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RESEÑAS
Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) de Mercedes D’Alessandro
Número 221 / Año 2017 / Por Mattos, Ernesto
Editorial Sudamericana, 2016.
Revista Idelcoop, nº 221, marzo 2017. ISSN 0327-1919 / Sección Reseñas
Instituto de la Cooperación. Fundación de Educación, Investigación y Asistencia Técnica- IDELCOOP
 

Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour)

Mercedes D’Alessandro. Editorial Sudamericana, 2016

Ernesto Mattos[1]

 

Reseñar un libro no es una tarea sencilla, pero trataré de orientarme con los principales puntos que esta propuesta, la economía feminista, trata de aportar al debate de la economía política, al repensar y proponer enfoques necesarios para estos tiempos. Entre 2008 y 2016, tuvimos una presidente mujer, la primera en la historia elegida por el voto popular, y la primera reelecta. Si somos francos, fueron tres períodos de una pareja política, como en su momento se recuerda el pasar de Juan Domingo Perón y Eva Perón por la marca y persistencia que dejaron en la memoria del pueblo argentino.

Pero volvamos y comencemos con el libro, y aclaremos que no soy un experto en el tema al cual hace referencia la autora, aunque si un entusiasta del pensamiento económico. La introducción del libro deja en claro que la igualdad es un problema económico, en un sistema capitalista caracterizado por la pobreza y la riqueza donde la sociedad basa sus intercambios en la forma mercantil.[2] En esta sociedad, los intercambios son desiguales pero la desigualdad de género no aparece como problema, de lo cual surge una pregunta –que se hace la autora–: “¿Somos realmente iguales?”.

La pregunta invita a la reflexión de discusiones no saldadas como “la propiedad privada”, corazón central del sistema capitalista. Hasta el mismo Rousseau comentaba que “el primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir ‘esto es mío’ y encontró personas lo bastante simples para creerles, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Pareciera que asumimos con naturalidad la desigualdad y a los propietarios, porque la propiedad termina siendo en este sistema apropiación del otro. Otro aporte, nos parece, lo hace Thomas Sankara cuando dice que “Engels tuvo en cuenta la evolución de las técnicas, pero también la esclavización histórica de la mujer, que nació con la propiedad privada, con el paso de un modo de producción a otro, de una organización social a otra”. Este es el desafío que nos propone el libro, visibilizar la situación de desigualdad como lo expresa la autora: “Durante siglos se asumió que las mujeres eran inferiores a los hombres en sus aptitudes físicas, creativas o intelectuales, seres frágiles, el sexo débil”. Esto nos deriva a las preguntas: ¿esto fue así?, ¿se asume esta situación con naturalidad? Las respuestas están a continuación.

Sin embargo, si seguimos con la introducción, la autora cita la importancia que tuvo el libro de Thomas Piketty: “Además de ricos y pobres tenemos también una diferencia abismal entre hombres ricos y mujeres ricas, o entre hombres pobres y mujeres pobres”, lo que sería como el lado B de un tema que Piketty no terminó de desarrollar. Esto agrega un aspecto a la economía política para abordar el mismo objeto de estudio: la sociedad capitalista, de la cual emanan las relaciones sociales de producción. Además de la desigualdad de género, las relaciones de género –que son construcciones sociales– son un elemento explicativo con demasiada relevancia como para dejarlas al margen. Por ende, tenemos la desigualdad económica de género y su construcción social. Una de esas construcciones sociales es la frase que plantea, como naturalizada, el apartado de “Mi mamá no trabaja, es ama de casa” y acá surge otro tercer tema: el trabajo no reconocido, no remunerado en la familia. Tanto la desigualdad económica de género como su construcción social y el trabajo no remunerado serán el triángulo que propone la autora en esta sociedad donde el intercambio mercantil naturalizó la desigualdad económica de género y la profundizó hasta casi invisibilizarla.

Los datos son un hilo que permiten sostener y plantear el debate para desarrollar las ideas, pero el abuso sistemático también deja interrogantes. Uno de ellos, en esta introducción, dice que “en la Argentina, 9 de cada 10 mujeres hacen estas labores domésticas (trabajen fuera del hogar o no) mientras que 4 de cada 10 varones no hace absolutamente nada en la casa (aunque estén desempleados)”. Entonces, 6 de cada 10 varones hace algo en la casa. El 60% parece un número alentador, al menos el hombre colabora en alguna tarea.

