Revista Idelcoop, nº 217, noviembre 2015. ISSN 0327-1919 / Sección Experiencias y Prácticas
Instituto de la Cooperación. Fundación de Educación, Investigación y Asistencia Técnica- IDELCOOP
Devenir cuidadora: una experiencia de formación y transformación con mujeres
Por Paola Escalada[1]
Tanto en la primera experiencia “Cooperativismo: Herramienta de transformación social”, como en la que se desarrolla en este trabajo, se articularon tres líneas de acción a las prácticas de ciudadanía:
- una perteneciente al campo de la Salud: Promoción de Salud;
- otra proveniente de la Economía social: Cooperativismo; y
- una vinculada a la Educación Popular: Comunicación Educativa.
Entendemos la Promoción de Salud como “un conjunto de acciones de educación, experimentación, investigación y acción social, orientadas a la construcción de prácticas horizontales, solidarias, comprometidas y participativas, que requieren del intercambio real de saberes de todos/as los/as participantes”.[2]
Confiamos en el cooperativismo en tanto herramienta de transformación social, que fortalece y se inscribe en lo colectivo, y revaloriza la asociación para el logro de objetivos comunes. Consideramos relevante la posibilidad de que el mismo sea desplegado en contextos de encierro, en la cárcel, y que las destinatarias conozcan, transiten y se agencien de aquel, posibilitando la creación de relaciones más justas, más solidarias e igualitarias en estos contextos de opresión, sujeción, control y vulneración de derechos. Privilegiamos, además, un hacer basado en la Educación Popular –libertaria y transformadora– y particularmente en la comunicación educativa. Esta modalidad impulsa la democratización de los vínculos al servicio de un proceso educativo transformador en el cual las personas vayan comprendiendo críticamente su realidad y adquiriendo instrumentos para transformarla, teniendo como metas el diálogo, la participación activa, la relación de horizontalidad entre sus participantes, la problematización y la presencia de valores comunitarios.
En el acontecer del proyecto “Cooperativismo: Herramienta de transformación social”, una de las cuestiones principales de las que pudimos dar cuenta al conocer la historia ocupacional y laboral de las participantes fue que la mayoría de estas mujeres había trabajado en el sector doméstico y de cuidados de personas adultas mayores, de niñas y niños. La temática del cuidado a otras y otros apareció también en el momento de pensarse y proyectarse en el afuera, en libertad, desde un hacer propio, junto a un interés en tener capacitación formal para esos cuidados.
Luego de escuchar y dar cuenta de esta demanda-necesidad, el desafío estuvo en poder generar un dispositivo de acción que tuviese como propósito la capacitación profesional de estas mujeres, en cuanto a profesionalizar las tareas que ya hacían, y también revalorizar y capitalizar sus saberes previos como propios.
Así se gestó y nació la Formación Profesional en Cuidado y Atención de personas con Capacitación en Herramienta Cooperativa. Se proyectó como una capacitación laboral que operase como espacio intermediario para que, a partir de una trama vincular y del sostén que el otro provee, pudiera generar nuevas significaciones, y el espacio de capacitación fuera un espacio de subjetivación que posibilitase tramar otras formas de ser y de estar en el mundo. La formación profesional se articuló con el Programa de Equidad de Género para el Trabajo Decente del Ministerio de Trabajo, Seguridad Social y Empleo de la Nación.
Creímos necesario y conveniente realizar dos formaciones: una en contexto de encierro y otra en territorio. Elegimos el barrio El Martillo porque allí se han gestado colectivos y movimientos que se han organizado alrededor de la lucha por la vivienda digna y han generado diversas cooperativas de trabajo (construcción, textil, alimentos), como una sólida y solidaria red.
Esta intervención fue pensada como política integrativa, donde la grupalidad que se forma en la calle, en el barrio, operara como anclaje y alojara a las mujeres que hubieran realizado la formación en el encierro, en el momento en que recuperaran la libertad. Realizaríamos, junto con la formación profesional, un acompañamiento en la gestación de una cooperativa de trabajo que contuviera, potenciara y alojara ambas grupalidades.
El tiempo que estimamos para la formación fue de aproximadamente siete meses, la modalidad de cursada estaba dada por dos encuentros semanales de tres horas cada uno. La currícula se organizó en cinco módulos cuyas temáticas fueron: Introducción al servicio de atención y cuidado de personas, Atención y cuidados de niñas/os, Atención y cuidado de personas mayores, Cuidado y atención de personas enfermas y Proyecto ocupacional. Sumamos dos módulos, uno al comienzo cuya finalidad fue trabajar la grupalidad, generando trama grupal, y otro al final, sobre la herramienta cooperativa.
Como objetivos principales se pretendió capacitar a mujeres para el cuidado y atención de personas, profesionalizando y jerarquizando las ocupaciones que ya realizaban, y acompañar un proceso donde pudiesen posicionarse de otro modo vincular-grupal, así como laboral-ocupacional.
Como equipo de trabajo, tratamos de aprovechar la potencia de las múltiples miradas, desde lo subjetivo y desde lo profesional, articulando disciplinas y saberes provenientes de la terapia ocupacional, la psicología, la enfermería, la docencia, el psicodrama, la educación popular, el cooperativismo, el enfoque grupal, etc.
