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RESEÑAS
Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) de Mercedes D’Alessandro
Número 221 / Año 2017 / Por Aguilar, Paula Lucía
Editorial Sudamericana, 2016
Revista Idelcoop, nº 221, marzo 2017. ISSN 0327-1919 / Sección Reseñas
Instituto de la Cooperación. Fundación de Educación, Investigación y Asistencia Técnica- IDELCOOP

 

Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) de Mercedes D’Alessandro

Editorial Sudamericana, 2016.

 Paula Lucía Aguilar[1]

 

Ya desde su cubierta, diseñada con la forma de una coqueta carterita de cuero roja y cierre dorado, el libro busca –y consigue– llamar la atención de sus potenciales lectores y lectoras. Lejos de ser una aclaración meramente estética los paréntesis de su título encierran un guiño de complicidad con quienes algo conozcan de la historia de las luchas feministas. Durante más de un siglo, una de las formas más frecuentes de desestimar sus postulados ha sido cuestionar, por su apariencia, a quienes luchaban por la sociedad igualitaria que el libro reivindica en su título. Así, la autora elije un lugar de enunciación paradójico, que no reniega de una estética glamorosa para decir lo suyo. Más aún, politiza y se ríe un poco de esa mirada que juzga como deberíamos vernos a la hora de plantear nuestras posiciones dentro y fuera del diverso mapa de los feminismos. Con el aporte de datos claros y precisos, el texto analiza las distintas dimensiones de la desigualdad de género y sus múltiples causas políticas, sociales y culturales, al tiempo que evalúa sus efectos para la vida económica de la sociedad. El libro describe una serie de problemáticas que afectan diferencialmente la vida de varones y mujeres, con el objetivo de hacerlas visibles y luchar por su transformación.

Esta publicación es parte de la labor colectiva iniciada por la autora y un grupo de economistas feministas a través de distintos medios de comunicación digitales. Sus intervenciones públicas se centran en el análisis de las desigualdades de género desde la economía, desde una perspectiva crítica, que cuestiona tanto los presupuestos teóricos de la disciplina como a quienes la ejercen. La economía se propone aquí como una herramienta heurística que echa luz sobre las desigualdades de género en el acceso al mercado de trabajo, las brechas salariales, la realización del trabajo no remunerado, las tensiones derivadas de la desigualdad a la hora de distribuir las tareas de cuidado, la incidencia diferencial de la pobreza en mujeres y varones, las dificultades a las que se enfrentan las mujeres a la hora de acceder a cargos jerárquicos y posiciones de poder o su rol en el mercado de bienes de consumo.

Asimismo, presenta un esbozo de análisis sobre la necesidad de contar con datos sobre la población LGTB a la hora de producir estadísticas sociales y diseñar políticas públicas específicas. En este marco, las relaciones de género constituyen un elemento explicativo clave para comprender la desigualdad social y construir sociedades más igualitarias.

El tono del libro es ágil y personal. Su autora logra con creces los objetivos de divulgación sobre los problemas abordados con perspectiva feminista. Lo hace a través de múltiples referencias a hechos recientes de conocimiento público y elementos de la cultura popular contemporánea global. De este modo, las reflexiones suscitadas a partir de su vida cotidiana en Estados Unidos, donde reside, se entrelazan en el análisis con datos sobre cómo las desigualdades de género se expresan también en Argentina. Sin embargo, algunas de las referencias utilizadas a modo de ejemplo o estímulo para la reflexión son poco conocidas en nuestro país. Considero que el libro ganaría en riqueza si pudiera contemplar un repertorio de ejemplos más próximos a sus destinatarios. Asimismo, seria esperable que un libro de estas características incorpore explícitamente la producción local sobre algunas de las temáticas allí tratadas, como los estudios disponibles sobre feminización de la pobreza, las investigaciones sobre género y jerarquías en el mercado laboral, o los debates sobre los roles de género en la economía informal propuestos desde la experiencia de los feminismos populares, solo por nombrar algunos.

Con todo, el texto logra interpelar a un público general de sectores medios, relativamente informado y con inquietudes acerca de la desigualdad social y económica. Este rasgo constituye una virtud en el sentido de la expansión de las fronteras de la llamada economía feminista, o de las discusiones planteadas por la lucha feminista a la disciplina económica a sectores no familiarizados con estos debates.