Aunque por momentos el libro retoma la necesidad de comprender estas características de la desigualdad, nos aporta otros interrogantes que tal vez ya fueron abordados pero que merecen mayor discusión, no solo en los ámbitos académicos sino sindicales o políticos. Es por ello que la autora expresa que “el desplazamiento desde el reino del hogar hacia el mundo mercantil está transformando todo a su paso”, al borrar las líneas aristotélicas de lo público y doméstico. La problemática de desigualdad de género en su fase económica también choca con otro detalle que es que, según la autora, “el ser mujer tampoco nos hace tomar conciencia automática de nuestro rol en la sociedad, mucho menos podemos decir que el kit de ser mujer viene un chip feminista”. Para el cierre de esta introducción, que en muchos casos orienta al lector, los temas a tratar son la desigualdad económica de género como cuestión salarial, la construcción social imperante como el rol de la mujer y la maternidad, entre otros temas, y el capitalismo en sí mismo alrededor del concepto de trabajo o trabajo no remunerado, que en última instancia es el creador de valor.

En lo que sigue de esta reseña, resaltaremos capítulos que pueden ayudarnos a comprender el tema propuesto. Esto no quiere decir que vayamos a comprender qué es la economía feminista porque sería pedirle a un libro lo que son discusiones académicas y políticas de distintas vertientes ideológicas, las cuales se dejan expresar sutilmente en el libro, como la posición que tiene la autora ante el gobierno kirchnerista y ante determinados funcionarios.

En el capítulo “Las mujeres ganan menos que los varones en todo el planeta (y tu mamá también)”, se aportan datos como “en los últimos 50 años, a nivel mundial las mujeres ganan en promedio 25% menos que los varones”. Tomando como referencia al sistema económico estadounidense, plantea que la educación en “el caso de Estados Unidos ha dejado de ser un componente importante a la hora de explicar la brecha de género”. Para Latinoamérica, la autora confirma el predominio de la mujer blanca urbana que gana más que las mujeres de zonas rurales, o que las indígenas e inmigrantes. O sea, sin decirlo, subterráneamente, hay una explotación y una desigualdad salarial entre mujeres, más allá de la que existe entre varones y mujeres, lo cual nos lleva a formas sociales diferentes entre los países centrales y periféricos.

Al seguir con el tema educacional, “esta mayor diferencia en la educación de las mujeres surgió en los noventa y ha aumentado desde entonces. En 2012, para los trabajadores de entre 25 y 34 años, los salarios por hora de las mujeres llegaban al 93% del salario de los varones. A pesar de cerrar la brecha salarial”. La autora, confirma que la mayor educación permitió acortar la brecha. Otro dato a tener en cuenta es que “las mujeres sin secundaria completa cerraron más su brecha salarial en los últimos años que las que hicieron doctorados y posdoctorados”.

Estas diferencias cambiarán según estemos en Estados Unidos o en algún país periférico. Pero pareciera que, luego de estas descripciones y datos de la actualidad que describen cómo es la situación de la mujer, hubiera algo que lo impidiera, y eso que lo impide lo denomina:

 

Las paredes de cristal que son los mecanismos invisibles que impiden que hayan movimientos horizontales de trabajadoras hacia ocupaciones que están asociadas con lo masculino: ser albañil, relator de fútbol o gobernador aparecen como cosas de hombres (y la estadística lo reflejan).

 

Sin embargo, como todas las paredes tienen grietas, en este último tiempo son sobrados los ejemplos de mujeres electricistas, albañiles, gobernadoras o intendentas, no son una mayoría, pero son actores sociales resultantes del periodo anterior y de una tradición de lucha de las mujeres ante la desigualdad económica. Ejemplos históricos existen: Manuela Sanz, Bartolina Sisa, Elisa Lynch, Juana Azurduy, etcétera.

