cooperativa– en relación con la construcción de una visión del mundo basada en nuestros valores y principios. Aquí se intentará aportar algunas conclusiones para una praxis reflexiva y transformadora en el campo de la cultura, la política y la educación.
I.1. En contexto
Las Jornadas de Responsables de Educación Cooperativa Zonales[2] en agosto de 2017 tuvieron como foco dos líneas de trabajo: el análisis de coyuntura y la propuesta de fortalecimiento de las secretarías de las comisiones de asociados en el marco del Modelo Integral de Gestión.[3] En 2017, se pusieron en marcha a lo largo y ancho del Banco talleres[4] que analizaron la actual coyuntura con foco en nuestro país. El proceso se inicia en cada zona del Banco con los miembros de los núcleos de filial[5] a través de los talleres zonales y se continúa en cada filial, al promover el debate en toda la organización cooperativa. En tal camino, miles de hombres y mujeres producen un proceso intenso de debate que incluye ejercicios de lectura, formación, producción de conocimiento y comunicación de lo debatido. El ejercicio colectivo habilita y plasma una mirada transversal sobre la coyuntura histórica en curso, y los desafíos que abre al propio movimiento social. Tal perspectiva resulta fundamental para producir un diagnóstico colectivo –de alcance nacional– y contempla, para ello, lo común pero también las diferencias, los matices que revelan distintos modos de expresarse de una misma realidad en cada región. Así, el cruce de lo compartido y lo específico de cada lugar permite que la cooperativa pueda insertarse como empresa económica y como movimiento social en cada contexto.
En la primera parte de las Jornadas de Responsables de Educación Cooperativa Zonales de agosto de 2017 se realizó una puesta en común de los contenidos trabajados en los talleres zonales y también en aquellos que se realizaron en cada filial. Se expusieron las conclusiones del relevamiento y análisis que en tales talleres se hicieron sobre la política pública. Las conclusiones confirman un sesgo neoliberal-conservador y neocolonial como caracterización general del actual Gobierno, aunque se advierten efectos diferentes, especialmente en la esfera económico-social. El relevamiento de ganadores netos de este modelo y diferentes categorías de perdedores se complementa, a su vez, con el análisis de las dimensiones cultural y política institucional que agregan complejidad al escenario en dinámica de transformación permanente.
El programa económico de Cambiemos se apoyó en medidas contundentes que permiten explicar el escenario de hundimiento del consumo desde fines de 2015: megadevaluación, suba significativa de tarifas, despidos masivos en el Estado,[6] apertura económica, reducción de impuestos (eliminación o reducción de retenciones al agro y a la minería), destrucción de la industria nacional, la deslegitimación y vaciamiento de lo público y un inaudito endeudamiento externo. Esas definiciones tuvieron un impacto diferenciado en el proceso de redistribución de la riqueza –de carácter regresivo– en que una parte sustantiva de la población se viene sumergiendo en niveles crecientes de empobrecimiento. Sectores medios han visto deteriorado sus ingresos –de manera aún poco significativa– y la cúspide económica ha visto aumentar de manera relevante su riqueza.
Otra política pública de Cambiemos remite al realineamiento internacional con Estados Unidos en un contexto internacional complicado. De modo complementario, se reformuló el papel de Argentina en el plano regional como obstaculizadora del proceso de integración latinoamericana y reorientada hacia la vinculación con Estados Unidos y Europa, en forma bilateral. Todo este hecho, cabe consignar, en tiempos de conmemoración del bicentenario de la Independencia. Las efemérides, cuando se abordan como algo más que una anécdota, nos confrontan con un tema siempre candente como el de nuestra identidad y nuestro proyecto. La interpretación sobre nuestra historia como país, como continente y como humanidad da cuenta, contesta –aunque parcialmente– e interpela a propósito de las claves de la identidad como cooperativistas: quiénes son y quiénes (y qué, y cómo) quieren ser como proyecto colectivo. Esta lectura identitaria, que contempla el origen, el desarrollo y los desafíos en su relación con los contextos históricos, sociales, políticos, económicos, culturales, etc. no puede estar ausente de un análisis de coyuntura.
I. 2. Historia, identidad y proyecto: un campo de la batalla de ideas
Un elemento relevante de la batalla cultural –sobre todo en tiempos en que se conmemoran momentos significativos de la historia– es la interpretación del pasado. Esto integra –y de manera sustancial, como veremos– el cuadro que permite hacer un análisis de coyuntura. Macri asumió como presidente en diciembre de 2015 y meses después, el 9 de julio de 2016, se conmemoraron dos siglos de la Declaración de Independencia. Introducimos este elemento pues un análisis de los dichos de Macri en esa ocasión permiten introducir la idea siguiente: que quién controla la interpretación del pasado tiene gran posibilidad de marcar no solo la mirada sobre el presente, sino condicionar el rumbo de construcción del futuro colectivo. La orientación ideológica de Cambiemos se puede así leer en la intervención presidencial con motivo del bicentenario de 2016. Su lectura de la historia, véase, converge con su programa económico y cultural.
En la Casa Histórica de Tucumán, Mauricio Macri propone dos puntos muy potentes para reinterpretar aquel grito de libertad de 1816. El primero remite a un elemento cultural, político y subjetivo para determinar un significado de aquel hecho: “Estamos tratando de pensar y sentir lo que sentirían ellos en ese momento, claramente, deberían tener angustia, de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España, porque nunca fue fácil en ese momento ni es fácil hoy asumir el ser independientes, asumir ser libres porque eso conlleva una responsabilidad”.[7] Hay evidencias claras de que no fue una “separación”, sino una guerra a muerte por la libertad del continente y que, lejos de la “angustia”, quienes lideraron la lucha emancipadora y sus ejércitos tuvieron un pensamiento claro y decidido de no cesar la lucha hasta vencer. Bastará aquí con reproducir el juramento del Monte Sacro, que Bolívar pronunció ante su maestro Simón Rodríguez: “Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”. Fue un 15 de agosto de 1805 y cumplió a carta cabal su promesa, tras dejar a un continente liberado. En este contrapunto de perspectivas, quedan formulados dos modos de pensar la relación de una nación sometida con una metrópoli opresora: la que ve una “separación” como un lamento, la que se dispone a luchar hasta vencer en la búsqueda de una libertad negada. En un mundo interrelacionado con relaciones jerárquicas, asimétricas, bajo el ejercicio de múltiples modos de poder y de dominación, el posicionamiento de quien ejerce la titularidad del Poder Ejecutivo no es un tema menor. La soberanía, la autonomía, la independencia nacional son ejes sustantivos de todo proyecto político, democrático y emancipador.
Un segundo elemento sustantivo del discurso de Macri fue la lectura en clave neoliberal de la Independencia. Dijo el presidente:
Porque no se agota en decir “el país es independiente”, “el Estado es independiente”, es cada ciudadano, es cada uno de nosotros asumiendo ese rol, ese rol de responsabilidad, que significa que no le podemos echar la culpa a nadie de lo que nos suceda, porque somos los dueños de nuestro destino. Significa que no podemos sentarnos a esperar sentados que alguien venga a tomar las decisiones por nosotros, ni los problemas sean solucionados por otros. Somos nosotros los que tenemos que elegir nuestros proyectos, impulsarlos, defenderlos.
Este elemento nos lleva a la dimensión cultural de la política de Cambiemos orientada a legitimar –con distintas denominaciones– procesos de privatización como rasgo relevante del proyecto. Si, como consta en numerosas declaraciones públicas presidenciales, la cultura empresarial es la clave de la eficiencia, la eficacia, la competitividad y la transparencia podremos deducir hacia dónde marcha o en qué valores se sustenta la política pública. Sabemos que la mercantilización de la política pública se ha acelerado notablemente en estos años. Tal concepción –de manera más o menos explícita– se montó como plataforma sobre la cual debe construir una política pública mercantilista que, para desplegarse, requiere dosis crecientes de represión. Tal definición se expresó en medidas de distintos planos de la política pública: desde la privatización de “Fútbol para todos” hasta los acuerdos con Microsoft para “Conectar igualdad”. El trágico episodio de Santiago Maldonado no puede desligarse de la suerte de las tierras patagónicas, que por justicia y por la Constitución les pertenece a los pueblos originarios.