¿Por qué es necesaria una mirada feminista de la economía? Básicamente, porque la sociedad se transformó y la vida cotidiana contempla procesos y dimensiones que la economía clásica no considera como parte de la producción y distribución de la riqueza. Es preciso, entonces, no solo incorporar nuevas temáticas al análisis económico, sino también transformar los conceptos que se utilizan para abordar los procesos económicos. Es posible pensar a la economía feminista como un corpus teórico y político en construcción que abreva a múltiples fuentes para enriquecer su mirada analítica y explicativa.

El texto se organiza en capítulos que van desmenuzando problemáticas nodales dentro del campo de debates de la economía feminista. Su primer capítulo aborda la llamada “brecha salarial” entre varones y mujeres. Particularmente, los factores que hacen que las mujeres ganemos menos que los varones por el mismo trabajo, diferencia que se verifica a nivel mundial. Allí se subraya que las diferencias de salario en trabajadores y trabajadoras con igual educación, experiencia y horas trabajadas siempre perjudican a las mujeres. Dentro del grupo de trabajadoras, esta situación se agrava entre las mujeres indígenas, campesinas o negras, quienes ganan menos que las trabajadoras blancas. Más aun, así como los salarios de las mujeres son más bajos, también se produce una baja de salarios relativos en los varones, por lo que la provisión del hogar basada en un solo proveedor ya no es suficiente. Esto genera, entre otros procesos, la necesidad de las mujeres de obtener empleo fuera de casa con mayor frecuencia. Asimismo, en los trabajos informales, las brechas salariales entre varones y mujeres son aún mayores.

La autora destaca que el crecimiento en los niveles de educación alcanzados en las últimas décadas por las mujeres ha provocado una cierta disminución en la desigualdad salarial. Para el caso de Argentina, el 57% de las estudiantes son mujeres y lo es también el 60% de quienes se gradúan, lo que muestra el importante crecimiento en la educación. En este caso, la distancia salarial entre quienes tienen estudios terciarios o universitarios es del 24%, mientras que la brecha entre varones y mujeres sin instrucción crece al 41%. Lo cierto es que aún se considera socialmente ciertos roles y tareas como apropiados para unos y otras, lo que impide la movilidad entre ciertas tareas. Esta diferencia se entiende como “pared de cristal”, es decir, aquella frontera simbólica trazada entre las ocupaciones que no permiten su cumplimiento indistinto por varones o mujeres. La autora se pregunta: ¿por qué todavía existen?, ¿por qué es tan complicado transformar esta situación?

En este sentido, las causas que señala son múltiples: desde los prejuicios de empleadores y consumidores sobre las habilidades y capacidades de las mujeres para ejercer ciertas tareas hasta la naturalización de aquellas consideradas como una suerte de extensión de la función maternal como los casos típicos de la enfermería y la docencia, profesiones altamente feminizadas. Además, tal como se plantea en el libro, la formación de una familia sin la estructura necesaria para distribuir las tareas de cuidado se presenta ante las trabajadoras como un obstáculo para el desarrollo de la vida profesional, política, académica laboral, artística o deportiva en las mismas condiciones que los varones. Esto es así porque el mundo laboral está organizado y preparado en términos masculinos. Existen factores que van excluyendo a las mujeres con hijos de ciertos ámbitos de desempeño laboral en tiempo de crianza, como las reuniones nocturnas o los viajes que no contemplan los horarios escolares. La autora también recupera investigaciones que plantean ciertas dificultades a la hora de negociar las condiciones laborales por parte de las mujeres, y encuentra dificultades de autovaloración y confianza a la hora de plantear sus demandas.

De este análisis de las brechas salariales, se desprende la necesidad de lograr políticas públicas orientadas específicamente a cerrarlas. Para ello, la autora propone “estimular el pago igualitario, combatir los estereotipos y roles tradicionales, incentivar a las mujeres en sus aspiraciones, contribuir con sistemas de cuidado que permitan una mejor asignación del trabajo doméstico”.[2] Asimismo, destaca la necesidad de que el tema sea contemplado en las negociaciones colectivas de salarios y condiciones de empleo a través de sindicatos y asociaciones de trabajadores.

Más adelante, el libro se centra en un elemento clave de las luchas feministas y fundante de la posibilidad de pensar la economía de otro modo: el análisis del trabajo doméstico no remunerado y la desigual distribución del tiempo que varones y mujeres destinan a las labores domésticas tales como limpiar, cocinar, hacer compras, ocuparse de niños y ancianos, entre otras. Este tiempo fundamental para la reproducción de la fuerza de trabajo y el sostenimiento de la vida humana permanece, según la autora, en una suerte de “limbo” de la teórica económica ya que, salvo excepciones, esta no otorga valor económico a esas tareas ni se las incluye en el cálculo del PBI. Una de las mayores fuentes de desigualdad entre varones y mujeres estriba justamente en este dispar reparto de las tareas domésticas y las consecuencias que esto tiene para sus vidas cotidianas, es decir, para la distribución de su tiempo productivo y de ocio.