Al continuar con los capítulos, los ejemplos de las celebridades del fútbol o del cine parecieran ser un aporte a la economía feminista desde el punto de vista sociológico, representado en el rol histórico de la mujer. De esta manera, queda claro que, en el capítulo “Las chicas solo quieren ganar igual”, el punto a discutir es el capitalismo en sí mismo, pero a veces no se entiende si estamos en Estados Unidos, Argentina o el mundo, mas esto no complica demasiado la intención del libro.

En el apartado “Mujeres al borde del tiempo: reloj económico”, plantea que en la Argentinala participación de las mujeres en el mercado de trabajo creció muchísimo desde mitad del siglo pasado hasta hoy”, pero “al mismo tiempo, los hombres de hoy son mucho más comprometidos en las tareas del hogar; cocinan, cambian pañales, limpian y hacen cosas que en generaciones anteriores incluso eran impensables como poner o sacar la mesa”. Es interesante la introducción de la variable “distribución de las labores del hogar” en los países nórdicos (Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia y Finlandia) y cómo está relacionada con la variable “distribución del ingreso”, en la que el Estado tiene un rol central. Como aporte a esta idea, tenemos los siguientes gráficos.

 

En ambos datos, en la distribución de las labores del hogar y en la distribución del ingreso, podría existir una causalidad: un Estado que distribuye mejor los ingresos puede mejorar o, tal vez, influir positivamente en la distribución de labores del hogar. ¿Habría que cuestionar entonces al Estado? ¿El Estado o el Gobierno deberían profundizar estas políticas de igualdad laboral? Esto, quizá, podría contribuir a derribar los cristales del trabajo no remunerado que se disfraza de amor. Parecería ser ese el horizonte de una sociedad con mayor igualdad o al menos una forma de ir disminuyendo la desigualdad en distintos ámbitos públicos y privados.

Dentro de la esfera del trabajo no remunerado, se puede incluir la precarización laboral de las mujeres como lo plantea la autora: “Las estadísticas nos muestran que, en la Argentina, 5 de cada 10 mujeres con hijos tiene un trabajo precarizado en donde no cuentan con derechos básicos como licencia de maternidad, días de enfermedad o estudios, vacaciones, aguinaldo, aportes a la seguridad social”. El trabajo no remunerado y la precarización laboral hacen a la condición social de la mujer que en el caso de Estados Unidos es un debate, aunque en otros países la licencia por maternidad existe y la discusión pasa por su extensión en tiempo para la pareja, como comenta la autora.

 

En los Estados Unidos, los datos hasta el 2013 muestran que entre 1966 y 1976 hay una aceleración en las familias pobres donde la mujer es cabeza de familia. Podríamos decir que en los últimos cuarenta años se mantuvo alrededor del 50%, promedio. Los datos actualizados[3] evidencian que en 2015 se alcanzó el 51%, la tendencia no ha cambiado demasiado.

Al introducir el tema de la maternidad también se pone sobre la mesa si “la maternidad es el destino inexorable de las mujeres”. Lo cual nos lleva a otro tema: el aborto. El libro explica que “según un informe del Ministerio de Salud de la Nación, en 2009 en la Argentina se realizaron 460.000 abortos clandestinos que representaron el 40% de los embarazos totales; el aborto es la primera causa de muerte materna”.

Surgen preguntas mediatas. ¿Estimular el crecimiento de familias por las vías del embarazo o de la adopción? ¿Para qué? ¿Es preciso tener un control de natalidad? ¿Con qué objetivo? Son temas de larga discusión y sería reduccionista agotarlo en estas simples preguntas, para ello existen libros como Historia y género, para así tener un mayor entendimiento.

El libro, a la mitad, continúa con una serie de ejemplos para respaldar sus ideas, y plantea la necesidad de “otro modelo de varón”. Profundiza el tema de la pobreza de sexista, como muestran los datos de las mujeres en Estados Unidos. Por ende, esta situación que padece la mujer en los países centrales y periféricos está oculta, y es una relación que existe entre el capitalismo y la explotación de la mujer, entre el obrero y la mujer o entre las mujeres según su condición social. El disparador de reflexiones no se ha agotado, y es la punta pie de otros.