Las promesas de campaña, así, han sido desmentidas en casi todos los actos públicos del presidente de la Nación. Su republicanismo, el respeto de la división de poderes, la eliminación de la corrupción, la conquista de la pobreza cero, el cese del conflicto visceral (grieta) entre argentinos y argentinas son violentados cada día con mayor energía por el Poder Ejecutivo. Los ejemplos abundan, aunque no tengan mucha prensa.
Como contrapartida, cabe advertir la existencia de crecientes resistencias de un sector de la población frente a estas políticas. En efecto, las oleadas de movilizaciones callejeras masivas fueron un elemento que, en parte, obturaron el ritmo y la profundidad de los cambios impulsados por el Poder Ejecutivo.
La descripción de este escenario puede leerse como un resumido análisis de la coyuntura nacional. Tras poner en común algunas líneas centrales del cuadro en Argentina, continuamos –desde el punto de vista conceptual y metodológico–: qué entendemos por análisis de coyuntura y en qué sentido dicha categoría se puede utilizar desde el rol de los responsables de educación cooperativa. No alcanza con cierto rigor en la descripción del cuadro nacional: lo que ocurre en nuestro país es parte de un escenario regional y mundial que se ha venido desplegando en un proceso histórico. Sujetos, estructuras, acontecimientos, temporalidades, geografías, relaciones van pulsando dinámicas que inciden en la vida de cada país… Por eso es indispensable trascender la clave de lectura nacional, aunque su abordaje es indispensable.
Sección II. El análisis de coyuntura. Algunas dimensiones conceptuales, históricas y metodológicas
En estos días estamos particularmente atentos en el plano de la política al tránsito de las PASO a las elecciones definitivas para el Congreso Nacional mientras nos preguntamos dónde está Santiago Maldonado. ¿Qué es análisis de coyuntura? Bajo este título suelen desplegarse distintos tipos y niveles de lectura de la realidad.
Un punto de partida posible para el “análisis de coyuntura” o su comprensión asume la definición gramsciana que concibe la realidad como una síntesis de “estructura más acontecimiento”. En otras palabras, existen elementos de la organización social –en sentido amplio– que condicionan a los sujetos y a sus proyectos. Es decir: en el plano de la economía, la política y la cultura existen tradiciones, instituciones, regulaciones, dispositivos, recursos que condicionan el territorio social donde se libran múltiples disputas. Disputas por la producción, distribución y apropiación de la riqueza creada por el trabajo (desigual y combinado) de la sociedad. Disputas por los modos de ejercicio del gobierno, la participación y del poder político. Disputas por los modos de construcción de la cultura, sus sentidos, contenidos y formas. Se estructuran, entonces, –utilizamos una metáfora un tanto esquemática– en campos donde fuerzas diferentes y antagónicas propician lineamientos hacia relaciones sociales igualitarias, participativas, promotoras de la diversidad o, por el contrario, tendientes a la construcción de vínculos jerárquicos y opresivos que reproducen una sociedad desigual.
El nivel de la “estructura” –que enunciamos arriba como aporte de Antonio Gramsci– establece una suerte de límite de variabilidad en la configuración del orden social amplio, excepto en situaciones en las que la totalidad de la estructura social es puesta en entredicho porque, por un lado, la sociedad no puede seguir sosteniendo las viejas relaciones de dominación a la par que emergen las posibilidades de nuevas relaciones. No tenemos tiempo, sino para advertir que tal ha sido la historia de las revoluciones sociales.
Traduciré el “acontecimiento” como un conjunto de hechos producto de la relación –compleja y conflictiva– entre múltiples sujetos sociales en el devenir concreto de la vida social. Una huelga prolongada, el triunfo electoral de una fuerza política determinada, un golpe de Estado, la sanción de una ley, el devenir de la vida en el sistema educativo –véase la amplitud de los ejemplos– son lugares donde actores con intereses en conflicto se encuentran y dirimen por diversos medios la tensión, el conflicto o el antagonismo planteado.
La pregunta por las posibilidades de incidir en la construcción de una realidad consistente con nuestros valores y principios –como movimiento social– nos pone en el desafío de intervenir en cada coyuntura entendida como la convergencia de estructura y acontecimiento. En el caso de nuestro cooperativismo, hablamos de una construcción que lleva casi un siglo y que es a la vez proyecto, sujeto, red institucional con una tradición, ética con sus valores y principios irrenunciables a la par de la búsqueda permanente de eficacia en la acción.
Estos elementos están condicionados por un contexto dinámico que reconoce unos límites que pone el “sistema”. Desde luego, el sistema no es una estructura rígida, sino un modo de organización que se ve sometido al influjo de tendencias y contratendencias. Así, un sistema se puede modificar y, de hecho, se modifica. Por ejemplo: la génesis y desarrollo de los Estados nacionales registran profundas transformaciones en estos más de dos siglos de existencia. Fueron reconocidos en la vida real y en la ciencia política como redes institucionales y relaciones sociales en disputa. En la configuración lograda en Europa en el siglo XIX Marx los caracterizó como “juntas de negocios de la burguesía”, como gendarmes del nuevo orden capitalista. Posteriores desarrollos, producto también de luchas populares, han generado cambios y fueron mutando el contenido y las formas del aparato y la acción del Estado. Sus instituciones han sido sometidas a múltiples tendencias o fueron escenario de disputas que generaron sucesivas transformaciones en direcciones a veces consistentes, a veces diferentes, a veces antagónicas. El Estado de bienestar keynesiano reveló mutaciones sustantivas respecto del Estado liberal. Dentro de las variantes keynesianas, también hubo matices, por caso, entre las configuraciones de los capitalismos centrales y los periféricos. Los Estados nacional-populares (el peronismo en Argentina o el varguismo en Brasil) constituyeron diferentes expresiones de un modelo capitalista redistributivo y productivo ciertamente incomparables con la Inglaterra de posguerra. Si acercamos la lente en el tiempo, el contraste entre las políticas públicas promovidas en el período de los gobiernos kirchneristas expresan un proyecto de Estado diferente al abierto desde fines de 2015.
Tales cambios no nos resultan indiferentes como cooperativismo de inspiración transformadora. La intervención de nuestro movimiento es en primer término, como cooperativa, un esfuerzo orientado a la democratización del crédito y los servicios ligados a esta necesidad. Pero este es apenas uno de nuestros atributos. Nuestro cooperativismo también apunta a la gestión democrática de la entidad, pero trasciende sus límites para proyectar su acción cultural y político-institucional a la comunidad. En tal pretensión, la acertada lectura de la coyuntura resulta fundamental para todos los objetivos de la entidad: aquellos que hacen a su sustento económico, al gobierno y a la gestión, así como a los ricos y complejos vínculos de la cooperativa con el contexto.
¿Qué nos propusimos hasta aquí? Analizar cómo la coyuntura supone la convergencia de elementos –estructura, acción, devenir– que marcan el talante de la dinámica y la lucha social. Actuar e ignorar los límites estructurales supone un voluntarismo condenado al fracaso que imponen esos mismos límites. Obviar la capacidad de los sujetos de modificar esos límites estructurales y desvalorizar el papel de la acción, por el contrario, supone caer en un conformismo reproductor del orden. En este sentido, una adecuada lectura de la coyuntura resulta de fundamental relevancia para una interpretación rigurosa de la realidad, prerrequisito de una acción eficaz.
II.1. Conceptos y métodos para leer (y actuar en) el mundo
Una dimensión sustantiva para el análisis de coyuntura es el enfoque y alcance de la lectura de la realidad. Hay una tensión entre una lectura reduccionista y otra abarcativa y profunda. Desde nuestro punto de vista, es preciso avanzar con un análisis contextualizado, en proceso, que dé cuenta de la complejidad y de las contradicciones, tensiones y conflictos de las dinámicas sociales.
Algunas perspectivas y métodos ejercitan una mirada fragmentada, ceñida a algunos fenómenos más bien aislados y propician un abordaje de la realidad parcializada que se muestra de forma reducida. Este enfoque general invisibiliza elementos que permiten comprender rasgos sustanciales de lo que se propone ser analizado, su inscripción en procesos históricos, el abordaje de sus causas y consecuencias, etc. Aquí queremos, entonces, advertir sobre dos ejemplos de lectura, análisis e interpretación de la realidad fragmentados –la educación sistemática predominante y la comunicación hegemónica– que aislamos como recurso metodológico. No es el único problema de un buen análisis de coyuntura, sino uno de los aspectos a tener en cuenta, pero aquí, para profundizar sus implicancias, lo desarrollamos en su especificidad.