El libro ubica los antecedentes de esta discusión en los cuestionamientos que a fines de los 60 y principios de los 70 el movimiento feminista de Estados Unidos, con ecos en todo el mundo, lanzó sobre la organización de la domesticidad imperante y el rol de la mujer “ama de casa” en ella. Un momento clave en esa lucha fue el reclamo por el salario del ama de casa. Si bien más tarde sus impulsoras reconocieron que esta propuesta reinscribía el trabajo de las mujeres dentro de la explotación capitalista, y que la salida del hogar no suponía una liberación, su demanda permitió visibilizar con fuerza tanto en Europa como en Estados Unidos la importancia del trabajo doméstico no remunerado para la reproducción de la vida y del capital. Tal como plantea la autora, al citar a Silvia Federici, aquello que se presentaba como amor y abnegación “natural” por parte de las mujeres es trabajo, y no remunerado.

Esta dedicación cuasi total al trabajo doméstico cuestionada por el feminismo de los años 70 se modificó en las últimas décadas con el aumento de la participación económica de las mujeres en el mercado laboral. Sin embargo, los conflictos surgidos respecto de las responsabilidades de cuidado siguen siendo resueltos de modo privado y estratificado. Así, las mujeres de clase media y alta cuentan con la posibilidad de contratar personal doméstico multiplicando la explotación de amplios sectores de trabajadoras de menores recursos. Hecho que además conlleva complejos procesos de discriminación. Revalorizar la tarea llevada a cabo por las trabajadoras de casas particulares implica no solo su registración en la seguridad social y el aumento de los sueldos percibidos, sino también el reconocimiento de las tareas desempeñadas como indispensables para la vida social y la base sobre la que descansa la actividad económica cotidiana.

A continuación, estos argumentos son profundizados al analizar el rol de la maternidad en las posibilidades laborales de las mujeres. Existe una gran heterogeneidad de situaciones personales y de esquemas de resolución del cuidado de los niños posibles. Sin embargo, queda claro que la maternidad es un importante factor explicativo de la desigualdad en detrimento de las mujeres en el mercado de trabajo, tanto en el caso del ámbito público como el privado. Si bien en términos históricos la caída de las tasas de fecundidad fue uno de los factores que permitió la participación en el mercado de trabajo asalariado, la división sexual del trabajo permaneció sin demasiadas modificaciones respecto del cuidado y la crianza.

Como consecuencia, se vive una sobre exigencia por parte de las madres que intentan avanzar en su carrera laboral o simplemente conservar sus empleos, y hacen malabares entre las múltiples responsabilidades en juego. Esto redunda en la precarización acentuada en los empleos femeninos y produce dificultades concretas también para los padres que quieren hacerse cargo de su responsabilidad y encuentran trabas por parte de sus empleadores. La situación se agrava en los casos en los que las mujeres son jefas de hogar. Aunque en nuestro país la maternidad conlleva un esquema de protecciones mínimas promulgadas por ley, estas no se cumplen en el trabajo informal y lo hace con dificultades en el trabajo formal registrado. Muchas veces es difícil que los empleadores acepten el cumplimiento de los plazos destinados a licencias especiales y lactancia. Una excepción destacada por la autora como elemento de política pública a tener en cuenta son las licencias parentales en los países nórdicos que permiten tanto a mujeres como a varones desempeñar sus funciones con mayor equidad y libertad.

Los modelos de familia se vienen transformado en sus estructuras e integrantes. En este sentido, es preciso poder pensar esquemas de organización social del cuidado escindidos del género de quien cuida y de los modelos de familia nuclear heteronormativa. En este punto, el libro se plantea los interrogantes nodales para el desarrollo de una política pública que trate esta cuestión: “quién paga qué cosas, cuáles son las necesidades que el Estado tiene que cubrir, qué les corresponde a las empresas, quién cuida y cría a los niños, qué lugar se le da a la familia y qué es una familia”.[3]