La autora afirma que “quizás uno de los grandes aportes de la economía feminista fue sacar a la luz el tiempo de trabajo oculto tras el telón en el escenario del mercado”. Enmarcar ese trabajo oculto en una mejor distribución de las labores del hogar, sería un camino para disminuir las desigualdades, pero como en el caso de los países nórdicos habría que re-debatir el rol Estado en la distribución del ingreso. Si tomamos las reflexiones de la autora y analizamos la Argentina, durante el período 2003-2015, la mejor distribución del ingreso pudo haber influenciado en un varón más compañero en las labores del hogar, como lo describió anteriormente en ese 60% de varones que realizan alguna labor hogareña. Oportunamente, queda claro que el lado “oscuro del capitalismo” continúa, “en ese sentido, la economía feminista necesita todavía reescribirse en la historia del pensamiento económico para dale vida a su propia revolución conceptual”, esboza la autora y deja en claro que:

 

Estudiar la pobreza o la desigualdad desde la perspectiva de género implica entender que las relaciones de género sostienen y reproducen la actividad económica y contribuyen a generar pobreza y desigualdad. Por eso cuando hablamos de cerrar la brecha salarial no podemos quedarnos en la superficie, en pensar que se trata simplemente de tener salarios parecidos o de unirnos en la igualdad de la superexplotación y la pobreza para todos.

 

Esta revolución conceptual se hace necesaria y queda como tarea pendiente para los intelectuales o interesados en la temática que se inscriben en este pensamiento sobre la economía feminista, pero eso supone una mayor difusión y profundización del debate.

En este punto hemos recorrido por lo menos el 75% de las ideas que nos parecieron que pueden ayudar a comprender esta temática. El otro 25% del libro analiza la imposibilidad que existe en la mujer por tenerlo todo, pero pensamos que esto debería ser planteado como una pregunta. Un ejemplo recurrente de la autora son las celebridades estadounidenses. Toma el ejemplo de Miranda (El diablo viste a la moda). En esta película, una mujer que lo tiene todo se la muestra como fría y calculadora. O en el caso argentino, como fue caracterizada la presidenta, en su último período 2008-2015, por distintos medios. Este podría ser otro ejemplo de la violencia de género, al tener en cuenta la preocupación del incremento de femicidios.

En el apartado “FeMinistros y perspectivas de género y Miss Universo”, la autora plantea que “el uniforme de los muchachos es simple: traje, camisa y corbata. Quienes se quieren hacer los rebeldes se sacan la corbata y están listos para jugar al Che Guevara”. El libro se da estos permisos.

Otros ejemplos recurrentes son las citas de Alfonsina Storni; pero dado el tiempo histórico –de Alfonsina– se podrían ampliar los ejemplos de mujeres en la historia argentina que han contribuido en la conquista de derechos sociales, políticos, económicos y culturales. La obra realizada por Eva Perón –perdura en la memoria de los humildes y de los que todavía no la comprendieron– que organizó a las mujeres, y no solo describió su situación social, sino que las llevó al plano de la igualdad que puede permitir los tiempos de los años 40 y 50. Cuenta Libertad Demitrópulos en su libro Eva Perón que “ella siempre procuró que las mujeres obtuvieran su porcentaje en el espacio político; esto le costaba disgustos y amarguras. No cabe duda que  al conducir a las mujeres a usar las urnas, elegir y ser elegidas, formar un partido femenino, elevar sus conciencias sociales y políticas, Eva Perón estaba asumiendo la responsabilidad de la hora y sintetizando el clamor popular”. En la elección del 11 de noviembre de 1951, “votaron 3.816.654 mujeres de las cuales 2.441.558 (o sea el 63,9%) eran peronistas. Fueron elegidas 23 diputadas nacionales y tres delegadas nacionales a la Cámara de Diputados; 6 senadoras nacionales”. Queda claro que sin la toma de conciencia social que requiere el momento histórico que vivan las mujeres, en su época fue Eva Perón. En estos tiempos sobran ejemplos regionales, las mujeres han mostrado la suficiente capacidad de transformación de la realidad social al buscar disminuir esa desigualdad oculta del capitalismo. Por eso, ser mujer no viene con el chip feminista ni tampoco garantiza una teoría de la praxis, resalta con necesidad la autora.