La modalidad que elegimos fue de taller con base en la educación popular y libertaria, enfatizando el desarrollo del pensamiento crítico que posibilite a estas mujeres pensarse como autoras de los productos que realizan, autogestivas en el proceso de aprender y cooperativas en relación a sus pares. Sumamos, además, múltiples recursos como el psicodrama, la expresión corporal, la expresión plástica, los juegos. Confiamos en que esta variedad de recursos expresivos produciría un entramado capaz de generar una experiencia grupal de cuidado.
Desde una mirada de Promoción de la Salud, buscamos apelar al trabajo con el potencial de estas mujeres, en un hacer que devenga en transformador, por ello enfatizamos más en experiencias grupales que en procesos individuales, en consonancia con la filosofía y lógica del movimiento cooperativo.
DEVENIR CUIDADORA EN EL ENCIERRO
“No vamos a desarmar la casa del amo
con las herramientas del amo”
Mujeres creando
La frase de Mujeres Creando (Bolivia)[3] sintetiza el desafío que atraviesa cualquier colectivo y movimiento que tienda a la transformación social. Consideramos que una formación de cuidador/a de personas no puede ser pensada sino partiendo de la reflexión sobre el cuidado de unx mismx, tanto como de lxs otrxs, con el fin de visibilizar, deconstruir y resignificar una ética y una cultura del cuidar. Experiencias, discursos e imaginarios del cuidar se han ido entrelazando en una experiencia subjetiva, grupal e institucional compleja: devenir cuidadora como agenciamiento micropolítico de transformación.
En cuanto a la experiencia en la cárcel, estamos actualmente en la cursada del módulo de cuidado de personas enfermas. Y podemos decir que el tránsito por estas experiencias permitió y permite el encuentro con mujeres que lejos están de cumplir con el imaginario social de la mujer violenta. La gran mayoría de ellas son pobres, no han completado sus estudios primarios, algunas no saben leer ni escribir. No accedieron a la educación formal por haber sido madres a temprana edad y/o por haberse visto obligadas a trabajar para sobrevivir, en fin, por una gama de situaciones que les cerraron las puertas a otras posibilidades y elecciones. Sus experiencias laborales se han caracterizado por durar poco tiempo y alternar con períodos de desocupación. Se desarrollaron en condiciones precarias, en su gran mayoría en el sector doméstico, tanto en limpieza como cuidado; otras han sido meseras en bares, fileteras de pescado en restaurantes, etc. Son mujeres que han atravesado múltiples situaciones de violencia de género, como abandono de sus parejas, cargas de maternidad forzada. La mayoría de ellas son jefas de hogar, lo que las ha llevado muchas veces a dejar a sus hijas e hijos sin protección ni sostén. Pertenecen mayoritariamente al conurbano bonaerense.
Según estadísticas del servicio penitenciario, la gran mayoría de los delitos cometidos por mujeres están relacionados con drogas y delitos económicos. La venta de sustancias en su casa, si tenemos en cuenta el contexto esta modalidad delictiva, pasa a ser también una modalidad de supervivencia que les posibilita hacerse cargo de la crianza de sus hijas e hijos, situación que constituye una de las variables que determinan una distribución desigual de la responsabilidad del cuidado, clave de la desigualdad de género, agudizada y profundizada en estos sectores. Por lo tanto, vale advertir que la gran proporción de las mujeres presas ha atravesado situaciones de vulnerabilidad psicosocial,[4] situación que se profundiza por el deterioro que produce toda institucionalización.
Uno de los desafíos que nos planteamos consistió en generar junto a estas mujeres una alternativa frente a la salida en libertad, una alternativa al afuera hostil y opresor, que lo transforme en sostenedor, mejorando las condiciones para el apuntalamiento de su subjetividad. Analizamos cómo hacer de esta tarea de cuidados un oficio, un empleo, que no vuelva a vulnerarlas, excluirlas, teniendo en cuenta el imaginario social y la estigmatización con la que portan.
En torno a esto, nos preguntamos: ¿cómo sería posible que en estas condiciones estas mujeres pudieran devenir en ciudadanas para luego devenir en cuidadoras? Es un interrogante que tiene de base un sentido político y ético en relación a por qué elegimos crear dispositivos de intervención con estas mujeres en particular. Privilegiamos políticas de cuidado más que de prevención. Creemos que devenir cuidadora o cuidador de personas es un proceso. El delito, el estar presa, no determinan lo que puede o no puede una persona. Damos cuenta de la vida como una cartografía, que es siempre una producción social. Como sabemos, no cualquier mujer esta presa.
También fue una inquietud cómo generar un espacio-taller en la cárcel, en el encierro, que aloje. Y ello no implica negar el contexto en el que se lleva a cabo esta práctica, sino más bien problematizarlo y resignificarlo, para que el encierro, que muchas veces se presenta descarnadamente violento y sin cuidado alguno, no inhabilite los movimientos que tratan de producir cuidado, lazos, encuentros. Se trata de generar un espacio grupal de cuidado, donde se puedan tramitar otras modalidades de vincularse, que aumenten la potencia de obrar, que posibiliten el ser y el estar siendo cuidadas y cuidadoras.