La tendencia a la lectura fragmentada de la realidad se encuentra estimulada, promovida, ejecutada y enseñada tanto por corrientes pedagógicas de la educación tradicional como por el bombardeo sistemático de los medios de comunicación de masas. Estos carriles socializadores (la educación y la comunicación propiciada por medios) tienen contacto con ciertos análisis políticos, a menudo sesgados en la aplicación de esa parcialidad que forma un sentido común conformista y, a veces, reaccionario.[8]
El caso de la educación nos interesa especialmente. Primero, porque consideramos ese campo como un lugar privilegiado por la construcción de la cultura, donde se disputan en la subjetividad de educadores y educadoras y educandos y educandas determinadas visiones del mundo. Segundo, porque nuestro papel en la cooperativa se ciñe fuertemente a las líneas de formación, de educación cooperativa. Un buen análisis crítico del modo en que se enseña en las instituciones educativas a leer el mundo resulta pertinente y necesaria para nosotros y nosotras. ¿Cómo funciona, de manera general, la transmisión de contenidos y métodos para entender cómo funcionan las cosas? ¿Cómo se relacionan las personas y los grupos, etc.? En el plano epistemológico domina una perspectiva fragmentada del conocimiento por disciplinas, una notable escisión entre teoría y práctica, así como el divorcio de la escuela y la vida. Estas definiciones inducen una percepción y pensamiento que conciben una imagen compartimentada, estática y reduccionista de la realidad social. Es cierto que existen tradiciones y experiencias pedagógicas que van en sentido contrario –pasadas y presentes–. Sin embargo, lo predominante es este abordaje del mundo segmentado, y no solo en el plano del conocimiento. La educación “bien entendida” se defiende en estas perspectivas cientificistas y tecnocráticas como la absorción acrítica de un cúmulo de conocimientos a medirse, lo cual supone una desvalorización de otras dimensiones de la vida humana tan relevantes como la afectividad o la expresión. Nuestra perspectiva, por el contrario, debe apuntar a una apropiación crítica y reflexiva del conocimiento, a la posibilidad de descubrir conexiones y niveles de la realidad, a comprender procesos, a generar operaciones de representación de la vida social rigurosas, a integrar los aportes de la disciplina para dar cuenta de realidades complejas y contradictorias, etc. Este artículo se plantea este punto como un elemento sustantivo de la educación cooperativa, de su importancia en la formación para la gestión, así como para la participación político-institucional. No avanzamos hasta aquí más que advirtiendo que si una fuente significativa para leer el mundo de modo naturalizado y conformista es la educación, también esa práctica social –la educación– puede ser una plataforma para el pensamiento crítico, la comprensión de la realidad y su transformación.
El caso de los medios de comunicación hegemónicos expresó la enorme capacidad para incidir en la construcción de determinadas subjetividades, así como en la difusión de un sentido común conservador. Tales efectos los logran a través de una poderosa maquinaria de repetición de imágenes y conceptualizaciones sostenidas en eficaces dispositivos culturales, simbólicos, psicológicos y comunicacionales.
Nuestro modo de leer la realidad –crítica y complejamente– nos conduce a retomar dos cuestiones señaladas, de alguna manera, en los párrafos previos. Como ocurre en la educación, la comunicación se presenta como campo de disputa donde existen otros modelos comunicacionales alternativos, de inspiración democratizadora de la palabra y de recreación crítica de la lectura del mundo. Las redes sociales, por su parte, amplían este espacio comunicacional como territorio en disputa.
Por otro lado, cabe consignar que las relaciones y disputas sociales no se circunscriben a una esfera: ni la comunicación ni la educación por sí mismas pueden asegurar la reproducción del orden pues, por una parte, cada esfera está atravesada por profundas disputas (entonces, hay propuestas y contrapropuestas de comunicación y de educación que conviven de modo complejo y conflictivo). Por otra parte, ninguna esfera puede resolver por sí misma y en sí misma la resultante de una lucha social que ponga en cuestión el fundamento y organización de la sociedad.
Las formas parcializadas de leer la realidad no permiten percibir la ligazón entre un escenario puntual y su despliegue en el tiempo. Mirar solo un momento de la realidad sin apreciar el proceso ni la totalidad llevará a lecturas reduccionistas, imprecisas y esquemáticas que, a la vez que impiden una comprensión profunda de lo social (en sentido amplio), generan un marco inadecuado para definir acciones sociales. La construcción de un diagnóstico acertado supone un ejercicio individual y colectivo capaz de dar cuenta de los procesos, los momentos puntuales en que se expresan determinadas relaciones de fuerza en la disputa de proyectos.
II.2. Un ejercicio metodológico, teórico y político…
Seguimos desarrollando la idea de pensar la coyuntura a partir de preguntas disparadoras,[9] con todas las advertencias de respuestas que no pueden aquí ser sino descripciones abreviadas (que son, a la vez, extensas como se verá en las páginas que siguen). Nos preguntamos, entonces, ¿cómo leer el triunfo electoral de Macri? Puede hacerse, sin duda, una lectura en clave nacional, pero estará incompleta si no se comprende el escenario regional y mundial. Podrá hacerse, a la vez, como si se tratara de un fenómeno meramente contemporáneo, pero ¿cómo comprenderlo si no se analiza en una perspectiva histórica?
Para una lectura exhaustiva, no fragmentada, dialéctica, compleja es preciso estudiar, investigar, sintetizar conocimientos, recrearlos y adecuarlos a realidades históricas concretas. Conocer en profundidad es trabajoso, pero sin esta lectura las acciones pierden eficacia: no se puede modificar con claridad aquello que se desconoce o que se conoce mal. El ejercicio, pues, exige una lectura integral, un abordaje dialéctico de una realidad huidiza a interpretaciones simplistas. El mundo se expresa, entonces, de modo rico como totalidad compleja, contradictoria y en desarrollo. Entender el mundo nos conduce a formularnos, otra vez, preguntas que nos vayan orientando en el develamiento de sus secretos… ¿Son los sistemas sociales órdenes eternos e inmutables? ¿Cuáles son sus configuraciones, complejidades y disputas? ¿Cómo leer el mundo en sus múltiples recreaciones?
Hay una perspectiva de largo plazo que no puede obviarse: ningún sistema social ha sido eterno. La historia de la humanidad se construyó sobre la sucesión de proyectos civilizatorios sin que ningún poder paralice el largo camino colectivo que, sobre la base de disputas y construcciones, condujo a una dinámica sostenida de transformaciones. Ningún orden social duró –ni, anticipamos ya, puede durar– “para siempre”. Muy por el contrario, los grandes modos de organización social nacieron, se desarrollaron y fueron reemplazados por nuevas sociedades que emergieron a partir de distintos elementos combinados –estructurales, culturales, institucionales, subjetivos, etc.–. Todos los sistemas sociales sepultados dejaron un sedimento complejo que, a menudo, coexiste de diferentes modos en la actualidad. Hoy, por ejemplo, existen relaciones esclavistas entre seres humanos, aunque el esclavismo como sistema no tiene legitimidad ni legalidad.[10] Esta primera aclaración resulta de fundamental importancia para superar perspectivas resignadas que naturalizan un orden que, lejos de ser inmutable, llegó al mundo para irse. Este orden, tras cinco siglos de despliegue, está transitando –sostenemos– una crisis orgánica e integral. Claro que tal crisis no supone su reemplazo inmediato por un orden más justo, sino que estamos avizorando un cambio de época cuyos rasgos aún están difusos. ¿Cuáles son sus rasgos hoy, aquellos que nos parecen reveladores de sus atributos y su estado crítico? Veamos: las ocho fortunas individuales más ricas del mundo se adueñan de la misma riqueza que la mitad de la población mundial; por cada dólar que se invierte en producción veinte se aplican a la actividad especulativa; el modelo de desarrollo dominante es predatorio de la naturaleza; las relaciones internacionales se rigen por la ley de la selva. Si estos son algunos de los elementos distintivos del mundo actual, procede formularse nuevas preguntas para comprenderlo. ¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Es el neoliberal-conservadurismo un rayo en un día de sol o, por el contrario, será parte de un largo proceso histórico en el marco del cual –entre otras formas posibles– llegamos a este tormentoso cambio de milenio? Nos parece incomprensible el neoliberal-conservadurismo y su contracara neocolonial en los países subordinados si desconocemos la génesis y el despliegue del capitalismo como sistema social que emergió del seno de otro previamente existente. No haremos más que una semblanza de los momentos que nos permiten dar cuenta del presente en curso.