El capítulo siguiente aborda la pobreza como fenómeno y su carácter profundamente sexista. En este sentido, la autora insiste sobre la necesidad de que las definiciones de pobreza utilizadas a la hora de los diagnósticos y las políticas públicas tengan en cuenta la desigualdad de género. Con datos de organismos internacionales, el texto muestra cómo las mujeres son más pobres que los hombres y la desigualdad de género y la pobreza se retroalimentan. Un dato muy relevante para pensar este reforzamiento mutuo entre desigualdad de género y pobreza es el caso de los (mal) llamados “ni-ni”, jóvenes que supuestamente ni trabajan, ni estudian y son estigmatizados socialmente. Una mirada más atenta y con perspectiva de género nos muestra que el 63% de esa población son mujeres jóvenes (entre 15 y 29 años) que en muchos casos vieron interrumpidos sus estudios para cuidar hijos o hermanos pequeños y hacerse cargo de las tareas domésticas familiares.

Un segundo interesante aporte de la economía feminista para los estudios de pobreza es la conceptualización de la llamada “pobreza de tiempo”. Así, el libro afirma que si la dimensión temporal fuera considerada al medir la pobreza, sus niveles se duplicarían. “Estudiar la pobreza o la desigualdad desde la perspectiva de género implica entender que las relaciones de género sostienen y reproducen la actividad económica y contribuyen a generar pobreza y desigualdad”.[4]

Luego, la obra se detiene en las dificultades que enfrentan las mujeres para alcanzar posiciones jerárquicas, tanto en las empresas privadas, como en los cargos públicos y los sistemas científicos. Múltiples versiones del llamado “techo de cristal” impiden a las mujeres ocupar cargos superiores en instituciones de distinto tipo. Los estereotipos, la exclusión de las mujeres de las redes de comunicación informales, las culturas empresariales hostiles a las mujeres e incluso la falta de conciencia de los directivos que suponen en las mujeres un menor compromiso laboral por encontrarse abocadas a las responsabilidades familiares. Según señala la autora “el prejuicio masculino, en especial por parte de los jefes y gerentes de áreas, se identifica con el factor más explicativo de la existencia del techo de cristal”.[5]

En el campo de los cargos ejecutivos, legislativos y judiciales, también se reproducen las desigualdades y los prejuicios que impiden la participación más activa de las mujeres. Aun en países como el nuestro, que han tenido a una mujer en la presidencia, es discutida la paridad en las listas para los comicios y la provisión de cargos públicos. La ley de cupo del 30% de las listas permitió el aumento de la presencia femenina en los cargos legislativos. Sin embargo, su cantidad aún no se condice con el hecho de que más de la mitad de la población son mujeres. ¿Garantiza necesariamente la presencia de mujeres el impulso de una agenda crítica y feminista? No, claro está. Pero, tal como lo plantea el libro, permite que nuevos temas se discutan y que los debates se enriquezcan en un marco de diversidad. Tal como señala su autora, el ejercicio del poder sin perspectiva de género no garantiza los avances, como tampoco lo hacen las consignas feministas que no disputan los poderes establecidos.

El ámbito científico no se sustrae a las desigualdades de género. Aun cuando la mayor parte de las estudiantes universitarias del mundo son mujeres, según datos de la UNESCO, y los cargos docentes de menor jerarquía también están ocupados por mujeres, la persistencia de los estereotipos, machismos y roles de género prefijados, y el conflicto entre la maternidad y la carrera hacen que no lleguen a los lugares de toma de decisiones y que cuenten con equivalente formación y experiencia que los varones. Por ejemplo, mientras el 60% de las becarias de CONICET son mujeres, solo el 25% son investigadoras con cargo de nivel principal o superior. También esos sesgos se ven en la vida académica: a la hora de participar de actividades públicas y paneles se suele priorizar la convocatoria a varones, quienes ocupan los roles destacados, no importa la temática o la disciplina. Además, a quienes participan de la vida científica con responsabilidades familiares se les dificultan los viajes, congresos o carreras de especialización fuera del país que le permitirían avanzar en su carrera en mejores condiciones.