DEVENIR CUIDADORA EN EL MARTILLO
En relación a la formación que se desarrolló en el barrio, comenzaron en un principio 22 personas, de las cuales 20 eran mujeres y 2 hombres. Al finalizar, en el mes de diciembre de 2014, éramos un grupo de 16 mujeres.
Estas mujeres compartían algunas características, como ser jefas de hogar, estar cursando estudios primarios y/o secundarios que se dictan en el Centro Integrador del barrio. Algunas de ellas participaban activamente de las tareas del espacio barrial (en la mesa de gestión, compartían saberes a través de talleres de costura, colaboraban en la organización de actividades relacionadas con temáticas de género, adicciones, festejos del día del niño y de la niña, entre otras), lo que les posibilitaba la inserción en la comunidad desde un hacer que las potenciaba, las hacía visibles y las enriquecía.
En la actualidad, nos seguimos encontrando con una frecuencia quincenal para, por un lado, comenzar con la posible gestación de una cooperativa de trabajo y, por otro, brindarnos un espacio de encuentro donde pensar y analizar las prácticas, cuyo objetivo es generar una mirada crítica y autocrítica sobre el rol de cuidadoras, instancias de autoevaluación y supervisión colectiva.
En este devenir, que no está exento de contradicciones, planteamos un modo de producir que logre contener, hacer cuerpo y máquina en un quehacer no reconocido, que históricamente ha sido precarizado y destinado a las mujeres, debido a la feminización y naturalización de esta tarea de cuidados.
Teniendo en cuenta estas variables, entre otras, seguimos transitando juntas este camino colectivo (que quizá mañana sea una cooperativa), que posibilita compartir y tramitar con otras compañeras-asociadas-trabajadoras las cargas laborales, los sentimientos encontrados, las frustraciones, las dudas y las afectaciones de la tarea.
Así comienza a mostrarse, a pensarse y a crearse este colectivo de trabajo en cuidados y atención de personas que se ha dado el nombre de La Colibrí: “Somos un colectivo de mujeres emprendedoras, destinado al cuidado y atención de personas. Las poblaciones con las cuales estamos capacitadas para trabajar son: niñas y niños, personas adultas mayores, personas enfermas y personas con discapacidad. Apostamos a la construcción conjunta, con otras y otros, ya que creemos en lo colectivo, posibilitador de valores cooperativos, solidarios, democráticos, equitativos y justos. Confiamos en que la unión hace la fuerza, aprendiendo todo el tiempo de las diferencias entre las singularidades que somos, como también valoramos y apostamos el trabajo en equipo y desde la autogestión. Nos interesa seguir aprendiendo y capacitándonos de manera permanente; revisamos y supervisamos casos junto a profesionales de la salud”.
Confiamos en que estos modos cooperativos del trabajar con otras posibilitan un apuntalamiento subjetivo necesario, como también promueven otros modos de trabajar, de producir, de vivir. Este es el camino recorrido y trazado hasta hoy. Como trabajadoras y militantes de los derechos humanos, tenemos muchas preguntas que guían y atraviesan nuestro hacer. En eso estamos y transitamos las prácticas profesionales tratando de no perder la ternura en el camino; como nos dice el Che, “endurecerse sin perder la ternura jamás”.
BIBLIOGRAFÍA
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Di Nella, Yago y Juan Carlos Domínguez Lostalo. ¿Es necesario encerrar? El derecho a vivir en comunidad. Buenos Aires: Cuadernos de Caleuche, 1996.
Escalada, Paola. “Instituyendo espacios de libertad”, Revista IDELCOOP, Nº 210, Buenos Aires, 2013.
Foucault, Michel. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI, 2ª edición, 2008.
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Lanía, María. “Manada Technicolor”, Revista Transversal: Política, deseo. Subjetividad, N° 2, 2013, pp. 33-41.
Lewkowicz, Ignacio. Pensar sin estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires: Paidós, 2004.
Malvárez, S. “El reto de cuidar en un mundo globalizado”, Texto & Contexto Enfermagem, vol. 16, N° 3, julio-septiembre, 2007, pp. 520-530.
NOTAS
[1] Lic. en Terapia Ocupacional. Psicodramatista. Correo electrónico: pao_escalada@hotmail.com.
[2] Albornoz y Escalada (2010), 36.
[3] Mujeres Creando es un movimiento feminista anarquista boliviano, que actúa desde la creatividad como un espacio de lucha. Se oponen al sistema patriarcal. Fundado en 1992.
[4] Grado de fragilidad psíquica que la persona tiene por haber sido desatendida en sus necesidades psicosociales básicas, tales como: seguridad afectiva, económica, protección, educación, tiempo de dedicación; como así también, de comida, agua potable, trabajo y salud, lo que la coloca frente a las instancias punitivo-represivas del control social formal e informal. (Yago Di Nella y Juan Carlos Domínguez Lostalo).