Tras la consolidación del capitalismo originario –que nació del primer genocidio moderno con la conquista y colonización americana– se fue desplegando el orden social que predominó en la geografía terrestre hasta hoy. Por cierto, desde su origen fue amenazado por resistencias y alternativas que denunciaban aquellas relaciones de injusticia y anunciaban un mundo emancipado, diverso e igualitario.
Los crímenes cometidos por la Corona española (y otras coronas, desde luego) perpetraron un latrocinio que financió el desarrollo capitalista mundial y se legitimó a través de teorías racistas que persisten hoy bajo el formato de una cultura (neo)colonial. Los tres siglos que separan el “descubrimiento” y la “conquista de América” de la consolidación del capitalismo europeo fueron escenarios de una violencia sin límites desde las emergentes clases dominantes burguesas (en alianza o no con las viejas clases aristocráticas) y los nacientes Estados (heredados de los absolutismos que le dieron una plataforma institucional y un poder legítimo). Sujetos, acciones y estructuras se coaligaron para desplegar un conjunto de acciones emprendidas para encauzar relaciones coloniales y clasistas entre y dentro de los países que comenzaron a intervenir en la construcción de la “modernidad capitalista”. El capitalismo, advirtió Marx, nació “exudando sangre y barro”.
En las primeras décadas del siglo XIX, el orden mundial se fue organizando en una configuración “centro” y “periferia”. El centro se consolidó como grupo de potencias colonialistas (primero) o (más tarde) neocoloniales que promovieron un orden planetario desigual con grandes porciones sometidas de manera directa a las metrópolis (como ocurría de modo muy patente en Asia y África) o de manera indirecta como en las repúblicas creadas tras la emancipación americana del primer tercio del siglo XIX.
En relación a los países centrales, cabe hacer una muy breve referencia a Inglaterra, cuna de la producción mercantil y lugar donde se registraron mutaciones sustantivas en la transición de la sociedad feudal a la capitalista. En el plano de la producción fabril, se registró un proceso brutal de conformación de la mano de obra asalariada (lo que obligó a través de la coerción del Estado absolutista a contratarse en manufacturas), lo cual generó un conflicto creciente entre los capitalistas y los asalariados, que configuraron nuevas clases fundamentales de un orden en construcción. Esos traumáticos orígenes no perdieron dramatismo en el desarrollo secular del conflicto entre productores y propietarios en marco del capitalismo. Los tiempos subsiguientes fueron el escenario de encarnizadas luchas en torno a la producción, distribución y apropiación de la riqueza; a los derechos de las trabajadoras y de los trabajadores; del papel del Estado y sus relaciones con el capital; etc. La historia está repleta de episodios –acontecimientos en el seno de estructuras– que dan cuenta de este vínculo conflictivo.
La clase obrera inglesa fue desplegando un intenso proceso de aprendizaje e invención a partir de diferentes luchas para asegurar y mejorar sus condiciones de existencia. Tras una fase originaria en la cual la resistencia se organizó a través del asalto de fábricas y la rotura de las máquinas, la clase obrera de ese país creó tres organizaciones de gran proyección: el sindicato (como órgano de representación de intereses de los obreros y de las obreras en tanto trabajadores y trabajadoras); la cooperativa (como empresa económica y movimiento social capaz resolver colectivamente necesidades comunes a través de una gestión democrática y un compromiso con la transformación igualitaria de la sociedad) y el partido político socialista (como herramienta de cambios sociales profundos).
II.3. Las relaciones de injusticia como plataforma de un orden en disputa
La organización del mundo como sociedad predominantemente capitalista fue asentándose en la reproducción ampliada de estructuras de relaciones de sometimiento y dominación entre países. Lo hizo al reproducir o resignificar antiguas relaciones de sometimiento (como las de género por vía de continuidad del patriarcado o las relaciones de servidumbre o esclavitud combinadas con el trabajo asalariado), o bien, al crear con el nuevo sistema social nuevos tipos de relaciones de sometimiento, dominio, explotación o imposición cultural. Se desplegó un haz de “relaciones de injusticia” que abarcaron múltiples aspectos de la vida social. En las dinámicas que se fueron consumando, operó una constelación de viejos y nuevos actores sociales, culturales, políticos que actuaron a partir de determinadas y cambiantes alianzas. Estos procesos manifestaron diferentes tipos y niveles de tensiones, contradicciones y antagonismos.
Nos referimos a categorías sustantivas referidas de modos de injusticia. Entre las más significativas están las referidas a la dominación política; a la explotación económica; a la sucesión y convivencia compleja de modelos de “desarrollo”; a la imposición de formas de hegemonía y segregación cultural, etc. Así, se impusieron relaciones, procesos y resultados desplegados con mucha fuerza durante la constitución del capitalismo que, por su parte, fueron mutando en el tiempo. Otras formas de opresión tienen raíces históricas más profundas que son reabsorbidas y reproducidas en el orden aún hegemónico.
Una primera fundamental relación de injusticia se dio en la relación constitutiva entre metrópolis y colonias, que abrió cauce a dos antagonismos profundos en la relación centro/periferia. El primero en las relaciones de sometimiento entre países.[11] El segundo –introducido a través del colonialismo– ha sido la clasificación de grupos étnicos en una supuesta jerarquía racial que justificaba el genocidio o la explotación sin límites de originarios y originarias o africanos y africanas en nombre de la civilización y el progreso. Independencia nacional e igualdad étnica, emancipación y anticolonialismo constituyen las dos plataformas más significativas de conflicto antagónico y agónico.
En un segundo nivel, el correspondiente al interior de las sociedades capitalistas centrales, se desplegó otra contradicción sustantiva entre los productores (el moderno proletariado) y quienes se apropian de la riqueza socialmente producida. Tal conflicto principal –con la complejización de la sociedad y la economía– se enhebró con otras contradicciones como las existentes entre las empresas nacionales versus las transnacionales o las pequeñas y medianas empresas frente a las grandes. Si bien el núcleo del conflicto sigue siendo el hecho de que una producción socialmente creada con el esfuerzo de los productores se apropia privadamente, las otras tensiones no dejan de exigir lecturas más finas y complejas para el diseño de modos de pensar y actuar. Por caso, una lucha de independencia nacional no puede ni debe esquivar la exigencia de interpelar a todos los sectores comprometidos con un proyecto colectivo antiimperialista o que defiende la prioridad de quienes habitan el país. La contradicción Nación/imperialismo obliga a las lógicas de construcción a que, sin ignorar las otras tensiones y antagonismos, pongan en el centro del debate a la más relevante que será condición para otros procesos de igualdad y libertad.
En tercer lugar, los modelos productivos extendidos especialmente en el capitalismo han revelado orientaciones (y consecuencias) predadoras del medio ambiente y han generado además sucesivas crisis energéticas (sumadas, así, a las ecológicas). Este ha sido y es un antagonismo, pero en contra de la naturaleza, que de muchos modos nos hace llegar su oposición al camino de progreso salvaje emprendido por los grupos dominantes e impuesto al conjunto de la humanidad contra el planeta.[12]
En cuarto nivel, otra relación de sometimiento es la de género, expresada en el patriarcado –en primer lugar– y en la impugnación de las sexualidades alternativas a las consideradas “normales”. Esta relación de injusticia precede al capitalismo largamente y ha sido el modo más difundido de relación asimétrica entre mujeres y hombres.
Los antagonismos entre naciones, entre clases, entre etnias y entre géneros han sido carriles del conflicto que viene atravesando violentamente nuestras sociedades. Las crisis generadas por los modelos de desarrollo completan un cuadro que pone a la humanidad en una encrucijada histórica… ¿Será posible así superar los efectos de este proyecto civilizatorio y construir una sociedad viable, desde todo punto de vista? Dejamos apenas formulada esta pregunta. En todo caso, este sería el horizonte ético-político de un cooperativismo consecuente con sus valores y principios.
II.4. Historiando las luchas para entender la(s) coyuntura(s) del presente
El siglo XIX –escenario de consolidación del capitalismo originario– estuvo signado por múltiples luchas, tanto en las regiones del “centro” como las de la periferia. La Comuna de París (1871) o la lucha independentista de Cuba como casi último capítulo de la emancipación de la América española (1895) –con el preclaro liderazgo de José Martí– son apenas dos acontecimientos de los muchos que marcaron el tránsito al siglo XX con sus novedades a cuestas.