La ciencia y la tecnología son herramientas clave para la transformación social. El libro da un lugar importante a la discusión sobre la relación entre género y ciencias. Sin embargo, considero que hay aspectos de esta relación que podrían ser problematizados con mayor profundidad. Dos ejemplos. Por un lado, el home office como un posible modo de contrarrestar el agobio de la resolución privada de los conflictos del cuidado de niños es un arma de doble filo. Esta facilidad de trabajar “desde casa” también supone la disponibilidad total del espacio privado de lo doméstico en una jornada de trabajo que se extiende o se convierte en un trabajo informal o a destajo sin las políticas pertinentes para su regulación.[6] En segundo lugar, la historiografía feminista reconoce que la introducción de la tecnología en el hogar tuvo un efecto paradójico[7], ya que al mismo tiempo que liberó tiempo concreto para las mujeres, recapturó este tiempo en múltiples tareas extras para sostener estándares de limpieza mucho más altos, habilitados por la tecnología. Paradójicamente, el tiempo liberado por la existencia del lavarropas, celebrado por generaciones de mujeres, puede convertirse en una nueva trampa: la exigencia de que ni una mota de polvo se pose en los hogares. Por ello, hay que considerar los múltiples efectos que la introducción de la tecnología en el ámbito doméstico tiene en la organización de la vida cotidiana

Tras de un breve capítulo sobre la inclusión de la población LGTB en los modelos económicos, y las discusiones sobre el cupo laboral y su participación económica, el texto se detiene en lo que llama el “rol de los estereotipos en la vida cotidiana” y analiza algunos tópicos clásicos del feminismo: el rol de las mujeres en la publicidad, las presiones estéticas sobre sus cuerpos asociadas a la mercantilización de ciertos productos, y los estereotipos de la industria del espectáculo, sus mandatos y exigencias sobre todas nosotras. Tal como detalla esta reseña, a lo largo de la obra se ponen sobre la mesa una serie de cuestiones que son dejadas de lado por el pensamiento económico mainstream, para cuestionar sus categorías y supuestos. No obstante, al intentar establecer sus causas, el análisis del libro se desplaza de los factores económicos hacia cuestiones de orden cultural y social: prejuicios, preconceptos, tradiciones arraigadas, memorias, actitudes, micromachismos, roles de género, sexismo, violencias simbólicas y materiales. Para poder abordar esas “zonas oscuras”, “limbos” u opacidades para la teoría económica que tienen importantes efectos en la construcción teórica en curso es preciso un trabajo interdisciplinario. Economistas con perspectiva feminista, sí, pero también que recurran a las herramientas de la antropología y la sociología, solo por mencionar disciplinas que han analizado las cuestiones arriba planteadas.

La condición de posibilidad de que libros como Economía feminista sistematice estos debates es el resultado de años de laboriosa lucha feminista y del movimiento de mujeres. Ninguna de las transformaciones que se identifican como necesarias podrán realizarse sin el trabajo continuo y militante en todos los ámbitos de nuestras sociedades contra la opresión.

En octubre de 2016, miles de mujeres protagonizaron su primer paro nacional bajo la consigna “si mi vida no vale, yo paro”. La copiosa lluvia que cayó aquel día no fue obstáculo para salir a demandar por nuestros derechos colmando las plazas. Meses más tarde, tras la asunción del presidente Donald Trump, organizaciones de mujeres de todo Estados Unidos marcharon en las principales ciudades con una contundente agenda reivindicativa. El acto central, llevado a cabo en Washington D.C., fue seguido por millones de televidentes en todo el mundo. Mientras escribía esta reseña, participé de una de las tantas asambleas abiertas con el objetivo de organizar el próximo paro internacional de mujeres, a realizarse el 8 de marzo “Día internacional de la mujer trabajadora”. En la asamblea, convocada bajo la consigna #Niunamenos, se sucedían las intervenciones de numerosas compañeras sobre las estrategias organizativas a seguir. En eso, una mujer de mediana edad, muy resuelta, se puso de pie, y, con el libro de la roja carterita en mano, leyó datos concretos de varios de los capítulos aquí reseñados para sostener sus argumentos.

Bienvenido un libro que impulsa tanto su utilización en una asamblea como herramienta de combate, como la difusión de temas esquivos al gran público en los medios masivos de comunicación. Tenemos un largo camino aún por recorrer.

 

Bibliografía:

Boris, Eileen. Home to Work. Motherhood and the politics of industrial homework in the United States. Cambridge: Cambridge University Press, 1995.

Cowan, Ruth. More Work for mother. The ironies of Household Technology from open hearth to the Microwave. Nueva York: Basic Books, 1983

 

 

[1] Licenciada en Sociología. Doctora en Ciencias Sociales, Investigadora CONICET – Instituto de Investigaciones Gino Germani. Coordinadora Espacio de Géneros del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”.

[2] D’Alessandro (2016), 46.

[3] Ídem, 85.

[4] Ídem, 95.

[5] Ídem, 103.

[6] Boris (1995).

[7] Cowan (1983).