La “Mujer y la ciencia” es un capítulo que retoma aquella otra explotación entre mujeres que dejó planteada en los primeros capitulos. Esto va de la mano del título “Tan sexy que distraigo. Los roles de género den la familia científica”, lo que confirma que mayor instrucción no es menor machismo. Al llegar a la parte final del libro, argumenta la necesidad de introducir la perspectiva de género en la economía, la pregunta sigue siendo “¿cómo?”. Es parte de esa revolución conceptual que deban construir. Un detalle, pero no menor, es la afirmación “los chicos eligen mayoritariamente Keynes y algunos Marx, las chicas tenemos a Joan Robinson”. Faltaría agregar al estructuralismo y a la teoría de la dependencia, o por qué no a los regulacionistas.

Un tema, que tal vez para algunos es moneda corriente, para otros no, es “la inclusión de las variables LGTB en los modelos económicos”. Tendrá que ver con la afirmación de Ernesto Laclau: “El futuro de las ciencias sociales es el psicoanálisis”, dicha en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA por el año 2006. En dicho punto, tal vez queda corta la propuesta para una acabada comprensión, así como el poscapitalismo, el posfeminismo y la posrevolución de los hipsters y la necesidad de dar un carácter revolucionario al feminismo. Sin embargo, la autora afirma:

 

La economía feminista es revolucionaria o no es, porque no se puede conseguir igualdad en un mundo de opresión, porque no hay igualdad en un mundo de pobreza, porque no hay igualdad en un mundo de explotación.

 

Para finalizar esta reseña, quedan pendientes cuáles serán esos conceptos que aportaría la economía feminista. Por ejemplo, tomar el concepto de escasez, como lo plantea Piketty, es parte de la teoría neoclásica y la autora aborda la problemática de la distribución. Otro punto son las paredes de cristal, creemos que debería ahondar más sobre el tema porque queda como el helicóptero de Freidman tirando dinero, el maná del cielo, y ahí es donde debería entrar otra disciplina como la antropología económica.

Para finalizar y al retomar los discursos[4] de Thomas Sankara,[5] él tenía presente la problemática de la mujer por ello en Lucha de clases y la cuestión de la mujer planteó que:

 

Con la propiedad privada, la humanidad instaura la esclavitud. El hombre amo de sus esclavos y de la tierra pasa a ser propietario también de la mujer. Esta es la gran derrota histórica del sexo femenino. Se explica por los cambios profundos creados por la división del trabajo, debido a los nuevos modos de producción y a una revolución en los medios de producción.

 

Entonces, el derecho paterno sustituye al derecho materno; la transmisión de la propiedad se hace de padres a hijos, y no ya de la mujer a su clan. Es la aparición de la familia patriarcal, basada en la propiedad personal y única del padre, convertido en cabeza de familia. En esta familia la mujer está oprimida. El hombre, amo y señor, da rienda suelta a sus caprichos sexuales, se aparea con las esclavas o las hetairas. Las mujeres son su botín y sus conquistas de mercado. Se aprovecha de su fuerza de trabajo y disfruta de la diversidad del placer que le deparan.

 

La mujer, por su parte, cuando los amos hacen que la reciprocidad sea posible, se venga con la infidelidad. Es así como el matrimonio conduce de forma natural al adulterio. Es la única defensa de la mujer contra su esclavitud doméstica. La opresión social es la expresión de la opresión económica.

 

El lado oscuro del capitalismo sigue siendo la propiedad privada. Así, construir otra sociedad deberá tener en cuenta lo histórico y específico para otro pacto social. En ese sentido, el libro contribuye a continuar los debates a la luz de la actualidad que los invisibiliza o no los tiene en cuenta.

 


[1]Licenciado en Economía (UBA). Investigador-Asistente del Depto de Economía Política y Sistema Mundial. Docente de Economía e Historia Económica y Social General. Investigador UBA y Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Columnista de Infobae, HispanTv y Radio Universidad Nacional de La Plata. Correo Electrónico: ernestomattos@hotmail.com.

[2] Otra forma es la del “don” o “dones”, para ello ver M. Mauss. Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas. Buenos Aires: Katz, 2009.

[4] 8 de marzo de 1987.

[5] Oriundo de Alto Volta (nombre de la colonia francesa). Liberó a su país y lo llamó Burkina Faso –que significa “hombres de integridad”–.