Ya que este no es un texto de historia, cabe consignar que desde fines del siglo XIX se registra una expansión del capitalismo –que adquirió su forma imperialista, al impulsar la hegemonía de la lógica del capital a casi todo el planeta– y por las guerras mundiales que abrieron un escenario de cambios profundos. En 1917, en Rusia detonó un proceso revolucionario que llevó al poder a los trabajadores y las trabajadoras y al partido bolchevique. La promesa de esa revolución fue terminar con el capitalismo y abrir una nueva etapa planetaria de socialismo. En tal plan, se fundó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuya influencia se prolongó prácticamente hasta el fin del siglo XX.
Entre 1910 y 1917, en México tuvo lugar la revolución que, encabezada por Pancho Villa y Emiliano Zapata, prometía tierra y libertad a los desheredados y las desheredadas de ese país. Tras el triunfo militar, el nuevo Estado en construcción fue cooptado por el Partido Revolucionario Institucional que tuvo gobiernos democráticos y antiimperialista para ir virando, en la segunda mitad del siglo XX, a posiciones cada vez más cercanas a las políticas neoliberales subordinadas a las órdenes de Estados Unidos.
En 1911, en una fábrica murieron 123 trabajadoras por un incendio del que no pudieron escapar pues los patrones sellaron las puertas y ventanas: este hecho marcó un punto de inflexión en la lucha de las mujeres por su derecho a la igualdad y al reconocimiento, así como a la participación en las decisiones que las afectaran. El movimiento feminista recorrió un rico y complejo camino de luchas por el reconocimiento, la igualdad y el derecho a decidir.
En 1918, ocurrió un fenómeno de gran proyección –especialmente continental– que fue la revuelta estudiantil que desplegó un doble movimiento, de crítica a la institución universitaria conservadora y clerical, y de propuesta superadora de un modelo universitario comprometido con un proyecto emancipador nuestroamericano montado sobre la crítica. Si lo destacamos particularmente es por, al menos, tres cuestiones: por un lado, por su incidencia en el fundamental campo de las ideas; segundo, como expresión del modo en que una institución –en este caso creada en el siglo XI, antes de que emergiera el propio capitalismo– puede mutar y proyectarse como una propuesta superadora; y, tercero, así como el movimiento reformista soñó con una universidad antagónica a aquella de la que fueron parte, su concreción pudo avanzar muy lentamente, por oleadas: la de 1918, luego entre 1955 y 1966 aproximadamente y nuevos avances en los inicios del siglo XXI. Es decir, esta experiencia tan importante en el campo de la cultura demuestra que, por un lado, las instituciones pueden cambiar (y de hecho cambian) y que, por el otro, los cambios relevantes requieren largos procesos de transición.
La Segunda Guerra Mundial fue un gigantesco laboratorio de muerte del cual emergieron dos bloques geopolíticos. El capitalista bajo la nueva dirección de Estados Unidos, y el denominado “socialismo realmente existente” hegemonizado por la Unión Soviética.
La emergencia de la URSS y la crisis capitalista que condujo a la segunda guerra fue el telón de fondo de una transformación fundamental del orden capitalista, lo que dio lugar a los denominados “capitalismos de bienestar” o “Estados providencias” que concebían una nueva forma de organización en la que convivían el mercado como forma predominante de la lógica económica y el Estado que sustraía determinados bienes por fuera de la lógica del mercado y los definía como “derechos económicos-sociales”, de “ciudadanía” o “humanos”: el empleo, la vivienda, la educación o la salud debían ser garantizados por el Estado (al menos en el plano discursivo). Según los países, estas promesas a veces trascendían al campo de la legislación y, en no pocos casos, se efectivizaban como política pública al ampliar los límites de la democracia económica y social. La Europa del bienestar, el New Deal norteamericano o las versiones del nacionalismo popular fueron distintos modos de concretar una misma idea. El capitalismo, se decía, solo podía consolidarse y superar al campo socialista a partir de un compromiso entre clases sociales. Mientras el proletariado renunciaba a la revolución social, el capital accedía a promover un Estado garante de derechos. En nuestro caso, puede entonces comprenderse el peronismo como un fenómeno de época, recreado según los rasgos e historia de nuestro propio país.
Mientras tanto, en el campo de las ideas se sucedían otras disputas que luego se proyectarían a la política. En los años 20 y 30, Ludwig von Mises se posicionó como el más destacado intelectual antisocialista, para luego ser reconocido como padre fundador del neoliberalismo con discípulos de la talla de Frederich Hayek. Otros referentes teóricos como Karl Popper (autor de La sociedad abierta y sus enemigos), Frederich Hayek (Camino de servidumbre) o Milton Friedman (Libertad de elegir) difundieron textos apologéticos del mercado, con la misma energía con que cuestionaban cualquier intervención del Estado que redistribuyera a favor de quienes menos tenían y, de modo frontal, al socialismo como alternativa social. El neoliberalismo como corriente teórica y política se consolidó conceptualmente[13] en los años 40, a pesar de que iba a contramano de las ideas dominantes entre los Gobiernos de los países capitalistas.
Asistíamos así, entre los años 40 y los años 80 del siglo XX, a la combinación de tensiones, opciones y conflictos. El más relevante se daba entre dos grandes proyectos civilizatorios: el “capitalismo” y el “socialismo”. A su vez, dentro del bloque capitalista, se debatían tendencias neoliberales frente a posiciones redistribucionistas.
Finalmente, en otros lugares del mundo, los conflictos expresaban diferentes (otros) nudos de dominación y resistencia alrededor de la continuidad o la ruptura de relaciones coloniales. En efecto, las antiguas colonias asiáticas y africanas fueron escenario de innúmeras acciones de resistencia al dominio colonial y, a partir de la década del 50 y especialmente en los años 60, se ensancha una efectiva ola anticolonialista que arrasó con los viejos regímenes de dominación pura y dura sobre territorios y antiguas poblaciones coloniales, lo que dio lugar a nuevos procesos en esas regiones, no exentos de dificultades de toda índole. También, de estas décadas hay registro de luchas por la igualdad de género y aparecen los primeros planteos alrededor del modelo de desarrollo fundado en la explotación irracional de la naturaleza.
En los años 70, el capitalismo de bienestar se confronta con unos límites infranqueables: podemos resumir muy sucintamente (lo que supone un cierto reduccionismo) que se habilitaban dos posibilidades irreconciliables. O se reorganizaba de tal modo la sociedad que el centro de las prioridades pasaba a ser la satisfacción de las necesidades humanas o, por el contrario, se ponía un límite a estas demandas y se reorientaba la organización según el objetivo de asegurar la reproducción del capital y las correspondientes tasas de ganancia empresaria.
Fue en esta coyuntura –años 70– en que las fracciones dominantes del capital ganaron esa disputa y se impuso, como estrategia de recomposición del orden capitalista, la salida neoliberal-conservadora. Con el arsenal teórico elaborado tres décadas atrás, se difundieron una serie de conceptos y herramientas que sustentaron las políticas públicas.
El neoliberalismo o, más precisamente, el neoliberal-conservadurismo, tiene sus propias opciones ético-políticas, sus valores y principios. Se pueden leer sin eufemismos en obras canónicas de los autores de referencia (Popper, Hayek, Friedman), en discursos de funcionarios públicos, en el lenguaje oficial, en documentos de organismos internacionales o en las regulaciones que fueron dando consistencia al modelo. La defensa del egoísmo, del individualismo, de la competencia, de la “libre empresa”, la apología de lo privado, pero también la exigencia de orden y el respeto de las jerarquías han sido puntales ideológicos del neoliberal-conservadurismo. Desde la segunda mitad de los años 70, esas fórmulas tuvieron un correlato de medidas de política pública: privatización de empresas del Estado; precarización laboral; apertura económica (principio aplicado a los países dependientes, pero nunca respetados en los países centrales); equilibrio fiscal y reducción de impuestos a los ricos han sido algunos de los ejes sustantivos del programa bautizado como Consenso de Washington.
A partir de 1989, se produce –por múltiples razones que no tenemos posibilidad de detallar aquí– el desmonte del campo socialista. En aquel contexto, los países que estaban en ese bloque se reconvierten a modelos neoliberales. Dos años más tarde, en 1991, toca el turno a la disolución de la Unión Soviética. La derrota de los “socialismos reales” tiene una contracara directa: la expansión triunfalista del modelo neoliberal-conservador. Durante unos años, en la década del 90, la derrota del socialismo habilita la construcción de un nuevo sentido común que habilita las fantasías discursivas de eternización del capitalismo. Su expresión literaria (se dijo más arriba) fue el libro El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama.
En América Latina, sabemos bien las consecuencias de estas políticas, cuya introducción se hizo de modo cruento a través del terrorismo de Estado en los años 70 y se continuó más tarde a través de Gobiernos electos por mecanismos constitucionales. El caso argentino –presentado en los años 90 como un ejemplo de buenos alumnos en la aplicación del modelo– estalló el 19 y 20 de diciembre de 2001 con indicadores trágicos de la aplicación del modelo. El 53% de la población estaba por debajo de la línea de pobreza, pero si tomamos el universo de niños, niñas y jóvenes, el guarismo se elevaba al 73%. Un Estado devastado tuvo como último acto la declaración del Estado de sitio y la conculcación de depósitos que fue el fósforo que prendió la mecha.
Unos pocos años antes, en 1998, Venezuela abrió un camino alternativo y fue la señal que expresó la reconfiguración del escenario regional. En América Latina y Caribeña, el cambio de milenio vino sacudido de rebeliones populares de gran calado que pusieron fin al ciclo del neoliberal-conservadurismo originario y al neocolonialismo del siglo XX. Tras Venezuela siguieron cambios muy significativos en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Honduras, etc., que propiciaron las condiciones para una reinvención del proyecto de Patria Grande que retoma el programa emancipatorio de Simón Bolívar.
Entre 1998 y 2015 –por poner unas fechas un tanto arbitrarias–[14] se pone en marcha un momento de reinstalación de un proyecto de unidad continental que se expresó en muchos aspectos, desde el institucional[15] hasta el subjetivo y cultural. El nuevo escenario tuvo implicancias directas en los niveles de soberanía regional, inédita y montada sobre una ingeniería muy novedosa. La idea de una unidad plural arrastró a Gobiernos de distinto signo a una construcción compartida. Se registran tendencias de distinto alcance: hay Gobiernos que sostienen políticas neoliberal-conservadoras; otros que se proponen construir el socialismo del siglo XXI; y unos terceros que, sin plantear una transformación revolucionaria, desarrollan políticas reparadoras de los efectos del modelo neoliberal y avanzan en la ampliación sostenida de derechos sociales y humanos.
En el mundo pasaban a la vez otras cosas. Una, que hizo eclosión en 2008, fue la detonación de una profunda crisis orgánica del capitalismo neoliberal. El lugar por donde se puso de manifiesto fue el estallido de crisis por créditos hipotecarios, lo que puso en el centro de la tormenta al capital financiero y a las instituciones bancarias. Esa crisis –en curso– vino generando reacomodamientos en el bloque de Occidente.
Y otro proceso convergente e inédito se fue desplegando en esa primera década del siglo XXI. Este es la emergencia y la consolidación de un bloque de poder geopolítico que constituye una amenaza muy real al dominio de Estados Unidos y, en general, de “Occidente”. Hace más de cuatro años que la potencia norteamericana dejó su lugar como primer creador de riqueza del mundo, y fue desplazada por la economía china, bajo la dirección férrea del Partido Comunista de ese país. La alianza estratégica de China y Rusia, con otros integrantes en distintos niveles –India, Irán, etc.– constituye un contrapeso de indudable eficacia en el concierto planetario. Esto vale tanto en relación a la cuestión económica como a la cuestión política, institucional y militar.
En suma, puede vislumbrarse la configuración de un mundo en el que poderes y contrapoderes disputan orientaciones, sentidos y hegemonías. Tales controversias se dan en el plano de proyectos civilizatorios pues, frente a la crisis del capitalismo neoliberal, emergen alternativas superadoras englobadas en el heterogéneo mapa de “socialismos del siglo XXI” que ensayan caminos de construcción de sociedades fundadas en las nociones de justicia, igualdad, emancipación y democracia sustantiva. Otras disputas se dan en campos como el militar, o el económico, o el diplomático que van expresando reacomodamientos con el dato tal vez más peligroso de todos los que relevamos. Es que Estados Unidos, que conserva su primacía militar y tiene capacidad para destruir el planeta 2,5 veces, está declinando en materia de su supremacía económica. Un imperio en declive con enorme capacidad de destrucción constituye una de las grandes incógnitas de la especie en un contexto de peligros e incertidumbres severos.
El capitalismo también se encuentra en una encrucijada múltiple. Hay una crisis social, productiva, ecológica, económico-financiera, cultural, política, institucional que no encuentra cauce como ocurrió en el pasado con la creación del Estado providencia. Por otro lado, emergen alternativas civilizatorias que muestran la posibilidad de nuevos modos de organización de la sociedad.
II.5. Final de sección
El triunfo de Mauricio Macri marca un punto de inflexión en el recorrido ascendente de las fuerzas democráticas y progresistas en la región. En los años que van de 1998 al 2015, los avances integracionistas y de políticas de ampliación de derechos fueron avasallantes, pero tuvieron resistencias y oposiciones muy claras.
Hubo intentos de golpes de Estado (Evo Morales en 2008; Cristina Fernández en 2008-2009; Rafael Correa en 2010; Nicolás Maduro en 2014 y 2015) así como golpes de Estado efectivos (Chávez en 2002, Mel Zelaya en 2009, Fernando Lugo en 2012 y Dilma Rousseff en 2015) promovidos por un bloque destituyente conformado por el poder mediático, el poder económico y el poder institucional (el Poder Judicial, el Poder Legislativo o partes de él, incluso miembros del propio Poder Ejecutivo). Así como la emancipación de la Corona española asumió el carácter continental de la empresa libertadora, su recreación en el siglo XXI adquiere ese mismo patrón internacionalista. Tiene una perspectiva “grannacional” y tiene además un posicionamiento en el mundo que reivindica la multipolaridad.
Este posicionamiento aleja a los Gobiernos progresistas de las pretensiones imperiales de Estados Unidos que han visto y tratado a la región desde el fondo de la historia como su patio trasero. En esta coyuntura, cualquier “análisis de coyuntura” que desconozca el papel de Estados Unidos en un contexto de declive de su hegemonía está interpretando de manera errónea lo que ocurre en la región y en el mundo.
La lectura sobre la situación en Argentina que pierda de vista que la estrategia de Macri está atada a una perspectiva regional y planetaria, adolecerá del mismo defecto de incomprensión. Su alineamiento automático con Estados Unidos, su política de desmantelamiento de lo existente, su alianza con otras expresiones de la derecha continental y mundial, su esfuerzo restaurador del neoliberalismo, del neocolonialismo y del conservadurismo constituyen el núcleo duro de su proyecto político.
Si el análisis prescinde por su parte de los elementos que van a contramarcha, como la consolidación de un bloque de poder geopolítico con su principal bastión en el eje Chino-Ruso carecerá de la adecuada mirada sobre los delicados equilibrios actuales y los riesgos de supervivencia de la especie.
No apreciar en ese contexto las disputas que se libran a nivel local, nacional, regional y planetario constituye otro elemento de miopía política. Esperamos en estos largos párrafos haber podido construir una cierta descripción de la coyuntura, al condensar un relato que se posiciona de manera crítica, dialéctica, y reconoce las complejidades de la actual realidad social. Pero ahora vamos a avanzar con un interrogante sustantivo, a propósito del sentido del análisis de coyuntura. Dado que el análisis de coyuntura se ha planteado en un contexto histórico y en un marco institucional, nos parece importante referir al papel que dicha construcción juega en el fortalecimiento de la cooperativa. Aquí la reflexión se propone avanzar en otro nivel: ¿qué lugar juegan las instancias formativas en una organización solidaria para propiciar una comprensión del mundo rigurosa, rica, estimulante, fértil para la acción transformadora? En las conclusiones, en tanto autor que participó y participa de las iniciativas educativas del Banco Credicoop, propongo un corrimiento del discurso enunciado “objetivamente” y, en el carácter que asumimos en la pedagogía de la cooperativa, retomamos el lugar de la primera persona del plural, y su ligazón con nuestra práctica como responsables de educación.
A modo de conclusión: análisis de coyuntura desde qué lugar, para qué y cómo
En las páginas previas trabajamos en tres planos combinados. En primer lugar, inscribimos la cuestión sobre el análisis de coyuntura en el ámbito concreto de la estructura dirigencial de educación del Banco Cooperativo. La discusión sobre el análisis de coyuntura, la respuesta a la pregunta “¿para qué el análisis de coyuntura?” se formuló desde la primera página. Se trata de proveer herramientas para el ejercicio de la función dirigencial en la cooperativa y, más específicamente, para la labor organizativa y pedagógica en las múltiples tareas que, desde la educación, facilitan procesos de fortalecimiento y formación de las y los integrantes de la entidad solidaria. ¿Qué pensamos que es análisis de coyuntura? No es un ejercicio meramente contemplativo –que no es en sí mismo cuestionable– tendiente a satisfacer una necesidad de conocer, tampoco es un ensayo académico que apunta a acumular citas de autoridad profesoral ni a un desborde de enjundiosos conocimientos disciplinares. Se trata de una conceptualización que, a partir de un ejercicio individual y colectivo de reflexión argumentada, provee elementos para una comprensión rigurosa de la realidad, un análisis de la propia posición y –con esta plataforma– brinda herramientas para la acción eficaz en función de los fines propuestos y los medios para alcanzar tales fines, acordes a los valores y principios de la cooperación.
Un segundo plano fue el metodológico, que se proponía responder a la pregunta sobre el “cómo hacer –entre todos los modos posibles– el más acertado ‘análisis de coyuntura’”. Se asumía que existían muchos modos de pensar, leer y comunicar esta lectura del mundo. Y se proponen a lo largo de las páginas un enfoque y ciertos criterios para componer este análisis de coyuntura. Se hizo hincapié en la necesidad de integrar distintos niveles de la realidad (pues lo nacional no puede escindirse de lo regional y mundial), es decir, de concebir a la realidad social como una totalidad compleja, contradictoria y en desarrollo.
También se procuró fundamentar (y ensayar) la incorporación de una mirada dialéctica que permita comprender el campo de lo social como un campo de disputa, en el cual se despliega en la lucha de tendencias alrededor de múltiples esferas conflictivas en su seno. Tal ejercicio incluye asumir la compleja imbricación de factores estructurales y subjetivos, es decir, la combinación de la práctica transformadora y sus límites (siempre concebidos como fronteras móviles, pues no hay sistema que no cambie ni orden social que no nazca, se desarrolle, perezca y sea reemplazado por otro). Y se incorporó otro plano o dimensión, el temporal o histórico ya que no es posible comprender lo que somos si no tenemos claro de dónde venimos. El militante individual y colectivo lee la realidad –analiza la coyuntura– desde una perspectiva propia que expresa una identidad y un proyecto. Es preciso conocerse, asumir lo que se es para responder a la pregunta sobre lo que se quiere ser, es decir, sobre el futuro. Esa certeza sobre la importancia de la historia incluye una complejidad adicional pues la interpretación del pasado, lejos de configurar un ejercicio objetivo y neutral, es materia de arduas disputas. En tiempos de bicentenario, la lectura que Macri hizo de la Declaración de Independencia resulta bien ilustrativa de esta delicada cuestión.
El tercer plano fue el ejercicio de incorporar contenidos cuya inclusión permita leer la coyuntura actual. Observamos que a tales propósitos fueron recuperadas para este escrito en las primeras páginas muchas de las conclusiones a las que se arribó en los talleres zonales y al trabajo luego desarrollado en cada filial. Allí se hizo una caracterización del proyecto que encarna el gobierno de Cambiemos. En las páginas siguientes, se fue completando esta perspectiva con la integración de nuevos elementos que hacen a los contextos más amplios. También se desplegó una referencia extensa, al tiempo pretérito, de las controversias sobre su interpretación. La incorporación de la historia es de fundamental importancia pues una de las apuestas epistemológicas del neoliberalismo, del conservadurismo y del neocolonialismo es el “suprimir” el pasado para sumir a la población en una suerte de presente perpetuo donde no hay temporalidad. En efecto, si todo es un “ahora permanente”, no hay lugar para el antes y el después: la dimensión temporal entraña la noción inaceptable para el poder de “cambio”. Y el cambio bien puede poner en cuestión a quienes detentan el poder. Y si quienes ejercen el poder de dominación y sus apologistas no pueden obturar la aparición de la memoria, la lucha es por su interpretación. Otro motivo para el secuestro del conocimiento histórico tiene que ver con la liquidación de la memoria. En términos de Rodolfo Walsh:
Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha vuelve a empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.
No hemos tenido tiempo de profundizar en otro elemento ligado a las fuentes para construir la coyuntura, pues hay multiplicidad de materiales de los cuales nutrirse para pensar la realidad social e histórica: libros, diarios, películas, conversaciones. Hay así una inagotable cantidad de recursos disponibles que, al mismo tiempo, requieren de un método de tratamiento. No es una sumatoria o yuxtaposición de datos lo que requiere un análisis de coyuntura, sino un procesamiento para fuentes que –de acuerdo al tipo– requieren determinada metodología de abordaje.
Hemos así contextualizado, explicitado un enfoque y un método y desplegado un análisis de coyuntura hasta aquí. No tienen estos elementos la densidad que ameritan para su comprensión a fondo, pero en todo caso aspiramos a que estas páginas den pistas de lo desafiante de construir una rigurosa y motivadora lectura del mundo para actuar en él con mayores niveles de conocimiento y, probablemente, con mayor eficacia en la acción transformadora.
¿Qué papel le corresponde a los y las responsables de educación cooperativa en la comprensión, recreación y difusión de una lectura del mundo? ¿Cuál es su papel en la organización, y fuera de ella, en relación a este importantísimo tópico? Intentamos argumentar cómo el modo de leer el mundo resulta una guía para la acción. Si se actúa, pues, a partir de lo que se piensa (o, más precisamente, se “sentipiensa”), la batalla por la lectura del mundo se convierte en un momento muy relevante por las ideas que, de algún modo, inciden en las acciones llamadas a transformar la realidad. En tal convicción, la labor pedagógica y organizativa resulta una prioridad, tanto hacia afuera de la organización como dentro de ella. Un primer nivel de trabajo es con quienes educan, al asumir un método (y su ejercicio) para componer un análisis de coyuntura, comunicarlo y trasmitirlo. Hay que hacerlo con quienes rodean al responsable de educación cooperativa, de modo de ir alcanzando una lectura profunda y rigurosa. Hacia el conjunto de la cooperativa –y en el seno del propio movimiento– a partir del construir, de hacer, se trata de ir incorporando elementos para entender qué ocurre, quiénes y desde dónde se actúa, cuáles son las raíces que marcan un origen (señal de identidad), y qué se aspira a construir. Estas mismas Jornadas de Responsables de Educación Cooperativa a la que este artículo se refiere en las primeras páginas, y el proceso en el que se inscriben (recordamos los talleres de coyuntura), constituyen un ejemplo práctico del modo en que se imbrica el pensar, el decir, el hacer, el sentir y el educarse. La cooperativa (y el cooperativismo) tiene con el conjunto de la sociedad y, muy especialmente, los sectores medios con los que se trabaja cotidianamente una tarea cultural y pedagógica importante. La realización de actividades como las charlas con compañeros del Centro Cultural de la Cooperación u otras iniciativas son un alimento para esta dinámica de intervención, formación y transformación. En el campo del propio cooperativismo –donde el Banco Credicoop y el IMFC alcanzaron un reconocimiento significativo– hay mucho que aportar. Aunque existe una unidad forjada por la historia, los valores y los principios hay diferentes opciones desde el cooperativismo que expresan matices –algunos significativos–. Hay corrientes con concepciones que asignan al movimiento social el papel de rueda de auxilio de un orden social cuyos límites son evidentes. Otra expresión del cooperativismo, de fuerte compromiso emancipador –la que refleja el IMFC– se inscribe en el legado de los padres fundadores que abjuraron del capitalismo por su naturaleza cruel y comenzaron a imaginar un mundo forjado bajo los valores de la justicia, la igualdad, la democracia sustantiva y la participación consciente.
El trabajo es hacia los propios sujetos educadores o dirigentes con responsabilidades en materia de educación cooperativa, el que debe desplegarse hacia el interior de la organización y el movimiento, hacia la sociedad en general, requiere, entonces, la formación permanente en una adecuada lectura del mundo. Este ejercicio no es espontáneo ni automático, requiere procesos de formación, de producción de conocimiento, de comunicación en el seno de nuestra organización. El papel de los RECZ resulta por tanto sustantivo e irreemplazable, junto con otras instancias y actores de la entidad cooperativa. Como cooperativistas, pues, que integramos un proyecto colectivo transformador resulta indispensable leer el mundo con el mayor rigor posible y asumir los desafíos de un compromiso desde los valores y principios de la solidaridad y la justicia.
En 2018, se cumplirán cien años de la Primera Caja Mercantil, que constituye la marca en el orillo de un cooperativismo que se propone un gobierno y una gestión democráticos de la entidad cooperativa que debe tanto asegurar la satisfacción eficaz de las necesidades para las cuales fue creada como una intervención multiplicadora en el plano cultural, social y político para contribuir a la creación de un mundo más justo. Ese mismo año son los sesenta del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativas, entidad madre que impulsó con eficacia política, organizacional y pedagógica –en 1958– el gran crecimiento del cooperativismo de crédito con un perfil democrático y libertario.
Si la lectura de la coyuntura resulta un elemento sustantivo para una praxis capaz de transformar verdaderamente el mundo, parte de tal análisis exige repensarse, valorarse, cuestionarse y crecer aprendiendo. El cooperativismo que encarna el Banco Credicoop –como experiencia más significativa de las vinculadas orgánicamente al Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos– es una gigantesca apuesta y un laboratorio extendido para contribuir a una acción colectiva que habilite caminos para refundar el orden. Tiene diferencias con otras actividades humanas que tienen aspiraciones transformadoras pues el cooperativismo parte de una necesidad concreta, y se propone resolverla de modo colectivo a través de la aplicación de métodos de gobierno y gestión que deben combinar democracia y eficiencia. Cuando –como ocurre en el caso del cooperativismo transformador– nos exigimos democracia y eficiencia, pero asumimos que no es suficiente pues el mundo reclama ingentes transformaciones es que la cooperativa, sus miembros y dirigentes logran trascender los importantísimos objetivos específicos para sumarse a los contingentes que sueñan, luchan y construyen otro porvenir de dignidad. Conmueve y es honrado el discurso transformador, pero la principal apuesta se construye desde el hacer, desde el resolver necesidades reales, desde convocar a la construcción concreta y tangible de una democracia protagónica y participativa. Desde este lugar, el cooperativismo del que hablamos lee el mundo, y lo hace para transformarlo al combinar realismo y utopía, con la mirada en las estrellas y los pies pisando muy firme en el suelo que convoca a transformarlo.
Bibliografía
Petriella, Angel. “El Modelo Integral de Gestión: metodología y prácticas”, en: Revista Idelcoop. N° 205. Buenos Aires, 2011, pp. 226- 238. Disponible en: https://www.idelcoop.org.ar/sites/www.idelcoop.org.ar/files/revista/arti..., última fecha de acceso: 25 de agosto de 2017.
Banco Credicoop. “Programa de fortalecimiento institucional: un sexenio de realizaciones. avances y asignaturas pendientes”, en: Revista Idelcoop. N° 190. Buenos Aires, 2009, pp. 26- 42. Disponible en: https://www.idelcoop.org.ar/sites/default/files/revista/articulos/pdf/20..., última fecha de acceso: 25 de agosto de 2017.
[1] Director de Idelcoop. Correo electrónico: pabloadrianimen@gmail.com.
[2] El Banco Credicoop Coop. Ltda. está dividido –a los efectos de su administración– en 22 zonas. En cada una de ellas existe una comisión asesora zonal compuesta por los presidentes de las comisiones de asociados de las filiales que integran esa zona, el gerente zonal, los consejeros administradores zonales y el responsable de educación cooperativa zonal (RECZ). Estos, a su vez, integran un colectivo que se reúne tres veces al año y coordina propuestas de fortalecimiento y formación de los distintos niveles de dirigentes de la cooperativa, y al mismo tiempo coparticipa con la estructura de funcionarios, funcionarias, empleados y empleadas para otras propuestas de trabajo que incluyen a la totalidad de miembros de la entidad (dirigentes, funcionarios y funcionarias, empleados y empleadas, y asociados y asociadas). Cada encuentro de trabajo de dos jornadas desarrolla tareas de formación de los propios RECZ; realiza balances de la actividad realizada entre encuentro y encuentro; ensaya propuestas para su aplicación futura; y planifica acciones a nivel de cada zona para toda la cooperativa.
[3] Petriella (2011).
[4] Los talleres del Departamento de Fortalecimiento Institucional contienen atributos bien interesantes, y se desarrollan a partir de la definición de un tópico de coyuntura o de gestión. Ver Banco Credicoop (2009).
[5] Las filiales del Banco Credicoop cuentan con órganos de gobierno, participación y gestión en el nivel local. En los núcleos de filial participan el gerente, el presidente y vice de la Comisión de Asociados y el secretario de Educación.
[6] A pesar de los miles de cesanteados, a mediados de 2017 el Estado había incrementado su dotación en un 25% respecto de 2015. Es decir que, contra la retórica de un Estado inflado, la política realmente existente engordó aún más las dotaciones de la red de instituciones públicas. Se despidió, pues, a un conjunto significativo de empleados nombrados en gestiones anteriores y se nombró un número superior de nuevos funcionarios, lo cual contradice una vez más la brecha entre los dichos y los actos.
[7] Cuando hablamos de la importancia del “presente” para leer el pasado nos valemos de signos y evidencias que ilustran la idea. Vale consignar en este sentido una comparación relevante: en mayo de 2010, para el bicentenario de la Revolución de Mayo: allí, siete presidentes latinoamericanos fueron rodeados de millones de personas. Muy diferente fue el acto de 2016, en la Casa Histórica de Tucumán con vallas y un único invitado internacional: el rey Juan Carlos Borbón y Borbón de España, que había abdicado de la Corona en 2014. Ambas opciones expresan con claridad interpretaciones muy diferentes del pasado. Y la escucha de los discursos presidenciales en ambos bicentenarios manifiestan también no solo muy diferentes lecturas de los hechos del siglo XIX, sino muy diferentes conceptualizaciones acerca de su vigencia y contenido en el presente y en el futuro.
[8] Con la desaparición de Santiago Maldonado una de las estrategias de los medios fue la estigmatización de la víctima, y de aquellos a quienes Maldonado acompañó en sus reclamos legítimos: las comunidades mapuches. El caso fue útil para promover el racismo, la xenofobia, la descalificación de ocupaciones como las de artesanos y, lo más importante, para habilitar la justificación de una acción de Estado encuadrada en los actos de terrorismo de Estado como la desaparición forzada de personas.
[9] De acuerdo a nuestras concepciones pedagógicas, estamos practicando la idea de “aprender haciendo” y desgranamos –desde una perspectiva no ingenua– elementos que nos permitan desplegar un enfoque, un método y ciertos contenidos para comprender, prerrequisito para el actuar.
[10] No tenemos tiempo de introducirnos en un debate epistemológico que cuestiona la existencia de etapas en la historia o la idea de que “el esclavismo”, “el feudalismo” o “el capitalismo” han sido modelos exclusivos y excluyentes. Sí diremos, contra un sentido común promovido por los apologistas del orden, que el capitalismo no es la última estación del desarrollo humano, sino un momento de la humanidad. Tal vez el último si las clases dominantes exacerban la violencia guerrerista y su sepultura lleve a la desaparición de la especie: eso no podemos saberlo. Lo único que es claro es que no hay ni sistema social eterno ni fin de la historia.
[11] Claro que entonces no era una relación entre países soberanos, sino entre la Corona y sus colonias.
[12] Como resulta claro, el daño al planeta se vuelve un daño contra nosotros como especie.
[13] Nos referimos a la creación de un corpus teórico más o menos consistente. Ello no significa de ningún modo reconocerle ni un estatus riguroso ni éticamente aceptable, más bien se trató de una gigantesca operación propagandística de gran escala con indudables victorias en el campo de la cultura. La traducción del neoliberalismo como política pública ha fracasado en todas sus promesas económicas, a pesar de lo cual alcanzó un sólido resultado en la construcción de un sentido común mercantista, meritocrático y autoritario.
[14] Las fechas remiten al triunfo de Hugo Chávez Frías en una punta, y en la otra a la asunción presidencial de Mauricio Macri, en Argentina.
[15] La creación de ALBA, de UNASUR, de CELAC, la ampliación del Mercosur son indicadores de este proceso. La creciente difusión del ideario nuestroamericano es el lado cultural y subjetivo del mismo fenómeno.